El pozo de las tinieblas (19 page)

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Authors: Douglas Niles

Tags: #Fantasía, #Aventuras, #Juvenil

Grunnarch albergaba ahora serias dudas, pero una mirada del Rey de Hierro le impuso silencio antes de que pudiese hablar. Y Thelgaar prosiguió:

—Se llama Trahern y no debéis preocuparos por su lealtad. Me es totalmente adicto... de un modo personal. Colocará una serie de señales en la ruta que habréis de seguir, revelando los caminos secretos para entrar en el valle de Myrloch.

Las dudas de Grunnarch no se habían traducido en palabras al terminar la reunión. Algo en Thelgaar Mano de Hierro había proyectado una confianza tan absoluta que cualquier argumento habría parecido inútil, aunque se hubiese pronunciado. Sin embargo, fue con una vaga inquietud que se apartó de la hoguera para reunirse con sus hombres.

Kazgoroth, en el cuerpo de Thelgaar Mano de Hierro, lo vio alejarse y se sintió complacido. Estaba seguro de que se comportaría tal como él esperaba. Las comunidades orientales de Corwell arderían y serían convertidas en cenizas por la fuerza de la invasión de los hombres del norte.

También observó a Laric, capitán de los Jinetes Sanguinarios. Kazgoroth estaba seguro de que éste no fallaría. Aunque el Rey Rojo no alcanzase su objetivo, los jinetes de capa colorada lo alcanzarían con toda seguridad. Desde el otro lado de la hoguera, Laric miró a su vez a Thelgaar. El rojo fulgor de sus ojos parecía ser más que un simple reflejo de la luz de la hoguera.

Poco a poco, Kazgoroth desvió la miraba hacia el vasto y plácido mar. Grandes olas ondulaban más allá de la abrigada protección de la Bahía de Hierro. Al día siguiente, Kazgoroth, en el cuerpo de Thelgaar, conduciría una segunda flota hacia el sur, directamente a Corwell. Los largos espolones reducirían la velocidad de la flota y aumentarían el peligro. Pero servirían para un objetivo necesario antes del fin.

Pues Kazgoroth sabía de cierto que el Leviatán los esperaba.

Un largo y profundo gruñido brotó del pecho de Canthus al aparecer el dragón. Sin embargo, el perro no atacó, porque el príncipe estaba demasiado pasmado para ordenárselo. Sorpresa mezclada con enfado, por la broma pesada que le había gastado el dragón, y regocijo por el aspecto de éste.

Pues el dragón no tenía más que tres palmos de largo.

Agitando con suavidad sus alas como de gasa, la brillante criatura azul se alzó ante él. Tenía cruzadas sobre el pecho las pequeñas garras; sus ojos centelleaban con inteligencia y humor, y una fina cola parecida a una serpiente se agitaba detrás de él. De pronto la pequeña criatura desapareció, pero apareció de nuevo pocos instantes más tarde. Repitió caprichosamente esta maniobra, haciéndose invisible unos momentos y saltando después arriba y abajo.

Por último, el príncipe se echó a reír. La pequeña criatura reaccionó satisfecha, aplaudiendo con sus patas delanteras y riendo con voz estridente..

—Bueno, esto sí que es magnífico. También tú tienes sentido del humor. ¿Por qué todos los otros a quienes gasto una pequeña broma tuercen el gesto? ¡A veces dicen cosas horribles! Si supieses...

—¡Alto! —exclamó el príncipe—. ¿Quién, o qué, eres tú? ¿Y por qué me has atraído hasta aquí?

—Bueno, soy Newt. Creí que lo sabías. Pensaba que todo el mundo me conocía. ¡Oh, creía ser mucho más famoso de lo que por lo visto soy!

El dragón pareció muy afligido, pero después sacudió la cabeza y prosiguió:

—¿Y por qué? Para divertirme, desde luego. ¿Es que no sabes nada? Aunque yo diría que no pareces vivir en estos andurriales. Los que viven aquí son mucho más altos que tú... y mucho más feos, debo añadir. Tú no tienes aquella cabezota. Y no es que seas el más guapo de...

—¡Espera! —dijo el príncipe, interrumpiendo su locuacidad. Ahora estaba pensando en otra cosa—. ¿Quién vive por aquí? ¿Y dónde?

La descripción del dragón había recordado al príncipe los temibles firbolg.

—Pues verás —empezó a decir el dragón, visiblemente complacido de poder conversar con alguien—. Viven en la Gran Caverna, aquí, en los pantanos. Se parecen a ti, tal como te he dicho ya, pero son mucho más altos y anchos y, bueno, más peludos, y tienen una nariz enorme; quiero decir que ésta cuelga de su cara como cuelga una rama de un árbol. Y, bueno, huelen mal y...

—Creo que te comprendo —dijo Tristán, interrumpiéndolo una vez más—. ¿Puedes mostrarme dónde está esa Gran Caverna?

—Pues claro —dijo complacido Newt—. ¡Sigúeme!

En un instante, el pequeño dragón desapareció.

—¡Espera! —gritó el príncipe, temiendo que Newt se hubiese ido para siempre.

Pero la criatura volvió al cabo de un instante y se plantó ante él mirándolo con aire compasivo.

—¡Oh, qué lento eres! Si quieres ir hasta allí arrastrando los pies, bueno, tardaremos toda la noche en llegar, y yo tendré que comer algo antes de partir, porque, mira, volar así es muy pesado, realmente pesado. Si no como, bueno, me derrumbaré y entonces ya no seré útil para nadie, sobre todo para ti o para mí, que somos las únicas personas a quien me interesa ser de utilidad.

Tristán soltó una carcajada, para evidente disgusto de Newt. El pequeño dragón husmeó el aire, alzando el morro escamoso, y volvió la espalda al príncipe.

—Lo siento —dijo éste—. Pero mis amigos están acampados allí...

Se volvió y se dio cuenta de que no tenía la menor idea de dónde estaba.

—¡Oh, ellos! —dijo el dragón, muy contrariado—. Pensé que tal vez nosotros dos...

—Son mis compañeros en una búsqueda para salvar la vida de un hombre —dijo Tristán con tono solemne—. No puedo abandonarlos, aunque todos nos alegraríamos de que nos acompañases. Tengo la impresión de que en la Gran Caverna encontraríamos la respuesta a varias de nuestras preguntas.

—Muy bien.

El pequeño dragón lanzó un fuerte suspiro de resignación. Pero guió con presteza a Tristán por el terreno pantanoso, aunque haciendo que el príncipe tropezase a menudo con los matorrales en la oscuridad. Sin embargo, el dragón siguió un camino por tierra seca, permitiendo que el hombre evitase los muchos estanques y pantanos que se extendían a su paso.

Tristán corrió, tropezó y se arrastró durante casi media hora. Cada vez se asombraba más de que el dragón lo hubiese atraído tan lejos del campamento. Había presumido que no estaba a más de un centenar de pasos de distancia. Por fin, pasó entre una espesura de ramas espinosas y salió al círculo de luz de la fogata. Todos sus compañeros estaban despiertos y lo miraron asombrados.

—¿Qué diablos te ha pasado? —exclamó Robyn, con una mezcla de alivio y alarma—. Nos estábamos preparando para ir en tu busca.

Mientras tanto, Pawldo dio un salto atrás y desenvainó su espada.

—¡Un dragón! —gritó, amenazando a Newt con la punta del acero.

Por su parte, el dragoncito desapareció y volvió a aparecer detrás del príncipe, mirando de mal talante por encima de su hombro.

—Este es Newt —explicó Tristán, que enseguida presentó a sus compañeros—. Newt me ha gastado una broma y, cuando me he dado cuenta, estaba en alguna parte en medio de los pantanos.

—¡Lo sabía! —La voz de Pawldo tembló con justa indignación—. ¡Brujería!

—Bueno, ¡nunca me habían insultado así en mi vida! —Ahora era Newt el indignado—. ¡Nada de brujerías! Es sólo una pequeña ilusión visual—táctil y tal vez un poco de hipnotismo, ¡pero
no
brujería! Bueno, pensaba llevaros a la Gran Caverna, pero tal vez iré solo y les diré a aquella gente alta y fea que estáis aquí, para que vengan y cuiden ellos de vosotros.

—Espera un momento —terció Tristán, y se volvió a sus amigos—. Newt me ha hablado de ciertas criaturas que han construido una «gran caverna» por estos alrededores. Apuesto a que son firbolg, ¡y que allí es donde está Keren!

—¿Quién es Keren? —preguntó Newt.

—Nuestro amigo, al que hemos venido a rescatar. ¡Es el bardo más grande entre los ffolk! —exclamó Tristán.

—¡Oh, el bardo! —chilló Newt, muy excitado al re cordar—. Vi cómo lo metían allí... Es probable que ya esté muerto. Espero que esto no haga que os volváis a casa, ¿eh? Lo lamentaría mucho..., precisamente ahora que empezábamos a...

—¿Muerto? —La cara de Robyn palideció—. ¿Estás seguro?

—Bueno, no —respondió el dragón, disgustado por la intervención—. Puede que esté vivo, pero cuando lo metieron en la Gran Caverna, no tenía muy buen aspecto.

—¡Tenemos que averiguarlo! —declaró Tristán—. ¿Nos mostrarás la caverna?

—No, si seguís hablando de brujería y de cosas sórdidas como ésa —declaró Newt, con una concisión extraña en él.

—Perdona —dijo Tristán—. No volveremos a hacerlo, ¿verdad... Pawldo?

Pareció que el halfling iba a protestar, pero, en vez de esto, gruñó en señal de asentimiento.

—Está bien, os la mostraré cuando haya comido un poco. —Newt se sentó junto a unas alforjas de provisiones y miró con curiosidad a su interior—. Hum, queso... ¡Oh, y salchichas! ¡Magnífico!

Rápidamente, el dragoncito sacó un ristra de salchichas tan larga como él y empezó a devorarlas. Siguió con dos hogazas de pan, un gran pastel de queso y una botella de vino tinto. Y a punto estaba de volver a la alforja cuando Tristán aprovechó el pretexto del próximo amanecer.

—¿Puedes ahora mostrarnos la caverna? Realmente, es muy urgente.

El pequeño dragón pareció reacio, pero entonces contempló su hinchada panza y decidió que no se moriría de hambre, por ahora.

—No está lejos —prometió, y empezó a guiarlos a través de una terrible maraña de ramas, plantas espinosas y enredaderas. En varios lugares, Tristán o Daryth tuvieron que abrirse paso en la espesura con sus espadas. Pero el dragón cumplió su palabra. Al cruzar un claro llano y pantanoso, miró por encima del hombro y murmuró en tono confidencial—: La Gran Caverna está allá arriba, detrás de aquellos arbustos.

Sin hacer ruido, ataron los caballos en el bosque y avanzaron con cautela. Tristán y Robyn caminaban juntos, con Newt aleteando sobre ellos. Pronto llegaron a un montículo y miraron a su alrededor, hacia un gran claro. Ante ellos se encontraba la Gran Caverna. Era una especie de estructura grande de piedra, tal vez un templo o una fortaleza. Sobre el gran edificio, volaba Sable, el halcón negro.

El Leviatan sintió la lejana presencia de la flota en cuanto ésta surco las aguas mas alla de la Bahía de Hierro. De un modo impreciso, la criatura percibió la amenaza de aquellos barcos contra la diosa. Se dirigió resueltamente hacia ellos, todavía a muchas jornadas de distancia.

Poco apoco, la gran cola impulsó a la criatura a través del mar, haciendo que emergiese de vez en cuando para respirar. Luego la cabeza se hundía de nuevo y el cuerpo sinuoso nadaba bajo la superficie durante un tiempo inverosímil.

Por ultimo, la gran cola se levantaba sobre las olas. El Leviatan la alzaba, tal vez en un ademan de desafío, y golpeaba con ella la superficie para sumergirse mas y mas.

Durante muchos días se movió de esta manera, emergiendo para respirar y sumergiéndose después muy por debajo de la superficie, para nadar. Mientras tanto, percibía la amenaza, lejos delante de él. Algo perverso había entrado en el agua, rompiendo el Equilibrio del limpio mar y lanzando un claro desafío delante del Leviatan.

La perturbación se hizo mas fuerte a medida que el Leviatan avanzaba hacia el norte. Se extendía sobre el mar como una llaga cancerosa, haciendo que a la criatura le costase respirar y le escociesen los ojos. Sin embargo, el Leviatan siguió avanzando decidido.

Pronto sonaría la hora de la matanza.

8 La Gran Caverna

Una vez más, la luna llena proyectó sus rayos irresistibles sobre el pueblo dormido de Corwell. Erian, solo en su casa, temía que saliese la luna, pues cuando su luz lo alcanzase no tendría más remedio que sucumbir a la fuerza imperiosa.

Al sacudir su cuerpo los primeros síntomas del cambio, abrió la puerta de su casa y cruzó corriendo las calles tranquilas iluminadas por la luna. La mole sombría de Caer Corwell se erguía a su derecha mientras cruzaba el riachuelo de Coriyth, al norte de la población.

Corría, presa de pánico, tratando de alejarse lo más posible. De pronto, una convulsión sacudió su cuerpo y cayó al suelo.

Habiendo caído sobre la espalda, yació impotente, porque sus miembros no respondían a su mandato, sino que se retorcían y agitaban con voluntad propia. Trató de esconder la cara, de enterrarla en la oscuridad de la tierra, pero el brillante orbe de la luna lo llamaba con tanta fuerza que sólo pudo mirar hacia el cielo. Con los ojos desorbitados, sintió la fuerza brutal de la luna ardiendo en su cráneo.

Su cuerpo se deformaba a través de los cambios ocasionados por los dientes de Kazgoroth dos meses antes. Crecieron pelos, colmillos, garras. Los miembros se retorcieron y encogieron. Por último, un aullido torturado brotó de sus labios, vibrando a través del páramo e imponiendo silencio a todas las criaturas que podían escucharlo.

Erian se levantó sobre sus cuatro patas y avanzó sin hacer ruido. Su lengua colgaba entre las fauces abiertas y de largos colmillos. Su sensible nariz husmeó el aire y pronto captó el olor de una vaca gorda. Su camino lo condujo tierra adentro, lejos de Corwell. Empezó a trotar, babeando al presentir la matanza.

Esta vez comería muy bien.

—¡Ya os lo dije! —se jactó Newt.

—¿Qué es aquello? —murmuró Tristán.

—¡Es una deshonra para el país!

El príncipe se volvió, sorprendido por la vehemencia de la voz de Robyn. Ésta tenía apretadas las mandíbulas, y Tristán vio que asomaban lágrimas a sus ojos.

—¿Qué quieres decir?

—¿Acaso no lo ves? —dijo ella, como tachándolo de estúpido.

Tristán miró. Vio unas enormes paredes de piedra, que se extendían cien pasos a la derecha y a la izquierda de donde se encontraban ellos. Una gran parte de la superficie de las paredes estaba cubierta de musgo verde o de zarcillos trepadores de enredaderas; pero, en otros lugares, la piedra aparecía desnuda y gris. Las paredes eran en su mayor parte lisas y monótonas, pero la cima de la estructura estaba rematada por una hilera de gárgolas que parecían hacer odiosas muecas. Las criaturas de piedra miraban las cercanías del edificio, y sus ojos cristalinos parecían brillar con malignidad.

Tristán, Robyn y Newt se habían agachado detrás de un tronco caído y contemplaban pasmados la maciza estructura.

Directamente delante de ellos, una puerta de al menos tres varas de altura se levantaba entre gruesas columnas. Un camino conducía desde aquella puerta a los pantanos, pasando muy cerca del lugar donde ellos se escondían.

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