El Mundo de Sofía (25 page)

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Authors: Jostein Gaarder

Tags: #narrativa

—Por lo menos no se despidió de todo lo que tenía que ver con la filosofía aunque empezara a creer en el cristianismo, ¿verdad?

—Pero señaló que, en cuestiones religiosas, la razón sólo puede llegar hasta unos límites. El cristianismo también es un misterio divino al que sólo nos podemos acercar a través de la fe. Pero si creemos en el cristianismo, Dios «iluminará» nuestra alma para que consigamos unos conocimientos sobrenaturales de Dios. El mismo San Agustín había descubierto que la filosofía sólo podía llegar hasta ciertos límites. Hasta que no se convirtió al cristianismo, su alma no encontró la paz. «Nuestro corazón está intranquilo hasta encontrar descanso en Ti», escribe.

—No entiendo muy bien cómo la teoría de las Ideas de Platón podía unirse con el cristianismo —objetó Sofía—. ¿Qué pasa con las Ideas eternas?

—Es verdad que San Agustín piensa que Dios creó el mundo de la nada. Esta es una idea bíblica. Los griegos tendían a pensar que el mundo había existido siempre. Pero él opinaba que antes de crear Dios el mundo, las «ideas» existían en los pensamientos de Dios. Incorporó de esta manera las ideas platónicas en Dios, salvando así el pensamiento platónico de las ideas eternas.

—Qué listo.

—Pero esto demuestra como San Agustín y otros Padres de la Iglesia se esforzaron al máximo por unificar la manera de pensar judía con la griega. En cierta manera fueron ciudadanos de dos culturas. También en la problemática del mal, San Agustín recurre al neoplatonismo. Opina, como Plotino, que el mal es la «ausencia de Dios». El mal no tiene una existencia propia, es algo que no es. Porque la Creación de Dios es en realidad sólo buena. El mal se debe a la desobediencia de los hombres, pensaba San Agustín. O, para decirlo con sus propias palabras: «la buena voluntad es obra de Dios, la mala voluntad es desviarse de la obra de Dios».

—¿También opinaba que los seres humanos tienen un alma divina?

—Sí y no. San Agustín dice que hay un abismo infranqueable entre Dios y el mundo. En este punto se apoya firmemente sobre cimientos bíblicos, y rechaza la idea de Plotino de que todo es Uno. Pero también subraya que el ser humano es un ser espiritual. Tiene un cuerpo material, que pertenece al mundo físico donde la polilla y el óride corroen, pero también tiene un alma que puede reconocer a Dios.

—¿Qué sucede con el alma humana cuando morimos?

—Según San Agustín toda la humanidad entró en perdición después del pecado original. Y sin embargo, Dios ha determinado que algunos seres humanos serán salvados de la perdición eterna.

—Entonces opino que igual podría haber decidido que nadie fuera a la perdición —objetó Sofía.

—Pero en este punto San Agustín rechaza cualquier derecho del hombre a criticar a Dios. En este contexto se remite a algo que escribió San Pablo en su Carta a los romanos:

¿Pero quién eres tú, hombre, que protestas contra Dios? ¿Puede lo que está formado decir al que lo formó: «¿Por qué me hiciste así? ». ¿No es el alfarero el señor de la arcilla para que del mismo material pueda hacer una vasija fina y una vasija barata?

—¿Entonces quiere decir que Dios está sentado en el cielo jugando con los seres humanos?

—La idea de San Agustín es que ningún ser humano se merece la salvación de Dios. Y sin embargo Dios ha elegido a algunos que se salvarán de la perdición. Para él, por lo tanto- no existe ningún secreto sobre quién se salva y quién se pierde ya que está decidido de antemano. Somos arcilla en la mano de Dios. Dependemos totalmente de su misericordia.

—Entonces volvió en cierto modo a la vieja fe en el destino.

—Algo así. Pero San Agustín no les quita a los hombres la responsabilidad de sus propias vidas. Nos aconsejó que viviésemos de manera que por nuestro ciclo vital pudiéramos darnos cuenta de que pertenecemos a los elegidos. Porque no niega que tengamos un libre albedrío. Pero Dios «ha visto de antemano» cómo vamos a vivir.

—¿No es eso un poco injusto? —preguntó Sofía—. Sócrates opinaba que todos los seres humanos tenían las mismas posibilidades porque todos tenían la misma capacidad de razonar. Pero San Agustín dividió la humanidad en dos grupos. Uno de los dos grupos se salvará, el otro se perderá.

—Sí, con la teología de San Agustín nos hemos alejado ya un poco del humanismo de Atenas. Pero no fue San Agustín el que dividió la humanidad en dos grupos. Se apoya en la doctrina de la Biblia sobre la salvación y la perdición. En una gran obra llamada La ciudad de Dios, profundiza sobre este pensamiento.

—¡Cuenta!

—La expresión «Ciudad de Dios» o «Reino de Dios», procede de la Biblia y de la predicación de Jesús. San Agustín piensa que la Historia trata de la lucha que se libra entre la «Ciudad de Dios» y la «Ciudad terrena». La dos «ciudades» no son ciudades políticas fuertemente separadas entre ellas. Luchan por el poder en cada persona. No obstante, la Ciudad de Dios está presente de un modo mas o menos claro en la Iglesia, y la Ciudad terrena está presente en los Estados políticos, por ejemplo en el Imperio Romano, que se desintegró precisamente en la época de San Agustín. Esta idea se iba haciendo cada vez más clara conforme la Iglesia y el Estado luchaban por el poder a lo largo de la Edad Media. «No existe ninguna salvación fuera de la Iglesia», se había dicho ya. La Ciudad de Dios de San Agustín se identificó por tanto, finalmente, con la Iglesia como organización. Hasta la Reforma, en el siglo XVI, no se protestaría contra la idea de que el hombre tuviera que pasar por la Iglesia para recibir la gracia de Dios.

—Entonces ya era hora.

—También debemos fijarnos en el hecho de que San Agustín fuera el primer filósofo, de los que hemos estudiado, que introdujo la propia Historia en su filosofía. La lucha entre el bien y el mal no era en absoluto algo nuevo. Lo nuevo es que esta lucha se libra dentro de la Historia. En este sentido no hay mucho platonismo en San Agustín, sino que se encuentra firmemente plantado en la visión lineal de la Historia, tal como la encontramos en el Antiguo Testamento. La idea es que Dios necesita la Historia para realizar su «Ciudad de Dios». La Historia es necesaria para educar a los hombres y destruir el mal. O, como dice San Agustín: «La providencia divina conduce la Historia de la humanidad desde Adán hasta el final de la Historia, como si se tratara de la historia de un sólo individuo que se desarrolla gradualmente desde la infancia hasta la vejez».

Sofía miró su reloj.

—Son las ocho —dijo—. Pronto tendré que irme.

—Pero primero voy a hablarte del otro gran filósofo medieval. ¿Nos sentamos fuera?

Alberto se levantó del banco, juntó las palmas de las manos y comenzó a salir lentamente de la iglesia. Parecía como si estuviese rezando a Dios o como si meditara algunas verdades espirituales. Sofía le siguió; le pareció que no tenía elección.

Fuera había todavía una fina capa de neblina sobre el suelo. El sol había salido hacía mucho, pero aún no había penetrado del todo en la neblina matutina. La Iglesia de María se encontraba en las afueras de un viejo barrio de la ciudad.

Alberto se sentó en un banco delante de la iglesia. Sofía pensaba en lo que podría ocurrir si alguien pasaba por allí. Ya era bastante insólito estar sentado en un banco a las ocho de la mañana, pero aun más insólito era estar sentada junto a un monje medieval.

—Son las 8 —empezó Alberto—. Han pasado unos cuatrocientos años desde San Agustín. Ahora comienza la larga jornada escolar. Hasta las 10 los colegios de los conventos son los únicos que se ocupan de la enseñanza. Entre las 10 y las 11 se fundan las primeras escuelas de las catedrales y sobre las 12 las primeras universidades. En la misma época se construyen además las grandes catedrales góticas. También esta iglesia se construyó en el siglo XIII. En esta ciudad no había recursos para construir una gran catedral.

—Supongo que tampoco haría falta —comento Sofía—. No hay cosa peor que las iglesias vacías.

—Bueno, las grandes catedrales no se construyeron únicamente para acoger a grandes congregaciones. Se levantaron en honor a Dios y eran en sí una especie de servicio divino. Pero también ocurrió otra cosa en este período de la Edad Media, algo que tiene importancia para filósofos como nosotros.

—¡Cuéntame!

Alberto prosiguió.

—La influencia de los árabes en España comenzó a hacerse notar. Durante toda la Edad Media los árabes tuvieron una viva tradición aristotélica, y desde finales del siglo XII, árabes eruditos iban al norte de Italia, invitados por los príncipes de esa región. De esta manera muchos de los escritos de Aristóteles fueron conocidos y poco a poco traducidos del griego y del árabe al latín. Esto despertó un nuevo interés por cuestiones científicas, además de revivir la antigua polémica sobre la relación entre las revelaciones cristianas y la filosofía griega. En los asuntos de ciencias naturales ya no se podía pasar por alto a Aristóteles. ¿Pero en que ocasiones había que escuchar al filósofo y en cuales había que apoyarse exclusivamente en la Biblia? ¿Me sigues?

Sofía asintió brevemente, y el monje prosiguió.

—El filósofo más grande y más importante de la Alta Edad Media fue Tomás de Aquino, que vivió de 1225 a 1274. Nació en la pequeña ciudad de Aquino, entre Roma y Nápoles, pero trabajó también como profesor de filosofía en la universidad de Paris. Lo llamo «filósofo», pero también fue, en la misma medida, teólogo. En aquella época no había en realidad una verdadera distinción entre «filosofía» y «teología». Para resumir podemos decir que Tomás de Aquino cristianizó a Aristóteles de la misma manera que San Agustín había cristianizado a Platón al comienzo de la Edad Media.

—¿No era un poco raro cristianizar a filósofos que vivieron muchos cientos de años antes de Jesucristo?

—En cierta manera si. Pero cuando hablamos de la «cristianización» de los dos grandes filósofos griegos queremos decir que fueron interpretados y explicados de tal manera que no se consideraran una amenaza contra la doctrina cristiana. De Tomás de Aquino se dice que «cogió el toro por los cuernos».

—No sabía que la filosofía tuviera que ver con las corridas de toros.

—Tomás de Aquino fue de los que intentaron unir la filosofía de Aristóteles y el cristianismo. Decimos que creó la gran síntesis entre la fe y el saber. Y lo hizo precisamente entrando en la filosofía de Aristóteles y tomándole sus palabras.

—O por los cuernos. No he dormido apenas esta noche, de modo que me temo que tendrás que explicarte mejor.

—Tomás de Aquino pensó que no tenía por qué haber una contradicción entre lo que nos cuenta la filosofía o la razón y lo que nos revela la fe. Muy a menudo el cristianismo y la filosofía nos dicen lo mismo. Por lo tanto podemos, con la ayuda de la razón, llegar a las mismas verdades que las que nos cuenta la Biblia.

—¿Como es posible eso? ¿La razón nos puede decir que Dios creó el mundo en seis días? ¿O que Jesús era hijo de Dios?

—No, a esa clase de «dogmas de fe», solo tenemos acceso a través de la fe y de la revelación cristiana. Pero Tomás opinaba que también existen una serie de «verdades teológicas naturales». Con esto se refería a verdades a las que se puede llegar tanto a través de la revelación cristiana como a través de nuestra razón innata o natural. Una verdad de ese tipo es, por ejemplo, la que dice que hay un Dios. Tomás opinaba que hay dos caminos que conducen a Dios. Un camino es a través de la fe y la revelación. El otro camino es a través de la razón y las observaciones hechas con los sentidos. Bien es verdad que, de estos caminos, el de la fe y la revelación es el más seguro, porque es fácil desorientarse si uno se fía exclusivamente de la razón. Pero el punto clave de Tomas es que no tiene que haber necesariamente una contradicción entre un filósofo como Aristóteles y la doctrina cristiana.

—¿Entonces igual podemos apoyarnos en Aristóteles que en la Biblia?

—No, no. Aristóteles sólo llega hasta un punto en el camino porque no llegó a conocer la revelación cristiana. Pero recorrer una parte del camino no significa equivocarse de camino. Por ejemplo, no es incorrecto decir que Atenas está en Europa. Pero tampoco es muy preciso. Si un libro sólo te dice que Atenas es una ciudad europea, quizás sea también conveniente consultar un libro de geografía en el que se te proporcione toda la verdad: Atenas es la capital de Grecia, que a su vez es un pequeño país en la parte sureste de Europa. Si tienes suerte, a lo mejor también te cuenta algo de la Acrópolis por no decir de Sócrates, Platón y Aristóteles.

—Pero también era verdad el primer dato sobre Atenas.

—¡Exactamente! Lo que quiso mostrar Tomás es que solo existe una verdad. Cuando Aristóteles señala algo que nuestra razón reconoce como verdad, entonces tampoco contradice la doctrina cristiana. Podemos acercarnos plenamente a una parte de la verdad mediante nuestra razón y nuestras observaciones hechas con los sentidos son precisamente esas verdades las que menciona Aristóteles cuando describe el reino animal y el reino vegetal. Otra parte de la verdad nos la ha revelado Dios a través de la Biblia. Pero las dos partes de la verdad se superponen la una a la otra en muchos puntos importantes. También hay algunas cuestiones sobre las que la Biblia y la razón nos dicen exactamente lo mismo.

—¿Por ejemplo que existe un Dios?

—Exactamente. También la filosofía de Aristóteles suponía que había un Dios, o una causa primera, que pone en marcha todos los procesos de la naturaleza. Pero no nos proporciona ninguna descripción más detallada de Dios. En este punto tenemos que apoyarnos exclusivamente en la Biblia y en la palabra de Cristo.

—¿Es tan seguro que realmente existe un Dios?

—Naturalmente es algo que se puede discutir. Pero incluso hoy en día la mayor parte de la gente está de acuerdo en que al menos la razón del ser humano no puede probar que no haya un Dios. Tomás fue más allá. Pensaba que basándose en la filosofía de Aristóteles se podía probar la existencia de Dios.

—No está mal.

—También con la razón podemos reconocer que todo lo que hay a nuestro alrededor tiene que tener una «causa original», decía. Dios se ha revelado ante los hombres tanto a través de la Biblia como a través de la razón. De esta manera, existe una «teología revelada» y una «teología natural». Lo mismo ocurre con la moral. En la Biblia podemos leer cómo quiere Dios que vivamos. Pero a la vez Dios nos ha provisto de una conciencia que nos capacita para distinguir entre el bien y el mal sobre una base natural. Hay pues «dos caminos» también para la vida moral podemos saber que está mal herir a otras personas, aunque no hayamos leído en la Biblia: «Haz con tu prójimo lo que quieres que tu prójimo haga contigo». Pero también en este punto lo más seguro es seguir los mandamientos de la Biblia.

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