El planeta misterioso (6 page)

Sienar asintió.

—Modelos experimentales para proteger a los cargueros en la periferia. La República ha dejado de patrullar algunas de las rutas más lucrativas. Supongo que con las fuerzas de la Federación de Comercio integradas en sus efectivos, esas rutas volverán a ser patrulladas. Y en cualquier caso, estas naves ya han sido pagadas.

— ¿Son almacenables?

—Por supuesto. Pueden ser apiladas en las bodegas secundarias, tal como pedían las especificaciones. Una auténtica sorpresa para los incursores. Bueno, olvidémonos de mis problemas comerciales. Acerca de nuestra relación...

Tarkin puso las manos encima de la barandilla.

—He establecido nuevos contactos —dijo—. Unos contactos muy útiles, por cierto. No puedo decirte mucho más.

—Ya sabes que soy ambicioso —dijo Sienar lanzándole una mirada que esperaba fuera tan ávida como llena de dignidad. Tarkin no era un hombre al que resultara fácil engañar—. Tengo planes, Tarkin, planes extraordinarios que impresionarán a cualquier persona con imaginación.

—Conozco a muchas personas con imaginación —dijo Tarkin—. A veces quizá con demasiada... —Siguieron andando. Los androides de montaje iban y venían debajo de ellos, y una grúa suspendida llevaba tres fuselajes a un carguero posado a unos metros de distancia—. A decir verdad, he venido a contarte un cuento de hadas muy notable que te hará pensar y a reclutarte para mi causa, viejo amigo. Pero no aquí, no donde cualquiera puede oírnos.

Una vez dentro de la sala de diseño de paredes de transpariacero a la que sólo podían acceder Sienar y sus invitados especiales, Tarkin se sentó en un cómodo sillón de plástico hinchable diseñado por Sienar. Una gran mesa holográfica gris oscuro zumbaba tenuemente junto a él.

Sienar hizo descender telones de seguridad negros alrededor del centro iluminado. Los dos hombres fueron absorbidos por un silencio fantasmagórico.

Tarkin intentó hablar, pero todo sonido se había vuelto imposible. Sienar le entregó un pequeño vocalizador plateado del tamaño de una nuez conectado a una preciosa boquilla de plastiacero por un cable flexible. A continuación le mostró cómo insertar el botón en la oreja mientras permitía que la boquilla flotara delante de sus labios.

Los vocalizadores permitieron que pudieran oírse el uno al otro.

—Hago pequeños favores a ciertas personas —dijo Tarkin—. Antes equilibraba esos favores entre bandos opuestos. Últimamente mis esfuerzos han empezado a inclinarse en cierta dirección. El equilibrio ha dejado de ser necesario.

Sienar, de pie delante de su viejo amigo, lo escuchaba atentamente. Su cuerpo, alto y elegantemente musculado, parecía rechazar el reposo.

—Algunas de esas personas quieren que los dedos —no tentáculos ni palpos, amigo mío, sino dedos humanos— se introduzcan en un gran número de cuencos de sopa estelar y comprueben la temperatura del contenido para averiguar si ya pueden ser consumidos.

— ¿A qué viene esa repentina preocupación por el hecho de que sean humanos?

—Los humanos son el futuro, Raith.

—Algunos de mis mejores diseñadores no son ni remotamente humanos.

—Sí, y por el momento empleamos a los no humanos allí donde son útiles. Pero toma nota de mis palabras, Raith: los humanos son el futuro.

Raith percibió la tensión que había en la voz de Tarkin.

—Tomo nota.

—Y ahora escúchame con atención. Voy a relatarte una historia de intriga maravillosamente barroca y compleja que, sin embargo, en el fondo es muy simple. Tiene que ver con una clase de nave espacial rara y muy poco vista, muy cara y de fabricación desconocida que supuestamente es un juguete para ricos. Podría acabar llevando a un planeta perdido cubierto por cierta clase de bosque muy misterioso y altamente peculiar. Y quizá no tarde en involucrar a los Jedi.

Sienar sonrió con deleite.

—Adoro las historias sobre los Jedi. De hecho, se podría decir que soy un auténtico fan de la Orden.

—Yo también los encuentro muy interesantes —dijo Tarkin con una sonrisa—. Una de mis obligaciones, y no voy a decirte para quién la desempeño ni cuánto me pagan por ello, consiste en mantener bajo observación a todos los Jedi que hay en Coruscant. He de saber qué hacen..., e impedir que incrementen su poder.

Sienar enarcó una ceja.

—Los Jedi apoyan al Senado, Tarkin.

Tarkin agitó la mano despectivamente.

—Entre los Jedi hay un muchacho muy interesado en los androides y toda clase de maquinaria: lo que podríamos llamar un coleccionista de chatarra, aunque tengo entendido que está dotado de cierto talento. He puesto en su camino a cierto pequeño androide muy caro y muy averiado, y el muchacho lo ha llevado al Templo Jedi y le ha devuelto la movilidad, tal como yo sospechaba que haría. Y dicho androide ha estado escuchando ciertas conversaciones privadas bastante curiosas.

Sienar escuchaba a su amigo con creciente interés, pero también con creciente perplejidad. En toda su vida de diseñador y constructor de magníficas naves y máquinas, los Jedi nunca habían mostrado ningún interés en encargarle naves espaciales. Siempre habían parecido conformarse con viajar en las naves de otros. En lo que a Sienar concernía, pese a todo su valor y disciplina, los Jedi eran unos analfabetos tecnológicos..., salvo por sus espadas de luz, naturalmente. Sí, esos artefactos tenían cierto interés...

—Préstame atención, Raith, por favor —dijo Tarkin, sacándolo de sus ensoñaciones—. Estoy a punto de llegar a la parte más interesante.

* * *

Media hora después, Sienar guardó los vocalizadores de segundad en su caja y subió los telones. Estaba pálido, y le temblaban ligeramente las manos. Intentó ocultar su ira.

«¡Tarkin quiere adueñarse de lo que hubiera debido ser mío!»

Pero reprimió su pena. El secreto había dejado de serlo. Las reglas habían cambiado.

Distraídamente, y para crear una diversión a su reacción a la historia de Tarkin, Sienar conectó el proyector holográfico y millones de líneas
y
curvas diminutas se materializaron en el aire por encima de la mesa gris oscuro. Formaron una esfera que giraba lentamente y de uno de cuyos lados se había eliminado una gran sección. Dos esferas más pequeñas aparecieron encima y debajo de los polos, unidas por gruesos cuellos erizados de detalles puntiagudos.

Tarkin se volvió hacia el holograma con una mueca de maliciosa satisfacción. Sus delgados y crueles labios se fruncieron, revelando millares de años de crianza aristocrática. Se inclinó sobre el holograma para examinar las barras de escala, y arqueó una ceja.

Su reacción complació a Sienar.

—Imposiblemente enorme —comentó Tarkin secamente—. ¿La fantasía de un escolar?

—En absoluto —dijo Sienar—. Totalmente factible, aunque caro.

—Has logrado despertar mi curiosidad —dijo Tarkin—. ¿De qué se trata?

—Uno de mis proyectos de exhibición concebidos para impresionar a esos pocos contratistas que saben apreciar lo grandioso —dijo Sienar—. Tarkin, ¿por qué me han escogido... esas personas?

—Supongo que no habrás olvidado que eres humano.

—Ése no puede haber sido el factor decisivo.

—Te sorprenderías, Raith. Pero no, probablemente en esta fase no sea crucial. Es tu posición y tu inteligencia. Son tus conocimientos de ingeniería, mucho mayores que los míos, aunque, mi querido amigo, te supero en capacidades militares. Y, naturalmente, dispongo de cierta influencia. Sigue conmigo e irás a lugares fascinantes.

Tarkin no podía apartar los ojos de la esfera, cuya lenta rotación acababa de revelar su descomunal turboláser abastecido por el núcleo energético.

—Ah. —Sonrió—. Un arma, siempre un arma. ¿Le has enseñado esto a alguien?

Sienar sacudió la cabeza con expresión apenada. Podía ver que el truco estaba funcionando.

—La Federación de Comercio sabe con toda exactitud lo que necesita y no muestra interés por nada más. Una deplorable falta de imaginación.

—Explícamelo.

—Es un sueño, pero un sueño alcanzable, dados ciertos avances en la tecnología de la hipermateria. Un núcleo de implosión con un plasma de alrededor de un kilómetro de diámetro podría impulsar una estructura artificial del tamaño de una pequeña luna. Con un par de grandes asteroides de hielo como combustible..., los cuales todavía son bastante comunes en los sistemas de la periferia exterior...

—Una pequeña tripulación podría patrullar un sistema entero con un navío —dijo Tarkin con voz pensativa.

—Bueno, la tripulación no sería tan pequeña, pero ciertamente bastaría con un solo navío —Sienar anduvo alrededor del holograma mientras barría el aire con las manos—. Estoy pensando en eliminar las esferas exteriores y limitarme a una sola gran bola de noventa o cien kilómetros de diámetro. Ese diseño facilitaría considerablemente el transporte.

Tarkin sonrió orgullosamente.

—Sabía que había escogido al hombre adecuado para este trabajo, Raith. —Admiró el diseño con las cejas fruncidas—, ¡Qué sentido de la escala! ¡Qué indecible poder!

—No estoy seguro de disponer de tiempo libre —dijo Sienar con un fruncimiento de ceño—. A pesar de mi falta de conexiones, aún me las arreglo para mantenerme muy ocupado.

Tarkin rechazó su comentario con un gesto de la mano.

—Olvida esas sombras de una vida pasada y concéntrate en el futuro. ¡Y qué futuro será, Raith, si satisfaces a las personas adecuadas!

3


E
l Templo Jedi era una gigantesca estructura magníficamente diseñada y construida que tenía varios siglos de antigüedad, pero como una gran parte de lo que había en Coruscant, últimamente su exterior había sufrido los efectos del abandono. Debajo de los cinco impolutos minaretes relucientes, en el nivel de los dormitorios y las entradas de personal, la pintura se descascarillaba y las cañerías de bronce goteaban largas señales verdosas a lo largo de los tejados curvos. Las láminas de metal labrado habían perdido sus ribetes de aislamiento y empezaban a sucumbir a la corrosión eléctrica, creando fantásticos arco iris sobre sus superficies allí donde las tocaban.

Dentro del Templo, el dominio de los Caballeros Jedi y sus padawans, las salas eran frescas, con la iluminación reducida al mínimo salvo en los aposentos privados, los cuales eran adecuadamente espartanos pero se hallaban provistos de lámparas para leer los textos sacados de la enorme biblioteca. Cada cubículo también estaba equipado con un ordenador y un holoproyector para acceder a las últimas obras de ciencia, historia y filosofía.

El efecto general, para alguien llegado de fuera, podría haber sido uno de penumbra estudiosa, pero para un Jedi, el Templo era un centro de instrucción, caballerosidad y tradición sin igual en todo el universo conocido.

Había sido concebido para ser un lugar de paz y meditación combinada con períodos de riguroso adiestramiento. Últimamente, no obstante, el Consejo Jedi dedicaba una parte cada vez más considerable de su tiempo a las acuciantes cuestiones políticas y las repercusiones a gran escala de un colapso económico que ya duraba décadas.

La República no podía permitirse mucha meditación ni mucho estudio, sin embargo. Aquella era pronto se convertiría en un período de acción y respuesta, con muchas fuerzas desplegadas contra la libertad y los principios que habían guiado a los Jedi en su celosa defensa del Senado y la República.

Eso explicaba por qué tantos maestros habían tenido que abandonar el Templo para dispersarse por la precaria periferia de la República.

Pero no explicaba el porqué Mace Windu sonreía con perplejidad mientras presidía la sesión que debía analizar el preocupante caso de Anakin Skywalker.

A decir verdad, Obi-Wan Kenobi nunca había logrado entender a Mace Windu. Muchos afirmaban que Yoda era el más enigmático de los Caballeros Jedi, habitualmente enseñando mediante el truco más que con el ejemplo, el enigma antes que el hecho señalado y razonado. Mace Windu, a juzgar por la experiencia de Obi-Wan, parecía guiar mediante el ejemplo riguroso, usando criterios concretos y una firme disciplina en vez de la revelación sorprendente. Pese a ello, no había Jedi más capaz de apreciar los chistes y las bromas que él y solía activar tortuosas trampas filosóficas durante los debates.

En lo tocante al adiestramiento físico, el hecho de que sus reacciones pudieran ser tan inesperadas lo convertía en un contrincante casi invencible. Cualquier cosa que pareciera proponer, o a la que pareciera oponerse, podía ser una treta calculada para alentar un resultado totalmente distinto.

Había en él una veta caprichosamente creativa que desafiaba al análisis intelectual, y ésa era una de las razones por las que Mace Windu estaba considerado como un gran Maestro Jedi.

Los cínicos decadentes del Distrito del Senado que apenas sabían nada sobre los Jedi veían en ellos a los sombríos y hieráticos preservadores de una antigua religión, como hilachas de una vieja tela que no tardaría en ser sustituida por un deslumbrante traje nuevo, una era de precisión quirúrgica y hechos inapelables. Mace Windu recordaba a todos los que entraban en contacto con él que los Caballeros Jedi era una orden vibrante y viva, rica en contradicciones y poseedora de una vitalidad muy difícil —algunos decían que imposible— de extinguir.

En cuanto se hubieron quitado de encima la silicona y el hedor mediante una vigorosa ducha, Obi-Wan y Anakin subieron los escalones y entraron en un viejo pero impecablemente atendido turboascensor que los llevó a lo alto de la resplandeciente Torre del Consejo. El sol de finales de la tarde entraba por los grandes ventanales de la cámara del Consejo. La estancia circular estaba bañada por una antigua claridad dorada, pero aquella claridad no cayó sobre Anakin, cuyo cuerpecito quedaba oscurecido por la sombra de un gran asiento vacío.

El padawan parecía bastante perplejo.

Obi-Wan estaba inmóvil junto a él, como debe hacer un Maestro cuando su aprendiz corre peligro de ser expulsado de la orden.

Había cuatro maestros presentes. Los otros asientos estaban vacíos. Mace Windu presidía la sesión. Obi-Wan recordaba varias audiencias disciplinarias convocadas para su propio maestro, Qui-Gon Jinn, pero a pesar de la sonrisa de diversión de Mace Windu, en ninguna de ellas había percibido una atmósfera tan cargada de tensión.

—Anakin Skywalker ya lleva tres años con nosotros, y ha demostrado ser un estudiante muy capaz —comenzó diciendo Mace—. Más que capaz. Brillante, con unas capacidades y unas dotes que todos albergábamos la esperanza de ver desarrolladas y controladas.

Other books

Odyssey In A Teacup by Houseman, Paula
The Border Lords by T. Jefferson Parker
Beezus and Ramona by Beverly Cleary
Mythworld: Invisible Moon by James A. Owen
Scissors, Paper, Stone by Elizabeth Day
Bad Boy by Jordan Silver