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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

El mundo perdido (50 page)

De pronto uno de los animales embistió el tronco con fuerza. El árbol se balanceó. Sarah trató de agarrarse, pero las hojas y la corteza estaban demasiado húmedas. En el momento de caer vio que en realidad no había avanzado suficientemente por la rama. Aterrizó en el barro.

Justo al lado de los animales.

La radio crepitó.

—¿Sarah? —llamó Thorne. No hubo respuesta.

—¿Qué hace ahora? —Levine, intranquilo, empezó a pasearse—. Me gustaría ver qué hace.

En un rincón Kelly se levantó, frotándose los ojos.

—¿Por qué no usa el vídeo?

—¿Qué vídeo? —inquirió Thorne.

—Eso es una computadora —dijo Kelly, señalando la caja registradora.

—¿En serio?

—Sí. Eso creo.

Kelly bostezó mientras se sentaba frente a la caja registradora. Parecía una terminal pasiva, lo cual significaba que probablemente no tenía acceso a casi nada, pero no se perdía nada probando. La encendió. No se puso en funcionamiento. Pulsó varias veces el botón de arranque. Nada.

Distraídamente movió las piernas y tocó un cable que colgaba bajo la mesa. Se agachó y vio que la terminal estaba desenchufada. La enchufó.

La pantalla destelló y apareció una única palabra:

ACCESO

Sabía que necesitaba una contraseña para seguir adelante. Arby tenía una contraseña. Volvió la cabeza y vio que Arby dormía. No quería despertarlo. Recordó que la había anotado en un pedazo de papel y se lo había guardado en un bolsillo. Quizás aún lo llevaba encima. Cruzó la tienda, encontró en el suelo la ropa húmeda y embarrada de Arby y buscó en los bolsillos. Encontró la billetera, las llaves de su casa y algunas otras cosas. Por fin dio con el papel en el bolsillo trasero del pantalón. Estaba mojado y manchado de barro.

La tinta se había corrido, pero aún se leía: VIG/&*849/

Con el papel, Kelly volvió a la computadora. Tecleó cuidadosamente todos los caracteres y a continuación apretó la tecla de retorno. La pantalla cambió. Advirtió sorprendida que era distinta de la pantalla que había visto antes en el tráiler.

Estaba ya dentro del sistema, pero el formato era muy distinto. Quizá porque aquello no era la red de radio, pensó. Debía de haber accedido al sistema del laboratorio. Ofrecía una presentación gráfica porque la terminal estaba físicamente conectada a la red, quizás incluso con cableado de fibra óptica.

—¿Cómo va eso, Kelly? —preguntó Levine desde el otro extremo del local.

—Estoy en eso —contestó Kelly.

Con cautela empezó a teclear. Rápidamente aparecieron en la pantalla hileras de iconos, uno tras otro:

Kelly sabía que tenía en pantalla una interfase gráfica, pero era incapaz de interpretar los iconos y no había texto explicativo. La gente que había utilizado aquel sistema probablemente había aprendido el significado de los iconos. Pero Kelly lo desconocía. Ella quería acceder al sistema de vídeo, pero ninguna de las ilustraciones remitía claramente a él. Indecisa, desplazó el cursor por la pantalla.

Se decidió a probar. Seleccionó el icono romboide situado en el ángulo inferior izquierdo y pulsó la tecla del mouse.

—¡Vaya! —exclamó Kelly, alarmada.

—¿Algún problema? —preguntó Levine.

—No. No pasa nada. —Desplazó el cursor hasta la parte superior de la pantalla y apretó la tecla y volvió a la pantalla anterior. Esta vez probó con uno de los iconos triangulares.

La pantalla cambió de nuevo:

«Ahí la tenemos», pensó. Inmediatamente la pantalla gráfica se desvaneció y dio paso a las imágenes reales de las cámaras. En el pequeño monitor de la caja registradora, las imágenes eran minúsculas, pero al menos estaba ya en territorio conocido. Desplazó rápidamente el cursor, manipulando las imágenes.

—¿Qué buscan? —preguntó.

—El Explorer —respondió Thorne. Seleccionó la imagen y la amplió—. Aquí está —anunció Kelly.

—¿En serio? —dijo Levine, sorprendido.

—Sí —repuso Kelly.

Levine y Thorne se acercaron y contemplaron la pantalla por encima del hombro de Kelly. Vieron el Explorer en un camino sombreado. Un gran número de paquicefalosaurios rodeaba el vehículo, husmeando las ruedas y el paragolpes delantero.

Sin embargo, no vieron a Sarah por ninguna parte.

—¿Dónde estará? —preguntó Thorne.

Sarah Harding estaba debajo del Explorer, tendida boca abajo en el barro. Se había arrastrado hasta allí después de caer —no tenía otro sitio adonde ir— y observaba las patas de los animales alrededor.

—¿Estas ahí, Doc? —dijo—. ¿Doc? ¿Doc?

Pero la maldita radio volvía a fallar. Los paquis pateaban y resoplaban, intentando embestirla bajo el vehículo.

De pronto se acordó. Thorne le había dicho que el tornillo de la batería debía de haberse aflojado. Echó un brazo hacia atrás, desprendió la batería y apretó la tapa.

De inmediato oyó la interferencia estática en el auricular.

—Doc —llamó.

—¿Dónde estás? —quiso saber Thorne.

—Debajo del Explorer.

—¿Qué haces ahí? ¿Ya lo has intentado?

—Intentar ¿qué?

—Ponerlo en marcha —aclaró Thorne.

—No —respondió Sarah—. No lo intenté todavía. Me caí.

—Bueno, desde ahí puedes verificar los disyuntores —explicó Thorne.

—¿Los disyuntores están debajo del vehículo?

—Algunos —contestó Thorne—. Mira junto a las ruedas delanteras.

Sarah se deslizó por el barro.

—Bien. Ya estoy mirando.

—Hay una caja justo detrás del paragolpes —indicó Thorne—, hacia la izquierda.

—Ya la veo.

—¿Puedes abrirla?

—Supongo. —Sarah se arrastró hacia adelante y quitó el pasador. La tapa se abrió. Adentro había tres interruptores negros—. Veo tres interruptores y todos apuntan hacia arriba.

—¿Hacia arriba?

—Hacia la parte delantera del vehículo —precisó Sarah.

—Mmm —masculló Thorne—. Eso no tiene sentido. ¿Ves las letras?

—Sí. Dice «15 VV» y «02 R».

—Bien. Eso lo explica.

—¿Qué explica? —preguntó Sarah.

—La caja está invertida. Cambia de posición todos los interruptores. ¿Estás seca?

—No, Doc. Estoy empapada, tendida en el barro.

—Entonces usa la manga de la camisa o lo que tengas a mano —aconsejó Thorne.

Sarah se arrastró un poco más hacia adelante. Los paquis resoplaban y golpeaban el paragolpes.

—Tienen muy mal aliento —comentó Sarah.

—¿Cómo dices?

—No tiene importancia. —Pulsó uno por uno los interruptores. Oyó un zumbido sobre su cabeza—. Ya está. Oigo un ruido en el motor.

—Perfecto —dijo Thorne.

—¿Y ahora qué hago?

—Nada. Mejor será que esperes —recomendó Thorne.

Se volvió de espaldas en el barro y observó las patas de los paquis.

—¿Cuánto tiempo queda?

—Unos diez minutos.

—Estoy aquí atrapada, Doc.

—Lo sé.

Los animales parecían cada vez más excitados. Golpeaban el suelo con las patas y resoplaban. ¿Por qué estarían tan inquietos? De pronto echaron todos a correr, alejándose por el camino, y todo quedó en silencio.

—¿Doc?

—Sí.

—¿Qué los ha espantado?

—Quédate debajo del Explorer —indicó Thorne.

—¿Doc?

—No hables.

Sarah esperó sin saber qué ocurría. Había advertido tensión en la voz de Thorne. Entonces oyó unos pasos y, al mirar en dirección al sonido, vio unos pies en el lado del conductor.

Dos botas cubiertas de barro. Botas de hombre.

Sarah arrugó la frente. Las reconoció. Reconoció también el pantalón caqui, aunque ahora estaba húmedo y sucio.

Era Dodgson.

Las botas se detuvieron ante la puerta. Sarah oyó el chasquido de la manija de la puerta.

Dodgson se disponía a subir al Explorer.

Sarah actuó sin pensarlo dos veces. Gruñendo, se revolvió en el barro, agarró a Dodgson por los tobillos y tiró con fuerza. Dodgson cayó, lanzando un grito de sorpresa. Al ver a Sarah, la miró con desdén.

—¡Mierda! —exclamó—. Creía que había acabado con usted en el barco.

Sarah, roja de ira, se arrastró por el suelo para salir de debajo del vehículo. Estaba casi afuera cuando Dodgson consiguió ponerse de rodillas, pero en ese momento notó temblar la tierra. De inmediato supo la causa. Vio que Dodgson volvía la cabeza y se echaba al suelo. Apresuradamente se arrastró bajo el vehículo.

Sarah miró hacia adelante y vio que un tiranosaurio se acercaba por el camino. Dodgson se encontraba ya bajo el Explorer, apretado a ella. Los enormes pies se detuvieron junto al vehículo. Cada uno medía cerca de un metro. Sarah oyó los gruñidos del tiranosaurio.

Miró a Dodgson, que estaba inmóvil, aterrorizado. El animal volvió a gruñir y bajó la cabeza. La mandíbula inferior tocó el suelo. El tiranosaurio olfateó el vehículo.

Los había olido.

Junto a ella Dodgson temblaba incontrolablemente. Sarah, en cambio, se sentía extrañamente serena. Sabía qué debía hacer. Se contorsionó ágilmente, deslizándose en el barro hasta apoyar la cabeza y los hombros en la rueda trasera. Dodgson se volvió hacia ella al notar que lo empujaba con los pies hacia afuera.

Horrorizado, Dodgson forcejeó, pero la posición de Sarah era mucho más firme. Centímetro a centímetro sus piernas empezaron a asomar en el camino.

Sarah oyó gruñir al tiranosaurio y vio moverse los pies.

—¡No! ¿Está loca? ¡No! —gritó Dodgson.

Sarah siguió empujando y de pronto notó que el cuerpo de Dodgson se deslizaba más fácilmente. El tiranosaurio había atrapado sus piernas con la boca y tiraba de él.

Dodgson se aferró a la bota de Sarah, intentando arrastrarla. Sarah le asestó una patada en la cara con la otra bota. Dodgson la soltó.

Dodgson la miró con cara de terror. Abrió la boca pero fue incapaz de emitir sonido alguno. Hundió los dedos en el barro, dejando profundos surcos. Ya totalmente al descubierto se dio vuelta y miró hacia arriba. Sarah vio sobre él la sombra del tiranosaurio. Vio bajar la enorme cabeza con las fauces abiertas. Y oyó el grito de Dodgson cuando las mandíbulas del tiranosaurio rodearon su cuerpo y lo elevaron.

Dodgson, en el aire, sabía que el animal cerraría la boca de un momento a otro y lo mataría. Sin embargo, el tiranosaurio se limitó a sostenerlo entre los dientes. Sin dejar de gritar, Dodgson se vio transportado por la selva en las fauces del animal. Notaba su aliento caliente. Su saliva le corría por el torso. Pero las fauces no se cerraban.

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