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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

El pequeño vampiro y el paciente misterioso (6 page)

Como penitentes

De repente llamaron.

—¡No, nada de lavar el pelo! —gimió Anton todavía dormido.

La llamada se repitió y Anton se despertó por completo. Corrió hacia la ventana y, apresuradamente, echó a un lado las cortinas.

¡Fuera, sobre el alféizar de la ventana, estaba Anna!

Abrió la ventana un tanto atemorizado.

—Hola, Anton —dijo Anna.

—Hola, Anna —contestó él con voz ronca.

Ella entró en la habitación.

—¡Por fin nos volvemos a ver! —dijo ella sonriéndole tiernamente.

«¿Por fin?», pensó Anton. ¡No había pasado ni siquiera una semana desde la última vez que se vieron en el Valle de la Amargura! Aquella noche Anna le había enseñado en el sótano del castillo en ruinas el armario con los trajes viejos.

Y decir «ver» también era exagerado, ¡porque en la habitación a oscuras!... Anton se acercó a la cama y encendió la lámpara de la mesilla de noche.

—Seguro que has venido a recoger tu vestido— dijo él.

Anna no respondió. Echó un vistazo a toda la habitación con miradas extrañamente recelosas.

—Qué raro —dijo ella en voz baja—. Todo me parece como si estuviera totalmente cambiado...

—¿Cambiado? —dijo Anton siguiendo la mirada de ella, pero no encontrando, naturalmente, nada fuera de lo normal—. ¿Y qué es lo que ha cambiado?

—No sé... Quizá sólo me lo parezca... por lo mucho que hacía que no venía aquí. Y por lo incómodas y repugnantes que eran las ruinas del castillo... ¡Ay, Anton, soy muy feliz! —dijo ella suspirando.

Anton se puso colorado. Rápidamente se fue al armario y sacó el viejo vestido de encaje blanco y el velo. El pequeño vampiro le había llevado la ropa a la posada del Valle de la Alegría la última noche de las vacaciones para que se la guardara a Anna.

—¡Toma!

—No me lo puedo llevar todavía —repuso Anna, y una sombra cubrió su rostro—. Ya sabes que Tía Dorothee... no puede soportar el vestido. Dice que es improcedente y no corresponde a nuestra condición. Y también se ha dado cuenta de que desapareció del armario del castillo en ruinas. ¡Ella ha amenazado ahora con romperlo en mil pedazos como caiga en sus manos!

—¡¿Que va a romperlo en mil pedazos?! —repitió asustado Anton.

—Sí, pero yo no me dejo intimidar por eso —dijo furiosa Anna—. Esta noche en el consejo de familia he presentado la propuesta de que nosotros, los niños-vampiro, no tengamos que ir siempre vestidos como penitentes. Nosotros queremos poder llevar también ropa bonita... ¡Exactamente igual que Tía Dorothee!

—Ojalá acepten la propuesta —dijo Anton pensando que de no ser así él tendría que esconder eternamente en su armario el viejo vestido y el velo. ¡Y pronto ya no le iba a quedar sitio ni para sus propias cosas!

—La capa mojada de Rüdiger —se acordó—. Ésa seguro que sí te la puedes llevar.

Anton sacó del armario su bolsa de deporte y tuvo que toser: el olor —¡absolutamente indescriptible!— de la mojada capa de vampiro atravesaba incluso la bolsa.

—Rüdiger quería que yo la secara —explicó él—. ¡Pero es que yo mal la puedo tender en el cuarto de baño! Y dentro del armario nunca se va a secar.

—Bueno, yo se la llevaré a Rüdiger —se ofreció Anna—. ¡Y tú seguirás cuidando de mi vestido y de mi velo!

Vieja cripta y nuevos grupos

—Lo principal es que Tía Dorothee no los venga a buscar a mi casa —dijo Anton con gran malestar.

—¿Por qué lo dices? —dijo Anna—. Si ella no tiene ni idea de que nosotros dos...

En lugar de seguir hablando se rió irónicamente.

—¡Pero Tía Dorothee sabe que
Rüdiger
me conoce! —repuso Anton—. Después de todo, ella estuvo espiando a Rüdiger hasta que le cayó la prohibición de cripta.

—¡Pero por eso ella no sabe, ni mucho menos, dónde vives
tu
! —le contradijo enérgicamente Anna—. Y además, es probable que ya el domingo me pueda yo llevar el vestido y el velo.

—¿Este domingo? —preguntó Anton agradablemente sorprendido.

—¡Sí! —sonrió ahora ella—. Y ésa es también la razón por la que he venido aquí, a pesar de que realmente todavía debería estar en el consejo de familia.

Ella hizo una pausa antes de anunciar solemnemente:

—¡Quisiera invitarte a nuestra fiesta de regreso a casa, que se celebrará la noche del domingo en nuestra buena y vieja Cripta Schlotterstein!

Anton tragó saliva.

Anna ya había hablado de la fiesta de regreso a casa cuando estaban en el Valle de la Amargura... y de su deseo de aparecer en esa fiesta con Anton como pareja: ella con su vestido de encaje y Anton con el viejo traje que se había llevado del castillo en ruinas porque así lo quiso Anna. Pero le había dicho enseguida que no le parecía muy tentador encontrarse con los parientes de Anna... ¡ Y mucho menos aún en la cripta!

—¿Y Tía Dorothee? —empezó a decir con cautela... con la esperanza de poder aún, quizá, hacer desistir a Anna de su plan—. ¿No tienes miedo de que te haga trozos tu vestido tal como ha amenazado?

—¡No! —dijo arrogante Anna sacudiendo su denso cabello, que le llegaba hasta los hombros—. En primer lugar, el consejo de familia decidirá esta misma noche sobre mi propuesta. Y estoy absolutamente convencida de que la propuesta se va a aprobar y que los niños-vampiro podremos por fin vestirnos como
nosotros
queramos... Y segundo —añadió ella—, será una fiesta sin adultos.

—¿Sin adultos?

—¡Sí! Sólo tú y yo y Rüdiger... y Lumpi si le apetece.

—¿Lumpi también? —preguntó sorprendido Anton—. ¿Y tú crees que a Lumpi le apetecerá?

—Ni idea —contestó Anna—. Con Lumpi nunca se sabe. ¡Tú ya le conoces!

Anton asintió angustiado.

—¿No crees que el domingo tendrá que ir con su grupo de hombres? —preguntó.

—¡El grupo de hombres se ha disuelto! —repuso Anna.

—¿Disuelto?

—Sí. Yo tampoco sé muy bien por qué... Sólo que tiene algo que ver con el concurso de uñas. Ahora Lumpi ha dicho que quiere organizar uno nuevo con Rüdiger.

—¿Un nuevo concurso de uñas?

—No, un nuevo grupo de hombres. Por desgracia —suspiró Anna—. Probablemente pronto te preguntarán si quieres participar.

—¿A mí? —dijo confundido Anton—. Pero si yo casi nunca tengo tiempo... Por las noches, quiero decir.

—De todas maneras te van a preguntar. Sobre todo porque así podrán ingresar la cuota de socio.

Anton sintió que se le ponía la carne de gallina, pues ya se imaginaba qué tipo de cuota de socio le iban a exigir los dos a él... siendo un ser humano.

—¡Seguro que no voy a participar! —declaró con la voz ronca.

Anna sonrió.

—También nosotros podríamos formar un grupo..., tú y yo —dijo ella—. ¡El grupo «Romeo y Julieta»!

Anton se puso colorado. Se dio media vuelta e hizo como si buscara algo en su escritorio.

Más preguntas todavía

—Pero ahora tengo que irme —oyó decir a Anna.

—¿Ya?

Anton se dio la vuelta sobresaltado.

—¡Sí! ¡De modo que hasta el domingo!

Ella volvió a sonreír y extendió los brazos por debajo de la capa.

—¿Es..., espera! —dijo atropelladamente Anton—. Lo de la fiesta de regreso en vuestra cripta... Yo..., yo preferiría no ir.

Anna dejó caer los brazos.

—¿Que preferirías no ir? —repitió ella.

Durante un momento se quedó sin habla, pero luego se le puso la cara roja de furia y gritó:

—¡A ti te parece muy fácil, ¿no?! Yo tengo que hablar como un libro para conseguir que mis padres, mis abuelos y mi tía nos den permiso para poder celebrar esta vez la fiesta de regreso sólo nosotros, los niños-vampiros, sin los mayores. ¡Y todo eso ha sido sólo por ti, porque dijiste que no querías asistir a la fiesta con mis parientes! ¡Y ahora que consigo convencerles, vas tú y dices que preferirías no ir!

Cerró indignada los puños.

—Yo... —murmuró Anton sintiéndose muy mal dentro de su pellejo—. A mí me gustaría ir... —dijo titubeando.

—¿Pero? —exclamó Anna.

—Es por Lumpi —reconoció Anton.

—¿Por Lumpi?

Anton asintió con la cabeza.

—En el Valle de la Amargura... Lumpi me obligó a que le enseñara cómo se juega a los bolos Y cuando iba a lanzar la bola se partió la uña del dedo... y eso justo antes del concurso de uñas.

¡A Anton le volvieron a temblar las rodillas sólo de pensar en el terrible grito que pegó Lumpi!

—Sí —prosiguió Anton—, y luego me gritó que se las iba a pagar. Que aún no sabía cómo, pero que ya se le ocurriría algo; ¡algo que yo no iba a olvidar en toda mi vida!

—No fue muy amable por parte de Lumpi meterte miedo —dijo compasiva Anna. Su furia contra Anton —¡afortunadamente!— parecía haberse esfumado—. Pero no te preocupes —siguió diciendo—. Ya le echaré yo la bronca a Lumpi.

—¿Tú crees que eso servirá de algo?

—¡Seguro que sí! Lumpi se pone furioso enseguida, pero enseguida se calma también. Sus ataques de furia y sus amenazas no debes tomártelos tan en serio.

«¿Que no me los tome tan en serio?», pensó dudándolo Anton.

—¿Y entonces cómo vas a... echarle la bronca? —preguntó él.

—¡Bueno, pues hablando con él! —contestó Anna—. Si se le pilla en el momento apropiado, él puede ser muy cariñoso y muy sociable.

—¿De verdad? —preguntó Anton no muy convencido.

—Sí. ¡Bueno, pues hasta el domingo, Anton! —dijo Anna disponiéndose a salir volando.

—Espera, todavía tengo que preguntarte algo —dijo apresuradamente Anton. Y es que se había acordado que no quería dejar de preguntarle a Anna si
ella
sabía algo del vampiro misterioso.

—¿Preguntarme? ¿El qué? —dijo Anna mirando intranquila hacia la ventana.

Anton carraspeó.

—El señor Schwartenfeger, el psicólogo al que van mis padres —empezó a decir—. Bueno, y yo algunas veces también —completó en honor a la verdad—. El señor Schwartenfeger afirma tener como paciente a un... ¡vampiro!

—¿Cómo que... afirma? —preguntó impaciente Anna—. ¿Es un vampiro o no?

—Ojalá supiera... —contestó Anton—. ¡Pero es que hasta ahora no le he visto nunca! El caso es que al parecer su imagen no se refleja en el espejo.

Al decir aquello tuvo una ligera sensación de culpa por decir lo de que no se reflejaba en el espejo delante de Anna, que tanto se esforzaba en no convertirse en un auténtico vampiro.

—¿No se refleja en el espejo? —repitió Anna.

Anton vio con alivio que ella no parecía sentirse ofendida, sino sólo sorprendida.

—No, y ahora quería preguntarte si tú sabes acaso quién es ese vampiro —dijo Anton.

—¿Yo? ¡No! No puede ser nadie de mi familia —repuso decidida Anna.

Cogió la mojada capa de vampiro de Rüdiger y se subió al poyete de la ventana.

—Pero ahora no me queda más remedio que irme —dijo ella—. Si no, me van a expulsar del consejo de familia.

Ella levantó el brazo derecho mientras sujetaba contra sí con el izquierdo la capa de Rüdiger. Movió entonces de forma uniforme su brazo derecho arriba y abajo hasta que, lentamente y un poco sesgada, se elevó en el aire.

—Hasta el domingo, Anton —dijo ella—. ¡Ah!... ¡Y no creo que el paciente que estaba en la casa del señor Warzenpfleger sea un auténtico vampiro!

Y luego se marchó volando.

¿Ninguna chica?

—¿Qué, Anton, cómo va lo de la fiesta? —preguntó el padre de Anton durante el desayuno del día siguiente.

Anton, que estaba sentado a la mesa en pijama y daba vueltas adormilado a su cacao, aguzó el oído.

—¿La fiesta?

¿Sabría su padre algo de la fiesta de regreso a casa de los vampiros?

Su madre se rió.

—¡Tú todavía no estás despierto del todo! ¿Se te ha olvidado que el próximo sábado vas a celebrar una fiesta con tus amigos?

—Ah,
la
fiesta —murmuró Anton—. No, no se me ha olvidado —dijo.

Aunque sí había algo que se le había olvidado a Anton: ¡Darle a Anna la invitación para ella y para el pequeño vampiro!

—¿Has distribuido ya todas las invitaciones? —quiso saber su padre.

Anton hizo un movimiento tan violento que casi tira la taza.

—¡No!

Sus padres cambiaron una mirada.

—Probablemente Anton todavía no se ha atrevido a ir a casa de Tatjana —dijo la madre de Anton riéndose como si hubiera contado un chiste buenísimo.

—¡Te equivocas! —gruñó Anton—. A Tatjana ni siquiera la voy a invitar.

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