El Mundo de Sofía (32 page)

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Authors: Jostein Gaarder

Tags: #narrativa

—¿No hubo un rey sueco que fue asesinado en un teatro?

—Estarás pensando en Gustavo III, que es un buen ejemplo de lo que estoy diciendo. Gustavo III no fue asesinado hasta 1792, pero bajo circunstancias bastante «barrocas». Fue asesinado durante un gran baile de máscaras.

—Creía que había sido en un teatro.

—El gran baile de máscaras tuvo lugar en la ópera. La época barroca de Suecia duró hasta el asesinato de Gustavo III.

El reinado de este rey se denomina «despotismo ilustrado», más

o menos como bajo Luis XIV casi cien años antes, Gustavo III era un hombre muy vanidoso, amante de ceremonias afrancesadas y frases corteses. Cabe decir que también amaba el teatro...

—Lo que le causó la muerte.

—Pero el teatro fue en la época barroca algo más que una simple expresión artística. También fue el símbolo más importante de la época.

—¿Símbolo de qué?

—De la vida, Sofía. No sé cuántas veces durante el siglo XVII se dijo aquello de que «la vida es un teatro», pero te aseguro que fueron muchas. Precisamente en la época barroca nació el teatro moderno, con decorados y maquinaria escénica. Se representaba en escena una ilusión, para revelar después que esa actuación en el escenario sólo había sido una ilusión. De esa manera, el teatro se convirtió en una imagen de la vida humana en general, que podía hacer una representación despiadada de la mezquindad humana.

—¿Shakespeare vivió en la época barroca?

—Escribió sus grandes obras alrededor de 1600, de modo que tenía un pie en el Renacimiento y otro en la época barroca. Pero ya en Shakespeare encontramos montones de frases sobre la vida como un teatro. ¿Quieres algunos ejemplos?

—Con mucho gusto.

—En la pieza Como gustéis dice:

Todo el mundo es una escena

sobre la cual los hombres y mujeres son pequeños actores

que vienen y van. Un hombre

ha de hacer muchos papeles en la vida.

Y en Macbeth dice:

Sombra ambulante es esta vida, mísero actor que en el escenario se afana y pavonea un momento y al cabo para siempre, calla su voz. Relato de un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa.

—Muy pesimista, ¿no?

Se interesaba por la brevedad de la vida. Puede que hayas oído la cita más famosa de todas las de Shakespeare.

—«Ser o no ser; ésa es la cuestión.»

—Sí, eso lo dijo Hamlet. Un día andamos por el mundo, al día siguiente habremos desaparecido.

—Pues sí, empiezo a darme cuenta de eso.

—Cuando los poetas y escritores de la época barroca no comparaban la vida con un teatro, la comparaban entonces con un sueño. Shakespeare, por ejemplo. dijo: «Somos del mismo material del que se tejen los sueños, nuestra pequeña vida está rodeada de sueño... »

—Qué poético.

—El escritor español Calderón, que nació en 1600, escribió una obra de teatro que se llamaba La vida a sueño. En esa obra dice: «¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son».

—Tal vez tuviera razón. Hemos leído una obra en el instituto. Se llamaba Jeppe en La Montaña

—Sí, de Ludvig Holberg. Aquí en el norte de Europa fue una gran figura de la transición entre la época barroca y la Ilustración.

—Jeppe se durmió en una cuneta y luego se despertó en la cama del barón. Entonces pensó que simplemente había soñado que era un pobre campesino. Luego, cuando vuelve a dormirse le llevan de nuevo a la cuneta donde se vuelve a despertar. Entonces cree que ha soñado que ha dormido en la cama del barón.

—Holberg tomó prestado este motivo de Calderón, y Calderón lo había tomado prestado de los viejos cuentos árabes de «Las mil y una noches». No obstante, comparar la vida con un sueño constituye un motivo que encontramos aun más atrás en la Historia, sobre todo en la India y en China. El viejo sabio chino Zhuangzi por ejemplo dijo: «Una vez soñé que era una mariposa, y ahora ya no se si soy Zhuangzi que soñó que era una mariposa, o si soy una mariposa que sueña que soy Zhuangzi».

—Al menos no se podía comprobar cuál era la verdad.

—En Noruega tuvimos un genuino poeta barroco que se llamaba Petter Dass. Vivió de 1647 a 1707. Por un lado quería describir la vida de aquí y ahora, y por otro lado subrayó que sólo Dios es eterno y constante:

Dios es Dios aunque todas las tierras estén desiertas

Dios es Dios aunque todas las gentes estén muertas...

—Pero en el mismo salmo también describió la naturaleza del norte de Noruega y hasta las especies de peces que allí se encuentran. Éstos son rasgos típicamente barrocos. Dentro del mismo texto se describe lo terrenal, lo de aquí, a la vez que lo celestial, lo del más allá. Todo esto recuerda en cierto modo a la distinción que hacia Platón entre el mundo concreto de los sentidos y el mundo inalterable de las Ideas.

—¿Y cómo era la filosofía?

—También la filosofía se caracterizaba por fuertes tensiones entre maneras de pensar completamente opuestas. Como ya hemos visto, algunos pensaban que la existencia era, en el fondo, de naturaleza espiritual. Ese punto de vista se llama idealismo.

En punto de vista contrario se llama materialismo, por el que se entiende una filosofía que reduce todos los fenómenos de la naturaleza a magnitudes físicas concretas. También el materialismo tenía muchos defensores en el siglo XVII. El más importante de todos ellos quizás fuera el filósofo inglés Thomas Hobbes. Todos los fenómenos, también hombres y animales, están compuestos exclusivamente de partículas de materia, dijo Hobbes. Incluso la conciencia del ser humano, o su alma, se debe a los movimientos de partículas minúsculas en el cerebro.

—Entonces pensaba lo mismo que Demócrito mil años antes.

—Tanto el «idealismo» como el «materialismo» se repiten continuamente a través de la historia de la filosofía. Pero en pocas otras épocas las dos tendencias han estado tan presentes al mismo tiempo como en la barroca. El materialismo se nutría constantemente de las nuevas ciencias naturales Newton señaló que las mismas leyes de los movimientos rigen en todo a universo. Pensaba que todos los cambios que se dan en la naturaleza, es decir en la Tierra y en el espacio, se deben a la ley de gravedad y a las leyes sobre los movimientos de los cuerpos. Significa que todo está dirigido por las mismas leyes inquebrantables o «mecánica». Por tanto, es en principio posible calcular cualquier cambio en la naturaleza con una exactitud matemática. De esa forma, Newton colocó las últimas piezas en lo que llamamos «visión mecánica del mundo».

—¿Se imaginó el mundo como una gran máquina?

—Exactamente. La palabra «mecánico» proviene de la palabra griega mechone, que significa máquina. Pero conviene tomar nota de que ni Hobbes ni Newton observaron ninguna contradicción entre la visión mecánica del mundo y la fe en Dios. No fue siempre así entre los materialistas de los siglos XVIII y XIX. El médico y filósofo francés Lamettrie escribió a mediados del siglo XVIII un libro que se llamó L`Homme machine, que significa «El hombre máquina». De la misma manera que las piernas tienen músculos para andar, dijo, el cerebro tiene «músculos» para pensar. Más adelante, el matemático francés Laplace expresó un concepto extremadamente mecánico con el siguiente pensamiento: si una inteligencia hubiera conocido la situación de todas las partículas de materia en un momento dado, «no habría nada inseguro, y tanto el futuro como el pasado estarían abiertos ante ella». Esta frase expresa la idea de que todo lo que ocurre está decidido de antemano. Lo que va a suceder «está en las cartas». Este concepto lo llamamos determinismo.

—Entonces el ser humano no puede tener libre albedrío.

—No, todo es producto de procesos mecánicos, también lo son nuestros pensamientos y nuestros sueños. En el siglo XIX, varios materialistas alemanes dijeron que los procesos del pensamiento se relacionan con el cerebro como la orina con los riñones y la bilis con el hígado.

—Pero tanto la orina como la bilis son algo material. El pensamiento no lo es.

—Estás tocando un punto muy importante. Puedo contarte una historia que expresa lo mismo. Érase una vez un astronauta y un neurólogo rusos que discutían sobre religión. El neurólogo era cristiano, y el astronauta no. «He estado en el espacio muchas veces», se jactó el astronauta, «pero no he visto ni a Dios ni a los ángeles». «Y yo he operado muchos cerebros inteligentes», contestó el neurólogo, «pero nunca he visto un solo pensamiento».

—Eso no significa que no existan los pensamientos.

—Pero subraya que los pensamientos no son cosas que puedan operarse o dividirse en partes cada vez más pequeñas. No resulta, por ejemplo, muy fácil extirpar, mediante una operación, una idea errónea; por algo se ha metido tan adentro. Un importante filósofo del siglo XVII, llamado Leihuiz, señaló que la gran diferencia entre lo que está hecho de «materia» y lo que está hecho de «espíritu», precisamente es que lo material puede dividirse en trozos cada vez más pequeños. Pero no se puede dividir un alma en dos.

—¿Pues qué cuchillo serviría para eso?

Alberto se limitó a mover la cabeza. Señaló la mesa y dijo:

—Los dos filósofos más importantes del siglo XVII fueron Descartes y Spinoza. También ellos lucharon con cuestiones como la relación entre «alma» y «cuerpo». Vamos a estudiarlos un poco más detenidamente.

—Por mí puedes empezar, pero si no hemos acabado a las siete tendré que llamar por teléfono.

Descartes

... quería retirar todo el viejo material de construcción...

Alberto se levantó para quitarse la capa roja que puso sobre una silla, y se volvió a acomodar en el sofá.

—René Descartes nació en 1596 y vivió una vida errante por Europa. Desde muy joven había nutrido una fuerte esperanza de conseguir conocimientos seguros sobre la naturaleza de los hombres y del universo. Pero después de haber estudiado filosofía se convenció cada vez más de su propia ignorancia.

—¿Más o menos como Sócrates?

—Mas o menos como él, sí. Como Sócrates, estaba convencido de que sólo nuestra razón puede proporcionarnos conocimientos seguros. No podemos fiarnos de lo que dicen los viejos libros. Ni siquiera podemos fiarnos de lo que nos dicen nuestros sentidos.

—Así pensó Platón, también él opinó que sólo la razón nos puede proporcionar conocimientos seguros.

—Exacto. Hay una línea que va desde Sócrates y Platón y que pasa por San Agustín antes de llegar a Descartes. Todos estos filósofos fueron racionalistas. Opinaban que la razón es la única fuente segura de conocimiento. Tras extensos estudios, Descartes llegó a la conclusión de que los conocimientos que se habían heredado de la Edad Media no eran necesariamente de fiar. En este punto quizás podríamos compararlo con Sócrates, que no se fiaba de las opiniones corrientes con las que solía encontrarse en la plaza de Atenas. ¿Y entonces qué hace uno, Sofía, me lo puedes decir?

—Entonces uno empieza a filosofar por cuenta propia.

—Justamente. Descartes decidió empezar a viajar por Europa, de la misma manera que Sócrates empleó su vida en conversar con las gentes de Atenas. Descartes nos cuenta que a partir de entonces sólo buscará aquella ciencia que pueda encontrar en él mismo o en el «gran libro del mundo». Se adhirió por tanto al servicio de la guerra, que le llevó a varios lugares de Centroeuropa. Más adelante vivió unos años en París, pero en 1629 se fue a Holanda, donde vivió casi 20 años trabajando en sus tratados filosóficos. En 1649 fue invitado a Suecia por la reina Cristina. Pero la estancia en ese lugar que él denominó la «tierra de los osos, del hielo y las rocas», le provocó una pulmonía, y Descartes murió en el invierno de 1650.

—Con sólo 54 años.

—Pero llegaría a tener una gran importancia para la filosofía, incluso después de su muerte. No es ninguna exageración decir que fue Descartes quien fundó la filosofía de los tiempos modernos. Tras el entusiasta redescubrimiento del renacimiento del ser humano y de la naturaleza, surgió de nuevo una necesidad de recoger las ideas de la época en un sistema filosófico consistente. El primer gran sistematizador fue Descartes. Luego le siguieron Spinoza y Leibniz, Locke y Berkeley, Hume y Kant...

—¿Qué quieres decir con un «sistema filosófico»?

—Con eso quiero decir una filosofía construida desde los cimientos y que procura encontrar una especie de esclarecimiento de todas las cuestiones filosóficas importantes. La Antigüedad había tenido grandes sistematizadores como Platón y Aristóteles. La Edad Media tuvo a Santo Tomás de Aquino, que quiso construir un puente entre la filosofía de Aristóteles y la teología cristiana. Luego llegó el Renacimiento, con un embrollo de viejos y nuevos pensamientos sobre la naturaleza y la ciencia, sobre Dios y el hombre. Hasta el siglo XVII no hubo por parte de la filosofía un intento de recoger las nuevas ideas en un sistema filosófico esclarecido. El primero en intentarlo fue Descartes. El puso la primera piedra de lo que sería el proyecto más importante de la filosofía de las generaciones siguientes. Ante todo le interesaba averiguar lo que podemos saber, es decir, aclarar la cuestión de la «certeza de nuestro conocimiento». La otra gran cuestión que le preocupó fue la «relación entre el alma y el cuerpo». Estos dos planteamientos caracterizarían el debate filosófico durante los siguientes ciento cincuenta años.

—Entonces fue un hombre avanzado para su época.

—Si, pero también eran cuestiones que se planteaban en esa época. En lo que se refiere al problema de conseguir conocimientos indudables, muchos expresaron un escepticismo filosófico total, opinando que los hombres tendrían que resignarse a no saber nada. Pero Descartes no se resignó a eso. Si se hubiera resignado, no habría sido un verdadero filósofo. De nuevo podemos establecer un paralelismo con Sócrates, que tampoco se resignó al escepticismo de los sofistas. Precisamente en la época de Descartes la nueva ciencia había desarrollado un método que proporcionaría una descripción totalmente segura y exacta de los procesos de la naturaleza.

Descartes tuvo que preguntarse si no habría también un método seguro y exacto para la reflexión filosófica.

—Entiendo.

—Pero eso sólo fue una cosa. La nueva física había planteado la cuestión sobre la naturaleza de la materia, es decir; sobre qué es lo que decide los procesos físicos de la naturaleza. Cada vez más se defendía una interpretación mecánica de la naturaleza. Pero cuanto más mecánicamente se conceptuaba el mundo físico, tanto más imperiosa se volvía la cuestión sobre la relación entre el alma y el cuerpo. Antes del siglo XVII era habitual considerar el alma como una especie de «respiración vial» que fluye por todos los seres vivos. El significado original de las palabras «alma» y «espíritu» es, de hecho, «aliento vital» o «respiración» en casi todos los idiomas europeos. Para Aristóteles el alma en algo presente en todo el organismo como «principio de la vida» de ese organismo, es decir; algo que no se podía imaginar desprendido del cuerpo. Por tanto, Aristóteles también hablaba de «alma de planta» y «alma de animal». Hasta el siglo XVII no se introdujo una separación radical entre «alma» y «cuerpo». Todos los objetos físicos, también los cuerpos de los animales y los cuerpos humanos, fueron explicados como un proceso mecánico. Pero el alma del hombre no podía formar parte de esa «maquinaria corporal». ¿Dónde estaría entonces el alma? Una cuestión importante que quedaba por explicar era cómo algo «espiritual» podía poner en marcha un proceso mecánico.

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