El oscuro pasajero (6 page)

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Authors: Jeff Lindsay

Tags: #Intriga, #Policíaco

Ayudaría a Deb.

5

A la mañana siguiente llovía y el tráfico estaba imposible, como siempre que llueve en Miami. Algunos conductores reducían la velocidad en las resbaladizas autopistas, lo que ponía furiosos a otros, que hacían sonar el claxon, gritaban por las ventanillas y se metían por el arcén para adelantar, dejando atrás a los lentos mientras blandían los puños.

En la salida de Lejeune un enorme camión cargado con productos lácteos había invadido el arcén chocando con una furgoneta llena de alumnos de una escuela católica. El camión volcó. Y en este momento cinco niñas vestidas con faldas plisadas de lana estaban sentadas en un gran charco de leche con expresión de perplejidad en sus caras. El tráfico estuvo detenido casi durante una hora. Un niño fue trasladado en helicóptero al hospital Jackson. Los demás, enfundados en sus uniformes, observaban cómo los adultos se gritaban entre sí.

Yo aguardé plácidamente, escuchando la radio. Al parecer la policía tenía una buena pista en relación con el Carnicero de Tamiami. No se daban detalles, pero el capitán Matthews tenía indicios fiables. Parecía estar a punto de efectuar el arresto en persona tan pronto como acabara de beberse el café.

Por fin logré salir del atasco y avanzar un poco más deprisa. Me paré en la tienda de donuts que hay no muy lejos del aeropuerto. Compré un buñuelo relleno de manzana y un donut, pero el buñuelo de manzana no llegó ni al coche. Tengo un metabolismo muy alto. Es lo que pasa cuando te dedicas a la buena vida.

Cuando llegué al trabajo ya había dejado de llover. Brillaba el sol y las aceras exhalaban vapor. Entré en el edificio, mostré mis credenciales y subí a la oficina. Deb me estaba esperando.

No se la veía muy contenta esta mañana. Claro que ya no se la ve contenta muy a menudo. Al fin y al cabo es una poli, y la mayoría no consiguen resistirlo. Se pasan demasiado tiempo de servicio intentando no parecer humanos. La cara les queda así.

—Deb —dije, colocando la crujiente bolsa con el donut sobre la mesa.

—¿Dónde te metiste anoche? —preguntó ella. Con amargura, tal y como esperaba. Tanto fruncir el entrecejo no tardaría en dejarle marcas permanentes en la frente, arruinando una cara maravillosa: profundos ojos azules, centelleantes de inteligencia, y una nariz pequeña y respingona con solo una ráfaga de pecas, todo enmarcado por los negros cabellos. Unos rasgos bellos, estropeados ahora por unos cuantos kilos de maquillaje barato.

La miré con cariño. Resultaba obvio que volvía del trabajo, aún vestida con el sujetador de encaje,
shorts
de lycra color fucsia y tacones dorados.

—¿Qué más da? —dije—. ¿Dónde has estado tú?

Enrojeció. Odiaba llevar cualquier prenda que no fueran tejanos limpios y planchados.

—Te llamé —dijo.

—Lo siento.

—Sí. Ya.

Me senté en silencio. A Deb le gusta desahogarse conmigo. Para eso sirve la familia.

—¿Y por qué tenías tantas ganas de hablar conmigo?

—Me están dejando fuera —dijo ella. Abrió la bolsa de donuts y miró en el interior.

—¿Y qué esperabas? —pregunté—. Ya sabes lo que siente LaGuerta por ti.

Sacó el donut de la bolsa y lo devoró.

—Lo que espero —dijo con la boca llena— es seguir en el caso. Como dijo el capitán.

—Careces de antigüedad. Y de padrinos.

Arrugó la bolsa y me la tiró a la cabeza. Falló.

—Joder, Dexter. Sabes muy bien que merezco estar en Homicidios. En lugar de… —tiró del tirante del sujetador y señaló con una mano el provocativo atuendo—… de esta mierda.

Asentí.

—Aunque la verdad es que te queda bien —añadí.

Hizo una mueca: rabia y disgusto competían por invadirle la cara.

—Lo odio —dijo ella—. Si tengo que hacerlo mucho tiempo más, juro que me volveré loca.

—Es un poco pronto para tener atados todos los cabos, Deb.

—Mierda —exclamó. Lo que sí estaba claro es que el trabajo policial estaba arruinando el vocabulario de Deborah. Me lanzó una mirada fría, de poli malo, la primera de ese estilo que le había visto. Era la mirada de Harry, los mismos ojos, la misma sensación de estar viendo la verdad a través de ti—. No me tomes el pelo, Dex. La mitad de las veces lo único que tienes que hacer es ver el cadáver y sabes quién lo ha hecho. Nunca te he preguntado cómo lo haces, pero si tienes algún presentimiento en este caso, quiero que me lo cuentes. —Dio una fuerte patada a la mesa haciéndole una pequeña mella—. Joder, quiero sacarme de encima esta mierda de uniforme.

—Y a todos nos encantará verlo, Morgan —dijo una voz profunda y maliciosa desde la puerta. Levanté la mirada. Vince Masuoka nos sonreía.

—No sabrías qué hacer, Vince —le dijo Deb.

—¿Y por qué no probamos a descubrirlo? —dijo él, sonriendo aún más con aquella sonrisa brillante y falsa de libro de texto.

—Sigue soñando, Vince —dijo Debbie, haciendo un mohín que no le había visto desde que tenía doce años.

Vince hizo un gesto de asentimiento hacia la arrugada bolsa blanca que estaba encima de mi escritorio.

—Hoy te tocaba a ti, colega. ¿Qué me has traído? ¿Dónde está?

—Lo siento, Vince. Debbie se ha comido tu donut.

—Ojalá —dijo con voz de fingido falsete—. Así podría comerme su bollo de mermelada. Me debes un donut gigante, Dex.

—Es lo único gigante que tocarás nunca —dijo Deborah.

—En el donut el tamaño no importa, lo que importa es la habilidad del pastelero —respondió Vince.

—Por favor —dije—. Os van a saltar los lóbulos frontales. Es demasiado temprano para ser tan mordaz.

—Aja —dijo Vince, con su terrible risa falsa—. Ja, ja, ja. Hasta luego. —Nos guiñó un ojo—. No te olvides del donut. —Y fue a reunirse con su microscopio.

—¿Qué has descubierto? —me preguntó Deb.

Deb estaba convencida de que yo tenía presentimientos de vez en cuando. Y tenía motivos para creerlo. Normalmente mis inspiradas suposiciones se centraban en los canallas brutales que disfrutaban degollando a algún corderito cada pocas semanas sólo por divertirse. En varias ocasiones Deborah me había visto poner el dedo en la llaga: señalar algo que los demás habían pasado por alto. Nunca había dicho nada, pero mi hermana es una poli condenadamente buena y lleva bastante tiempo sospechando de mí. No sabe muy bien de qué se trata, pero sabe que algo no cuadra y esto la vuelve loca de vez en cuando porque, al fin y al cabo, me quiere. Es el único ser viviente sobre la superficie terrestre que me quiere. Y no se trata de autocompasión, sino de autoconocimiento claro y frío. Nadie puede quererme. Siguiendo el plan de Harry he intentado hacer vida social e, incluso, en algún momento de debilidad, tener relaciones amorosas. Pero no funciona. Hay algo que me falta, o no va bien, y tarde o temprano la otra persona me pilla Actuando. O llega una de Esas Noches.

Ni siquiera puedo tener animales. Me odian. Una vez compré un perro: ladró y aulló sin parar con una furia incontenible e interminable durante dos días, hasta que me vi obligado a librarme de él. Probé con una tortuga. La toqué una vez y no volvió a salir de la concha; murió al cabo de pocos días. Antes que verme o dejar que la tocara eligió la muerte.

Nada me quiere, y nada me querrá. Ni siquiera —y sobre todo— yo mismo. Sé lo que soy, y no es algo que se pueda amar. Estoy solo en el mundo, totalmente solo, a excepción de Deborah. Y excepto, claro, de esa Cosa que vive dentro de mí y que no sale a jugar con demasiada frecuencia. Además, ni siquiera juega conmigo, sino que debe buscar a otra persona.

Así que, en la medida de mis capacidades, me preocupo por ella. Querida Deborah. No creo que sea amor, pero preferiría que fuera feliz.

Y ahí estaba, mi querida Deborah, con aspecto de ser muy desgraciada. Mi familia. Mirándome y sin saber qué decir, pero más tentada de decirlo antes que nunca.

—Bueno —dije—, en realidad…

—¡Lo
sabía
! ¡TIENES algo!

—No interrumpas el trance, Deborah. Estoy contactando con el reino de los espíritus.

—Suéltalo ya —dijo ella.

—Es esa amputación interrumpida, Deb. La pierna izquierda.

—¿Qué le pasa?

—LaGuerta cree que alguien descubrió al asesino. Éste se puso nervioso y no terminó.

Deborah asintió.

—Me ha tenido toda la noche preguntando a las putas si vieron algo. Alguien tiene que haberlo visto.

—Oh, no. No caigas en eso —dije—. Piensa, Deborah. Si lo hubieran interrumpido, si hubiera estado demasiado asustado para terminar…

—El envoltorio —cortó Deb—. Tuvo que pasarse un buen rato envolviendo el cuerpo, limpiando. —Me miró sorprendida—. Mierda. ¿Después de que alguien lo viera?

Aplaudí y le lancé una sonrisa radiante.

—Bravo, miss Marple.

—No tiene sentido.


Au contraire
. Si dispuso de tiempo suficiente, pero aun así no completó el ritual… Y recuerda, Deb, para ellos el ritual es casi lo más importante… ¿Qué podemos deducir?

—¿Por qué no puedes limitarte a decírmelo, por el amor de Dios?

—¿Qué gracia tendría?

Soltó un suspiro.

—Joder. Muy bien, Dex. Si no lo interrumpieron, pero no terminó… Mierda. ¿La parte del envoltorio era más importante que la de desmembrar el cadáver?

Sentí pena por ella.

—No, Deb. Piensa. Es la quinta víctima, exactamente como las otras. Tenemos cuatro piernas izquierdas perfectamente troceadas. Y de repente la número cinco… —Me encogí de hombros y enarqué una ceja.

—Mierda, Dexter, ¿cómo voy a saberlo? Quizá sólo necesitaba cuatro piernas izquierdas. Quizá… Te juro por Dios que no lo sé. ¿Qué?

Sonreí y sacudí la cabeza. Para mí estaba clarísimo.

—Se acabó la emoción, Deb. Hay algo que no va bien. Que no funciona. Parte de la magia que lo hacía perfecto se ha esfumado.

—¿Y esperabas que lo dedujera?

—Alguien debería hacerlo, ¿no crees? Así que esa falta de emoción le obliga a detenerse en busca de inspiración, pero no la encuentra.

—¿Quieres decir que ya está? —dijo, con el ceño fruncido—. ¿No volverá a hacerlo?

Me reí.

—Oh, por Dios, no, Deb. Precisamente es al contrario. Si fueras un cura y creyeras genuinamente en Dios pero no pudieras hallar el modo de adorarlo, ¿qué harías?

—Seguir intentándolo —dijo ella— hasta conseguirlo. ¡Dios! ¿Eso crees? ¿Volverá a intentarlo enseguida?

—Es sólo una intuición —dije con modestia—. Podría equivocarme. —Pero estaba seguro de que tenía razón.

—Deberíamos estar preparando algo para cazarlo cuando lo haga —dijo ella—. En lugar de buscar testigos inexistentes. —Se levantó y se dirigió hacia la puerta—. Luego te llamo. ¡Adiós! —Y se marchó.

Contemplé la bolsa de papel. No quedaba nada dentro. Era como yo: limpia y crujiente por fuera, pero totalmente vacía por dentro.

Doblé la bolsa y la metí en la papelera que tengo al lado de la mesa. Esta mañana tenía trabajo que hacer, auténtico trabajo policial de laboratorio. Tenía que redactar un largo informe, elegir las fotos que debía adjuntar, archivar las pruebas. Algo rutinario, un doble homicidio que seguramente nunca llegaría a los tribunales, pero me gusta asegurarme de que todo lo que pasa por mis manos está bien organizado.

Además, había sido un caso interesante. Las muestras de sangre habían sido muy difíciles de analizar; entre las arterias chorreantes, el hecho de que las víctimas eran dos —que obviamente no se habían estado quietas— y el extraño corte producido por lo que debía ser una sierra mecánica, me había resultado casi imposible encontrar un punto de impacto. A fin de cubrir toda la habitación tuve que usar dos botellas de Luminol, que revela incluso los rastros más débiles de sangre, y cuesta la friolera de 12 dólares la botella.

En realidad, había tenido que colocar cuerdas para que me ayudaran a deducir cuáles habían sido los ángulos primarios, una técnica lo bastante antigua como para parecer propia de alquimistas. La pauta de las salpicaduras era asombrosa, vivida: su brillo salvaje y terrorífico resaltaba en las paredes, los muebles, el televisor, las toallas, las colchas y las cortinas, formando una estampa horrenda de sangre por todas partes. Aunque estuviéramos en Miami, alguien tenía que haber oído algo. Dos personas son despedazadas vivas con una sierra mecánica en una habitación de un hotel caro y elegante, y la única reacción de los vecinos fue subir el volumen de la tele.

Podéis pensar que el trabajo absorbe demasiado a Dexter el diligente, pero me gusta ser concienzudo, y me gusta saber dónde se esconde toda la sangre. Las razones profesionales resultan obvias, pero no son tan importantes para mí como las de índole personal. Quizás algún día un psiquiatra pagado por el sistema penitenciario del Estado me ayudará a descubrir el porqué.

En cualquier caso, cuando llegamos al lugar, los pedazos de cuerpo estaban fríos, y probablemente nunca encontraríamos a ese tío que calzaba unos mocasines italianos hechos a mano talla 42. Diestro y con sobrepeso, con un revés terrible.

Pero yo había perseverado hasta completar el trabajo al máximo. No trabajo para atrapar a los malos. ¿Por qué iba a querer hacerlo? No, mi trabajo consiste en poner orden en el caos. Obligar a las manchas de sangre a que se comporten como deben y después largarme. Otros pueden aprovechar mi trabajo para atrapar criminales; me parece bien, pero no me importa.

Si algún día soy lo bastante descuidado y me pillan, dirán que soy un monstruo psicópata, un demonio enfermo y retorcido que ni siquiera es humano, y probablemente me condenarán a morir en la silla eléctrica. En cambio, si algún día pillan al que calza 42, dirán que se trata de un desgraciado que eligió el camino equivocado por culpa de unas fuerzas sociales a las que no pudo resistirse, y le meterán diez años en la cárcel. Luego le soltarán con el dinero suficiente como para comprarse un traje nuevo y una nueva sierra mecánica.

Cada día que paso trabajando comprendo un poco mejor a Harry.

6

Viernes noche. Noche de citas en Miami. Y, créanlo o no, Noche de Cita para Dexter. Por extraño que parezca, había encontrado a alguien. ¿Qué, qué? ¿Ese muerto en vida de Dexter quedando con rubias debutantes? ¿Sexo entre zombies? ¿Tal vez mi necesidad de imitar la vida ha llegado hasta el extremo de fingir orgasmos?

Respiren profundamente. El sexo nunca ha formado parte de esto. Tras años de deambular atrozmente avergonzado e intentando parecer normal, había dado por fin con la cita perfecta.

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