El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) (11 page)

Con poco tino, los americanos colocaron fuerzas al sur de las fortificaciones de las alturas de Brooklyn, con lo cual invitaron a una lucha en campo abierto que no tenían ninguna posibilidad de ganar. Los británicos los atacaron el 27 de agosto. Se combatió duramente en las colinas boscosas de Flatbush, cuando un contingente británico que había sido enviado al Este llegó para aplastar a la retaguardia de las fuerzas americanas, que se vieron obligadas a retirarse a las alturas de Brooklyn. Ambas partes perdieron unos 400 hombres entre muertos y heridos, pero los británicos tomaron 1.200 prisioneros y sólo la mitad de las tropas americanas lograron volver a la seguridad de las alturas.

El paso siguiente, de ordinario, habría sido que Howe atacase las alturas. Una victoria aplastante probablemente habría destruido la moral de las fuerzas de Washington y hecho un daño terrible a la causa americana.

Pero surgió el fantasma de Bunker Hill. Howe no podía decidirse a enviar a sus hombres laderas arriba frente al fuego americano. Otra vez no. En cambio, se preparó para poner sitio a las alturas y rendir por hambre a los americanos.

Pero Washington pensó que ya había obtenido todo lo que podía en Brooklyn. Sus hombres habían luchado contra un enemigo que los superaba numéricamente de la mejor manera posible y era inútil pedirles más sacrificios. Que Howe no atacase las alturas ya era una especie de victoria en sí mismo. Demostraba que ahora los británicos respetaban a los americanos, lo que no ocurría antes de Bunker Hill, y eso era suficiente.

Por supuesto, la pérdida de las alturas de Brooklyn significaba que no podía retenerse Nueva York, más por un momento Howe se abstuvo de atacar la isla de Manhattan, pues esperaba aun entonces, dos meses después de la Declaración de la Independencia, un acuerdo pacífico.

Había tomado prisionero al general John Sullivan (nacido en Somersworth, New Hampshire, el 17 de febrero de 1740) durante la batalla de Brooklyn y lo utilizó como emisario. Sullivan marchó a Filadelfia con un mensaje de Howe proponiendo una conferencia de paz.

El Congreso aceptó. Tres firmantes de la Declaración de la Independencia, Benjamin Franklin, John Adams y Edward Rutledge (nacido en Charleston, Carolina del Sur, el 23 de noviembre de 1749) convinieron en arriesgarse a ir a Staten Island y ponerse en manos de un general británico para quien ellos sólo podían ser traidores. El 6 de septiembre se reunieron con Howe, que fue sumamente cortés. Pero no se llegó a nada. Howe explicó que no podía haber discusiones hasta que los americanos no admitiesen revocar la Declaración de la Independencia. Era demasiado tarde para esto. No se podía renunciar a la independencia. Howe, defraudado, hizo preparativos para la ocupación de Nueva York. El 15 de septiembre envió sus tropas a través del río East hasta Kip's Bay, sobre la costa oriental de Manhattan, muy al norte de la ciudad, que por entonces sólo ocupaba la punta meridional de la isla. Esperaba atrapar al ejército americano al sur y obligarlo a rendirse.

Pero no tuvo éxito. Aunque Washington no tenía fuerzas suficientes para ganar victorias y aunque no era un gran general, sí era un hombre astuto y cauto, y esto a veces es casi tan bueno como ser grande. Previo la acción británica, hizo evacuar la ciudad y se retiró a la parte norte de la isla, donde fortificó las alturas de Harlem.

Howe lo persiguió, pero, nuevamente, después de una escaramuza indecisa, optó por no llevar un asalto directo.

Otra vez surgió el recuerdo de Bunker Hill.

Durante un mes, Washington permaneció en las alturas de Harlem, tratando de adivinar cuál sería el siguiente paso británico, y durante un mes Howe permaneció en Nueva York tratando de llegar a una decisión.

Fue en ese intervalo cuando se produjo un incidente, poco importante en sí mismo, que ha logrado un lugar sacrosanto en el folklore americano. Concernía a Nathan Hale (nacido en Coventry, Connecticut, el 6 de junio de 1755), un maestro de escuela que había luchado en el asedio de Boston y había alcanzado el grado de capitán. Ahora se ofreció voluntariamente para actuar como espía detrás de las líneas británicas. Fue descubierto, capturado y condenado a la horca el 22 de septiembre de 1776.

Hale era graduado de Yale y quizá en el Catón de Joseph Addison (publicado sesenta años antes), acerca de un patriota romano que murió luchando tenazmente por las libertades de su ciudad, Addison le hace decir: «¡Lástima que sólo podamos morir una vez para salvar a nuestra patria!» En el patíbulo, sus últimas palabras fueron: «Lo único que lamento es tener solamente una vida que perder por mi país.»

Otra cosa estaba ocurriendo mientras Howe esperaba, irresoluto, en Nueva York, algo mucho menos dramático, pero de decisiva importancia.

El Congreso decidió reforzar su representación en Francia y envió a Arthur Lee (nacido en Strattford, Virginia, el 21 de diciembre de 1740) y a Benjamin Franklin para que se unieran a Silas Deane. Lee era tan incompetente como Deane, y los dos se pelearon e intrigaron uno contra el otro, haciendo más daño que bien a la causa americana. Pero Franklin compensó esta situación, pues era ideal para el puesto. Era renombrado en Europa como científico y como inventor del pararrayos. Era conocido por sus escritos y admirado por su aguda filosofía. Se convirtió en el fervor de la aristocracia francesa y, adulándola con todas sus fuerzas por si eso servía de algo, despertó simpatías en toda Francia por la causa americana.

La retirada a través de Nueva Jersey

Las dilaciones de Howe arruinaron toda la estrategia británica. Si hubiese actuado rápidamente después de ocupar Nueva York, si hubiese atacado con la decisión y energía de un gran general, o al menos de un general audaz, fácilmente podía haber aplastado al pequeño ejército de jóvenes granjeros de Washington, y luego haber efectuado un avance aguas arriba del río Hudson hasta Albany.

Las fuerzas británicas de Canadá, que ya habían derrotado a un contingente americano el invierno anterior, podían haber avanzado hacia el sur para unirse con Howe y aislar a Nueva Inglaterra del resto de las colonias. Muy probablemente, esto habría obligado a los americanos a llegar a algún género de compromiso que habría excluido la independencia.

En verdad, las fuerzas británicas ya estaban avanzando hacia el sur desde Canadá. Sir Huy Carleton, que había defendido con éxito Quebec el invierno anterior, estaba reuniendo barcos para llevar a sus hombres al sur del lago Champlain. Frente a él estaba Benedict Arnold, que aún se aferraba a su plan de conquista del Canadá. Pero entre el 11 y el 13 de octubre, la flota de Carleton aplastó a los barcos apresuradamente reunidos y tripulados por hombres reclutados al azar, y luego bajó por el lago hasta Crown Point, en su extremo meridional.

Pero Carleton no recibió ninguna noticia de Howe que le hiciese pensar que podía esperar cooperación de él. No deseaba tener que pasar un penoso invierno en Adirondack sin la esperanza de una unión de las fuerzas. Por ello, el 3 de noviembre se retiró a Canadá y Gran Bretaña perdió una oportunidad.

Sólo el 12 de octubre, Howe se decidió a moverse, pero sus objetivos eran limitados. Envió su ejército aguas arriba del río East y lo hizo desembarcar en Pell's Poit, en el norte de Bronx. Su plan era pasar al Hudson y aislar a Washington en el norte de Manhattan.

Este intento de derrotar a Washington mediante maniobras solamente fracasó, pues Washington le llevaba mucha ventaja. Dejando un contingente en Fort Washington, en el extremo septentrional de Manhattan, llevó su ejército a Westchester y marchó hacia White Plains. Howe lo siguió y en White Plains se dio una pequeña batalla el 28 de octubre en la que los británicos expulsaron a Washington de una colina estratégica, pero en la que perdieron 300 hombres y los americanos 200.

Howe se detuvo nuevamente ante la imposibilidad de soportar las pérdidas, y esperó la llegada de refuerzos. Washington de inmediato se deslizó a North Castle, a ocho kilómetros al norte, donde el 1 de noviembre se atrincheró en una posición aún más fuerte.

Howe decidió no perseguir al escurridizo Washington y, después de otro día de dilación, se volvió contra la fuerza americana que estaba en Fort Washington. Este y Fort Lee, inmediatamente del otro lado del río, sobre la costa de Nueva Jersey, estaban bajo el mando de Nathaniel Greene (nacido en Potowomut, Rhode Island, el 7 de agosto de 1742). Washington había aconsejado la evacuación de ambos puestos mientras era tiempo, pero Greene, con poco tino, pensó que podía resistir a los británicos.

El 16 de noviembre, Howe envió 13.000 hombres (principalmente hessianos, bajo el mando de un comandante hessiano) contra Fort Washington y lo obligó a rendirse. El 19 de noviembre sacó provecho de esta victoria enviando tropas bajo el mando de Cornwallis a través del Hudson.

Fort Lee también fue tomado, pero al menos aquí no hubo rendición. Greene consiguió sacar del fuerte a sus hombres, pero se vio obligado a abandonar valiosos suministros.

La pérdida de Fort Washington y Fort Lee fue un duro golpe para Washington, pero temía que todavía habría algo peor. El cruce del Hudson significaba que Howe podía avanzar sobre Filadelfia. A ciento cuarenta kilómetros al sudoeste de Nueva York, Filadelfia era la mayor ciudad americana y la sede del Congreso, por lo que en cierto modo podía ser considerada como la capital de los Estados Unidos. Washington pensaba que no se podía ceder Filadelfia sin luchar, costase lo que costase.

Por ello, Washington dejó 7.000 hombres en North Castle al mando de Charles Lee y él se llevó 5.000 más al norte, a Peekskill. Allí, durante la noche del 10 de noviembre, atravesó el Hudson y se lanzó al sur para cubrir la ruta a Filadelfia. Washington unió sus fuerzas con las del derrotado Greene en Hackensack, Nueva Jersey, poco después de la pérdida de los fuertes.

Cornwallis avanzó sobre ellos, y lo único que podían hacer era retirarse. Washington envió mensajes urgentes a Charles Lee, en North Castle para que cruzara el Hudson con sus hombres y se le uniera. Si se iba a librar una batalla con los británicos, Washington necesitaría todos los hombres que pudiese obtener.

Pero Charles Lee valoraba poco a Washington y mucho a sí mismo. Su intención era obtener algún éxito notable que, contrastado con las continuas retiradas de Washington, le ganase el cargo de comandante en jefe. Por ello, pasó fríamente por alto las órdenes de Washington. Sólo el 2 de diciembre, cuando se convenció de que no iba a suceder nada en North Castle y que toda la lucha sería en Nueva Jersey, cruzó el Hudson con sus hombres.

Para entonces, Washington y Greene habían sido rechazados a New Brunswick y aún estaban retirándose rápidamente. Lograron llegar al río Raritan y atravesarlo, mientras los lentos británicos perdían la oportunidad de apoderarse ellos de un puente fundamental y atrapar a los americanos. (En verdad, Howe usó parte de su ejército en una acción totalmente secundaria, pues la envió a capturar Newport, en Rhode Island. El ejército cumplió con esta misión el 8 de diciembre, pero fue un esfuerzo desperdiciado, pues el objetivo de Howe debía ser la destrucción del ejército de Washington. Debía haber postergado toda otra cosa.)

Washington y Greene llegaron a Trenton, Nueva Jersey, el 11 de diciembre, y cruzaron el río Delaware para entrar en Pensilvania, justo delante de los ingleses. Cornwallis, tomando una decisión digna de Howe, optó por suspender la persecución esta vez. Colocó a sus hombres en Trenton y algunas de las ciudades circundantes y se dispuso a esperar el invierno.

Charles Lee aún estaba perdiendo el tiempo en Nueva Jersey, pero el 13 de diciembre fue capturado por una patrulla británica y puesto fuera de acción. Era lo mejor que podía haber sucedido para la causa americana. Sullivan, que había sido tomado prisionero en Brooklyn, fue cambiado por otro y ahora tomó el mando en reemplazo de Lee. Llevó a los soldados a Pensilvania, el 20 de diciembre, y se unió a las fuerzas de Washington.

El medio año transcurrido desde que Howe había llegado a Nueva York había sido un período de prueba para los americanos. Después de todos los éxitos americanos en Nueva Inglaterra, Washington había perdido Nueva York, había sido expulsado de un punto tras otro y había tenido que escabullirse por Nueva Jersey. Ahora la misma Filadelfia estaba en peligro, tan claramente en peligro, en efecto, que el Congreso Continental salió apresuradamente de Filadelfia y se instaló en Baltimore, poniendo todos los poderes en manos de Washington.

Thomas Paine, quien prestaba servicios en el ejército bajo las órdenes de Nathaniel Greene, publicó una serie de folletos llamados
La Crisis Americana
, en los que trataba de levantar el ánimo caído de los americanos, instando a sus compatriotas a ver las cosas más allá de los días oscuros.

El primer número fue publicado el 23 de diciembre de 1776, y empezaba diciendo:

«Estos son los tiempos que ponen a prueba el alma de los hombres. El soldado de verano y el patriota de tiempos tranquilos se abstendrán en esta crisis de prestar servicios a su país; pero el que puede resistir ahora merece el amor y el agradecimiento de hombres y mujeres, La tiranía, como el infierno, no es fácil de vencer; pero tenemos este consuelo: que cuanto más duro es el conflicto, tanto más glorioso es el triunfo. Lo que nos cuesta poco, lo estimamos también en poco: es sólo lo que nos cuesta lo que da a cada cosa su valor. El Cielo sabe cómo poner un justo precio a sus bienes; y sería extraño, en verdad, que un artículo tan celestial como la Libertad no fuese altamente valorado.»

Contraataque a través del río Delaware

Cuando 1776 se acercaba a su fin, la situación no era tan mala como podría parecer. Gracias a la lentitud de Howe y a su estilo de lucha en un todo carente de imaginación, y gracias a las hábiles retiradas de Washington, el ejército americano permanecía en pie y su moral no había sido destruida por ninguna derrota catastrófica. En verdad, en los combates que se habían producido, los americanos se habían desempeñado dignamente, y había sido el predominio británico en número y suministros el causante de las derrotas americanas, más que falta de espíritu en ellos. (Aunque debe admitirse que los americanos no habrían podido salir bien parados sin la ayuda que les proporcionó la incompetencia de Howe.) Y ahora Howe, inerte como de costumbre, se retiró a cuarteles de invierno. Llevó la mayor parte del ejército a Nueva York, pero dejó guarniciones a lo largo del Delaware, particularmente en Trenton, para vigilar a Washington. Howe se dispuso a descansar durante el invierno, seguro de que los americanos de la parte occidental del río Delaware harían lo mismo. Washington estaba decidido a que los americanos no hiciesen lo mismo. Era necesario que el ejército americano se demostrase a sí mismo que seguía existiendo y poseía espíritu ofensivo pese a su larga retirada. Así, planeó atacar a su vez.

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