El Mundo de Sofía (60 page)

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Authors: Jostein Gaarder

Tags: #narrativa

—Así nos «comunicamos doblemente» casi todos los días.

—Mencioné antes a mi primo de cuatro años. Creo que no tiene a muchos con quien jugar; por lo menos se pone muy contento cuando voy a su casa. Una vez le dije que tenía que irme pronto a casa porque mi mamá me estaba esperando. ¿Sabes lo que me contestó?

—¿Qué?

—«Ella es tonta» —dijo.

—Sí, ése es otro ejemplo de lo que queremos decir con racionalización. El niño no quería decir lo que dijo. Lo que quería decir es que era una tontería que tú te tuvieras que ir. Algunas veces también proyectamos.

—Traduce.

—«Proyección» significa que transferimos a otras personas diferentes cualidades que intentamos reprimir en nosotros mismos. Una persona muy tacaña, por ejemplo, no suele tardar mucho en caracterizar a otros como tacaños. Uno que no quiere admitir su fijación por el sexo, es el primero en indignarse ante otros como él.

—Comprendo.

—Freud pensó que abundan los ejemplos de esos actos inconscientes en nuestra vida cotidiana. A lo mejor ocurre que nos olvidamos constantemente del nombre de una determinada persona, quizás manoseamos constantemente nuestra ropa mientras hablamos o movemos cosas aparentemente casuales en la habitación. También es muy corriente tartamudear y tener lapsus al hablar que pueden parecer totalmente inocentes. Freud opina que un lapsus nunca es ni tan casual ni tan inocente como creemos. Opinaba que tienen que ser evaluados como síntomas. Esos «actos erróneos» O «actos casuales» pueden revelar los secretos más íntimos.

—A partir de ahora voy a pensar muy bien cada palabra que pronuncie.

—Pero de todos modos no lograrías escapar de tus impulsos subconscientes. El arte es precisamente no emplear demasiados esfuerzos en empujar las cosas desagradables hacia el subconsciente. Es como cuando se intenta tapar el agujero que hace una rata de agua. Puedes estar segura de que la rata vuelve a emerger por otro sitio del jardín. Lo sano es tener una puerta a medio abrir entre la consciencia y el subconsciente.

—¿Y si uno cierra la puerta, se puede contraer alguna enfermedad psíquica?

Sí. Un neurótico es justamente una persona que emplea demasiada energía en mantener «lo desagradable» alejado de la consciencia. Se trata a menudo de experiencias o vivencias especiales que esta persona a toda costa necesita reprimir. A esas experiencias o vivencias especiales Freud las llamó traumas. La palabra «trauma» es griega y significa «herida».

—Comprendo.

—En el tratamiento de los pacientes era importante para Freud intentar abrir la puerta cerrada con mucho cuidado, o quizás abrir una puerta nueva. Colaborando con el paciente intentó volver a sacar a la luz las vivencias reprimidas. Pues el paciente no es consciente de lo que reprime, y sin embargo puede estar muy interesado en que el médico le ayude a buscar los traumas ocultos.

—¿Qué método emplea el médico?

—Freud desarrolló lo que él llamó técnica de las asociaciones libres. Consistía en que dejaba que el paciente se tumbara en una postura cómoda y que luego hablara de lo que se le ocurriera, independientemente de lo insustancial, casual, desagradable o embarazoso que pudiera parecer. Se trataba de intentar destruir aquella «tapadera» o «control» que se había colocado encima de los traumas. Porque son precisamente los traumas los que tienen interés para el paciente. Están constantemente en acción, pero no en la consciencia,

—¿Cuanto más se esfuerza uno por olvidarse de algo, más se piensa en ello en el subconsciente?

—Exactamente. Por eso es importante escuchar las señales del subconsciente. Según Freud, el «camino real» hacia el subconsciente lo son nuestros sueños. Y su libro más importante es la gran obra La interpretación de los sueños, publicada en 1900, y en la que mostró que no es casual lo que soñamos. Nuestros pensamientos subconscientes intentan comunicarse con la consciencia a través de los sueños.

—¡Sigue!

—Después de recopilar sus experiencias con pacientes durante muchos años, y también después de haber analizado sus propios sueños, Freud afirma que todos los sueños cumplen deseos. Esto se observa fácilmente en los niños, dice, pues los niños sueñan con helado y cerezas. Pero en el caso de los adultos sucede a menudo que los deseos, que a su vez serán cumplidos en los sueños, están disfrazados. Porque también cuando dormimos hay una severa censura que decide lo que nos podemos permitir. Ahora bien, durante el sueño dicha censura o mecanismo represivo está debilitado respecto del estado de vigilia, pero aún así es lo suficientemente fuerte como para que en el sueño reprimamos deseos que no queremos reconocer.

—¿Entonces hay que interpretar los sueños?

—Freud dice que tenemos que distinguir entre el propio sueño, tal como lo recordamos por la mañana, y el verdadero significado del sueño. A las propias imágenes del sueño, es decir a la «película» o el «vídeo» que soñamos, Freud las llamó contenido manifiesto del sueño. Este contenido «aparente» del sueño siempre recoge su material de sucesos ocurridos el día anterior. Pero el sueño también tiene un significado más profundo que está oculto a la consciencia. Este significado Freud lo llamó ideas latentes del sueño, y estas ideas o pensamientos ocultos de los que trata en realidad el sueño pueden datar de muy atrás en el tiempo, incluso de la infancia más temprana.

—Tenemos que analizar el sueño antes de poder entender de qué trata.

—Sí, y cuando se trata de personas enfermas, hay que hacerlo junto con el terapeuta. Ahora bien, no es el terapeuta el que interpreta el sueño. Sólo lo puede hacer con la ayuda del paciente. En esta situación el médico actúa como una especie de «comadrona» socrática que está presente y asiste durante la interpretación.

—Comprendo.

—Freud llamó a la transformación de las «ideas latentes del sueño» en el «contenido manifiesto del sueño»

El trabajo del sueño. Se trata de un «enmascaramiento» o «codificación» de aquello de lo que trata realmente el sueño. La interpretación del sueño consiste en el proceso inverso. Hay que «desenmascarar» O «decodificar» el «motivo» del sueño con el fin de encontrar el «tema» del mismo.

—¿Puedes ponerme algún ejemplo?

—El libro de Freud está lleno de ejemplos de ese tipo. Pero podemos poner un ejemplo muy sencillo y muy freudiano. Si un joven sueña con que su prima le regala dos globos...

—¿Sí?

—Ahora te toca a ti interpretar.

—Mmm... Entonces el «contenido manifiesto del sueño» es exactamente lo que acabas de decir: recibe dos globos de su prima.

—¡Continúa!

—Luego dijiste también que todos los ingredientes del sueño se han recogido de lo ocurrido el día anterior. De modo que estuvo el día anterior en el parque de atracciones o vio una foto de globos en el periódico.

—Sí, es posible, pero basta con que simplemente haya visto la palabra «globo», o algo que pueda recordar a globos.

—¿Pero cuáles son las «ideas latentes del sueño», es decir aquello de lo que realmente trata el sueño?

—Eres tú la intérprete del sueño.

—Quizás desee simplemente tener un par de globos.

—No, eso no sirve. Tienes razón en que el sueño también debe cumplir un deseo, pero es poco probable que un hombre adulto desee ardientemente tener dos globos. Y si lo hubiera deseado, no habría tenido la necesidad de soñar con ellos.

—Creo que ya lo tengo: lo que quería era a su prima, y los dos globos eran sus pechos.

—Pues sí, ésa es una explicación más probable. La condición es que él considere este deseo como algo embarazoso.

—¿Porque también cuando soñamos damos rodeos, como los de los globos y cosas así?

—Si, Freud pensaba que el sueño era un «cumplimiento disfrazado de deseos reprimidos». Pero desde los tiempos en los que Freud ejercía de médico en Viena, puede haber cambiado considerablemente aquello que procuramos reprimir, aunque el propio mecanismo del disfraz del contenido del sueño pueda seguir intacto.

—Comprendo.

—El psicoanálisis de Freud tuvo una gran repercusión en la década de los años veinte, sobre todo en el tratamiento de pacientes psiquiátricos. Su doctrina sobre el subconsciente tuvo, además, una gran importancia para el arte y la literatura.

—¿Quieres decir que los artistas se interesaron más por la vida mental subconsciente de los seres humanos?

—Exactamente. Aunque ese interés florecía ya en la literatura en las últimas décadas del siglo pasado, es decir antes de conocerse el psicoanálisis de Freud. Esto muestra simplemente que tampoco es una casualidad que el psicoanálisis de Freud surgiese hacia 1890.

—¿Quieres decir que era algo que flotaba en el aire?

—Freud tampoco reclamó haber «inventado» fenómenos como la represión, las reacciones erróneas o la racionalización. Simplemente fue el primero en incorporar estas experiencias humanas a la psiquiatría. Es además un verdadero artista utilizando ejemplos literarios para ilustrar su propia teoría. Pero como ya he indicado, desde la década de los años veinte, el psicoanálisis de Freud tendría una influencia más directa sobre el arte y la literatura.

—¿Cómo?

—Poetas y pintores intentaron usar las fuerzas subconscientes en su obra creativa. Particularmente ése es el caso de los llamados surrealistas.

—¿Y qué significa eso?

—«Surrealismo» es una palabra francesa que se puede traducir por «sobrerrealismo». En 1924 André Breton publicó su Manifiesto surrealista, en el que señaló que el arte debe brotar del subconsciente. Así, el artista recogería en una libre inspiración sus imágenes soñadas y llegaría a una «sobrerrealidad» en la que ya no existe distinción entre el sueño y la realidad. También puede ser importante para un artista derrumbar la censura de la consciencia con el fin de dejar correr libremente las palabras y las imágenes.

—Comprendo.

—En cierta manera Freud había presentado una prueba de que todos los seres humanos son artistas, pues un sueño es una pequeña obra de arte. Con el fin de interpretar los sueños de los pacientes, a menudo Freud se vio obligado a manejar una gran cantidad de símbolos, más o menos como cuando interpretamos un cuadro o un texto literario.

—¿Y soñamos cada noche?

—Las investigaciones más recientes muestran que soñamos aproximadamente el veinte por ciento del tiempo que dormimos, es decir dos o tres horas todas las noches. Si se nos estorba en la fase del sueño, nos ponemos nerviosos e irritables. Esto significa nada menos que todos los seres humanos tenemos una necesidad innata de elaborar una expresión artística de nuestra situación existencial, pues de nosotros trata el sueño. Nosotros somos el director de la película, los que recogemos todos los ingredientes y los que interpretamos todos los papeles. El que diga que no entiende nada de arte, no se conoce a si mismo.

—Comprendo.

—Además Freud había entregado una impresionante prueba de lo fantástica que es la consciencia humana. El trabajo que llevó a cabo con pacientes le mostró que en algún sitio muy dentro de la consciencia conservamos todo lo que hemos visto y vivido, y que todas esas impresiones pueden volver a sacarse a la luz. Cuando nos quedamos «en blanco» y luego lo tenemos «en la punta de la lengua» y más tarde «de pronto nos acordamos», estamos hablando precisamente de algo que ha estado en el subconsciente y que de repente se mete por la puerta entreabierta hacia la consciencia.

—Pero algunas veces va muy lentamente.

—Eso es algo que conocen todos los artistas. Y luego es como si de pronto todas las puertas y todos los cajones del archivo se abriesen de par en par. Llegan a chorros, y podemos recoger exactamente las palabras y las imágenes que necesitamos. Eso ocurre cuando hemos «levantado un poco la tapadera» del subconsciente. Eso es lo que podemos llamar inspiración, Sofía. Es como si lo que se dibuja o lo que se escribe no viniera de nosotros mismos.

—Tiene que ser una sensación maravillosa.

—Seguro que tú misma la has vivido. Por ejemplo, en niños agotados es fácil estudiar esos estados «inspirados». Como sabes, los niños están a veces tan cansados y con tanto sueño que parecen exageradamente despiertos. De pronto empiezan a contar cosas, es como si recogiesen palabras que aún no han aprendido. Pero claro que las han aprendido; las palabras y los pensamientos han estado latentes en su consciencia, pero ahora, por fin, cuando el cuidado y la censura se aflojan, emergen. También para el artista puede ser importante que la razón y la reflexión no puedan controlar una actividad más o menos inconsciente. ¿Quieres que te cuente un pequeño cuento que ilustra esto?

—¡Ah, sí!

—Es un cuento muy serio y muy triste.

—Puedes empezar cuando quieras.

—Érase una vez un ciempiés que bailaba estupendamente con sus cien pies. Cuando bailaba, todos los animales del bosque se reunían para verlo. Y todos quedaban muy impresionados con el exquisito baile. Pero había un animal al que no le gustaba ver bailar al ciempiés. Era un sapo...

—Sería un envidioso...

—¿Qué puedo hacer para que el ciempiés deje de bailar?, pensó el sapo. No podía decir simplemente que no le gustaba el baile. Tampoco podía decir que él mismo bailaba mejor; decir algo así no tendría ni pies ni cabeza. Entonces concibió un plan diabólico.

—¡ Cuéntame!

—Se sentó a escribir una carta al ciempiés. «Ah, inigualable ciempiés», escribió. «Soy un devoto admirador de tu maravillosa forma de bailar. Me encantaría aprender tu método. ¿Levantas primero el pie izquierdo n.º 78 y luego el pie derecho n.º 47? ¿O empiezas el baile levantando el pie izquierdo n.º 23 antes de levantar el pie derecho n.º 18? Espero tu contestación con mucha ilusión. Atentamente, el Sapo. »

—¡Caray!

—Cuando el ciempiés recibió la carta se puso inmediatamente a pensar en qué era lo que realmente hacía cuando bailaba. ¿Cuál era el primer pie que movía? ¿Y cuál era el siguiente? ¿Qué crees que pasó?

—Creo que el ciempiés no volvió a bailar jamás.

Sí, así acabó el cuento. Eso pasa cuando la imaginación es ahogada por la reflexión de la razón.

—Estoy de acuerdo en que es una triste historia.

—Para los artistas es muy importante dar rienda suelta a la imaginación. Los surrealistas intentaron colocarse a sí mismos en un estado en el que las cosas simplemente venían por su cuenta. En una hoja en blanco comenzaban a escribir sin pensar en qué escribían. Lo llamaban escritura automática, una expresión tomada prestada del espiritismo, en el que un «médium» pensaba que era el espíritu de un muerto el que dirigía la pluma. Pero de esas cosas hablaremos más mañana.

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