El Mundo de Sofía (63 page)

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Authors: Jostein Gaarder

Tags: #narrativa

—¿No puedes poner un ejemplo?

—Dos personas pueden estar presentes en el mismo lugar y sin embargo captarlo todo de forma completamente diferente. Es porque cuando percibimos el entorno, contribuimos con nuestra propia opinión, o nuestros propios intereses. Por ejemplo, puede ser que una mujer embarazada tenga la sensación de ver a mujeres embarazadas por todas partes. No significa que no hayan estado allí antes, sino que, simplemente, su embarazo le ha proporcionado una nueva realidad. Alguien que esté enfermo, por ejemplo, tal vez vea ambulancias por todas partes...

—Entiendo.

—Nuestra propia existencia contribuye a decidir cómo percibimos las cosas en el espacio. Si algo es inesencial para mi, no lo veo. Y ahora puedo explicarte por qué he llegado tarde aquí, al café.

Dijiste que fue a propósito.

—Dime qué fue lo primero que viste al entrar en el caté.

—Lo primero que vi fue que tú no estabas.

—¿No es un poco curioso que lo primero que vieras en este local fuese algo que no estaba aquí?

—Puede ser, pero era contigo con quien tenía una cita.

—Sartre utiliza precisamente una visita a un café como éste para demostrar cómo «liquidamos» lo que no tiene importancia para nosotros.

—¿Llegaste tarde únicamente para demostrar eso?

—Sí, para que entendieras este punto tan importante de la filosofía de Sartre. Puedes considerarlo como un deber de alumno.

—¡Pues vaya!

—Si estás enamorada y estás esperando que tu amado te llame por teléfono, entonces «oyes» tal vez toda la noche que no llama. Captas precisamente el hecho de que no llama. Si vas a esperarlo al tren, y sale un montón de gente al andén sin que tú veas a tu amado, entonces no ves a todos esos otros. No hacen más que estorbar, no significan nada para ti. Incluso puede ser que te resulten directamente repugnantes, pues ocupan mucho espacio. Lo único que captas es que él no está allí.

—Comprendo.

—Simone de Beauvoir intentó emplear el existencialismo también en los papeles sexuales. Sartre había señalado que los seres humanos no tienen ninguna «naturaleza» eterna en la que refugiarse. Somos nosotros mismos quienes creamos lo que somos.

—¿Si?

—Lo mismo ocurre con la manera en la que concebimos los sexos. Simone de Beauvoir señaló que no existe una eterna «naturaleza de mujer» o «naturaleza de hombre», pero la opinión tradicional siempre ha utilizado esas categorías. Por ejemplo, se ha dicho muy a menudo que el hombre tiene una naturaleza «trascendente e ilimitada», y que por lo tanto busca un sentido y un destino fuera del hogar. De la mujer se ha dicho que su orientación en la vida es contraria a la del hombre. Es «inmanente», es decir, quiere estar donde está. De esa manera protegerá a la familia, la naturaleza y las cosas cercanas. Hoy en día solemos decir que la mujer se interesa más que el hombre por los detalles.

—¿De verdad ella pensaba así?

—No me escuchas. Simone de Beauvoir pensaba precisamente que no existía ninguna «naturaleza femenina» o naturaleza masculina». Al contrario. Pensaba que mujeres y hombres deben librarse de estos arraigados prejuicios e ideales.

—Estoy de acuerdo.

—Su libro más importante salió en 1949 y se titulaba

El segundo sexo.

—¿Qué quería decir con ese título?

—Se refería a la mujer. En nuestra cultura se la ha convertido en «el segundo sexo». Sólo el hombre aparece como sujeto, y la mujer se convierte en un objeto del hombre. De esta manera, se le quita la responsabilidad de su propia vida.

—Ella tiene que reconquistar esta responsabilidad. Tiene que recuperarse a sí misma y no sólo atar su identidad al hombre. Porque no es sólo el hombre el que reprime a la mujer. Al no responsabilizarse de su propia vida, la mujer se reprime a sí misma.

—Somos exactamente tan libres y tan independientes como decidimos ser.

—Así lo puedes expresar, si quieres. El existencialismo tendría una gran influencia sobre la literatura, desde los años cuarenta hasta hoy. Éste es también en gran medida el caso del teatro. Sartre escribió novelas y obras de teatro. Otros nombres importantes son el francés Camus, el irlandés Beckett, el rumano Ionesco y el polaco Gombrowicz. Característico de éstos, y de muchos otros escritores modernos, es lo que solemos llamar el absurdo. La palabra se emplea especialmente en «teatro del absurdo».

—Bien.

—¿Sabes lo que quiere decir «absurdo»?

—Se usa para algo que no tiene sentido o que es irracional, ¿no?

—Exactamente. El «teatro del absurdo» surgió como una reacción al «teatro realista» y su intención era mostrar en el escenario la falta de sentido de la vida, y de esa manera hacer reaccionar al público. El objetivo no era, por lo tanto, cultivar esta falta de sentido. Todo lo contrario: mostrando y revelando lo absurdo, por ejemplo en sucesos totalmente cotidianos, el público se vería obligado a buscar una existencia más auténtica y más verdadera.

—Sigue.

—El teatro del absurdo expone a veces situaciones completamente triviales, y puede por ello considerarse una especie de «hiperrealismo». Se muestra al ser humano exactamente como es. Pero si representas en un escenario justamente lo que sucede en un cuarto de baño una mañana cualquiera en un hogar cualquiera, entonces el público empieza a reírse. Esta risa puede interpretarse como una defensa al verse expuesto en el escenario.

—Comprendo.

—El teatro del absurdo también puede tener rasgos surrealistas. A veces los personajes del escenario se enredan en las situaciones más improbables e irracionales, como en los sueños. Cuando los personajes aceptan esto sin ningún asombro, es el público el que tiene que reaccionar con asombro justamente ante esta falta de asombro. Es el mismo caso de las películas mudas de Charles Chaplin. Lo cómico de esas películas es muchas veces la falta de asombro de Chaplin ante las situaciones tan absurdas en las que se enreda. De esa manera, el público se verá obligado a meterse en sí mismo y buscar algo más auténtico y más verdadero.

—A veces resulta increíble lo que la gente acepta sin reaccionar.

—A veces puede estar muy bien pensar que «esto es algo de lo que tengo que huir», aunque uno aún no sepa a dónde ir.

—Si la casa está ardiendo hay que huir de ella, aunque no se tenga otra casa donde meterse.

—¿Verdad que sí? ¿Quieres otra taza de té? ¿O una coca-cola?

—Vale. Sigo pensando que no deberías haber llegado tarde.

—Bueno, es un reproche a pesar del cual lograré sobrevivir.

Alberto volvió con una taza de café y una coca-cola. Mientras tanto Sofía había llegado a la conclusión de que le empezaba a gustar la vida en el café. Y tampoco estaba ya tan convencida de que todas las conversaciones en las demás mesas fueran tan insignificantes.

Alberto dejó la botella de coca-cola sobre la mesa dando un gran golpe. Varias personas levantaron la vista para ver qué había sido eso.

—Y con ello hemos llegado al final del camino —dijo.

—¿Quieres decir que la historia de la filosofía acaba con Sartre y el existencialismo?

—No, decir eso sería una exageración. La filosofía existencialista tuvo una importancia fundamental para mucha gente en todo el mundo. Como ya hemos visto, tiene raíces muy atrás en la Historia, pasando por Kierkegaard y hasta Sócrates. Ahora bien, el siglo XX también ha visto un florecimiento y una renovación de otras corrientes filosóficas que hemos estudiado antes.

—¿Tienes algún ejemplo?

—Una corriente de ese tipo es el neotomismo, es decir ideas que pertenecen a la tradición de Santo Tomás de Aquino. Otra corriente es la llamada filosofía analítica, o empirismo lógico, que tiene sus raíces en Hume, pero que también está relacionada con la lógica de Aristóteles. Por lo demás, se puede decir que el siglo XX se ha caracterizado por lo que llamamos neomarxismo en una rica ramificación de diferentes corrientes. Ya mencionamos el neodarvinismo. Y hemos señalado la importancia del psicoanálisis.

—Entiendo.

—Una última corriente que debe mencionarse es el materialismo, que también tiene muchas raíces históricas. Gran parte de la ciencia moderna tiene sus orígenes en los esfuerzos presocráticos. Por ejemplo, se sigue buscando la «partícula elemental» indivisible de la que todo está compuesto. Nadie ha podido dar aún una respuesta unificada a lo que es la «materia». Las ciencias naturales modernas, por ejemplo la física nuclear o la bioquímica, son tan fascinantes que para muchas personas constituyen una parte importante de su concepto de la vida.

—¿Viejo y nuevo, todo en uno?

—Si, algo así. Porque las mismas preguntas con las que empezamos este curso, siguen sin contestarse. En este contexto Sartre decía algo muy importante cuando señalaba que las cuestiones existenciales no pueden contestarse de una vez por todas. Una cuestión filosófica es, por definición, algo a lo que cada generación, o mejor dicho, cada ser humano, tiene que enfrentarse una y otra vez.

—Resulta un poco desolador pensar en ello.

—No sé si estoy de acuerdo en eso. ¿No es precisamente cuando nos preguntamos esas cosas cuando nos sentimos vivos? Y además se puede decir que cuando los hombres se han esforzado por encontrar respuestas a las preguntas últimas, han encontrado respuestas claras y definitivas a otras cuestiones. Las ciencias, la investigación y la tecnología surgieron de la reflexión filosófica de las personas. ¿No fue, al fin y al cabo, la extrañeza de la existencia la que llevó al hombre a la Luna?

—Si, es verdad.

—Cuando Armstrong puso el pie en la Luna dijo: «Un paso pequeño para un ser humano, pero un gran paso para la humanidad». De esta manera, al resumir cómo se sentía al poner el pie en la Luna, incluía a todas las personas que habían existido antes que él. Pues no era él el único que tenía mérito.

—Claro que no.

—Nuestra época ha tenido que enfrentarse a problemas totalmente nuevos, sobre todo los enormes problemas de medio ambiente. Una importante corriente filosófica del siglo XX es en consecuencia la ecofilosofía. Muchos ecofilósofos occidentales han señalado que toda la civilización de Occidente va por muy mal camino, por no decir que está a punto de llegar al tope de lo que puede tolerar el Planeta. Han intentado llegar hasta el fondo, no quedándose sólo en los resultados concretos de contaminación y destrucción medioambiental. Dicen que hay algo profundamente erróneo en toda la manera de pensar occidental.

—Yo creo que tienen razón.

—Los ecofilósofos han puesto en cuestión la propia idea de la evolución, que se basa en que el hombre es el que está «más arriba», es decir que somos nosotros los dueños de la naturaleza. Este modo de pensar podrá resultar fatal para la vida en este Planeta.

—Me indigna pensar en ello.

—Para su crítica de esta manera de pensar, muchos ecofilósofos han recurrido a ideas y pensamientos de otras culturas, por ejemplo la India. También han estudiado ideas y costumbres de los llamados «pueblos naturales», o de poblaciones «autóctonas», como por ejemplo los indios, con el fin de reencontrar algo que nosotros ya hemos perdido.

—Entiendo.

—También dentro de los círculos científicos han surgido personas, durante los últimos años, que han señalado que toda nuestra manera científica de pensar se encuentra ante un «cambio de paradigmas», es decir, ante un cambio fundamental en la propia manera científica de pensar. Esto ya ha dado fruto en algunos campos. Hemos visto muchos ejemplos de los llamados «movimientos alternativos», que abogan por una filosofía global y por un nuevo estilo de vida.

—Eso está bien.

—Pero al mismo tiempo siempre ocurre que allí donde está el hombre hay que separar la paja del grano. Algunos han señalado que estamos entrando en una época totalmente nueva, «New Age». Pero tampoco todo lo nuevo es bueno, y no hay que rechazar todo lo viejo. Ésa es una de las razones por la cual te he ofrecido este curso de filosofía. Ahora tendrás una base histórica para cuando tú misma tengas que orientarte en la existencia.

—Te agradezco tu atención.

—Seguramente te darás cuenta de que mucho de lo que se incluye en el término «New Age», es engaño y charlatanería. También lo que llamamos «neorreligiosidad», «neoocultismo» o «superstición moderna» ha tenido una fuerte presencia en las últimas décadas, conviniéndose en una verdadera industria. Como consecuencia de la pérdida de adeptos del cristianismo han proliferado, como hongos, nuevas ofertas en el mercado sobre conceptos de la vida.

—¿Puedes ponerme algunos ejemplos?

—La lista es tan larga que no me atrevo a empezarla.

Además no es fácil describir tu propio tiempo. Pero ahora te propongo que demos una vuelta por el centro. Quiero enseñarte algo.

Sofía se encogió de hombros.

—No puedo quedarme mucho tiempo. ¿No habrás olvidado la fiesta de mañana?

—De ninguna manera. Ocurrirán cosas maravillosas.

Pero primero tenemos que acabar el curso de filosofía de Hilde, porque el mayor no ha pensado más allá, ¿sabes?

Con eso también pierde algo de su ventaja.

Volvió a levantar la botella de coca-cola, que ahora estaba vacía, para dejarla caer de nuevo sobre la mesa con un gran golpe.

Salieron a la calle. La gente iba y venia deprisa como hormigas afanosas en un hormiguero. Sofía se preguntaba qué era lo que Alberto quería enseñarle.

Alberto se detuvo delante del escaparate de una tienda de aparatos eléctricos, donde vendían de todo, desde televisores, videos y antenas parabólicas hasta teléfonos móviles, ordenadores y faxes.

Alberto señaló el gran escaparate y dijo:

—He aquí el siglo XX, Sofía. Podemos decir que el mundo estalló a partir del Renacimiento. Con los grandes descubrimientos, los europeos empezaron a viajar por todo el mundo. Hoy ocurre lo contrario. Podemos llamarlo «un estallido al revés».

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que el mundo entero se absorbe en una sola red de comunicaciones. No hace mucho tiempo los filósofos tenían que viajar con carro y caballo para orientarse en la vida, o para encontrarse con otros pensadores. Hoy en día podemos estar en cualquier lugar del planeta y recoger toda la experiencia humana a través de la pantalla de un ordenadores.

—Es fantástico, pero casi da un poco de miedo.

—La cuestión es si la Historia se está aproximando a su fin o si, por el contrario, nos encontramos en el umbral de una nueva era. Ya no somos solamente ciudadanos de una ciudad, o de un determinado Estado. Vivimos en una civilización planetaria.

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