El Mundo de Sofía (31 page)

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Authors: Jostein Gaarder

Tags: #narrativa

—Si él quiere... Al menos es mucho más interesante hablar con él que con los chicos de mi clase. Pero...

—Pensarán que Alberto es tu nuevo novio.

—Entonces les puedes decir que no lo es.

—Ya veremos.

—Sí, ya veremos. Y otra cosa, Sofía: es verdad que papá y yo a veces hemos tenido problemas pero nunca ha habido ningún otro hombre.

—Ahora quiero dormir. Me duele muchísimo la tripa.

—¿Quieres una pastilla?

—Vale.

Cuando volvió la madre con la pastilla y el vaso de agua, Sofía ya se había dormido.

El 31 de mayo cayó en jueves. Sofía pasó aburrida las últimas clases del curso. Había mejorado en algunas materias después de iniciar el curso de filosofía. Solía oscilar entre el sobresaliente y el notable en la mayor parte de las asignaturas, pero ese último mes había tenido un sobresaliente tanto en el control de sociales como en una redacción hecha en casa. Las matemáticas se le daban peor

En la última clase les devolvieron una redacción escrita en el colegio. Sofía había elegido un tema que trataba de «El hombre y la tecnología». Había escrito un montón sobre el Renacimiento y la ciencia, sobre el nuevo concepto de la naturaleza, sobre Francis Bacon, que había dicho que «saber es poder», y sobre el nuevo método científico. Se había esforzado en precisar que el método empírico había precedido a los inventos tecnológicos. Luego había escrito sobre diversos factores negativos de la tecnología. Pero todo lo que hacen los hombres se puede utilizar para bien o para mal, había escrito al final. Lo bueno y lo malo es como un hilo blanco y un hilo negro que constantemente se entretejen, y a veces los dos hilos se entrelazan tanto que resulta imposible distinguirlos.

Cuando el profesor repartió los cuadernos miró a Sofía guiñándole un ojo.

Le había puesto un sobresaliente y el siguiente comentario: «¡De dónde has sacado todo esto?».

Sofía sacó un rotulador y escribió con letras mayúsculas en el cuaderno: «Estoy estudiando filosofía».

Al cerrar el cuaderno algo cayó de entre las páginas. Era una postal del Líbano.

Sofía se inclinó sobre el pupitre y leyó la postal.

Querida Hilde. Cuando leas esto ya habremos hablado por teléfono sobre ese trágico accidente mortal ocurrido aquí. A veces me pregunto si las guerras y la violencia podrían haberse evitado si los hombres hubieran pensado un poco más. Quizás el mejor recurso contra las guerras y violencia fuera un pequeño curso de filosofía. ¿Qué te parecería un manual de Filosofía de las Naciones Unidas, del que se pudiera regalar un ejemplar a todos los nuevos ciudadanos del mundo en su lengua materna? Sugeriré la idea al Secretario General de las Naciones Unidas.

Me contaste por teléfono que ya cuidas mejor de tus cosas. Muy bien. Pues nunca he conocido a nadie con más facilidad que tu para perderlas. Me dijiste que lo único que habías perdido desde que hablamos la última vez era una moneda de diez coronas. Haré lo posible para que la recuperes. Yo estoy lejos de la patria pero tengo algún ayudante que otro que me puede echar una mano. (Si encuentro la moneda de diez coronas la incluiré en tu regalo de cumpleaños.) Abrazos de papá, que ya tiene la sensación de haber empezado el largo camino de regreso a casa.

Sofía acabó de leer la postal justo en el momento en que sonó el timbre anunciando el final de la última clase del día. Por su cabeza volaron un montón de pensamientos.

En el patio se encontró con Jorunn, como de costumbre. En el camino a casa Sofía abrió la mochila y le enseñó a su amiga la postal.

¿Qué día pone en el matasellos? —preguntó Jorunn.

—Seguro que 15 de junio...

—No, espérate... pone 30. 5.

—Eso fue ayer… es decir el día siguiente del accidente en el Líbano.

—Dudo que una postal del Líbano llegue a Noruega en un día —prosiguió Jorunn.

—Al menos teniendo en cuenta las señas que lleva: «Hilde Møller Knag C/o Sofía Amundsen, Instituto de Furulia... »

—¿Crees que ha llegado con el correo, y que el profesor simplemente la ha metido en tu cuaderno de redacciones?

—Ni idea. No sé si atreverme a preguntárselo.

Y no se dijo nada más de la postal.

—Daré una gran fiesta en mi jardín la noche de San Juan

—dijo Sofía.

—¿Con chicos?

Sofía se encogió de hombros.

—No tenemos por qué invitar a los más tontos.

—¿Pero invitarás a Jorgen, no?

—Si quieres. A lo mejor invito a Alberto Knox también.

—Estás chiflada.

—Lo sé.

Y no les dio tiempo a decir nada más, antes de despedirse en el centro comercial.

Lo primero que hizo Sofía al llegar a casa fue ir a buscar a Hermes al jardín. Y efectivamente allí estaba, husmeando por los manzanos.

—¡Hermes!

El perro se quedó totalmente inmóvil un instante. Sofía sabía exactamente lo que ocurrió durante ese instante: el perro oyó que Sofía lo llamaba, reconoció su voz y decidió comprobar si ella estaba allí, en el lugar de donde salía su voz. Y la descubrió y decidió correr hacia ella. Finalmente las cuatro patas echaron a correr como palillos de tambor.

Esto en mucho para un instante.

Vino corriendo hacia ella moviendo enérgicamente el rabo y le saltó encima.

—Hermes, buen perro. Bueno, bueno... no, no, no me lamas. ¡Siéntate! Así, muy bien.

Sofía sacó la llave para entrar en casa. Sherekan apareció entre la maleza. No parecía fiarse mucho del desconocido animal. Sofía puso comida para el gato, echó semillas en el plato de los pájaros, hojas de lechuga a la tortuga y escribió una nota pan su madre.

Puso que iba a acompañar a Hermes y que llamaría si no llegaba antes de las siete.

De nuevo se fue para el centro. Esta vez se acordó de llevarse dinero. Pensó en coger el autobús con Hermes, pero decidió que no debía hacerlo hasta consultárselo a Alberto.

Andando con Hermes delante pensaba en lo que era un animal.

¿Cuál era la diferencia entre un perro y un ser humano? Se acordaba de lo que había dicho Aristóteles respecto a esto. Él había señalado que tanto las personas como los animales son seres vivos con muchos e importantes rasgos comunes. Pero también había una diferencia esencial entre un ser humano y un animal, y esa diferencia era la razón en el ser humano.

¿Cómo podía estar tan seguro de esta diferencia?

Demócrito, por su parte, pensaba que los hombres y los animales son bastante parecidos, ya que tanto los seres humanos como los animales están compuestos por átomos. Pensaba además que ni los animales ni los hombres tenían un alma inmortal. Según él también el alma está compuesta de pequeños átomos que se van volando en todas las direcciones cuando muere un ser humano. Pensaba, pues, que el alma de una persona estaba intrínsecamente unida al cerebro.

¿Pero cómo podía el alma estar compuesta de átomos? El alma no era algo tangible como el resto del cuerpo. Era algo espiritual.

Ya habían pasado la Plaza Mayor y se estaban acercando al casco antiguo. Cuando llegaron a la acera en la que Sofía encontró la moneda de diez coronas miró instintivamente al asfalto. Y allí, exactamente en el mismo lugar donde hacia muchos días se había agachado a recoger esa moneda, había ahora una postal con la imagen hacia arriba. La imagen era de un jardín con palmeras y naranjos.

Sofía se agachó y recogió la postal. Al mismo tiempo Hermes empezó a gruñir. Era como si no le gustara que Sofía tocara la postal.

La postal decía:

Querida Hilde. La vida está compuesta por una cadena de casualidades. No es totalmente improbable que la moneda que perdiste llegara a parar aquí. Quizás la encontrara una señora mayor en la plaza de Lillesand esperando el autobús para Kristiansand. Desde Kristiansand continuó viaje en tren para visitar a sus nietos, y luego puede que, muchas horas más tarde, perdiera la moneda aquí en la Plaza Nueva. También es muy posible que la misma moneda fuera recogida más tarde ese día por una muchacha que tuviera un a gran necesidad de encontrar diez coronas para poder coger el autobús hacia su casa. Nunca se sabe, Hilde, pero si realmente es así había que preguntarse si no existe una especie de providencia divina que está detrás de todo esto.

Abrazos de tu papá, que en el pensamiento está sentado sobre el borde del muelle en Lillesand.

P. D. Ya te dije en la otra postal que te ayudaría a encontrar la moneda.

En la parte de las señas ponía: «Hilde Møller Knag c/o alguien que pase por allí... ». La postal llevaba el matasellos del 15. 6

Sofía subió casi corriendo detrás de Hermes por la escalera. Cuando Alberto abrió la puerta ella dijo:

—Quítate viejo. Aquí llega el cartero.

Pensaba que tenía derecho a estar un poco gruñona en ese momento.

Alberto la dejó entrar, Hermes se tumbó debajo del perchero igual que la última vez.

—¿Ha vuelto a dejar el mayor su tarjeta de visita, hija mía?

Sofía le miró. De repente descubrió que Alberto había cambiado de disfraz. Lo primero en lo que se fijó fue en una peluca larga y rizada que llevaba puesta. Luego vio que llevaba un traje ancho e informe con un montón de encajes. Alrededor del cuello llevaba un curioso pañuelo, encima del traje una capa roja. Llevaba medias blancas, zapatos finos de charol con un lacito. En conjunto el disfraz le recordaba a los cuadros que había visto de la corte de Luis XIV

—¡Qué cursi! —dijo, y le dio la postal.

—Hmm... ¿es verdad que encontraste una moneda justo en el sitio donde estaba la postal?

—Sí.

—Se está volviendo cada vez más fresco. Pero quizás sea mejor así.

—¿Por qué?

—Porque entonces será más fácil descubrirle. Pero este último arreglo ha sido bastante asqueroso. Huele a perfume barato.

—¿A perfume?

—Que aparentemente es algo elegante pero que es todo engaño. Fíjate en cómo se atreve a comparar su propia vigilancia sucia con la providencia divina.

Lo señaló en la postal. Luego la rompió en pedacitos igual que la última vez. Para no ponerle de peor humor aún, Sofía no le contó nada sobre la postal que se había encontrado en su cuaderno en el colegio.

—Vayamos a sentarnos en el salón, querida alumna. ¿Qué hora es?

—Las cuatro.

—Hoy hablaremos del siglo XVII.

Entraron en el salón de techo abuhardillado, con la ventana en el mismo. Sofía se fijó en que Alberto había cambiado algunos objetos por otros. Había algunos que no estaban la última vez.

En la mesa había una cajita con una pequeña colección de diferentes lentes. Junto a la cajita había un libro abierto. Era muy antiguo.

—¿Qué es eso? —preguntó Sofía.

—Es la primen edición del famoso libro de Descartes Discurso del Método, del año 1637. Es uno de mis tesoros más preciados.

—¿Y la cajita... ?

—... es una excelente colección de lentes, o cristales ópticos. Fueron pulidos por el filósofo holandés Spinoza hacia mediados del siglo XVII. Me ha costado una fortuna, pero es uno de mis más valiosos tesoros.

—Seguramente comprendería el valor del libro y de la cajita si supiera quiénes fueron esos Spinoza y Descanes.

—Desde luego. Intentemos primero entrar un poco en la época en la que vivieron. Sentémonos.

Se sentaron igual que la última vez; Sofía en un gran sillón y Alberto Knox en el sofá. Entre ellos se encontraba la mesa con el libro y la cajita. Al sentarse, Alberto se quitó la peluca y la puso sobre el escritorio.

—Vamos a hablar del siglo XVII, o de lo que solemos llamar época barroca

—¿La época barroca? Qué nombre más raro, ¿no?

—La palabra «barroco» viene de otra que en realidad significa perla irregular.. Típicas del arte de la época barroca son las formas llenas de contrastes, a diferencia del arte renacentista, que era más sencillo y más armonioso. El siglo XVII se caracterizaba, en general, por una tensión entre contrastes irreconciliables. Por un lado, continuó el ambiente positivo y vitalista del Renacimiento, y por otro había muchos que buscaban el extremo opuesto, con una vida de negación del mundo y de retiro religioso. Tanto en el arte como en la vida real nos encontramos con una vitalidad pomposa y ostentosa, al mismo tiempo que surgieron movimientos monásticos que daban la espalda al mundo.

—Así que castillos majestuosos y conventos escondidos.

—Pues sí, algo así. Una de las consignas de la época barroca era la expresión latina «carpe diem», que significa «goza de este día». Otra expresión latina que se citaba frecuentemente en la misma época era el lema «memento mori», que significa «recuerda que vas a morir». En cuanto a la pintura, un mismo cuadro podía mostrar una vitalidad bastante grandilocuente, a la vez que abajo, en una esquina, aparecía un esqueleto pintado. En muchos contextos la época barroca estaba caracterizada por la vanidad y la cursilería. Pero muchos también se interesaron por el revés de la medalla, ocupándose de lo «efímero» de todas las cosas. Es decir, que todo lo hermoso que nos rodea va a morir y desintegrarse.

—Pero es verdad. Yo me pongo triste cuando pienso en que nada dura.

—Entonces piensas exactamente igual que mucha gente en el siglo XVII. También políticamente el Barroco fue la época de los grandes contrastes. En primer lugar, Europa estaba traumatizada por las guerras. La peor de todas fue la Guerra de los Treinta Años, que arrasó el continente desde 1618 a 1648. Se trataba en realidad de toda una serie de guerras, especialmente perjudiciales para Alemania. Como consecuencia, en parte, de esta «guerra de los treinta años» Francia empezó a ser la potencia dominante en Europa.

—¿Por qué lucharon?

—En gran medida fue una lucha entre protestantes y católicos. Pero también se trataba de poder político.

—Más o menos como en el Líbano.

—Por lo demás, el siglo XVII estaba caracterizado por grandes diferencias de clase. Seguramente habrás oído hablar de la nobleza francesa y de la corte de Versalles, pero no sé si habrás oído algo sobre la pobreza de la gente. Cualquier «despliegue de esplendor» supone un «despliegue de poder». Se ha dicho que la situación política de la época barroca puede compararse con el arte y la arquitectura de la época. Los edificios del barroco se caracterizaban por un sinfín de recovecos y recodos complicados, de la misma manera que la situación política se caracterizaba por alevosías e intrigas.

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