El planeta misterioso (20 page)

—Al menos no nos han cacheado para ver sí vamos armados —dijo Anakin.

—Oh, pero creen haberlo hecho —dijo Obi-Wan.

— ¿Hiciste eso... sin que yo me enterara? —preguntó Anakin. Obi-Wan sonrió.

—Eres una continua fuente de sorpresas maestro —dijo Anakin, visiblemente impresionado—, Pero eso es lo que un aprendiz debería esperar de su maestro.

Obi-Wan enarcó una ceja.

—Formamos un gran equipo, ¿verdad? —dijo el muchacho con una súbita sonrisa mientras la expectación de la aventura le coloreaba el rostro.

—Desde luego —asintió Obi-Wan.

—Me alegro de que estés aquí. Me alegro de que seas mi maestro, Obi-Wan —dijo Anakin.

Se estremeció y después también se limpió las palmas en la túnica, extendió las manos y miró alrededor. Obi-Wan ya había descubierto hacía años que cuando estaba emocionado o se sentía incómodo, Anakin tanto podía ser muy expresivo como imitar lo que veía hacer a los demás.

El muchacho alzó la mirada hacia el reluciente torbellino de plasma que emanaba del lejano sistema estelar doble, oscurecido por cintas e hilachas de delgadas nubes altas. El sol de Zonama flotaba sobre el horizonte, convirtiendo el cielo en un tapiz llameante que no tenía nada que envidiar al espectáculo astronómico que se desarrollaba más allá de él.

—Ahora está ahí fuera. Se está aproximando.

— ¿Ves su forma con más claridad?

—Es un tiempo de prueba. Para mí.

— ¿Lo temes? —preguntó Obi-Wan.

Anakin sacudió la cabeza, pero siguió con los ojos fijos en el cielo rojo y anaranjado.

—Temo mi reacción. ¿Qué pasará si no soy lo bastante bueno?

—Confío en ti.

— ¿Y si el magister nos rechaza?

—Eso... parece otra cuestión, ¿no crees?

—Sí —dijo Anakin, pero insistió con juvenil terquedad, concentrado en lo que por el momento le parecía el más crucial de sus muchos problemas—. Pero ¿y si el magister no quiere darnos una nave?

—Entonces sabremos algo más de lo que sabíamos al venir aquí —dijo Obi-Wan pacientemente.

El título de «magister» implicaba una persona de grandes logros, y por mucho que escrutara el paisaje, Obi-Wan no estaba recibiendo ningún signo de una personalidad humana realmente impresionante.

Cabía la posibilidad de que los zonamanos pudieran ocultarse a sí mismos. Los Maestros Jedi podían escapar a la detección, incluso a corta distancia. A veces Obi-Wan era capaz de ocultar su presencia a alguien tan perceptivo como Mace Windu, pero nunca con una completa seguridad de que no sería detectado.

¿Implicaba eso que la persona que vivía allí podía engañar a un Jedi durante vanos minutos seguidos?

Unos globos luminosos colocados junto al sendero se encendieron e iluminaron el camino hasta el bloque más próximo y de menor altura de la morada del magister. Una pequeña figura apareció al final del camino y fue hacia ellos con los brazos cruzados.

Era una muchacha, más alta que Anakin pero no mayor, y llevaba una larga túnica sekotana verde de la clase que empezaba a resultarles familiar. La tela envolvía sus tobillos con su propia e incesante ondulación.

Anakin dio un paso atrás mientras la joven venía hacía ellos.

— ¡Bienvenidos! Me llamo Viento —dijo la recién llegada.

Sus largos cabellos eran tan oscuros como la piedra del sendero y aproximadamente del mismo matiz. Sus pupilas negras brillaban en la esclerótica dorada. Examinó a Obi-Wan con tenue aprobación, y Obi-Wan le devolvió su leve inclinación de mentón. Anakin no pareció ser considerado merecedor de que se le prestara mucha atención. Eso hizo que el muchacho apretara los puños, aunque en seguida volvió a abrirlos. A Anakin nunca le gustaba que lo ignorasen.

—Mi padre está aburrido y agradecerá cualquier distracción —dijo la muchacha—. Seguidme, por favor.

La hija los contempló desde la entrada al pequeño despacho del magister, donde sólo había un pequeño escritorio central y un asiento.

—Tengo cuatro hijas y tres hijos. Mis hijos y dos de mis hijas se están adiestrando en los alrededores de Zonama. Se ocupan de la defensa. ¿Quién mejor para ayudarnos que un Jedi?

El magister era bajo y nervudo, con un rostro largo y delgado y grandes ojos tan negros como los de su hija. El gris azulado de sus cabellos, no obstante, era más típico de un ferroano. No llevaba vestimentas sekotanas, sólo unos sencillos pantalones hechos de tela beige republicana y una holgada camisa blanca.

Había ido a su encuentro en la sala del último de los tres niveles de aquella parte del palacio. Los interiores de las tres estancias que habían visto hasta el momento eran sencillos hasta el punto de la austeridad, aunque los muebles, aparentemente fabricados fuera de Zonama, eran cómodos y estaban bien diseñados. Obi-Wan no estaba familiarizado con los estilos ferroanos, pero tuvo la impresión de que todos aquellos muebles eran del mundo natal del magister y habían sido llevados allí por los colonizadores originales.

—Mis asistentes de Distancia Media me han informado de que habéis pagado en aurodios —dijo el magister—. Eso bastó para delataros. Y después... vuestra experiencia con los compañeros-semilla confirmó mis sospechas.

Los últimos fulgores del crepúsculo rebotaron en las nubes doradas para entrar en la estancia a través de un tragaluz esférico, tiñendo de un dorado anaranjado el tablero del escritorio y un montón de extractos y lectores.

La habitación olía a cenizas, y también al eterno sulfuro de los manantiales.

—No pretendíamos engañar a nadie —dijo Obi-Wan.

—No os anunciasteis como Jedi —dijo el magister. Sus dedos se movían incansablemente, restregándose los unos contra los otros—. Bueno, nunca hubo ninguna necesidad de engañar. No tengo nada contra los Jedi. De hecho, les debo mucho. No tengo nada contra la República a la que sirven, y no tengo nada que esconder... excepto un planeta entero. Mi hogar. —Soltó una risita—. Eso es todo lo que estoy protegiendo.

Anakin permanecía relajado y preparado sin dar nada por sentado, tal como se le había enseñado a hacer. En cuanto vieron llegar al magister, Obi-Wan había alertado a su padawan con la más imperceptible de las señales de que a partir de aquel momento actuarían como Jedi, representantes de la orden y del Templo, pero en una modalidad discretamente defensiva.

Algo no iba bien. Algo estaba incompleto.

—Hemos venido aquí por otra razón —dijo Obi-Wan—. Estamos buscando a una...

El aire pareció rielar dentro de la gran estancia. Obi-Wan meneó la cabeza. Se disponía a hacer una pregunta y ésta había desaparecido súbitamente de la punta de su lengua, esfumándose sin dejar rastro.

—Nuestra forma de vida es preciosa para mí —dijo el magister calmosamente—. Como podéis ver, en Zonama Sekot tenemos algo único. Los clientes vienen aquí y luego se van con apenas una vaga idea del sitio en el que han estado. —Sonrió—. Aunque nuestros pequeños trucos no servirían de nada contra los Jedi, por supuesto. Y naturalmente, tenernos que confiar en aquellos que nos traen a nuestros clientes.

Una segunda muchacha entró en la estancia por una puerta que había en el otro lado. Era idéntica en apariencia a la primera, de la misma edad y estatura, y llevaba la misma larga túnica verde sekotana.

Anakin contempló a la segunda muchacha con cara de perplejidad. Las facultades críticas de Obi-Wan estaban funcionando a plena potencia. «Algo juega con nosotros —pensó—. O nos pone a prueba. Algo escondido.»

—Aun así, me complace que hayáis venido —prosiguió el magister—. Quería... Necesitaba veros personalmente. Y realmente parecéis ser lo que decís ser: un maestro y un aprendiz.

— ¿Has estudiado a los Jedi?

—No —dijo el magíster, torciendo el gesto como ante un recuerdo desagradable—. Yo era un estudiante prometedor. Hubo dificultades, de todas las cuales tuve la culpa yo... Malentendidos. Pero de eso ya hace cincuenta años.

Obi-Wan se dijo que el hombre sentado ante él no tendría más de cuarenta años. Pero después, viniendo de un lugar todavía más profundo que antes, llegó una pregunta: «¿Qué hombre? Sus expresiones faciales son tan sutilmente falsas como las de una marioneta».

El magister alzó las manos.

— ¡Sekot parece haberos cogido cariño! Todo ha quedado explicado. Sekot es sensible, y favorece a los Jedi... Muy bien. Os acepto como clientes. Podéis proceder. Y ahora os ruego que me disculpéis, pero tengo muchísimo trabajo. Confío en que vuestro trayecto de vuelta a Distancia Media sea lo más cómodo posible.

El magister le sonrió cariñosamente a Anakin y a continuación salió de la estancia.

— ¿Y eso es todo? —preguntó Anakin arqueando las cejas—. ¿No va a hacernos pasar por ninguna prueba? ¿Lo hemos conseguido?

Obi-Wan se presionó las sienes con el índice y el pulgar, intentando despejarse la mente, pero no logró atravesar cualesquiera que fuesen las ilusiones que los envolvían.

La segunda hija los escoltó hasta la salida del edificio en forma de bloque y por el sendero de piedra, que se había ennegrecido bajo la tenue claridad de los últimos momentos del crepúsculo. No dijo nada y apenas si los miró.

Obi-Wan se sintió tentado de alargar el brazo y tocarla, pero controló el impulso. No había ninguna necesidad de revelar sus sospechas por el momento.

La estrella doble y el brazo más luminoso de la espiral habían quedado ocultos debajo del horizonte. Estrellas dispersas y tenues manchones y franjas de gas nebular asomaban por entre delgados velos de nubes que desfilaban rápidamente.

La brisa del anochecer los acarició con sus frescas y perfumadas ráfagas mientras la hija del magister los dejaba junto al transporte. Después la muchacha se volvió y fue con paso rápido y decidido hacia la silueta oscurecida de la morada del magister.

Había sido uno de los encuentros más extraños que Obi-Wan hubiera experimentado jamás. Extraño, insatisfactorio y nada revelador. No sabían mucho más que cuando llegaron. Obi-Wan intentó recordar con detalle lo ocurrido. NÍ siquiera se había molestado en tratar de persuadir al hombre humildemente vestido de que les contara algo más acerca de él o sobre Vergere, porque no estaba seguro de que la figura que veían pudiera decirles nada más.

El hombre y sus hijas no eran reales, y sin embargo la ilusión había sido poderosa y casi completamente convincente. Que Obi-Wan supiera, ningún ser vivo —ni siquiera un Maestro Jedi— podía engañar a dos Jedi a la vez. Ocultar, sí, y eso lo habían hecho tanto Qui-Gon como otros. Pero el Consejo sospechaba desde hacía mucho tiempo que los Sith sabían cómo disfrazarse a sí mismos para no ser detectados por los Jedi.

No obstante, Obi-Wan estaba seguro de que aquello no era ninguna conspiración de los Sith. Incluso con tiempo para pensar en la experiencia, lo que habían presenciado seguía sin estar nada claro.

—Bueno, puede que ahora sepamos por qué lo llaman el magister —dijo Anakin en voz baja mientras subían al transporte—. Quizá en realidad nadie llega a hablar con él, y así es como se protege a sí mismo.

Obi-Wan volvió a llevarse el dedo a los labios. No bastaba con persuadir al piloto de que no escuchara. El transporte formaba parte de Sekot y eso quería decir que también había pasado a ser sospechoso, y Obi-Wan dudaba de que pudiera utilizar de manera efectiva la persuasión y el engaño Jedi sobre el tejido vivo, la biosfera, de todo un planeta.

El transporte despegó del promontorio y volvió a llevarlos en dirección noreste, de regreso a Distancia Media.

«Por fin hemos encontrado a alguien que está a nuestra altura —pensó Obi-Wan sombríamente—. Quizá eso fue lo que le ocurrió a Vergere y ahora está escondida..., totalmente escondida a nuestros ojos.»

Después se volvió hacia su padawan, sentado enfrente de él, y movió los labios sin producir ningún sonido:

«No podemos acceder al pasado reciente del planeta. Observa la ruta del transporte: hace buen tiempo y no hay obstáculos de ninguna clase, y sin embargo estamos volando en zigzag. Quizá estamos evitando otra evidencia de la batalla, suponiendo que hubiera una batalla. No hemos podido evitar pasar por encima de esa cicatriz, porque era demasiado grande.»

Anakin estaba de acuerdo. «Alguien está escondiendo algo. Pero ¿por qué darnos ocasión de ver la señal?»

«El magister puede haber pensado que la vimos desde la órbita, pero no quiere que las cosas resulten demasiado obvias. No —murmuró Obi-Wan con los ojos entornados—. El magister cree que no tiene nada que temer de los Jedi. Pero quizá se avergüence de alguna debilidad pasada, algo que estuvo a punto de convertirse en una derrota. Ahora estoy especulando.»

«¡Y de qué manera! —dijo Anakin con un leve vaivén de una mano, y se volvió hacia adelante—. Al menos nos permitirán hacer la nave.»

Obi-Wan no encontró consuelo alguno en ello. «Los débiles mienten para sobrevivir. ¿Qué podría hacer que un planeta entero se sintiera débil..., aquí fuera, aislado, en el límite de la nada?»

Anakin meneó la cabeza. Aquello quedaba fuera de los límites de su experiencia. El muchacho suspiró. «Apuesto a que tiene mucho que ver con Vergere y con el porqué vino aquí.»

28

D
istancia Media estaba mucho más calmada que antes, en un agudo contraste con la celebración que había dado inicio a la ceremonia de la elección. La gente se ocupaba de sus quehaceres en las terrazas, yendo de un lado a otro como si aquél fuera un momento como cualquier otro. Desde el parapeto de su apartamento, Obi-Wan contemplaba cómo las linternas nocturnas parpadeaban al otro lado del desfiladero y escuchaba las voces lejanas mientras sus tres compañeros-semilla se aferraban a él como a un padre perdido hacía mucho tiempo y finalmente recuperado.

Anakin apenas durmió aquella noche. Su cama vibraba con la suave agitación de doce compañeros-semilla que se disponían a eclosionar. Las semillas no estaban acostumbradas a verse separadas de un cliente después de la elección y se habían puesto un poco nerviosas, aunque Sheekla Farrs les dijo que no era nada excesivamente serio y no tardarían en olvidarlo. Las esferas se removían sobre la delgada manta maullando quejumbrosamente y de vez en cuando caían al suelo con tenues chasquidos, después de lo cual empezaban a protestar pidiendo que las recogieran.

Las semillas se estaban partiendo por un lado, mostrando una carne firme y blanca cubierta por una gruesa capa de suave pelaje. Los pinchos se habían agrupado para formar tres rígidos pies en un lado, y a lo largo de la hendidura por la que se estaba abriendo el caparazón, se curvaban sobre sí mismas y empezaban a marchitarse.

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