En la tienda, todos miraban en el pequeño monitor cómo Dodgson era transportado en las fauces del tiranosaurio. Por la radio, oían sus gritos distantes.
—Ven —dijo Malcolm—. Existe un Dios.
Levine tenía el ceño fruncido.
—El rex no lo mató. —Señaló la pantalla—. Se pueden ver los brazos todavía en movimiento. ¿Por qué no lo mató?
Sarah aguardó a que se desvaneciesen los gritos y salió de debajo del Explorer. Abrió la puerta y se sentó al volante. Encendió el motor. Oyó una suave succión y luego un ligero zumbido. Las luces del tablero destellaron.
—Doc.
—Sí, Sarah.
—El Explorer funciona. Voy a volver.
—De acuerdo. Date prisa.
Sarah puso el vehículo en marcha. Era anormalmente silencioso, y eso le permitió oír el ruido lejano del helicóptero.
Sarah avanzaba bajo los árboles de regreso al poblado. El sonido del helicóptero creció en intensidad, desplazándose aparentemente hacia el sur.
Se oyó el chasquido de la radio.
—Sarah.
—Sí, Doc.
—Escucha, no podemos comunicarnos con el helicóptero.
—De acuerdo. —Sarah comprendió de inmediato qué debía hacer—. ¿Dónde aterriza?
—Al sur. A unos dos kilómetros. Verás un claro. Toma el camino de montaña.
En ese preciso momento llegaba a la bifurcación.
—Muy bien. Voy hacia allí.
—Diles que nos esperen —dijo Thorne—. Luego regresa a buscarnos.
—¿Todos están bien?
—Sí, todos están bien.
Avanzó por el camino y percibió un cambio en el sonido del helicóptero. Le pareció que debía de estar aterrizando. Los rotores continuaron emitiendo un leve ronroneo, lo que demostraba que el piloto no estaba dispuesto a apagarlo.
El camino giró hacia la izquierda. El sonido del helicóptero era ahora sólo un sordo golpeteo. Aceleró a toda velocidad por la curva. El camino aún estaba mojado por la lluvia de la noche anterior. No estaba levantando polvo a su paso. No había forma de que nadie supiera que estaba allí.
—Doc, ¿cuánto tiempo esperarán?
—No lo sé. ¿Puedes verlo?
—Todavía no.
Levine miraba por la ventana. El cielo clareaba entre los árboles. Las vetas rojizas del amanecer habían desaparecido. Por fin brillaba la luz del día.
La luz del día…
Levine cayó de pronto en la cuenta y se estremeció. Fue a la ventana del lado opuesto y miró hacia la cancha de tenis, confirmando sus sospechas: los carnotaurios habían desaparecido.
—Esto no me gusta nada —comentó Levine.
—Son sólo las ocho —dijo Thorne, consultando el reloj. ¿Cuánto tardará en llegar Sarah?
—No lo sé. Tres o cuatro minutos.
—¿Y el viaje de regreso? —inquirió Levine.
—Cinco minutos más.
—Espero que consigamos aguantar —dijo Levine, arrugando la frente.
—¿Por qué lo dices? Aquí estamos a salvo.
—Dentro de unos minutos saldrá el Sol.
—¿Y qué? —preguntó Thorne.
La radio crepitó.
—Doc, lo veo —anunció Sarah—. Veo el helicóptero.
Sarah tomó una última curva y vio la plataforma de aterrizaje. El helicóptero estaba allí, con los rotores en marcha. Encontró otro desvío en el camino, un estrecho sendero que bajaba al claro. Descendió envuelta de nuevo por la selva. Finalmente llegó a terreno llano, atravesó un arroyo y aceleró.
Delante de ella se abrió una brecha entre los árboles. Más allá estaba el claro. Vio el helicóptero. Los rotores empezaron a girar más deprisa. ¡Iba a despegar! A través del vidrio de la cabina vio que el piloto consultaba el reloj, hacía gestos negativos con la cabeza e iniciaba el ascenso.
Sarah hizo sonar la bocina y pisó el acelerador desesperadamente. Pero el aparato estaba ya en el aire. El vehículo se sacudió. Thorne, por la radio le decía:
—¿Qué sucede, Sarah?
Mientras avanzaba, gritaba por la ventanilla:
—¡Espere, espere!
Pero el helicóptero ya se elevaba en el aire y lo perdía de vista. El sonido comenzó a desvanecerse. Cuando el Explorer salió de la selva, el helicóptero desaparecía sobre el contorno rocoso de la isla. Se había marchado.
—Conservemos la calma —instó Levine, paseándose de un lado a otro—. Dile que vuelva de inmediato. Y sobre todo conservemos la calma. —Parecía hablar para sí mismo—. Dile que se dé prisa. ¿Crees que podrá llegar en cinco minutos?
—Sí —respondió Thorne—. ¿Por qué? ¿Qué pasa, Richard?
Levine señaló por la ventana.
—La luz del día. Estamos aquí atrapados en pleno día.
—Ya hemos estado aquí atrapados toda la noche —dijo Thorne— y no ha pasado nada.
—Pero de día es distinto —adujo Levine.
—¿Por qué?
Porque de noche esto es territorio del carnotaurio. Los demás animales no entran. Pero de día los carnotaurios ya no pueden esconderse en espacios abiertos, a plena luz. Así que se marchan, y esto deja de ser su territorio.
—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Thorne.
Levine lanzó un vistazo a Kelly, que seguía ante la computadora.
—Créeme —insistió—. Tenemos que salir de aquí.
—¿Y adónde vamos?
Sentada a la computadora, Kelly escuchaba a Thorne hablando con el doctor Levine. Tenía presionado entre los dedos el trozo de papel de Arby con la contraseña. Estaba muy nerviosa. La forma en la que el doctor Levine hablaba la ponía muy nerviosa. Deseaba que Sarah ya hubiera regresado. Se sentiría mejor cuando estuviera con ella.
A Kelly no le agradaba pensar en la situación en que se encontraban. Había mantenido la entereza y el buen ánimo hasta que llegó el helicóptero. Pero el helicóptero se había marchado. Y se dio cuenta de que ninguno de los hombres hablaba sobre cuándo regresaría. Quizá sabían algo. Por ejemplo, que no regresaría.
—Lo ideal sería marcharnos de la isla, pero como eso no es posible, supongo que lo mejor será volver al tráiler. Estaremos más seguros —afirmó Levine.
«Otra vez al tráiler, donde fuimos a buscar a Malcolm», pensó. Kelly no quería regresar al tráiler.
Quería regresar a casa.
Tensa, Kelly estiró el papel húmedo sobre la superficie plana de la mesa junto a ella.
Levine se acercó a ella y le pidió:
—Intenta localizar a Sarah.
—Quiero irme a casa —dijo Kelly.
—Lo sé, Kelly. Todos queremos irnos.
Levine lanzó un suspiro y se alejó de nuevo con paso rápido y tenso.
Kelly tomó el papel, lo dio vuelta y lo deslizó bajo el teclado por si volvía a necesitarlo. Al hacerlo, vio vagamente unas columnas de texto al dorso.
Volvió a sacar el papel y lo miró:
ENCLAVE B | ||
---|---|---|
ALA ESTE | ALA OESTE | ÁREA DE CARGA |
LABORATORIO | ÁREA DE REUNIÓN | ENTRADA |
PERIFERIA | NÚCLEO PRINCIPAL | GEOTURBINA |
TIENDA | POBLADO | GEONÚCLEO |
ESTACIÓN DE SERVICIO | CANCHA DE TENIS | MINIGOLF |
CENTRO ADMINISTRATIVO | RECORRIDO DE AEROBISMO | CONDUCCIÓN DE GAS |
SEGURIDAD UNO | SEGURIDAD DOS | LÍNEAS TÉRMICAS |
MUELLE FLUVIAL | COBERTIZO PARA BOTES | SOLAR UNO |
CARRETERA DEL PANTANO | CARRETERA DEL RÍO | CARRETERA DE MONTAÑA |
CARRETERA PANORÁMICA | CARRETERA DEL ACANTILADO | CERCADOS |
Enseguida supo qué era: el listado de pantalla que habían sacado en el departamento de Levine. Parecía que habían pasado miles de años, pero sólo habían pasado… ¿cuánto? Dos días.
Recordaba lo orgulloso que Arby estaba cuando recuperó la información. Recordaba cómo todos habían intentado comprender esa lista. Naturalmente ahora todos aquellos nombres tenían sentido. Eran lugares reales: el laboratorio, el poblado, la tienda, la estación de servicio…
Miró atentamente la lista. «¡No es posible!», pensó.
—Doctor Thorne —dijo—. Venga a ver esto.
Le mostró la lista a Thorne, y éste leyó el nombre que ella señalaba.
—¿Tú crees? —preguntó Thorne.
—Eso es lo que dice: cobertizo para botes. ¿Puedes encontrarlo?
—¿Con la red de vídeo, quiere decir? —Kelly se encogió de hombros—. Puedo intentarlo.
Kelly pasó una tras otra las imágenes del sistema de vídeo hasta que finalmente lo encontró: un muelle de madera protegido por un cobertizo abierto en un extremo. El interior parecía en buen estado. Vio amarrada una lancha de motor, meciéndose contra el muelle. A un lado había tres bidones de combustible. Al parecer estaba en el río.
—¿Usted qué cree? —preguntó Kelly.
—Vale la pena intentarlo —dijo Thorne—. Pero, ¿dónde estará? ¿Puedes encontrar un mapa?
—Quizá.
Kelly tecleó y volvió a la pantalla principal con sus desconcertantes iconos.
Arby se despertó, bostezó y se acercó a ver qué hacía.
—No están mal esos gráficos —comentó—. Has entrado en el sistema, ¿eh?
—Sí —contestó Kelly—, pero no consigo descifrar los iconos.
Levine se paseaba de un lado a otro, mirando por las ventanas.
—Tenemos que salir de aquí —repitió—. Este edificio no aguantará. Está bien para el trópico, pero es básicamente una choza.
—Aguantará, no te preocupes —aseguró Thorne.
—Tres minutos como mucho.
Levine se aproximó a la puerta y la golpeó con los nudillos.
—Fíjate, esta puerta…
Con un súbito golpe la puerta se astilló en torno de la cerradura y se abrió de par en par. Levine salió despedido y cayó al suelo. En el vano apareció un raptor siseando.
Sentada ante la consola de la computadora, Kelly quedó paralizada por el miedo. Vio cómo Thorne se lanzaba contra la puerta y la cerraba ante el raptor. El animal, sorprendido, retrocedió. La puerta le atrapó una pata al cerrarse. Thorne se apoyó contra la puerta. Al otro lado el animal gruñía y embestía.
—¡Ayúdame! —gritó Thorne a Levine, que se levantó de un salto y corrió a la puerta.
—¡Te lo decía! —recordó Levine.
En cuestión de segundos la tienda estuvo rodeada de raptores, que se abalanzaban contra las ventanas y las paredes de madera, derribando las estanterías. En varios puntos la madera empezó a astillarse.
Levine miró a Kelly.
—¡Encuentra una manera de salir de aquí!
Kelly permaneció inmóvil. Se había olvidado de la computadora.
—Vamos, Kel —dijo Arby—. Concéntrate.
Kelly miró de nuevo la pantalla sin saber qué hacer. Seleccionó la cruz situada en la mitad superior izquierda. No pasó nada. Seleccionó el círculo contiguo y de pronto la pantalla se llenó de iconos.
—No te preocupes, debe de haber un menú de ayuda —dijo Arby—. Sólo necesitamos saber…
Pero Kelly no lo escuchaba. Se limitaba a seleccionar un icono tras otro con la esperanza de que ocurriese algo.
De repente la pantalla entera empezó a girar y distorsionarse.
—¿Qué hiciste? —preguntó Arby, alarmado.
Kelly sudaba copiosamente.
—No lo sé contestó, apartando las manos del teclado.
—Lo has complicado más —acusó Arby.
—¡Deprisa, chicos! —rogó Levine.
—Lo estamos intentando —dijo Kelly.