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Authors: Jostein Gaarder

Tags: #narrativa

El Mundo de Sofía (66 page)

—La palabra es libre, desde luego —dijo Alberto, que seguía imperturbable—. Pero la verdad es que lo que es un disparate es esta fiesta, y la única pequeña dosis de razón en todo esto es mi discurso.

Entonces el asesor fiscal se levantó y dijo:

—Uno intenta llevar adelante sus negocios de la mejor manera posible. Y además procura tener cuidado en todos los sentidos. Y encima tiene que tolerar que venga un sinvergüenza vago que, con ciertas aseveraciones «filosóficas», intenta derribar todo lo que has conseguido.

Alberto asintió con la cabeza.

—Contra este tipo de comprensión filosófica no sirve ningún seguro. Estamos ante algo peor que las catástrofes naturales, señor asesor fiscal. Como usted sabe, el seguro tampoco cubre ese tipo de catástrofes.

—Esto no es ninguna catástrofe de la naturaleza.

—No, es una catástrofe existencial. Eche usted un vistazo a los groselleros y comprenderá lo que quiero decir. Uno no puede asegurarse contra el derrumbamiento de su existencia. Tampoco puede asegurarse contra el apagón del sol.

—¿Tenemos que tolerar esto? —dijo el padre de Jorunn mirando a su mujer.

Ella dijo que no con la cabeza y lo mismo hizo la madre de Sofía.

—Qué pena —dijo—. Y aquí era donde no se había escatimado en nada.

Sin embargo, los jóvenes tenían las miradas clavadas en Alberto. Pues suele ocurrir que la juventud está más abierta a nuevos pensamientos e ideas que la gente que ya ha vivido bastantes años.

—Nos gustaría seguir oyéndote —dijo un chico de pelo rubio rizado y gafas.

Gracias, pero en realidad no queda mucho por decir. Cuando se ha llegado a la certeza de que se es una imagen soñada en la conciencia adormecida de otra persona, entonces, en mi opinión, es más sensato callarse. Pero puedo concluir recomendando a los jóvenes un pequeño curso sobre la historia de la filosofía. Así desarrollaréis una postura crítica ante el mundo en el que vivís. Es muy importante adoptar una postura crítica ante los valores de la generación de los padres. Si en algo me he esforzado, es en enseñarle a Sofía a pensar críticamente. Hegel lo llamó «pensar negativamente»

El asesor fiscal aún no se había vuelto a sentar. Se había quedado de pie dando pequeños golpes en la mesa con las yemas de los dedos.

—Este agitador intenta destruir todas esas posturas sanas ante la escuela y la Iglesia que intentamos inculcar en las nuevas generaciones, pues ellos son los que tienen la vida por delante, y los que algún día heredarán nuestras propiedades. Si este agitador no abandona inmediatamente la fiesta, llamaré a mi abogado. Él sabrá lo que hay que hacer.

—Poco importa lo que quiera hacer, pues usted no es más que una imagen de sombras. Por otra parte, Sofía y yo abandonaremos la fiesta dentro de un instante. Pues el curso de filosofía no ha sido simplemente un proyecto filosófico. También ha tenido su lado práctico. Cuando llegue el momento, desapareceremos por arte de magia. De esa manera también queremos salirnos a escondidas de la conciencia del mayor.

Helene Amundsen agarró a su hija por el brazo.

—¡No irás a dejarme, Sofía!

Sofía abrazó a su madre. Miró a Alberto y dijo:

—Mamá se pondrá muy triste...

—No, eso es una tontería. No debes olvidar lo que has aprendido. Es precisamente de esa tontería de la que debemos librarnos. Tu madre es una mujer tan agradable y simpática como la cesta de Caperucita Roja, que estaba llena de comida para su abuelita. Pero su tristeza no es mayor que la necesidad que tiene ese avión que acaba de pasar de coger combustible.

—Creo que entiendo lo que quieres decir admitió Sofía. Se volvió hacia su madre. Por eso tengo que dejarte, mamá. Algún día tendría que hacerlo.

—Te echaré de menos dijo la madre—. Pero si hay un cielo por encima de éste, más vale que vueles. Me ocuparé de Govinda. ¿Debo ponerle una o dos hojas de lechuga al día?

Alberto le puso una mano en el hombro.

—Ni tú ni nadie más nos echaréis de menos, y la razón es simplemente que no existís. Y entonces tampoco tenéis ningún mecanismo con el que echarnos de menos.

—¡Ésta es la ofensa más grave que pueda imaginarse!

—exclamó la señora Ingebrigtsen.

El asesor fiscal le dio la razón.

—De cualquier forma, le cogeremos por injurias. A lo mejor es comunista. Quiere quitarnos todo aquello que apreciamos. Es un canalla. Un malvado grosero...

Tras esto, Alberto y el asesor fiscal se sentaron. Este último estaba rojo de ira. Jorunn y Jorgen vinieron a sentarse a la mesa. Sus ropas estaban sucias y arrugadas. El pelo rubio de Jorunn estaba lleno de barro y tierra.

—Mamá, estoy embarazada —dijo.

—Bueno, pero espera a que lleguemos a casa.

En seguida recibió el apoyo de su marido.

—Tendrá que aguantarse. Y si el bautismo es esta noche, tendrá que arreglárselas ella sola.

Alberto lanzó una seria mirada a Sofía.

—Ha llegado la hora.

—¿Por qué no nos haces un poco de café antes de irte? —dijo la madre.

—Sí, mamá, lo haré.

Sofía se llevó el termo a la cocina y se puso a hacer más café. Mientras esperaba a que se hiciera el café, dio de comer a los pájaros y a los peces. También entró en el baño para dar una hoja de lechuga a Govinda. Al gato no lo vio, pero abrió una lata grande de comida para gatos y la echó en un plato hondo que puso delante de la puerta. Notó que tenía los ojos humedecidos.

Cuando volvió al jardín, se dio cuenta de que la fiesta parecía ya más una fiesta infantil que la de alguien que acabara de cumplir quince años. Había botellas volcadas, habían untado por toda la mesa un trozo de tarta de chocolate, la fuente de los bollos estaba tirada en el suelo. En el momento de salir Sofía, un chico estaba poniendo un petardo en la tarta de nata. Estalló y toda la nata se esparció entre la mesa y los invitados. El más perjudicado fue el traje pantalón de la señora Ingebrigtsen.

Lo curioso fue que tanto ella, como todos los demás, lo tomaron con la mayor naturalidad del mundo. Jorunn cogió un gran trozo de tarta de chocolate y le untó la cara a Jorgen. Después, empezó a lamerle.

La madre de Sofía y Alberto se habían sentado en el balancín, un poco alejados de los demás. Llamaron a Sofía.

—Por fin habéis podido hablar a solas —dijo Sofía.

—Y tú tenías toda la razón —dijo la madre, entusiasmada—. Alberto es una persona muy generosa. Te dejo en sus fuertes brazos.

Sofía se sentó entre ellos.

Dos de los chicos habían logrado llegar al tejado. Una chica se dedicaba a pinchar todos los globos con una horquilla. También llegó en moto un huésped no invitado. Traía vino y aguardiente. Fue recibido por algunos que se prestaron gustosamente a ayudarle a descargar.

El asesor fiscal se levantó de la mesa. Dio unas palmadas y dijo:

—¿Vamos a jugar, niños?

Se aseguró una de las botellas de cerveza, la vació y la colocó en medio de la hierba. Luego volvió a la mesa y cogió las últimas cinco anillas del pastel. Mostró a los invitados cómo había que tirar las anillas por encima de la botella.

—¡Qué pueril! —dijo Alberto. Tenemos que escaparnos antes de que el mayor ponga el punto final y Hilde cierre la carpeta.

—Entonces vas a tener que recoger todo tú sola, mamá.

—No importa, hijita. Esto no es vida para ti. Si Alberto te puede proporcionar una existencia mejor, nadie se alegrará más que yo. ¿Dijiste que tenía un caballo blanco?

Sofía miró al jardín. Estaba irreconocible. Botellas y huesos de pollo, bollos y globos estaban pisoteados en la hierba.

—Esto fue mi pequeño paraíso —dijo.

—Y ahora serás expulsada del paraíso —contestó Alberto.

Uno de los chicos se había sentado dentro del Mercedes blanco. Arrancó y se precipitó por la puerta cerrada del jardín, entró en el camino de gravilla y bajó al jardín.

Sofía notó que alguien la agarraba fuertemente por el brazo. Algo la llevó hacia el Callejón. Oyó la voz de Alberto que decía:

—¡Ahora!

Al mismo tiempo, el Mercedes blanco destrozó un manzano. Las manzanas verdes rodaron por el capó.

—¡Esto es demasiado! —gritó el asesor fiscal. Exijo una sustanciosa indemnización.

Recibió el apoyo incondicional de su encantadora mujer.

—La culpa la tiene ese grosero. ¿Dónde está?

—Es como si se los hubiera tragado la tierra dijo Helene Amundsen, y lo dijo no sin cierto orgullo.

Se enderezó, se acercó a la mesa manchada y comenzó a recoger algo de la fiesta filosófica del jardín.

—¿Quiere alguien más café?

Contrapunto

... dos o más melodías que suenan al mismo tiempo...

Hilde se incorporó en la cama. Se acabó la historia de Sofía y Alberto. ¿Pero qué había sucedido en realidad?

¿Por qué había escrito su padre ese último capítulo?, Había sido sólo para mostrar su poder sobre el mundo de Sofía?

Absorta en una profunda meditación se metió en el baño para vestirse. Después de un rápido desayuno bajó al jardín y se sentó en el balancín.

Estaba de acuerdo con Alberto en que lo único sensato de la fiesta del jardín había sido su discurso. ¿No pensaría su padre que el mundo de Hilde era tan caótico como la fiesta de Sofía? ¿O que también el mundo de ella se disolvería?

Y luego estaban Sofía y Alberto. ¿Qué había pasado con el plan secreto?

¿Le tocaba ahora a Hilde inventar el resto? ¿O habían logrado salirse de la historia de verdad?

Pero en ese caso, ¿dónde estaban?

De repente se dio cuenta de algo: si Alberto y Sofía habían logrado salirse de la historia, no pondría nada de eso en las hojas de la carpeta de anillas, porque todo lo que estaba escrito en ella era de sobra sabido por su padre.

¿Podía haber algo entre líneas? Algo así se había insinuado, Hilde comprendió que tendría que volver a leer toda la historia una y otra vez.

En el instante en que el Mercedes se metía por el jardín, Alberto se llevó a Sofía hasta el Callejón. Luego se fueron corriendo por el bosque hacia la Cabaña del Mayor.

—¡Rápido! —gritó Alberto—. Tiene que ser antes de que comiencen a buscarnos.

—¿Estamos ahora fuera de la atención del mayor?

—Estamos en la región fronteriza.

Cruzaron el lago a remo y se metieron a toda prisa en la Cabaña del Mayor. Una vez en el interior, Alberto abrió una trampilla que daba al sótano. Empujó a Sofía dentro. Todo se volvió negro.

Durante los días siguientes, Hilde continuó trabajando en su propio plan. Envió varias cartas a Anne Kvamsdal en Copenhague, y la llamó un par de veces por teléfono. En Lillesand iba pidiendo ayuda a amigos y conocidos; casi la mitad de su clase del instituto fue reclutada para la tarea.

Entretanto releía El mundo de Sofía. Era una historia que había que leer más de una vez. Constantemente se le ocurrían nuevas ideas sobre lo que pudo haberles pasado a Sofía y a Alberto, después de que desaparecieran de la fiesta.

El sábado 23 de junio se despertó de pronto sobre las nueve. Sabía que su padre ya había dejado el campamento en el Líbano. Ahora sólo quedaba esperar. Había calculado hasta el último detalle del final del último día de su padre en el Líbano.

En el curso de la mañana comenzó con su madre los preparativos para la noche de San Juan. Hilde no podía dejar de pensar en cómo Sofía y su madre también habían estado preparando su fiesta de San Juan.

¿Pero era algo que ya había hecho?¿No lo estarían preparando ahora?

Sofía y Alberto se sentaron en el césped delante de dos edificios grandes, con unas ventanas muy feas y conductos de aire en la fachada. Una pareja salía de uno de los edificios; él llevaba una cartera marrón y ella, un bolso en bandolera rojo. Por un pequeño camino al fondo pasó un coche rojo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Sofía.

—Lo conseguimos.

—¿Pero dónde estamos?

—Se llama Cabaña del Mayor

—¿Pero... Cabaña del Mayor... ?

—Es en Oslo.

—¿Estás seguro?

—Completamente. Uno de estos edificios se llama Chateau Neuf que significa «nuevo castillo». Allí se estudia música. El otro edificio es la Facultad de Teología. Más arriba, en la colina, se estudia ciencias, y todavía más arriba se estudian literatura y filosofía.

—¿Hemos salido del libro de Hilde y del control del mayor?

—Sí, las dos cosas. Aquí no nos encontrará jamás.

—¿Pero dónde estábamos cuando corríamos por el bosque?

—Mientras el mayor estaba ocupado en hacer estrellar el coche del asesor fiscal contra un manzano, nosotros aprovechamos la oportunidad para escondernos en el Callejón. Entonces nos encontrábamos en la fase fetal, Sofía. Pertenecíamos al viejo y al nuevo mundo a la vez. Pero al mayor no se le ocurrió pensar que podíamos escondernos allí.

—¿Por qué no?

—Entonces no nos habría soltado con tanta facilidad. Todo fue tan sencillo como en un sueño. Claro, que puede ser que él estuviera metido en el plan.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Fue él quien arrancó el Mercedes blanco. Quizás se esforzó al máximo para perdernos de vista. Estaría completamente indignado por todo lo que habla pasado...

La joven pareja ya sólo estaba a un par de metros de ellos. A Sofía le daba un poco de vergüenza estar sentada en la hierba con un hombre mucho mayor que ella. Además tenía ganas de que alguien le confirmara lo que habla dicho Alberto.

Se levantó y se acercó corriendo a ellos.

—Por favor, ¿podéis decirme cómo se llama este sitio? Pero ni contestaron ni le hicieron caso.

A Sofía esto le irritó tanto que insistió:

—No pasa nada por contestar a una pregunta, ¿no?

Aparentemente, el joven estaba explicando algo a la mujer.

—La forma de la composición de contrapunto funciona en dos dimensiones: horizontal o melódicamente, y vertical o armoniosamente. Se trata de dos o más melodías que suenan al mismo tiempo...

—Perdonad que os interrumpa, pero...

—Se simultanean melodías, cada una con valor propio, si bien todas ellas quedan subordinadas a un plan armónico biensonante. Es eso lo que llamamos contrapunto. En realidad significa «nota contra nota».

¡Qué poca vergüenza! Pues no eran ni sordos ni ciegos. Sofía intentó captar su atención por tercera vez, poniéndose en el camino para cerrarles el paso.

Simplemente la empujaron hacia un lado.

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