El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) (13 page)

Benedict Arnold, al frente de otra pequeña fuerza de unos 1.000 hombres, marchó al oeste siguiendo las huellas de Herkimer. Deliberadamente, hizo difundir el rumor de que su ejército era mucho mayor de lo que realmente era. Saint Leger, sin sus indios, no se atrevió a presentar batalla. El 23 de agosto abandonó el asedio de Fort Stanwix y retrocedió apresuradamente por el camino por el que había llegado.

Así, Burgoyne fue abandonado en las soledades del norte de Albany sin ninguna posibilidad de recibir ayuda y suministros de Saint Leger. Tampoco había ninguna esperanza de que la marcha victoriosa de un ejército británico desde el oeste lograse que los iroqueses y los leales de la región se le uniesen para luchar contra los americanos rebeldes.

Mientras Saint Leger estaba detenido ante Fort Stanwix, el problema de los alimentos obligó a Burgoyne a enviar una tropa de hombres al este con instrucciones de saquear el campo de Nueva Inglaterra y llevarse caballos, ganado y cereales. Unos 700 hombres, la mitad de ellos hessianos, la otra mitad canadienses e indios, fueron destacados para este fin.

Su primer objetivo fue Bennington, en la región de las Montañas Verdes, y allí estaban esperando los Muchachos de las Montañas Verdes, en número de 2.600, bajo el mando del general de brigada John Stark (nacido en Nutfield, New Hampshire, el 28 de agosto de 1728). Stark había tomado parte en casi todos los combates importantes librados hasta entonces en la Guerra Revolucionaria, pues había luchado en Bunker Hill, en Quebec, y había estado con Washington durante la retirada a través de Nueva Jersey.

El 16 de agosto de 1777, Stark se enfrentó con los invasores en Bennington y condujo a sus hombres en una salvaje carga contra ellos, gritando que la victoria sería suya «o Molly Stark sería viuda». La victoria fue suya. Los invasores, sorprendidos y superados en número, fueron muertos o capturados (excepto unos pocos indios que lograron escapar). Una brigada de refuerzo enviada, demasiado tarde, por Burgoyne, fue rechazada perdiendo la tercera parte de sus efectivos.

La batalla de Bennington fue una terrible derrota para Burgoyne, más allá del número de hombres perdidos. Significó que no iba a obtener alimentos y suministros. Además, la noticia de la victoria hizo que grandes cantidades de hombres afluyeran a unirse a la bandera americana, de modo que Burgoyne se halló rodeado por fuerzas crecientes.

Iba a tener que luchar o morir de hambre, y cada día que pasaba aumentaba las probabilidades en contra suya.

La rendición de Burgoyne

Pero, mientras tanto, ¿dónde estaba el general Howe, quien, según el plan de Burgoyne, se suponía que llevaría su ejército aguas arriba del río Hudson y, así, atraparían a los americanos en las destructivas mandíbulas de un cascanueces?

Increíblemente, Howe había decidido avanzar en otra dirección totalmente distinta. Aun tratándose de Howe, esto es inimaginable.

Hay una leyenda que culpa a lord George Germain, el miembro del gabinete británico a cargo de las colonias, quien dirigía la estrategia global de la guerra. Había aceptado el plan de Burgoyne y se suponía que había informado a Howe exactamente de cuál era su parte. Pero, se dice, se marchó para pasar fuera un largo fin de semana y, en su prisa, metió el mensaje a Howe en una casilla, pensando enviarlo al retornar. Pero, cuando volvió, se olvidó de todo.

Esto parece improbable. Si bien es muy posible que un miembro del gabinete (o cualquiera) sea descuidado aun en el asunto más importante, Howe debía saber, hasta sin instrucciones, que tenía que marchar al norte para reunirse con Burgoyne.

Aparentemente, Howe comprendía esto, pero había algo más en su pensamiento. Sabía muy bien que su manejo de la guerra, hasta entonces, había sido abismalmente malo. Bunker Hill fue una continua pesadilla para él, y ahora su campaña de 1776 en Nueva York y Nueva Jersey era otra pesadilla. Aunque había tomado Nueva York y había infligido varias derrotas a Washington, estas derrotas no eran decisivas. Washington se había escapado de su puño una y otra vez, y lo había puesto totalmente en ridículo con el golpe de Trenton.

Howe quería compensar sus errores pasados con algún brillante golpe militar que aplastase a Washington. Si se unía con Burgoyne podía terminar la guerra, pero el mérito sería atribuido a Burgoyne. Howe parece haber estado convencido de que, si tomaba Filadelfia, podía imponer la capitulación a los americanos, y todo el mérito sería suyo; sobre todo puesto que él tomaría Filadelfia y luego correría hacia el norte para unirse a Burgoyne. Howe consiguió de algún modo convencer a lord Germain, y este tonto, después de haber dicho a Burgoyne que Howe iría al norte para encontrarse con él, luego le dio permiso a Howe para marcharse a otra parte.

Así, el 23 de julio de 1777, mientras Burgoyne se abría camino de manera penosa y jadeante por los bosques al sur del lago Champlain, Howe, quien debía estar subiendo por el río Hudson, tranquilamente embarcó 18.000 hombres en los barcos y navegó hacia el Sur. No tenía ninguna intención de tomar la ruta terrestre a través de Nueva Jersey, donde Washington estaba esperándolo. En cambio, se dirigió por mar hacia el sur, hasta la bahía de Chesapeake, y luego hacia arriba, a través de la bahía, para desembarcar a unos pocos kilómetros al sur de Filadelfia y tomarla por sorpresa.

Por supuesto, no había nada que lo detuviera por mar, y el 25 de agosto de 1777 (después de que la batalla de Bennington y la retirada de Saint Leger dejasen a Burgoyne en una situación desesperada), Howe colocó su ejército en la costa de lo que es ahora Elkton, Maryland, a unos setenta y cinco kilómetros al sur de Filadelfia.

Washington, quien naturalmente esperaba que Howe marchase hacia Albany (¿quién podía prever toda la medida de la estupidez de Howe?), se había dirigido hacia el norte, pero al recibir noticias de la llegada de Howe a la punta de la bahía de Chesapeake, marchó rápidamente hacia el sur con su ejército de 12.000 hombres. Puesto que Howe se movía tan lentamente como siempre, Washington alcanzó a los británicos en Brandywine Creek, a mitad de camino entre Elkton y Filadelfia.

El 11 de septiembre de 1777 se libró la batalla de Brandywine Creek, y Howe, que combatía con el mayor cuidado (pues ahora era la ambición de su vida aplastar a Washington), ejecutó excelentes maniobras de flanqueo. Dirigió contra el ejército americano un ataque frontal y luego envió columnas a ambos lados. Washington no tenía el tipo de preparación militar que le permitiese contrarrestar maniobras enemigas bien ejecutadas, y fue completamente superado. Perdió unos mil hombres y tuvo que retirarse lo más rápidamente que pudo a Filadelfia. El general Greene mantuvo en orden la retirada y evitó un desastre peor.

Ahora no había nada que impidiera a Howe marchar sobre Filadelfia. Una vez más, el Congreso abandonó la ciudad apresuradamente. El 19 de septiembre, sus miembros se reunieron en Lancaster, Pensilvania, a cien kilómetros al oeste de Filadelfia, y al día siguiente se trasladaron a Nueva York, a veinticinco kilómetros más al oeste.

El 26 de septiembre de 1777 Howe tomó Filadelfia y, con el sentimiento de victoria que lo invadió, volvió a ser el viejo Howe. No hizo ningún intento de perseguir a Washington.

Washington, por su parte, pensó que era imposible permitir a Howe mantener el dominio de Filadelfia sin hacer algún intento de desalojarlo. El principal campamento de Howe estaba en Germantown, a once kilómetros al norte de Filadelfia, y, el 3 de octubre, Washington lo atacó de una manera muy complicada. El asalto involucraba a columnas que atacaban desde diferentes direcciones y acudían al apoyo unas de otras, en una maniobra muy intrincada.

Desgraciadamente, las tropas no preparadas de Washington no podían hacer marchas y contramarchas con la precisión adecuada. Además, la mañana en la cual la maniobra iba a llegar a su culminación fue brumosa y algunos destacamentos americanos, irremediablemente perdidos, dispararon sobre su propio bando.

Washington terminó perdiendo casi otros mil hombres y tuvo que retirarse nuevamente, mientras Greene, una vez más, hacía su tarea admirablemente.

Después de esto, Howe se estableció en Filadelfia para pasar el invierno. La región había sido despejada y Washington no osaría molestarlo. La sociedad de Filadelfia lo acogió gratamente; los soldados británicos nunca se habían sentido tan cómodos en América antes.

Sin duda, Burgoyne estaba dando sus últimas boqueadas lejos, en el norte. ¿Se preocupó Howe por esto o sintió un acceso de remordimiento por no hacer al menos un gesto de marchar en su ayuda? Quizá no. Había restablecido su reputación, ante sus propios ojos al menos, derrotando a Washington diestramente en dos batallas y ocupando la capital rebelde. Hasta podía hacerse la ilusión de creer que, estando él mismo cómodamente instalado en Filadelfia, los americanos pedirían la paz.

Ciertamente, por la situación del ejército de Washington, habría parecido que Howe tenía razón. Después de la doble pérdida en Bradywine y Germantown, Washington instaló sus cuarteles de invierno en Valley Forge, Pensilvania, a treinta y dos kilómetros de Filadelfia. Así, su ejército estaba entre los británicos de Filadelfia y el Congreso en York.

Para los americanos, el invierno fue horrible. Fue excepcionalmente frío, con nieves tempranas. El campo estaba pelado y los granjeros no vendían nada al pequeño ejército americano que sólo tenía el dinero «continental» sin valor para pagar. En cambio, los granjeros vendieron a los pudientes británicos de Filadelfia.

Los harapientos soldados se congelaron durante el invierno, con escasos alimentos, prácticamente sin ropa de abrigo y hasta con escasez de zapatos. Unos tres mil murieron por las privaciones y otros desertaron. El hecho de que el evanescente espectro del ejército se mantuviese unido y permaneciese en pie se debía, casi totalmente, a la dominante presencia de Washington.

Pero al menos el ejército americano, aunque sufrió mucho, permaneció en pie. El ejército de Burgoyne, en el norte, estaba en peor situación. Perdida la batalla de Bennington, mientras los americanos acudían en cantidad al ejército de Gates, Burgoyne sin embargo se abrió camino. Logró llegar a Saratoga y pasarla. Gates había fortificado las alturas de Bemis, a veintisiete kilómetros al sur de Saratoga y a sólo cuarenta kilómetros al norte de Albany, y ahora se enfrentó con el ejército que se acercaba de Burgoyne.

Gates tenía 7.000 hombres, y el 19 de septiembre (ocho días después de que Washington perdiese la batalla de Brandywine Creek) envió a 3.000 de ellos adelante, al encuentro de las fuerzas de Burgoyne. Se hallaban bajo el mando de Benedict Arnold y Daniel Morgan. Morgan (nacido en Hunterdon County, Nueva Jersey, en 1736) había estado con Arnold en Quebec, donde combatió bien.

El combate de Freeman's Farm, a un kilómetro y medio al norte de las alturas fortificadas, no fue particularmente científico. Ambas partes sencillamente arremetieron hacia adelante. Los tiradores de primera de Morgan hicieron estragos entre los británicos, pero los americanos eran superados en número y Gates, aunque sus fuerzas crecían rápidamente, se negó a enviar refuerzos.

Los americanos retrocedieron y Burgoyne mantuvo el terreno, que luego fortificó. Técnicamente, fue una victoria británica, pero los británicos habían tenido mayores pérdidas, y las fuerzas de Burgoyne disminuían con la deserción de los indios, mientras que las de Gates seguían aumentando.

Para entonces, simplemente tenia que hacerse algo desde Nueva York. Howe no había dejado la ciudad enteramente desprotegida, sino que había mantenido allí una pequeña fuerza comandada por Clinton. En esas circunstancias, Clinton llevó a algunos hombres aguas arriba del Hudson, y el 6 de octubre logró tomar dos fuertes al norte de Peekskill.

Burgoyne, que aún esperaba en Freeman's Farm, sabía que no podía quedarse allí sentado esperando la llegada de Clinton. Tenía que retirarse o atacar, y si atacaba, tenía que ser de inmediato. Las fuerzas americanas ascendían entonces a 11.000 y seguían aumentando.

Mientras tanto, los oficiales de Gates se enfurecían calladamente ante el hecho de que Gates no atacaba. Su falta de coraje les había hecho perder una aplastante victoria en Freeman's Farm. Además, en sus informes mostró una callada mezquindad al omitir mencionar a Arnold, que era sin duda el oficial más brillante del ejército. Cuando Arnold protestó, recibió el habitual trato injusto que recibía siempre, pues Gates lo relevó del mando.

El 7 de octubre, Burgoyne inició su avance con una fuerza de reconocimiento cuya misión era ubicar exactamente la situación de las tropas americanas. El combate comenzó, pero bajo el mando de Gates los americanos avanzaron cautamente.

Arnold, condenado a permanecer fuera de la lucha, no pudo resistir más. Echando pestes, tomó el mando del centro, de modo totalmente ilegal, y ordenó la carga. Él cargó con la tropa y recibió una herida en el muslo izquierdo que le rompió el hueso. Pero la batalla de las alturas de Bemis terminó con una aplastante derrota británica, gracias a la iniciativa de Arnold, y ahora Burgoyne tuvo que retirarse tambaleando a Saratoga.

No había esperanza para él. Cada día llegaban más americanos que se unían a las fuerzas que lo rodeaban. el 15 de octubre Clinton llegó a Kingston, a unos ciento treinta kilómetros al sur de Saratoga y, al hallar resistencia, abandonó y volvió a Nueva York. Aunque hubiera seguido marchando hacia el norte, no habría llegado a tiempo; y aunque hubiese llegado a tiempo, las fuerzas que llevaba consigo no habrían sido suficientes para modificar el resultado.

El 17 de octubre de 1777 Burgoyne finalmente cedió. Ahora estaba rodeado por 20.000 hombres, que lo superaban de cuatro a uno, de modo que se rindió. Trescientos oficiales (incluidos seis generales) y 5.500 hombres convinieron en deponer sus armas, marchar a Boston, volver a Gran Bretaña y no tomar parte nuevamente en la guerra.

Este suceso, que se produjo dos semanas después de la derrota de Washington en Germantown, anuló con creces la campaña victoriosa de Howe. Aunque Howe había derrotado a Washington, éste había salvado a su ejército una vez más y aún rondaba por Pensilvania. Burgoyne, en cambio, se había rendido.

La rendición de un ejército británico en el campo de batalla era un hecho muy poco común aun en las mejores condiciones, pero la rendición a un puñado de rústicos, tan profundamente despreciados por los soldados regulares británicos, era escasamente concebible. Fue una pasmosa humillación para Gran Bretaña, ante los ojos de todo el mundo.

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