El pozo de las tinieblas (20 page)

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Authors: Douglas Niles

Tags: #Fantasía, #Aventuras, #Juvenil

—Pero ¿qué es? ¿Por qué está aquí?

Tristán no podía encontrar la razón de la existencia del edificio. Lo único que sabía era que sentía una amenaza muy definida en aquella estructura.

—Su objeto es amenazar a la diosa —declaró Robyn.

Las gruesas paredes parecían las de una fortaleza por su solidez, pero no tenían aberturas a través de las cuales pudiesen luchar los defensores.

Sin ruido, Daryth se deslizó para llegar junto a Tristán y Robyn. El calishita frunció los labios en un silbido inaudible al mirar el edificio.

—Pawldo y yo iremos a echar un vistazo a la part de atrás —murmuró.

—¡Tened cuidado! —dijo el príncipe.

Vio al halfling cerca de él, y entonces, de improviso, Pawldo y Daryth desaparecieron entre los matorrales sin hacer apenas ruido.

—¡Hum! —dijo Newt al cabo de un momento. El dragoncito se había estado conteniendo visiblemente y ya no podía aguantar más—. Tal vez iré a ver la com..., quiero decir, los caballos.

Pronto se perdió de vista.

Durante todo el día, Pawldo y Daryth desde la parte de atrás y el príncipe y la doncella desde delante de la entrada, vigilaron la extraña estructura. Una vez se abrieron las grandes puertas y salieron varios firbolg, que se alejaron por el sendero. Más tarde, cuando el día tocaba a su fin, una veintena de monstruos volvieron por el camino. El jefe golpeó la puerta con su cachiporra, y ésta se abrió al instante para que entrase la columna.

Cada vez que se abría la puerta, Tristán aguzaba la vista para escudriñar el negro agujero. No se veía ningún guardia, pero habría sido una temeridad acercarse más. El pequeño bardo nada podía hacer contra un ejército de firbolg.

Por último, Tristán y Robyn retrocedieron hacia el pequeño claro donde habían atado los caballos. Allí encontraron a Pawldo y a Daryth, así como a Newt. El dragoncito estaba muy ocupado mordiendo un gran pedazo de queso.

—¿Qué habéis descubierto? —preguntó Tristán.

—Hay otra puerta en la pane de atrás, todavía más grande que la del frente —respondió Daryth—. Debe de ser una especie de puerta trasera o una salida de emergencia. Oí toda clase de ruidos detrás de ella.

—¿Te acercaste a la puerta? —dijo Tristán, horrorizado.

—Debo deciros que ese hombre se desliza muy bien —dijo, divertido, Pawldo—. Yo estaba precisamente detrás de él y no sabía que estuviese allí.

—¿Y qué oíste? —preguntó Robyn.

—No estoy seguro. Parecía como si estuviesen cavando, o tal vez cortando leña. Podían estar construyendo algo o cavando, pero había un puñado de aquellos monstruos en la primera habitación. Sin embargo nadie entró ni salió por allí, al menos mientras estuvimos nosotros observando.

—Parece que no hay otro camino —dijo el príncipe, en voz baja—. Tendremos que entrar por la puerta principal.

Tristán no se sentía muy heroico al pensar esto. ¿Qué haría un verdadero héroe, qué habría hecho Cymrych Hugh, en una situación como ésta?

—Podríamos esperar a que se hiciese de noche. Tal vez entonces se habrán ido todos a dormir.

Pero no había mucha esperanza en la voz de Robyn al hacer esta sugerencia.

—Bueno, todo esto me parece una tontería —declaró Newt—. ¿Por qué no entráis por el túnel?

—¿Qué túnel?

—El que conduce al interior de la Gran Caverna, naturalmente. ¿De qué otro túnel podía estar hablando? A veces, parecéis muy cortos de entendederas.

—¿Por qué no nos hablaste de ese túnel? —preguntó el príncipe, apretando los dientes.

—Porque nadie me preguntó —bufó Newt—. Bueno, yo creía que esto debía ser evidente incluso para unos tontos como vosotros..., sin ánimo de ofender, claro, pero, la verdad, ¡podríais pensar un poco más!

Tristán iba a responder airadamente, pero se mordió la lengua. Tal vez había algo de verdad en las palabras del dragón. En fin de cuentas habían visto que conocía bien el camino entre los pantanos y, sin embargo, no se le había ocurrido, como tampoco a los otros, preguntarle qué más sabía.

—Tal vez si nos muestras dónde está el túnel, hasta unos tontos como nosotros podremos encontrar la manera de ayudar a nuestro amigo —dijo el príncipe—. Es decir, si has acabado de comer.

—Bueno —dijo Newt, mirando con expresión melancólica la última alforja de provisiones—. Será bastante. Ahora seguidme y tratad de no cometer ninguna estupidez.

Tristán hizo a Canthus la señal de «vigilar», sabiendo que los otros perros permanecerían con él. Los perros podrían disuadir a cualquiera o a cualquier cosa que viese los caballos. Entonces cada cual eligió sus armas. Pawldo tomó su arco y su espada corta, mientras Daryth agarraba su daga y colgaba un largo rollo de cuerda sobre sus hombros. Tristán tomó su arco largo y su cuchillo, mientras Robyn seguía llevando el grueso garrote de roble que había tallado en el bosque de Llyrath.

Newt los condujo de inmediato al túnel, y el príncipe se sintió más optimista. Aquél resultó ser un sucio conducto de desagüe que vaciaba el agua del edificio en un fétido pantano situado a varios cientos de pasos. De casi dos varas de ancho, iba desde el edificio hasta la pared de un barranco poco profundo.

—Hagamos algunas antorchas —sugirió el príncipe, viendo que el pasadizo se hundía en la oscuridad.

Encontraron muchas raíces secas cerca de la entrada y pronto las ataron, convirtiéndolas en eficaces antorchas. Ardían casi sin hacer humo, pero la llama era muy brillante. Sin embargo, parecían arder muy deprisa, por lo que llevaron varias de recambio.

—Me pregunto si tendrán algo que comer —dijo Newt, andando de un lado a otro mientras hacían los preparativos.

Tristán hizo una pausa, reflexionando sobre los inconvenientes. Primero pensó en llevar al dragón con ellos. Tal vez sería más seguro que dejarlo a solas con las provisiones. Pero descartó la idea como demasiado aventurada: era imposible saber lo que haría el imprevisible Newt en medio de un combate o cuando tratasen de moverse sin hacer ruido.

—Newt —dijo el príncipe con aire severo—. Necesitamos alguien que sea valeroso y muy, muy listo, para que cuide de los perros y de los caballos. Desde luego, tendrá que proteger también nuestra comida, todas nuestras provisiones. ¿Te importaría prestarnos este importante servicio? Creo que ninguno de esos «tontos» sería capaz de hacerlo.

Por un momento, creyó que la pequeña criatura azul iba a discutir, pero Newt consideró con presteza la perspectiva.

—Está bien, pero tendréis que contarme todo lo que hay allí dentro. Siempre he deseado entrar, pero nunca tuve tiempo; estaba demasiado ocupado.

—Te lo prometemos —respondió el príncipe—. Espera con los caballos. ¡Volveremos a vernos muy pronto.

—¡Adiós! —gritó el dragón, dirigiéndose ya hacia las alforjas.

El príncipe se volvió a sus amigos.

—Tened cuidado —les advirtió—, ¡y estad preparados para todo!

Robyn y Daryth tomaron sendas antorchas encendidas y siguieron a Tristán por el túnel. Este se ensanchó enseguida lo bastante para que Tristán y Robyn pudiesen caminar juntos en cabeza, seguidos de Daryth y con Pawldo caminando en la retaguardia. El pequeño halfling andaba hacia atrás, con una flecha preparada, para vigilar sus espaldas.

Al adentrarse Tristán en el túnel, sintió que sus pies se hundían en un barro pegajoso. Este le llegaba a los tobillos, de modo que cada paso le costaba un gran esfuerzo. En varios sitios debieron atravesar charcos de agua helada que los salpicaba hasta las pantorrillas, y que obligaban a Pawldo a alzar su arco a la altura de los hombros.

Pronto los débiles rayos de luz que se filtraban de la entrada del túnel desaparecieron detrás de ellos, y avanzaron al débil resplandor de las vacilantes antorchas. Por fortuna, el túnel era recto y el suelo, nivelado.

El príncipe miró a su alrededor y vio que la bóveda estaba sostenida por una red de raíces, muchas de ellas tan gruesas como ramas de roble. De vez en cuando, un zarcillo se desprendía del techo o de la pared, pero, en general, el lugar parecía bastante seguro.

Pronto llegaron a una cámara grande, donde las paredes del túnel escapaban a los límites de su visión en ambos lados. La habitación parecía tener al menos diez pasos de anchura. El fondo se perdía en la oscuridad y el agua cubría todo el suelo.

Olores rancios parecían surgir de aquella charca apestosa. «Huele a muerte», pensó el príncipe, «o tal vez no a muerte, pero poco menos». Ningún sonido turbaba el silencio del túnel, salvo el suave chapoteo de sus pies moviéndose en el agua.

—¡Oh! —chilló Robyn, y cayó.

El príncipe se volvió y vio que ella resbalaba hacia adelante, como si hubiese metido el pie en un hondo agujero. El agua los salpicó al agarrarla él del brazo. Farfullando y chapoteando, Robyn consiguió recobrar el equilibrio en el borde del agujero sumergido. De alguna manera, había conseguido sostener la antorcha fuera del agua durante su tropiezo.

—¡Mirad! —susurró Daryth, y el príncipe distinguió el destello de un cuerpo escamoso en el centro de la charca.

Fuera lo que fuese, desapareció al instante debajo del agua.

Durante un momento, reinó un silencio absoluto en la cámara. El único movimiento era el de unas ondas en la superficie del agua, que se extendían hacia afuera y chocaban con las piernas de Tristán. Pero no había señales de lo que las producía.

De pronto, una boca abierta, erizada de dientes blancos, emergió del agua a los pies de Robyn, seguida de un cuerpo escamoso. Ella saltó hacia atrás; Pawldo soltó su flecha y Tristán golpeó con su cuchillo. La hoja del príncipe dio en el blanco, pero la criatura desapareció de nuevo debajo del agua.

Pawldo preparó enseguida otra flecha, mientras Daryth tiraba de Robyn hacia atrás. El calishita blandió su antorcha, avanzando hacia el agujero.

Por un momento, ningún ruido se oyó en la cámara, salvo el de los jadeos producidos por la excitación y el miedo. Tristán sintió el escalofrío del reto en todo su cuerpo, y le costó mantener firme su arma.

De nuevo el agua se abrió ante ellos y un cuerpo grande se lanzó contra Daryth. Brillaron escamas a la luz de las antorchas, pero Tristán no supo si aquel monstruo era un reptil o un pez. Unos miembros que podían ser aletas o patas chapotearon en el agua, y los crueles dientes se acercaron a la cara del calishita.

Pawldo soltó de inmediato su flecha y vio que se clavaba en el cuello del monstruo. Tristán descargó con fuerza su espada y le produjo una profunda herida en la cabeza. Y Daryth arrojó su antorcha en un esfuerzo instintivo para rechazar el ataque.

La luz centelleó en la oscura cámara al cruzar la antorcha el aire e introducirse en la boca del monstruo. Un olor a carne quemada flotó en el ambiente y la criatura giró frenéticamente en el agua. Un último coletazo derribó al príncipe, y el monstruo desapareció.

Los cuatro esperaron durante un largo instante, conteniendo la respiración.

—¿Estáis todos bien? —preguntó Tristán, poniéndose en pie.

—Creo que sí —respondió Daryth.

—¿Qué era eso? —preguntó Robyn, tratando en vano de reprimir un estremecimiento.

—No lo sé —confesó el príncipe.

Como Robyn, sentía un horror inexpresable en aquel lugar. Deseaba ardientemente volver a la luz del sol, pero hizo un ademán de que siguiesen adelante.

Daryth se puso en pie con cuidado, con los ojos muy abiertos, y comentó:

—He oído hablar de seres que viven hundidos en la tierra, medio peces y medio serpientes. Son utilizados por los sultanes de las montañas de Calimshan para guardar sus más preciados tesoros y los pasadizos secretos de sus palacios. Son grandes y veloces... y terriblemente malvados. Sus colmillos son venenosos.

El calishita hizo una pausa, recordando algo desagradable.

—Yo estuve a punto de...

Su voz se extinguió y él miró hacia arriba, como si recordase de pronto a sus acompañantes. Sacudió la cabeza y guardó silencio.

Sin saber de cierto si quería que Daryth siguiese hablando, Tristán condujo al grupo que rodeó con cautela el agujero que había pillado desprevenida a Robyn. Ésta tanteó el suelo con su garrote y pronto vadearon todos la espaciosa cámara y volvieron a las aguas menos profundas del túnel.

Al continuar su marcha a lo largo de aquél, el príncipe advirtió que el suelo había empezado a subir un poco. El agua fluía alrededor de sus pies en dirección a la cámara grande que habían dejado atrás. Pero el nivel del agua empezó a decrecer poco a poco, hasta que pronto no fue más que una pequeña corriente que discurría por una ranura en el centro del túnel. Con cierto alivio, caminaron de nuevo sobre un suelo seco y su marcha se aceleró.

Pronto llegaron a lo que parecía ser el final del túnel, pues unas paredes de tierra les cerraban el paso por delante y a ambos lados.

—Esto parece un callejón sin salida —dijo Tristán, tocando las paredes con las puntas de los dedos—. Hubiésemos debido pensar que la solución de Newt tendría un fallo.

—Esperad un momento —dijo Daryth—. Aúpame.

Tristán miró hacia arriba y vio que estaban debajo de una especie de desagüe. De poco más de un vara de ancho, parecía subir recto hasta más allá del alcance de las antorchas.

El príncipe levantó a su amigo sobre los hombros, de manera que la mitad superior del cuerpo de Daryth se introdujo en el agujero. Gruñó de dolor cuando el calishita apoyó las enfangadas botas contra sus orejas.

—Esto no parece demasiado malo —dijo Daryth, y su voz resonó en la tubería.

Al cabo de unos momentos, encontró algo donde agarrarse y sus pies desaparecieron dentro de aquélla.

—Echaos atrás —advirtió.

Barro y una especie de lodo inidentificable cayeron sobre Tristán, que estaba mirando sorprendido hacia arriba. El príncipe hizo caso omiso de la suciedad que tenía ahora en la cara, maravillado al ver cómo subía Daryth teniendo sólo sus paredes para apoyar las manos y los pies. Su ascensión fue lenta, pero no tardó en llegar a la oscuridad de arriba.

—¡Eh! —Su voz resonó en la tubería—. ¡Subid!

Al instante, bajó una cuerda por el conducto y su extremo tocó el suelo a los pies de Tristán.

Después de tirar de la cuerda para probar su seguridad, Tristán trepó por ella mano sobre mano. Con esfuerzo continuó subiendo, aunque sentía que se entumecían sus hombros y sus brazos. Aquí la oscuridad era total.

Casi empezaba a sentir pánico cuando oyó una voz que le decía desde lo alto:

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