El Mundo de Sofía (23 page)

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Authors: Jostein Gaarder

Tags: #narrativa

Pablo en Atenas, Sofía. Estamos hablando de cómo el cristianismo comienza a infiltrarse en el mundo grecorromano como algo distinto, como algo muy diferente a la filosofía epicúrea, estoica o neoplatónica. No obstante, Pablo encuentra al fin y al cabo una base en esta cultura. Señala que la búsqueda de Dios es algo inherente al género humano. Esto no representaba nada nuevo para los griegos. Lo nuevo de la predicación de Pablo es que Dios se ha revelado ante los hombres e ido a su encuentro. No es pues solamente un «dios filosófico» al que los hombres pueden intentar alcanzar con su mente. Tampoco se parece a «una imagen de oro o plata o piedra»; de esa clase de dioses había de sobra arriba en la Acrópolis y abajo en la gran plaza. Pero Dios «no habita en templos levantados por manos humanas». Es un Dios personal que interviene en la Historia y que muere en la cruz por culpa de los hombres.

En los Hechos de los Apóstoles se dice que después del discurso de Pablo en el Areópago, había gente que se burlaba de él por lo que había dicho sobre la resurrección de Jesús de entre los muertos. Pero algunos entre el público también dijeron: «Nos gustaría oírte hablar más sobre eso en otra ocasión». Algunos se unieron a Pablo y comenzaron a creer en el cristianismo. Uno de ellos era una mujer, Damaris, hecho que hay que tener en cuenta, pues hubo muchas mujeres que se convirtieron al cristianismo.

Y Pablo continuó sus actividades misioneras. Poco tiempo después de la muerte de Jesús ya había comunidades cristianas en todas las ciudades importantes griegas y romanas, tales como Atenas, Roma, Alejandría, Éfeso y Corinto. En el transcurso de trescientos o cuatrocientos años todo el mundo helenístico se había cristianizado.

Credo

No sólo como misionero tuvo Pablo una importancia crucial para el cristianismo. También tuvo una enorme influencia en el interior de las comunidades cristianas, ya que había una gran necesidad de orientación espiritual.

Una importante cuestión en los años que siguieron a la muerte de Jesús fue la de saber si los que no eran judíos podían ser cristianos sin antes pasar por el judaísmo. ¿Debería por ejemplo un griego cumplir la ley mosaica? Pablo pensaba que no era necesario, pues el cristianismo era algo más que una secta judía. Dirigía a todos los hombres un mensaje universal de salvación. El «viejo pacto» entre Dios e Israel había sido sustituido por el «nuevo pacto» establecido por Jesús entre Dios y todos los hombres.

Pero el cristianismo no fue la única religión nueva en esa época. Hemos visto ya que el helenismo se caracterizaba por la mezcolanza de religiones. Era por lo tanto importante para la Iglesia cristiana llegar a un escueto resumen de lo que era la doctrina cristiana. Esto era importante para delimitarla respecto a otras religiones, así como para impedir una división dentro de la Iglesia cristiana. De esta forma surgieron los primeros credos. El credo resume los dogmas cristianos más importantes.

Uno de esos importantes dogmas era que Jesús era Dios y hombre. Es decir, no era solamente el «hijo de Dios» en virtud de sus actos. Era el mismo Dios. Pero también era un «verdadero hombre» que había compartido las condiciones de los hombres y que padeció verdaderamente en la cruz.

Esto puede sonar como una contradicción, pero el mensaje de la Iglesia era precisamente que Dios se convirtió en hombre. Jesús no era un «semidiós» (medio humano, medio divino). La fe en esos «semidioses» estaba bastante extendida en las religiones griegas y helenísticas. La Iglesia enseñó que Jesús era «un Dios perfecto y un hombre perfecto».

Post scriptum

Intento contarte algo de las conexiones, querida Sofía. Con la entrada del cristianismo en el mundo grecorromano acontece un encuentro convulsivo entre dos civilizaciones. Pero también se trata de uno de los grandes cambios culturales en la Historia.

Estamos a punto de salir de la Antigüedad. Desde los primeros filósofos griegos han pasado casi mil años. Por delante de nosotros tenemos toda la Edad Media cristiana, que también duró unos mil años.

El autor alemán Goethe dijo en una ocasión que «el que no sabe llevar su contabilidad por espacio de tres mil años se queda como un ignorante en la oscuridad y sólo vive al día». No quiero que tú te encuentres entre ellos. Estoy haciendo lo posible para que te des cuenta de tus raíces históricas. Solamente así serás un ser humano. Solamente así serás más que un mono desnudo. Solamente así evitarás flotar en el vacío.

«Solamente así serás un ser humano. Solamente así serás algo más que un mono desnudo... »

Sofía se quedó sentada un rato mirando el jardín a través de los huecos del seto. Había empezado a comprender lo importante que era conocer sus raíces históricas. Al menos, siempre había sido importante para el pueblo de Israel.

Ella no era más que una persona casual. No obstante, si conocía sus raíces históricas, se volvía un poco menos casual.

Ella sólo viviría algunos años en este planeta. Pero si la Historia de la humanidad era su propia historia, entonces ella tenía, en cierto modo, muchos miles de años.

Sofía recogió todas las hojas y salió del Callejón. Dando pequeños y alegres saltos cruzó el jardín y subió corriendo a su cuarto.

La Edad Media

... recorrer una parte del camino no significa equivocarse de camino...

Transcurrió una semana sin que Sofía supiera nada más de Alberto Knox. Tampoco recibió más postales del Líbano, pero hablaba constantemente con Jorunn de las que habían encontrado en la Cabaña del Mayor. Jorunn estaba muy nerviosa, pero al no suceder nada más, el susto iba quedando olvidado entre los deberes y el badmington.

Sofía repasó las cartas de Alberto muchas veces para ver si encontraba algo que pudiera arrojar alguna luz sobre Hilde y todo lo que tenía que ver con ella. De esa forma también tuvo la oportunidad de digerir la filosofía de la Antigüedad. Ya no le costaba ningún trabajo distinguir entre Demócrito y Sócrates, Platón y Aristóteles.

El viernes 25 de mayo estaba en la cocina haciendo la comida para su madre, a punto de volver del trabajo. Eso era lo acordado para los viernes. Ese día preparaba una sopa de sobre de pescado, con albóndigas y zanahorias. Muy sencillo.

Había empezado a soplar el viento. Mientras removía la sopa, Sofía se volvió hacia la ventana y miró fuera. Los abedules se balanceaban como espigas de trigo.

De repente algo golpeó el cristal de la ventana. Sofía se volvió de nuevo y descubrió un trozo de cartón pegado en el vidrio.

Se acercó a la ventana y vio que era una postal. A través del cristal pudo leer: «Hilde Møller Knag c/o Sofía Amundsen... »

Justo lo que había pensado. Abrió la ventana y recogió la postal. ¿Habría llegado volando desde el Líbano?

También esta postal tenía fecha del viernes 15 de junio.

Sofía quitó la cacerola de la placa y se sentó junto a la mesa de la cocina. La postal decía:

Querida Hilde. No sé si esta postal te llegará el día de tu cumpleaños. Espero que así sea o que si no, al menos, no hayan transcurrido demasiados días. Que transcurra una semana o dos para Sofía no significa necesariamente que transcurra tanto tiempo para nosotros. Yo volveré a casa la víspera de San Juan. Entonces nos sentaremos juntos en el balancín mirando al mar, Hilde. Tenemos tantas cosas de qué hablar.

Abrazos de tu papá, que a veces se deprime por ese conflicto de mil años entre judíos, cristianos y musulmanes: constantemente me obligo a mi mismo a recordar que estas tres religiones tienen sus raíces en Abraham. ¿Rezarán entonces al mismo Dios? Pues no. En este sitio Caín y Abel aún no han terminado su pelea.

P. D. ¿Puedo acaso decirte que des recuerdos a Sofía? Pobre chica, aún no entiende el porqué de las cosas. ¿Lo entiendes tú, quizás?

Sofía se inclinó sobre la mesa. Estaba agotada. Desde luego que no entendía nada. ¿Lo entendería Hilde?

Si el padre de Hilde le enviaba saludos a Sofía, significaba que Hilde sabía más de Sofía que Sofía de Hilde. Todo resultaba tan complicado que Sofía volvió a las cacerolas.

Una postal que se posa en la ventana así como así. Correo aéreo, en el verdadero sentido de la palabra.

En cuanto hubo vuelto a poner la cacerola en la placa, sonó el teléfono.

¡Ojalá fuera papá! Si volviera a casa le contaría todo lo que le había sucedido en las últimas semanas. No, sería Jorunn o mamá... Sofía corrió hasta el aparato.

—Sofía Amundsen.

—Soy yo —dijo alguien al otro lado del teléfono.

Sofía estaba segura de tres cosas: no era papá. Pero era una voz de hombre. Estaba además convencida de que había oído exactamente la misma voz en otra ocasión.

—¿Quién es? —preguntó.

—Soy Alberto.

—Ahh...

Sofía no sabía qué contestar. Se acordaba de la voz del vídeo sobre Atenas.

—¿Estas bien?

—Pues si...

—Pero a partir de ahora no habrá más cartas. Tenemos que vernos personalmente, Sofía. Empieza a urgir, ¿sabes?

—¿Por qué?

—Estamos a punto de ser cercados por el padre de Hilde. —¿Cómo cercados?

—Por todos los lados, Sofía. Ahora tenemos que colaborar.

—Aunque no serás de mucha ayuda hasta que te haya hablado de la Edad Media. Deberemos hacer el Renacimiento y el siglo XVII también.

Además Berkeley juega un papel clave.

—De ese, había un cuadro en la Cabaña del Mayor, ¿verdad?

—Sí. Quizás sea precisamente sobre él sobre el que se libre la batalla.

—Suena como a una especie de guerra.

—Lo llamaría más bien una lucha espiritual. Tendremos que llamar la atención de Hilde y conseguir que se ponga de nuestra parte, antes de que su padre vuelva a Lillesand.

—No entiendo nada.

—Bueno, quizás los filósofos te abran los ojos. Búscame en la iglesia de Maria mañana de madrugada a las cuatro. Pero ven sola, hija mía.

—¿Tendré que ir en plena noche?

Clic.

—¡Oiga!

¡Qué tío más malo! ¡Había colgado! Sofía volvió corriendo a la cocina. La sopa estaba a punto de salirse. Echó el pescado y las zanahorias y bajó el fuego.

¿En la Iglesia de Maria? Era una vieja iglesia medieval de piedra. Sofía creía que sólo se usaba para conciertos y misas muy especiales. En verano estaba abierta de vez en cuando para los turistas. ¿Pero cómo iba a estar abierta en plena noche?

Cuando llegó su madre, Sofía ya había metido la postal del Líbano en el armario junto a las demás cosas de Alberto y Hilde. Después de comer se fue a casa de Jorunn.

—Tenemos que hacer un acuerdo un poco especial —dijo a su amiga en cuanto esta abrió la puerta.

Y no dijo nada más hasta que se hubieron encerrado en la habitación de Jorunn.

—Es un poco problemático —prosiguió Sofía.

—¡Venga!

—Tendré que decir a mamá que me quedo a dormir aquí.

—Muy bien.

—Pero no es verdad, ¿comprendes? Estaré en otro sitio.

—Eso es peor. ¿Es algún lío de chicos?

—No, pero es un lío de Hilde.

Jorunn silbó suavemente, y Sofía la miro fijamente a los ojos.

—Vendré aquí tarde esta noche —dijo—. Pero tendré que salir a escondidas alrededor de las tres. Tendrás que encubrirme hasta que vuelva.

—¿Pero a dónde vas a ir, Sofía?, ¿qué vas a hacer?

—Lo siento. He recibido órdenes de no decir nada.

No era nada difícil obtener permiso para dormir en casa de alguna amiga. Mas bien al contrario. Sofía tenía de vez en cuando la sensación de que a su madre le gustaba tener la casa para ella sola.

—¿Vendrás a la hora de comer mañana, verdad? —fue el único comentario de su madre.

—Si no vengo, sabes dónde estoy.

¿Por qué decía eso, si ese era precisamente el punto débil?

La estancia en casa de su amiga empezó como todas las veces que se quedaba a dormir allí, charlando hasta bien entrada la noche, con la única diferencia de que Sofía puso el despertador a las tres, cuando, sobre la una, se dispusieron por fin a dormir.

Jorunn apenas se despertó cuando Sofía paró el despertador dos horas más tarde.

—Ten cuidado —dijo Jorunn.

Sofía empezó a andar. Había varios kilómetros hasta la Iglesia de María, y aunque sólo había dormido un par de horas, se sentía totalmente despejada. Sobre las colinas, al este, notaba una nube roja.

Cuando por fin se encontró ante la vieja iglesia de piedra eran ya las cuatro. Sofía empujo la pesada puerta. ¡Estaba abierta!

La iglesia estaba vacía y silenciosa. A través de las vidrieras flotaba una luz azulada que revelaba miles de minúsculas partículas de polvo en el aire. Era como si el polvo se reuniera en gruesas vigas que atravesaran la nave de la iglesia. Sofía se sentó en un banco en el medio. Allí se quedó sentada mirando al altar y a un viejo crucifijo pintado con colores opacos.

Pasaron unos minutos. De repente empezó a sonar el órgano. Sofía no se atrevió a darse la vuelta. Sonaba como un viejo salmo, quizás de la Edad Media también.

Luego todo volvió a quedar en silencio, pero pronto oyó unos pasos que se acercaban por detrás de ella. ¿Debería volverse ya? Optó por clavar su mirada en el Jesús crucificado.

Las pisadas la sobrepasaron y vio una figura acercarse. Llevaba un hábito marrón de monje. Sofía podría haber jurado que se trataba de un monje de la Edad Media.

Tenía miedo pero no estaba aterrorizada. Cuando el monje llegó al presbiterio, dio un rodeo y subió al pulpito. Se inclinó sobre él, miró a Sofía y dijo algo en latín.

—Gloria patri et filio et spiritu sancto. Sicut erat in principio et nunc et semper in saecola saecolorum.

—¡Habla noruego, tonto! —exclamó Sofía.

Las palabras retumbaron en la vieja iglesia de piedra.

Entendió que el monje tenía que ser Alberto Knox. Y sin embargo se arrepintió de haberse expresado de un modo tan poco solemne en una vieja iglesia. Pero tenía miedo, y cuando se tiene miedo resulta una especie de consuelo romper con todas las reglas y tabúes.

—¡Chis... !

Alberto levantó una mano, como hacen los curas cuando quieren que los feligreses se sienten.

—¿Qué hora es, hija mía? —pregunto.

—Las cuatro menos cinco —exclamó Sofía.

—contestó Sofía. Ya no tenía miedo.

—Entonces ha llegado la hora. En este momento comienza la Edad Media.

—¿La Edad Media empieza a las cuatro? —preguntó Sofía perpleja.

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