Read El planeta misterioso Online
Authors: Greg Bear
—Y yo daré instrucciones a nuestra gente de que le permitan despegar. Y ahora... Dime una cosa, por favor. ¿Por qué estás aquí?
—Hace un año, nuestro Templo envió a una Jedi llamada Vergere a Zonama Sekot.
—Sí. Yo iba a diseñar su nave.
— ¿Qué ha sido de Vergere?
—Empieza tú.
—Vinimos aquí a compraros una nave, y para averiguar qué le ocurrió a Vergere.
Shappa soltó una áspera risita.
—Todo está relacionado entre sí, ¿verdad? Vergere ya no está aquí.
— ¿Adonde ha ido?
—Se fue con los Extranjeros Lejanos.
— ¿Quiénes son?
—Todavía no estamos seguros. Llegaron dos años antes que Vergere. Al principio se mantuvieron al acecho fuera de nuestro sistema, enviando navíos de exploración. Pensamos que podían ser clientes que nos habían encontrado por casualidad sin la ayuda de un guía o un factor. Pero eran muy extraños. No sabían nada de nuestra política o nuestra economía, por no mencionar la cortesía o los modales.
»Y sentían una gran curiosidad por lo que habíamos hecho en Zonama Sekot. Al parecer ellos también construían todas sus naves y enseres a partir de materia viva. Logramos comunicarnos, un poco. El magister habló con sus embajadores, y no tardó en descubrir que querían hacerse con todos nuestros secretos. Querían el control completo de Zonama Sekot. Al principio nos comportamos como unos ingenuos, pero a su debido tiempo comprendimos que eran una amenaza y empezamos a prepararnos para la defensa. Cuando nos negamos a someternos, entonces ellos... Bueno, digamos que se ofendieron un poco.
«Vergere llegó con dinero para una nave: aurodios de la República en forma de lingotes, igual que vosotros. Cuando la situación se complicó, trató de ayudarnos con sus capacidades. Actuó en representación del magister e intentó razonar con los Extranjeros Lejanos. Al principio no quisieron avenirse a razones. ¿Has visto las cicatrices que hay alrededor del ecuador?
Obi-Wan asintió.
—Sus armas eran muy poderosas. —Shappa escuchó a su nave durante unos momentos y después dijo—: El muchacho vive. Está hablando con el ser que secuestró vuestra nave.
Obi-Wan sintió un súbito estremecimiento de alivio. Si Anakin hubiese muerto o estuviese herido él lo habría sabido, pero aun así...
— ¿Puedes oírlos?
—Por supuesto. Instalamos localizadores en todas nuestras naves. No debería decírselo a nadie, pero... Bien, tengo el presentimiento de que a partir de ahora ya no importará mucho. No tengo ni idea de cómo reaccionará el magister ante este segundo ataque.
— ¿Qué puede hacer? —preguntó Obi-Wan—. Vuestro planeta se encuentra prácticamente indefenso.
Shappa sonrió.
— ¡Y pensar que eres un Jedi! Cuan poco sabes. ¿El muchacho sospechaba algo más?
—Decía que los seres vivos del planeta forman una unidad simbiótica, y yo también pude percibirlo.
Shappa volvió a sonreír.
—Eso sólo es el comienzo. Créeme, Jedi, no somos débiles. Somos perfectamente capaces de defendernos. Expulsamos a los Extranjeros Lejanos. Puede que Vergere también tuviera algo que ver con eso y nos ayudara a convencerlos de que se fueran, no lo sé. Pero los echamos de aquí.
Obi-Wan apenas si podía creerlo.
— ¿Con qué?
—Me temo que eso sí que no puedo decírtelo —repuso Shappa y, ladeando la cabeza, escuchó en silencio—. Naves de gran tamaño vienen hacia nosotros desde el espacio profundo. Creo que Zonama Sekot está a punto de ser invadido..., otra vez. Y no puedo predecir cómo reaccionará el magister. Ahora somos mucho más fuertes de lo que lo éramos hace un año.
Obi-Wan abrió un canal de comunicación con Charza Kwinn.
—
M
odificaste los androides —dijo Tarkin, meneando la cabeza como si se compadeciera de él—. ¿Es que no confiabas en mí?
Él y Raith Sienar estaban sentados el uno enfrente del otro en el camarote de Tarkin a bordo de su navío-cuartel general, el carguero reconvertido
Mercader Einem del Borde.
El camarote no era tan lujoso como lo había sido el de Sienar, pero se encontraba en un navío de mayores dimensiones lleno de muchas más armas.
—No más de lo que tú confiabas en mí. —Sienar alzó las manos y señaló a Tarkin con un largo dedo—. Querías que todos mis esfuerzos fracasaran de la manera más estrepitosa posible, y entonces tú aparecerías y salvarías la misión. Bueno, Tarkin, pues estaba a punto de conseguir una nave sekotana y tú lo has echado todo a rodar. ¿Quién sabe qué va a ocurrir ahora?
—Comprendo —dijo Tarkin, y empezó a ir y venir por la cabina—. Unos cazas estelares androides que empiezan a actuar por su cuenta... Altamente inusual, ¿verdad? —No podía ocultar su expresión, que era tanto mueca como sonrisa—. Interferir una inteligencia androide es una operación bastante complicada. ¿Estás seguro de que no hiciste algo mal?
Sienar no contestó.
Tarkin hizo aparecer una imagen de Zonama Sekot en el centro del camarote y anduvo alrededor de ella con el mentón apoyado en la mano.
—Nuestros sensores nos dicen que está ocurriendo algo ahí abajo, una especie de persecución entre tres naves que quizá haya sido causada por los cazas estelares. ¿Dónde se encuentra Ke Daiv ahora?
Sienar señaló la imagen del planeta.
—Ahí, a menos que tus ardides lo hayan matado.
—El capitán Kett nos ha informado de que mantuviste una larga conversación con Ke Daiv y que luego le asignaste otra misión. ¿Se mostró muy impresionado por lo que tenías que decirle?
—Le dije que podía conseguir una nave sekotana y ahorrarnos muchas molestias a todos. Pareció tomárselo como una aventura.
—Y supongo que no has vuelto a saber nada de él, ¿verdad?
Sienar sacudió la cabeza.
—Esos talladores de sangre son muy difíciles de matar. Tienen muchos recursos y pueden llegar a ser muy útiles, pero son tan impredecibles... —murmuró Tarkin filosóficamente—. Y toda esta competición... ¡Qué ridícula resulta! ¿Qué es lo que tú o yo hemos conseguido, Raith?
—Bueno, supongo que vas a conquistar Zonama Sekot y que te harás con el control del planeta. Vas a invadirlo, ¿no?
—Ya he dado las órdenes. Las naves están ocupando sus posiciones alrededor del planeta —dijo Tarkin—. La República tiene un canciller fuerte, un auténtico líder. Y desde hace algún tiempo el Senado se muestra notablemente dócil. Pero si dispones de los contactos adecuados, se los puede persuadir. Y yo dispongo de ellos. Siempre he dispuesto de ellos, Raith.
— ¿Qué armas?
—Nos han entregado más sembradores de minas celestes de la República, y hemos asumido el control de muchos más cazas estelares androides de la Federación de Comercio de los que te fueron asignados a ti..., con sus inteligencias intactas. Los cruceros también disponen de suficiente potencia de fuego para destruir cualquier zona habitada en el caso de que los sekotanos rechacen nuestras peticiones diplomáticas. Llevo mucho tiempo sospechando que este planeta podía crear naves y armas para una rebelión.
—Qué sutil —dijo Sienar.
—Qué efectivo —le corrigió Tarkin—. Pero veamos esta pequeña y espectacular carrera mientras mí flota demuestra su poder. —La imagen aumentó de tamaño hasta que pudieron ver los contornos de las tres naves, que estaban sobrevolando la densa masa de jungla que crecía a lo largo del ecuador—. Reconozco un YT-1150. ¿Las otras dos son sekotanas? ¿Se trata de naves espaciales, o meros vehículos atmosféricos?
Sienar guardó silencio. A decir verdad, no lo sabía.
—Me parece que el YT-1150 es un agresor que está persiguiendo a dos naves nativas —dijo Tarkin con voz pensativa—. Creo que informaré a quien esté al mando en Zonama Sekot de que hemos dado comienzo a nuestra acción policial capturando o incapacitando a esa nave, y después nos sentaremos a discutir los detalles del acuerdo de protección.
La capitana Mignay del
Mercader Einem del Borde
hizo acto de presencia en el camarote a través de una pequeña imagen de sí misma.
—Comandante Tarkin, otras naves parecen estar saliendo de hangares ocultos en Zonama Sekot. También hay grandes construcciones enterradas en el planeta que no podemos identificar.
Tarkin frunció el ceño y concentró su atención en nuevas imágenes. Docenas de naves estaban despegando de las junglas sekotanas alrededor del largo desfiladero deshabitado conocido como Distancia Media.
—Ya veo que has causado cierta conmoción —observó Sienar.
—Quizá dispongan de unas cuantas defensas ligeras —dijo Tarkin—. Nada que los cazas estelares no puedan solventar. Capitana Mignay, lance nuestra primera oleada de cazas estelares y coordine sus acciones con los sembradores de minas celestes.
— ¿Alguna advertencia al planeta antes de que empecemos, señor? —preguntó la capitana.
—No —dijo Tarkin altivamente—. Si no reconocen la legalidad representada por las naves de la República, entonces dudo de que podamos razonar con ellos.
Tarkin no se conformaría con nada que quedara por debajo de la sumisión absoluta. Sienar apretó los dientes hasta hacerlos rechinar. Aquello parecía rebasar los límites de la decencia incluso entre los canallas de una época degenerada. Pero ¿por qué le sorprendía tanto? Estaba claro que el Senado de los últimos meses no se parecía en nada al que había conocido.
Sienar dudaba de que Zonama Sekot pudiera enfrentarse a la potencia de fuego combinada de dos escuadrones, o al horror de una atmósfera llena de minas celestes flotando a la deriva en busca de cualquier cosa que se moviera.
Casi sentía pena por ellos.
A
nakin, ya totalmente recuperado, pudo sentir la respuesta inmediata de la nave, las maravillosas oleadas de potencia instantánea y la forma en que surcaban el aire casi con tan poco esfuerzo como si se hallaran en el vacío. El casco creaba un sutil impulso ascensional y era notablemente estable. En cualquier mundo con atmósfera, aquella nave aterrizaría prácticamente sin vibraciones. Pilotarla requería muy poca atención. La información llegaba en cómodos flujos a través de su contacto con la mente de la nave, un auténtico sueño que vivía bajo sus manos.
Pero cualquier placer que hubiera podido extraer de su primer vuelo a bordo de ella estaba manchado por su preocupación por Obi-Wan. Un sombrío fruncimiento de ceño oscurecía su rostro.
El tallador de sangre contemplaba al joven humano con sus faldones nasales cerrados en una disposición tan afilada como una navaja.
—No he matado a tu maestro —dijo Ke Daiv—. Matado no hubiese servido de nada.
—Pero no hace mucho me habrías matado —masculló Anakin.
—Obedecía órdenes —dijo el tallador de sangre.
—Así que eres un asesino. ¿Sabes cómo me llamo?
—Eres aquel al que llaman Skywalker.
—Si vas a matarme, me gustaría saber cómo te llamas.
—Ke Daiv.
—Nunca había hablado con un tallador de sangre —dijo Anakin—. No puedo decir que sea un placer.
—Limítate a pilotar. Tenemos que encontrar combustible.
— ¡No sé dónde conseguirlo! —mintió Anakin.
Las semillas lo sabían, porque estaban hablando con otras partes de Sekot.
Y algo o alguien más fluía por sus dedos cuando estaban sumergidos en los controles. Anakin no paraba de entrever fantasmas nebulosos que flotaban por la cabina, como imágenes residuales vistas después de haber mirado el sol, hasta tal punto que le costaba concentrarse en lo que le rodeaba.
—He estado muy ocupado en Distancia Media —dijo Ke Daiv—. He averiguado dónde tienen guardadas reservas secretas de combustible. Vuela en dirección sur.
— ¿Y para qué iban a necesitar reservas secretas? —preguntó Anakin mientras hacía virar la nave.
—En este planeta hay muchos misterios —dijo Ke Daiv con un suave siseo—. No hace mucho hubo una gran guerra.
—Vimos los daños.
— ¿Habéis logrado descubrir qué causó la guerra?
—Francamente, creo que no debería estar hablando contigo.
«Pero debería averiguar hasta qué punto eres susceptible a la compulsión Jedi. Mi adiestramiento todavía no ha llegado a la fase de los trucos mentales, pero sé que puedo hacerlo. Quizá incluso mejor que Obi-Wan...»
El muchacho meneó la cabeza, súbitamente aturdido al ver cómo una imagen nebulosa se extendía sobre las facciones del tallador de sangre. La forma espectral parecía moverse siguiendo la dirección de su atención, flotando por distintas partes de la cabina.
— ¿Quién eres realmente? —preguntó Anakin para ocultar su confusión.
—Vengo de un antiguo clan, de una nación todavía más antigua que fue engullida por la República, la cual nos absorbió después de que los lontars nos hubieran derrotado.
La concentración se estaba volviendo cada vez más difícil. Anakin tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener la conversación y no pensar en lo que realmente le preocupaba.
—Eso fue hace cientos de años. El Senado obligó a los lontars a detener su agresión.
—No antes de que mi pueblo casi hubiera sido exterminado —dijo Ke Daiv—. Los pocos supervivientes fueron llevados a Coruscant y mantenidos en reclusión. Éramos guerreros. Nos llamaban aliados, pero no se podía confiar en nosotros. Pocos nos entendían. Con el paso del tiempo, cuando los gobernantes de la galaxia dejaron de encontrarnos interesantes, empezamos a ganarnos la vida vendiendo nuestras habilidades.
—Así que has pasado toda tu vida en Coruscant.
—Dijiste que no deberías dirigirme la palabra —le recordó Ke Daiv.
— ¿Acaso hay algo más que hacer? ¿Por qué no te procuraste una nave?
El espectro cobró forma: una cabeza oblonga y un torso cambiante, todavía demasiado vagos para ser identificables. Pero un instante después el muchacho pudo distinguir las plumas y los ojos elípticos. Anakin contuvo una exclamación y la frente se le cubrió de sudor. «¡No necesito esto ahora!»
—Los compañeros-semilla no me encuentran atractivo —dijo Ke Daiv.
—Lástima. Estas naves son realmente soberbias.
—Siempre he anhelado la independencia —dijo Ke Daiv.
—Sí, yo también —dijo Anakin en un tono bastante seco—. Recorrer toda la galaxia... Libertad para verlo todo, sin obligaciones, sin...
—Sin historia, sin futuro —dijo Ke Daiv.
—Exacto —dijo Anakin.
«Se está distrayendo. Es débil. Ahora es el momento de actuar contra él. He de conservar el control. Nada de distracciones.»