El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) (23 page)

El sistema de partidos rápidamente adquirió un tinte local, gracias al plan de Hamilton de hacer que el gobierno federal se hiciese cargo de las deudas de los Estados individuales. El problema era que algunos Estados tenían deudas enormes, que habían hecho muy pocos intentos de pagar, mientras que otros ya habían pagado gran parte de sus deudas.

Naturalmente, los Estados con grandes deudas estaban encantados de librarse de ellas y cargarlas al gobierno federal, mientras que los Estados con pocas deudas con sideraban que eran castigados por su ahorro y estabilidad, al pedírseles que contribuyesen a pagar la deuda de los Estados derrochadores.

Ocurría que los Estados de Nueva Inglaterra tenían las mayores deudas y una economía comercial que se habría beneficiado con el programa financiero de Hamilton. Los Estados sureños tenían las deudas menores y habrían sido los más dañados por el programa de Hamilton. Por consiguiente, Nueva Inglaterra se hizo firmemente federalista, y los Estados sureños fuertemente republicanos demócratas. Los Estados intermedios nadaron entre dos aguas.

Los Estados sureños lograron obtener los votos necesarios para derrotar, por un estrecho margen de 31 a 29, el proyecto de ley de asunción de las deudas de los Estados por el gobierno federal.

Hamilton, que era un hombre de recursos, apeló a algo que sabía que el Sur deseaba, algo que se les podía dar a cambio de que cediesen en la cuestión de las deudas de los Estados. Concernía a la cuestión de la capital de los Estados Unidos.

Durante la Guerra Revolucionaria, Filadelfia había sido la capital, en el sentido de que había sido el lugar donde se reunía el Congreso Continental. Allí se había firmado la Declaración de la Independencia; allí se había reunido la Convención Constitucional. Y, a fin de cuentas, era la ciudad más grande y más progresista de la nación.

Fue en Nueva York, la segunda ciudad en tamaño, donde Washington había recibido su investidura, y durante un tiempo fue la capital. Filadelfia y Nueva York, desde luego, eran ciudades norteñas.

Pero presentaba desventajas hacer capital de los Estados Unidos a Filadelfia, o Nueva York, o en verdad a cualquier gran ciudad. En primer lugar, tales ciudades tenían grandes poblaciones, que podían volverse ingobernables cuando estaban descontentas. Así, en 1783, un motín de soldados no pagados, en Filadelfia, había obligado al Congreso a largarse apresuradamente y reunirse, temporalmente, en Princeton, Nueva Jersey, y, en 1785, en Nueva York. Por otro lado, las diversas ciudades estaban bajo la jurisdicción de uno u otro Estado, y el gobierno federal no podía estar seguro de que un Estado particular lo defendiese apropiadamente, sobre todo si tal Estado se hallaba descontento por la acción del Congreso.

Era necesario construir una nueva ciudad, no asociada a ningún Estado, y entregada principalmente a la maquinaria del gobierno. Pero la cuestión principal era dónde estaría situada tal ciudad.

Un lugar razonable podía ser a lo largo del río Potomac, el límite entre Maryland y Virginia. Era una ubicación central, aproximadamente a mitad de camino sobre la franja costera de los Estados Unidos. Y puesto que estaba al sur de la línea Mason-Dixon, los estados meridionales preferían esa situación. En particular, Virginia deseaba que se la situase allí, y Virginia era el centro mismo de la creciente oposición republicana democrática.

En junio de 1790, Hamilton se reunión con Madison y ofreció obtener el apoyo del Norte para crear una capital sobre el Potomac, a cambio del apoyo del Sur a que el gobierno federal se hiciera cargo de la deuda de los Estados. El compromiso fue aprobado. Un número suficiente de votos sureños admitieron la asunción de la deuda por el gobierno federal como para permitir la aceptación del programa de Hamilton, y la capital de los Estados Unidos fue establecida sobre el río Potomac, donde se encuentra todavía. La capital iba a trasladarse a Filadelfia hasta que la nueva estuviese lista.

Se fijó un emplazamiento de forma cuadrada, con diez millas de cada lado (el tamaño máximo permitido por la Constitución), a horcajadas del río Potomac, con los dos tercios septentrionales en Maryland y el tercio meridional en Virginia. Los dos Estados cedieron la tierra al gobierno federal, para que ningún Estado tuviese autoridad sobre la capital federal.

Pero el desarrollo de la ciudad se produjo enteramente en el sector de Maryland y, en 1847, la parte de Virginia fue devuelta a este Estado. La capital federal está ahora incluida enteramente en el lado de Maryland del Potomac; tres lados del cuadrado dan al río, con una superficie de sesenta y nueve millas cuadradas. La región es el «Distrito de Columbia», en homenaje a Colón, por supuesto, descubridor de América, y también porque Columbia se había convertido en un sinónimo poético de los Estados Unidos. La ciudad que creció dentro de ella recibió su nombre, inevitablemente, en honor a George Washington.

La planificación de la ciudad fue asignada a Pierre Charles L'Enfant (nacido en París en 1754), un ingeniero que había prestado servicios durante la Guerra Revolucionaria. Concibió un plan de amplias calles que irradiarían desde la parte de la ciudad en la que iban a estar situados la Casa del Ejecutivo y el edificio del Congreso. (Este último luego fue llamado el «Capitolio», a imitación de un edificio similar de la antigua Roma.) Entre la Casa del Ejecutivo y el Capitolio iba a haber una ancha avenida.

El plan de L'Enfant era demasiado para lo que podían permitirse los Estados Unidos, por lo que fue despedido. Entonces la ciudad capital empezó a crecer al azar y desmañadamente. Sólo en 1901 los planes de L'Enfant fueron sacados de la oscuridad e impuestos sobre la ciudad aún en crecimiento.

El éxito de Hamilton al lograr que el gobierno federal se hiciese responsable de todas las deudas de los Estados en su valor nominal lo llevaron a una mayor extensión del poder federal sobre la economía. Urgió a la creación de un «Banco de los Estados Unidos», un banco que sirviese al gobierno federal, que controlase y regulase a los diversos bancos estatales y, en particular, controlase el papel moneda de la nación.

Jefferson y sus adeptos se oponían a la creación de tal banco, arguyendo que la Constitución no daba al gobierno federal el poder para ello. Hamilton argumentaba que, si bien la Constitución no mencionaba específicamente a tal banco, todo el tono de ella implicaba dicho banco. ¿Cómo podía el gobierno recaudar impuestos y regular eficientemente el comercio sin tal banco?

Así comenzó la disputa entre los «construccionistas estrictos», que se ajustaban estrechamente a la Constitución y no iban ni un milímetro más allá de sus estipulaciones claramente expresadas, y los «construccionistas vagos», quienes deseaban extraer todo género de implicaciones de lo que en ella se decía. Esta discusión ha proseguido en los Estados Unidos desde entonces; habitualmente, los que están en el poder son construccionistas vagos y los de la oposición construccionistas estrictos.

En general, los construccionistas vagos prevalecieron una y otra vez, el gobierno federal se hizo cada vez más fuerte con los años y es ahora más fuerte que nunca.

En 1791, Hamilton, el construccionista vago, prevaleció sobre Jefferson, el construccionista estricto, y se votó la creación del Banco de los Estados Unidos. Comenzó a operar el 12 de diciembre de 1791.

El Banco de los Estados Unidos tuvo que crear un nuevo sistema de acuñación. Por consejo de Gouverneur Morris, las libras, chelines y peniques británicos fueron abandonados a favor de la mucho más sensata acuñación decimal que usamos hoy. La unidad básica, el «dólar», recibió su nombre y su valor del peso español, llamado dólar por los americanos.

El Banco controló la cantidad de papel moneda en circulación, con lo cual impidió la caída del valor del papel moneda. Esto, en general, favoreció a las clases comerciales, que eran comúnmente acreedoras y no aceptaban papel moneda barato como pago de sus deudas. En cambio, perjudicó a las clases rurales, que generalmente eran deudoras.

La victoria inicial de Hamilton y los federalistas durante los primeros años del gobierno federal parece, en conjunto, haber sido beneficiosa. Los Estados Unidos tuvieron una base financiera sólida y se estableció el principio de un gobierno federal fuerte. Si alguno de estos desarrollos hubiese fracasado, es dudoso que los Estados Unidos hubiesen podido resistir las vicisitudes futuras.

Los nuevos Estados

Otro precedente de la mayor importancia para la existencia futura de los Estados Unidos se estableció en 1791. Se trataba de la cuestión de la admisión de nuevos Estados.

Sin duda, la Ordenanza del Noroeste había considerado la admisión futura de nuevos Estados sobre una base de igualdad con los viejos Estados, pero concernía a UQ territorio limitado, la región situada al norte del río Ohio, y obedecía a los Artículos de la Confederación. ¿Cómo sería bajo la nueva Constitución?

Según la Constitución, el gobierno federal siguió recibiendo títulos de propiedad sobre tierras occidentales situadas fuera de los límites de los trece Estados originales. Carolina del Norte cedió todos sus títulos occidentales en 1790, después de ratificar la Constitución, y sólo Georgia continuó manteniendo sus pretensiones a tierras ubicadas más allá del Mississippi. (Georgia finalmente cedió en 1802.) Pero la primera prueba no se produjo en relación con esas tierras occidentales, sino con los tramos de las Montañas Verdes de Nueva Inglaterra, un territorio que estaba al oeste de New Hampshire y al este y el norte de Nueva York. La parte septentrional de este territorio había sido francesa antes del Tratado de París de 1763, lo cual se refleja aún en el nombre con que es conocida laregión, «Vermont», forma distorsionada de la expresión francesa para designar las «Montañas Verdes». Después de 1763, el territorio fue reclamado por Nueva York y por New Hampshire, y esta disputa perduró durante la Guerra Revolucionaria y después de ella. Fue para rechazar tanto a Nueva York como a New Hampshire por lo que los habitantes de Vermont se organizaron en los «Muchachos de las Montañas Verdes» bajo el mando de Ethan Allen. Los Muchachos de las Montañas Verdes combatieron en Ticonderoga y en Bennington, como ya expusimos antes.

En el curso de la Guerra Revolucionaria, Vermont declaró su independencia de los británicos y se organizó como Estado. El 8 de julio de 1777 adoptó una constitución estatal que fue la primera en admitir el sufragio de todos los hombres, sin establecer ningún requisito sobre propiedades. Fue también la primera constitución estatal que prohibió absolutamente la esclavitud.

Pero fue un Estado sólo para sí mismo. El Congreso no lo reconoció oficialmente, y Nueva York y New Hampshire siguieron manteniendo sus pretensiones sobre el territorio, aunque no adoptaron ninguna medida. De hecho, si no de derecho, Vermont fue una república independiente y siguió siéndolo durante todo el período de los Artículos de la Confederación.

Excluyendo los intentos por poner fin a esa situación por la fuerza, cosa que nadie quería hacer, la cuestión debía ser regularizada. En 1790, Nueva York y New Hampshire renunciaron a sus pretensiones. En enero de 1791, Vermont adoptó formalmente la Constitución de los Estados Unidos y, el 4 de marzo, fue aceptado en la Unión como el decimocuarto Estado. Obtuvo todos los derechos de los otros trece Estados y no fue en modo alguno castigado por no haber sido uno de los Estados cuyos delegados habían firmado la Declaración de la Independencia.

Al año siguiente le tocó el turno al territorio situado al oeste de Virginia. Durante muchos años, Virginia lo consideró como parte de su territorio y en una época lo había organizado como el condado de Kentucky (del nombre del río Kentucky, que a su vez provenía de una palabra india que quizá significaba «tierra de prados»). Después de la Guerra Revolucionaria, los colonos afluyeron a él y Virginia lo cedió al gobierno federal. Entró en la Unión con el nombre de Kentucky el 1 de junio de 1792, como el decimoquinto Estado. Su constitución estatal permitía la esclavitud.

Después de la entrada de Kentucky en la Unión, el Congreso decretó que, a partir del 1 de mayo de 1795, la bandera americana consistiría en quince franjas y quince estrellas, como símbolo de la aceptación de los nuevos Estados en un pie de igualdad con los viejos. Pronto se vio que la adición de una nueva franja por cada Estado era farragosa, y no se volvió a cambiar la bandera durante un cuarto de siglo, aunque a la sazón cinco Estados más fueron admitidos en la Unión.

Sólo en 1818 se le ocurrió al Congreso dejar las trece franjas originales y aumentó únicamente el número de estrellas. Desde entonces, las estrellas han aumentado con el número de Estados, y la actual bandera americana tiene cincuenta estrellas.

La igualdad de poderes de los nuevos Estados se puso de manifiesto inmediatamente, pues tuvieron la oportunidad de elegir electores para presidente en 1792, cuando el mandato de George Washington se acercaba a su fin. En conjunto, su presidencia tuvo éxitos notables. Los Estados Unidos se habían consolidado y la Constitución funcionaba bien.

Sin embargo, la elección de 1792 planteó una crisis a la nación. ¿Quién sucedería a Washington? ¿Podía sucederse a sí mismo y ser elegido por un segundo plazo? La Constitución no decía absolutamente nada acerca de si un presidente podía servir por un mandato, por dos o por tantos como pudiera antes de morirse.

Idealmente, en una democracia, debe turnarse en el gobierno tanta gente como sea posible. Si se establecía el precedente de que los presidentes podían ser reelegidos, la posibilidad de una consolidación del poder quizá facilitaría a un presidente el convertirse en un dictador de por vida, y las reelecciones cada cuatro años serían una mera formalidad.

Ciertamente, Jefferson y quienes estaban de acuerdo con sus ideas tenían esto presente y habrían deseado poner el límite de un mandato que permitiera apartar a Washington, sobre todo considerando que sus ideas eran cada vez más favorables a Hamilton.

Pero la querella entre Jefferson y Hamilton, y la hostilidad entre los republicanos demócratas y los federalistas, se habían hecho tan profundas que no parecía haber ninguna posibilidad de que coincidiesen en alguien que no fuera Washington o de efectuar una elección sin éste que no fuese tan enconada como para herir, quizá fatalmente, a la nación.

A toda costa, no debía haber lucha de partidos en 1792, lo cual significaba que Washington debía seguir siendo presidente, puesto que era la única persona que admitían todas las partes. Más tarde, después de cuatro años más, quizá la nación fuese suficientemente fuerte para soportar una riña electoral.

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