El oscuro pasajero (5 page)

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Authors: Jeff Lindsay

Tags: #Intriga, #Policíaco

A lo largo del día fui recibiendo datos forenses a gotas. Sobre mediodía la historia había estallado a nivel nacional. Después del «inquietante descubrimiento» del motel Cacique, se levantaba la veda contra el asesino de las putas. El Canal 7 había realizado un trabajo notable a la hora de señalar el horror implícito en las partes del cuerpo halladas en el contenedor sin decir nada concreto sobre ellas. Tal y como maliciosamente había comentado la inspectora LaGuerta, no eran más que putas; pero en cuanto los medios comenzaran a presionar, daría igual que se hubiera tratado de hijas de senadores. Y entonces el departamento iniciaría las maniobras defensivas, sabiendo exactamente qué clase de angustiosas bobadas salían de los valientes y arrojados soldados del quinto poder.

Deb había permanecido en el lugar del crimen hasta que el capitán comenzó a pensar que estaba autorizando demasiadas horas extra y la enviaron a casa. Empezó a llamarme a las dos de la tarde para enterarse de lo que yo había descubierto, lo cual era muy poco. No habían encontrado nada en el hotel. En el aparcamiento había tantas marcas de neumáticos que era imposible distinguirlas. No había huellas ni pistas en el contenedor, ni en las bolsas, ni en las partes del cuerpo. Todo limpio.

La gran pista del día era la pierna izquierda. Tal y como Ángel había señalado, la pierna derecha había sido cortada en varios trozos: a la altura de la cadera, la rodilla y el tobillo. Pero la izquierda no. La habían seccionado en dos, y luego las habían envuelto cuidadosamente. Aja, dijo la inspectora LaGuerta en una de sus frecuentes muestras de genialidad. Alguien había interrumpido al asesino, lo había sorprendido, alarmado, y éste no había tenido tiempo de terminar el corte. Sintió pánico al verse descubierto. Y a partir de ese momento todos los esfuerzos de LaGuerta se centraron en encontrar a dicho testigo.

La teoría de la interrupción de LaGuerta presentaba un pequeño problema. Algo mínimo, quizá sería buscar distinciones demasiado sutiles, pero… Todo el cuerpo había sido meticulosamente lavado y envuelto, al parecer después de ser seccionado. Y después había sido transportado con cuidado hasta el contenedor, en apariencia con suficiente tiempo y capacidad de concentración por parte del asesino como para no dejar el menor rastro ni cometer error alguno. O bien nadie le comentó esto a LaGuerta, o bien —¡maravilla de las maravillas!—, ¿era posible que nadie se hubiera dado cuenta? Pues sí: gran parte del trabajo policial es pura rutina y consiste en hacer que los detalles encajen en patrones preestablecidos. Así que, ante un nuevo patrón, los investigadores podían parecer ciegos observando a un elefante a través de un microscopio.

Pero dado que yo no estaba ciego ni atrapado por la rutina, a mí me parecía más probable que ese hecho fuera simplemente una muestra de que el asesino estaba insatisfecho. Había tenido tiempo de sobra para trabajar, pero… éste era el quinto asesinato con el mismo patrón. ¿Acaso cortar el cuerpo a trozos empezaba a aburrirle? ¿Tal vez nuestro chico buscara algo distinto, algo más? ¿Alguna nueva dirección, un giro inédito?

Casi podía sentir su frustración. Haber llegado tan lejos, hasta el final, seccionando las sobras para envolverlas como regalos. Y entonces esa súbita idea: No se trata de esto. Algo no está bien. Coitus interruptus.

Lo que hacía ya no le llenaba. Necesitaba un enfoque distinto. Intentaba expresar algo y todavía no había encontrado las palabras. Y en mi opinión personal —es decir, si hubiese sido yo— esto debió de frustrarlo mucho. Y la única forma de responder a esa frustración era seguir adelante.

Pronto.

Pero dejemos que LaGuerta busque al testigo. No habría ninguno. Era un monstruo frío y prudente, y en mi opinión, absolutamente fascinante. ¿Y qué debería hacer yo respecto a dicha fascinación? No estaba seguro, así que me retiré a mi lancha a pensar.

Una Donzi a más de cien kilómetros por hora me cortó el paso a sólo unos centímetros de distancia. Saludé alegremente y volví al presente. Me acercaba a Stiltsville, un grupo de casas asentadas sobre pilares, en su mayoría abandonadas y viejas, cerca del Cabo Florida. Dibujé un gran círculo, sin rumbo definido, y dejé que mis pensamientos avanzaran en ese mismo arco lento.

¿Qué iba a hacer? Tenía que decidirlo ahora, antes de ser demasiado útil para Deborah. No me cabía la menor duda de que podía ayudarla a resolver el caso, nadie mejor que yo. Nadie más se estaba moviendo en la dirección correcta. ¿Pero quería ayudarla? ¿Quería que arrestaran a este asesino? ¿O prefería encontrarlo y encargarme de él personalmente? Es más —oh, un pensamiento perverso—, ¿de verdad quería que lo detuvieran? ¿Qué iba a hacer?

A mi derecha pude ver la zona de Elliot Key bajo la última luz del día. Y, como siempre, recordé la vez que fui de acampada allí con Harry Morgan. Mi padre adoptivo. El buen poli.

Eres diferente, Dexter
.

Sí, Harry, la verdad es que sí.

Pero puedes aprender a controlar esa diferencia y usarla de forma constructiva
.

De acuerdo, Harry. Si tú lo crees. ¿Cómo?

Y me lo explicó.

Ningún cielo estrellado puede compararse al del sur de Florida cuando tienes catorce años y has salido de acampada con tu padre. Aunque se trate sólo de tu padre adoptivo. Y aunque la visión de todas esas estrellas sólo te llene de una cierta satisfacción, ya que la emoción está fuera de juego. No la sientes. En parte, por eso estás aquí.

El fuego se ha extinguido y las estrellas brillan como nunca, y el querido padre adoptivo lleva un buen rato callado, dando sorbos a la anticuada cantimplora que ha sacado del bolsillo exterior de la mochila. Y no se le da muy bien, no es como muchos otros polis, en realidad no es un bebedor. Pero ahora está vacía, y ha llegado ya el momento de que diga lo que tiene que decir. Ahora o nunca.

—Dexter, tú eres diferente —empieza.

Aparto la mirada del brillo de las estrellas. Los últimos vestigios del fuego dibujan sombras en torno al pequeño claro donde nos hallamos. Algunas se reflejan en la cara de Harry. Lo veo raro, como si fuera la primera vez que lo tengo delante. Decidido, descontento, un poco inquieto.

—¿Qué quieres decir, papá?

No me mira.

—Los Billup dicen que Buddy ha desaparecido —dice él.

—Menudo coñazo. Se pasaba la noche ladrando. Mamá no podía dormir.

Y mamá necesitaba dormir, por cierto. Morir de cáncer requiere mucho descanso, y no había forma de que lo consiguiera con aquel chucho asqueroso que vivía enfrente y que se pasaba la noche entera ladrando a cualquier hoja que cayera sobre la calle.

—Encontré la tumba —dice Harry—. Contenía muchos huesos, Dexter. No sólo los de Buddy.

No hay mucho que decir. Hago una montañita con hojas de pino y espero a que Harry prosiga.

—¿Cuánto tiempo llevas haciéndolo?

Observo la cara de Harry y luego desvío la mirada hacia el claro que hay junto a la playa. Nuestra embarcación está allí, meciéndose suavemente por el impulso del agua. A la derecha queda el tenue resplandor blanco de las luces de Miami. No puedo adivinar adonde quiere llegar Harry, qué quiere oír. Pero se trata de mi padre adoptivo, amigo de hablar sin dobleces; con Harry la verdad suele ser la mejor opción. Siempre lo sabe todo, o acaba enterándose.

—Un año y medio —digo.

Harry asiente.

—¿Por qué empezaste?

Una buena pregunta, y la verdad, con catorce años, la respuesta está fuera de mi alcance.

—Bueno… La verdad es que… tuve que hacerlo —le digo. Ya entonces, joven pero sutil.

—¿Oyes una voz? —insiste—. ¿Algo o alguien que te dice lo que debes hacer y a la que no puedes negarte?

—Huy —digo con la elocuencia típica de los adolescentes—, no exactamente.

—Cuéntamelo —dice Harry.

Esa luna, una luna buena y rolliza, algo más grande a lo que mirar. Agrupo un puñado más de hojas de pino. Me arde la cara, como si papá me hubiera pedido que le contara mis sueños eróticos. Lo cual, en cierto modo…

—Bueno, huy…, es como si sintiera algo, ya me entiendes. Dentro de mí. Observándome. Quizá…, hmm, ¿riéndose de mí? Pero no se trata de una voz, es sólo… —Añado un elocuente encogimiento de hombros. Pero para Harry parece tener sentido.

—Y este algo hace que tengas ganas de matar.

Un lento y gordo jet cruza por encima de nuestras cabezas.

—No, hmm, no es que me obligue —digo—. Sólo… hace que parezca una buena idea.

—¿Alguna vez has sentido deseos de matar otras cosas? ¿Algo más grande que un perro?

Intento responder pero noto un nudo en la garganta. Lo deshago.

—Sí.

—¿A alguna persona?

—Nadie en particular, papá. Sólo… —Vuelvo a encogerme de hombros.

—¿Qué te contuvo?

—Creí… creí que a ti y a mamá no os parecería bien.

—¿Eso fue lo único que te detuvo?

—Bueno, no quería que os enfadarais. Ya sabes, no quería decepcionaros.

Miro a Harry de reojo. Él me observa fijamente, sin parpadear.

—¿Por eso hemos salido de excursión, papá? ¿Para hablar de esto?

—Sí —dice Harry—. Tenemos que aclarar esto.

Aclararlo, sí, por supuesto: un ejemplo de cómo es la vida según Harry, con rincones de hospital y zapatos relucientes. E incluso entonces ya lo sabía: esa necesidad de matar a alguien de vez en cuando acabaría colocándome, más tarde o más temprano, en la situación de aclarar mi situación.

—¿Cómo? —pregunto, y me dirige una mirada larga e intensa, y al ver que voy siguiéndole paso a paso hace un gesto de asentimiento.

—Buen chico —dice—. Ahora mismo. —Y a pesar de decir «ahora mismo», transcurre un buen rato antes de que vuelva a hablar. Observo las luces de una lancha que pasa a unos doscientos metros de nuestra pequeña playa. Por encima del ruido del motor una radio emite música cubana—. Ahora mismo —repite Harry, y lo miro. Pero él ha apartado la mirada, la tiene puesta en los restos de la hoguera, en el futuro que nos aguarda en algún lugar—. Es así —dice él. Lo escucho con atención. Es lo que suele decir antes de expresar una verdad importante. Cuando me enseñó cómo lanzar una pelota con efecto, y cómo propinar un gancho de izquierda. Es así, decía, y así era, tal y como él decía.

—Me hago viejo, Dexter. —Esperaba que yo pusiera alguna objeción, pero no lo hice y asintió con la cabeza—. Creo que la gente comprende las cosas de manera distinta a medida que envejece. No es que uno se vuelva blando, o vea las cosas en gris en lugar de en blanco y negro. Creo de verdad que entiendo las cosas de manera distinta. Mejor. —Me mira con la mirada de Harry: amor duro y ojos azules.

—De acuerdo —digo yo.

—Hace diez años te habría internado en algún centro —dice él, y parpadeo al oírlo. Casi me hace daño, pero tengo que reconocer que también yo lo he pensado—. Pero ahora creo que he aprendido muchas cosas. Sé cómo eres, y sé que eres un buen chico.

—No —protesto. Lo digo en voz baja, casi inaudible, pero Harry lo oye.

—Sí —dice con firmeza—. Eres un buen chico, Dex. Lo sé. Lo sé. —Lo repite casi para sí mismo, o tal vez para darle más énfasis, y sus ojos se encuentran con los míos—. En caso contrario no te habría importado qué pensara yo o qué pensara mamá. Lo habrías hecho. No puedes evitarlo, lo sé. Porque… —Se para y me mira sin decir nada durante un momento. Me resulta muy incómodo—. ¿Qué recuerdas de antes? De antes de que te lleváramos a casa.

Eso todavía duele, pero la verdad es que ignoro por qué. Sólo tenía tres años.

—Nada.

—Bien —dice él—. Es algo que nadie debería recordar. —Y eso será lo máximo que diga al respecto en toda su vida—. Pero aunque no lo recuerdes, Dex, eso te hizo algo. Esas cosas te hacen ser lo que eres. He hablado con expertos acerca de ello. —Y por raro que parezca, me dirige una de esas sonrisas breves, casi tímidas, típicas de Harry—. Esperaba que sucediera algo así. Lo que te sucedió cuando eras muy pequeño te ha modelado. He intentado corregirlo, pero… —Se encoge de hombros—. Era demasiado fuerte. Demasiado. Se te metió dentro a edad muy temprana y no te podrás desprender de ello. Te provocará ganas de matar y no podrás evitarlo. No puedes cambiarlo. Pero… —prosigue, mirando hacia otro lado, como si viera algo que no está a mi alcance—. Pero puedes canalizarlo. Controlarlo. Elegir —sus palabras son ahora muy cuidadosas, mucho más de lo que habían sido nunca—, elegir qué o a quién quieres matar. —Y me lanzó una sonrisa, distinta a cualquiera de las que le había visto antes, una sonrisa tan seca y amarga como las cenizas que quedan de la hoguera—. Hay mucha gente que se lo merece, Dex.

Y con esas palabras orientó toda mi vida, mi todo, mi quién soy y qué soy. Ese hombre maravilloso, que lo veía todo y lo sabía todo. Harry. Mi padre.

Si hubiese sido capaz de amar, ¡cuánto habría amado a Harry!

Hace ya mucho tiempo. Harry lleva años muerto. Pero sus lecciones persisten. No por ningún sentimiento de nostalgia o emoción, sino porque Harry tenía razón. Lo he comprobado una y otra vez. Harry sabía de qué hablaba, y me enseñó bien.

Ten cuidado
, había dicho Harry. Y me enseñó a tenerlo, tan bien como sólo un policía puede enseñar a un asesino.

Escoger con cuidado de entre todos los que lo merecían. Asegurarse sin lugar a dudas. Después limpiar. No dejar rastro. Y siempre evitar cualquier implicación emocional: provoca errores.

Ese cuidado iba más allá del momento del asesinato, claro. Tener cuidado significaba construirse una vida. Compartimentar. Hacer vida social. Imitar al resto.

Y yo había seguido sus consejos con gran esmero. Era casi un holograma perfecto. Estaba por encima de cualquier sospecha, más allá de cualquier reproche, y ni siquiera era digno de desprecio. Un monstruo pulcro y educado, el vecino de la puerta contigua. Incluso Deborah seguía engañada la mitad del tiempo. Claro que ella también creía lo que quería creer.

Y en este momento ella creía que yo podía ayudarla a resolver estos asesinatos, impulsar su carrera y catapultarla desde ese atuendo sexy hacia el traje chaqueta. Y tenía razón, por supuesto. Podía ayudarla. Pero lo cierto es que no me apetecía, porque disfrutaba mucho viendo actuar a ese otro asesino, sintiendo cierta clase de conexión estética, o…

Implicación emocional
.

Bien. Ahí estaba. Una clara violación del código de Harry.

Emprendí el camino de regreso. Ya había oscurecido del todo, pero me guié por una torre de radio que estaba a unos grados a la izquierda de mis aguas natales. Así eran las cosas. Harry siempre había tenido razón, y por lo tanto ahora también la tenía.
No te impliques emocionalmente
, había dicho Harry. Y no lo haría.

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