Read El psicoanálisis ¡vaya timo! Online
Authors: Ascensión Fumero Carlos Santamaría
Tags: #Ciencia, Ensayo, Psicología
Es así cómo el órgano eréctil viene a simbolizar el lugar del goce, no en sí mismo, ni siquiera en forma de imagen, sino como parte que falta en la imagen deseada: de ahí que sea equivalente a —1 del significado obtenido más arriba, del goce que restituye a través del coeficiente de su enunciado, a la función de falta de significante: (-1).
Si aun así usted no lo entiende tampoco ha de preocuparse. El propio Lacan expuso la siguiente máxima reconfortante: «Si usted ha comprendido, seguramente está equivocado». A menudo la ciencia utiliza una jerga difícil de entender para los no iniciados; esto es así, necesariamente, por exigencias de precisión. Pero Lacan la utiliza para la finalidad contraria: es mucho más fácil expresarse de forma que el propio lenguaje parezca científico a un neófito que ser realmente un científico. También es más fácil imitar el peinado de un futbolista famoso, como hacen muchos adolescentes, que aprender a jugar como él.
Los asesinos en serie dan mucho juego como personajes de ficción. Innumerables películas y novelas los toman como protagonistas, y en la mayor parte de ellas, cuando se alude al origen del trastorno mental que aqueja al protagonista, aparecen padres y madres crueles, tiránicos, alcohólicos o depravados. Es una idea muy aceptada que los traumas infantiles son el germen inequívoco y exclusivo de las personalidades psicopáticas. A la popularización de esta idea errónea ha contribuido el psicoanálisis más que ninguna otra escuela psicológica.
Vimos más atrás que para el psicoanálisis la personalidad del adulto es fruto de la resolución (o no) de los conflictos habidos durante la infancia. Algunos cargarán para siempre con fijaciones orales o anales por no haber resuelto adecuadamente los conflictos relacionados con el destete o la retirada de los pañales. Y su personalidad adulta estará muy influenciada por la forma en que resolvieron el complejo de Edipo. El psicoanálisis desestima el valor de la herencia genética para explicar este tipo de cosas; pero, si nos fijamos bien, no por ello deja de buscar culpables externos. En concreto, hay una persona que participó directamente en todos esos conflictos y que pudo determinar la forma en que el sujeto los resolvió: su propia madre.
Freud consideraba el complejo de Edipo como la piedra angular de la teoría psicoanalítica. La resolución de este conflicto constituía el momento más importante del desarrollo de la personalidad. En él, las figuras del padre y la madre y sus modos de comportamiento representan un papel central. Por ejemplo, una madre excesivamente autoritaria, unida a un padre permisivo, puede producir una resolución atípica del complejo de Edipo que tenga como consecuencia la homosexualidad del hijo. El psicoanálisis ha considerado tradicionalmente la homosexualidad como una patología derivada de la resolución inadecuada del complejo de Edipo y causada en gran medida por las actitudes paternas.
Antes de la etapa edípica, los niños serían bisexuales y Freud contemplaba la posibilidad de que en la mayoría de las personas se produjese lo que llamó «Edipo negativo», que consiste en la atracción por el progenitor del mismo sexo. En las niñas, el deseo se canalizaría generalmente también hacia las madres (todas sufrirían de Edipos negativos). Es decir, hasta la etapa edípica, la homosexualidad es un comportamiento normal. Posteriormente sería el síntoma de una resolución inadecuada del complejo, y por tanto un trastorno psicológico. En base a esto, muchas sociedades psicoanalíticas han impedido que los homosexuales ejerzan como terapeutas, ya que serían personas con conflictos no resueltos que podrían transferir a sus pacientes. Actualmente se considera que la homosexualidad puede depender en muchos casos de cierta predisposición innata. Por ejemplo, estudios con gemelos univitelinos (que comparten el 100% del código genético) indican que, si uno de ellos es homosexual, la probabilidad de que el otro también lo sea es superior al 50%, cuando en el caso de los mellizos (nacidos a la vez pero sin mayor coincidencia genética que otros hermanos), esta probabilidad apenas supera el 20%. Tanto el componente innato como el ambiental parecen encontrar apoyo en estos datos, y no sólo el factor de crianza, como defiende el psicoanálisis (pues si todos nacemos bisexuales, y la resolución edípica determina nuestra orientación sexual, no hay lugar para la genética).
No es la homosexualidad el único hecho hacia el que el psicoanálisis ha alentado una postura retrograda al considerarlo una enfermedad mental. Tampoco es el único del que se ha culpado a los padres, en este caso por no ajustarse a los roles tradicionales de padre autoritario y madre permisiva. Varios psicoanalistas del siglo pasado han culpado a las familias —y, muy especialmente, a las madres— de trastornos con base genética comprobada, como la esquizofrenia. Así llegó a hablarse de «madres esquizogénicas». A partir de estas peculiares premisas propusieron tratamientos que de ningún modo pueden tener como consecuencia su curación, y sí la creación de un horrible sentimiento de culpa en las madres de esos enfermos.
Un caso, tal vez más grave, lo constituye la curiosa explicación del origen del autismo que propusieron algunos psicoanalistas a partir de la década de 1940. Afirmaban que el autismo era la respuesta del niño ante una madre que lo trataba con excesiva frialdad. Este rechazo materno, y la imposibilidad de desarrollar adecuadamente la atracción edípica, llevaba a los niños a encerrarse en sí mismos y rechazar cualquier contacto social. Uno de los más fervientes defensores de este curioso planteamiento fue Bruno Bettelheim, un psicoanalista de origen austríaco del que ya hemos hablado al referirnos a sus aportaciones al «psicoanálisis de los cuentos de hadas». Bettelheim había sufrido reclusión en un campo de concentración nazi. Allí observó que muchos reclusos mostraban un comportamiento distante y ensimismado como respuesta a la crueldad de sus guardianes. A partir de esto, trazó un paralelismo con el trastorno autista y no dudó en identificar a las madres de estos niños con los guardianes nazis. Las mujeres que no se comportaban del modo tradicional y, por ejemplo, trabajaban fuera de casa, podrían ser culpables de los trastornos de sus hijos.
Curiosamente, y en contraste con lo anterior, los niños que afirman haber sido objeto de abusos sexuales por parte de sus progenitores pueden encontrar que el psicoanálisis desestima la veracidad de sus recuerdos. Puesto que los niños desean supuestamente mantener este tipo de relaciones, según el psicoanálisis, no sería raro que las inventasen como fantasía sexual. Es decir, las inocentes madres de niños que padecen un trastorno como el autismo, de más que probable origen innato, pueden verse acusadas, mientras que los padres que abusan de sus hijos pueden verse eximidos.
El trato discriminatorio hacia la mujer por parte del psicoanálisis no se aplica solamente a su papel de madre. Puede decirse que toda la concepción psicoanalista clásica del desarrollo humano da por hecha la superioridad masculina. El hombre teme perder sus apreciados genitales, mientras que la mujer los envidia. En realidad, desde el punto de vista del psicoanálisis, sólo el hombre tiene órganos genitales. El niño dirige desde el principio su deseo sexual hacia el progenitor del sexo opuesto, mientras que la niña permanece durante toda la etapa edípica sumida en un estado intermedio entre la homosexualidad y la bisexualidad, del que saldrá sólo cuando reconozca su confusión respecto al objeto sexual. En cierto modo, el centro de la personalidad femenina es la envidia del pene. Para Freud, la única manera que tiene la mujer de obtener placer sexual es mediante la reproducción: el hijo se convierte en un sustituto del pene. Si la mujer se sale de los papeles tradicionales que la sociedad le asigna, corre el riesgo de producir graves daños en sus hijos.
No es de extrañar que, incluso desde dentro del psicoanálisis, estos planteamientos sean de los más controvertidos de la teoría de Freud. En un sistema ideológico y acientífico como el psicoanálisis, las teorías se desechan más porque contravienen los usos y las costumbres sociales que a causa de datos contradictorios. Una de las mayores revoluciones sociales del siglo XX es la llamada «liberación de la mujer». El cambio ideológico que esto ha supuesto ha hecho insostenibles ciertos argumentos y concepciones del psicoanálisis, lo que ha llevado a una revisión de esos presupuestos, pero no de otros igualmente disparatados que hemos visto en este libro. Lamentablemente, las posturas del llamado
psicoanálisis feminista
actual son más políticamente correctas que las de Freud, pero no más rigurosas. Así podemos encontrarnos con explicaciones psicoanalíticas de la discriminación histórica de la mujer. Se trata de nuevo de una psicologización de los procesos sociales, similar a la que llevaba a cabo Freud cuando trataba de explicar la guerra en términos psicoanalíticos. Por ejemplo, desde el feminismo psicoanalista se puntualiza que no sólo los niños odian a sus padres sino que, en términos de igualdad, las niñas también deben odiar a sus madres.
El feminismo psicoanalista sostiene, en general, posturas radicales de relativismo cultural. Por ejemplo, las diferencias entre hombres y mujeres no serían esencialmente biológicas sino producto de las experiencias sexuales de la infancia, las cuales llevarían a los hombres a pensar que son de género masculino y a las mujeres que son de género femenino. Si el sexo de las personas no es innato, no debemos sorprendernos de que el autismo tampoco lo sea. Sin embargo, el psicoanálisis de corte feminista no sólo apoya posturas de relativismo cultural sino que éstas han recurrido con frecuencia a las ideas psicoanalíticas para defender concepciones extravagantes sobre el conocimiento y la realidad.
En este capítulo hemos podido ver cómo el psicoanálisis, partiendo de datos empíricos escasísimos, y a menudo falseados, produce de nuevo ideas dañinas para la sociedad: las madres de los autistas y homosexuales, y éstos mismos, así como las mujeres en general, han sido víctimas de ello.
Pocas teorías han mostrado mayor ambición con un cuerpo de conocimientos tan exiguo como el psicoanálisis. La teoría psicoanalítica es capaz, supuestamente, de explicar el desarrollo humano, la implantación y desaparición de recuerdos, las enfermedades mentales, las normas sociales, el fundamento de cualquier manifestación cultural y hasta por qué nos hacen gracia los chistes. Una de las causas que pudo estar en la base de esta desmesurada ambición fue la propia arrogancia de Sigmund Freud. Con menos de 30 años, y cuando era lo que hoy llamaríamos un estudiante de postgrado a las órdenes de Jean-Martin Charcot, escribió una carta a su prometida comunicándole que había cambiado sus ideas, por lo que había decidido destruir todos sus escritos anteriores para que sus biógrafos no tuviesen información sobre sus planteamientos originales. En su opinión, las generaciones futuras buscarían esa información, pero el sufrimiento de sus defraudados biógrafos no le causaba tristeza. Lo más curioso es que Freud acertó: se han publicado multitud de biografías sobre él y aquellos papeles destruidos hubiesen sido, sin duda, objeto de estudio de sesudos eruditos.
Freud no se conformaba con lo que podía aportar la ciencia. Había publicado algunos estudios científicos sobre la médula espinal de las anguilas, los cangrejos de río y las larvas de las lampreas, pero esta línea de investigación no le habría reportado la fama que obtuvo tras abandonar el camino del método científico, ni tampoco, por supuesto, el dinero dejado por pacientes, libros y conferencias.
El método científico es necesariamente lento: lo que un investigador puede demostrar es siempre mucho menos de lo que es capaz de imaginar y escribir. Como hemos visto, Freud dispuso de un limitadísimo conjunto de observaciones, pero en su correspondencia de los últimos años llegó a decir que el psicoanálisis podría haber evitado la Primera Guerra Mundial. Sus seguidores tomaron buena nota de ese estilo y no se dejaron amedrentar por lo limitado de sus datos a la hora de construir explicaciones ambiciosas. Lamentablemente, muchos de ellos no tuvieron la capacidad creativa y literaria de Freud. En cualquier caso, el psicoanálisis se presentó al mundo como una disciplina capaz de responder directamente a los problemas humanos. De hecho, los psicoanalistas suelen criticar a la psicología científica por estar «apartada» de los intereses reales de las personas. No cabe duda de que la invención y la fábula pueden despertar mayor interés popular que la descripción de hechos contrastados, como hacen las disciplinas científicas y cualquier acercamiento honesto a la realidad. Por ejemplo, si un reportero riguroso se limita a informar de que un político entró en un coche con una chica desconocida obtendrá menos fama que si monta una historia sobre infidelidades amorosas que expliquen acuerdos de gobierno o cualquier otro asunto que se le pueda ocurrir. Siguiendo el símil periodístico, el psicoanálisis vendría a ser algo así como «psicología amarilla»: la narración de explicaciones arbitrarias sin base real.
El movimiento psicoanalítico se ha constituido más en una doctrina semirreligiosa que en una disciplina científica. Ya indicamos, al referirnos al curioso parecido entre el complejo de Edipo y el pecado original, que hay claros paralelismos entre el psicoanálisis y la religión. Además, al igual que una secta, el psicoanálisis forma sus propios «sacerdotes», fuera del ámbito académico. Nadie sale de la universidad con un título de psicoanalista: el interesado deberá formarse en los ámbitos que las sociedades psicoanalíticas estipulen. El analista establecerá lo que es bueno y malo para el paciente y lo que debe o no creer sobre sí mismo. Para muchos psicoanalistas, las obras de Freud constituyen un libro sagrado. Es probable que ellos no recuerden haber sufrido el complejo de Edipo, y no hallen razones para creer que durante una época de su infancia obtuvieron placer sexual de naturaleza oral o anal, pero estarán dispuestos a llevar a cabo un acto de fe sobre todos esos supuestos e impondrán a sus pacientes la misma penitencia.
En este libro hemos ofrecido argumentos en favor de tres ideas esenciales. La primera es que las teorías del psicoanálisis no tienen fundamento científico, ya que en general son incomprobables, y en los casos en que se han tratado de comprobar se han mostrado falsas o irrelevantes. La segunda idea es que ni siquiera desde el punto de vista más pragmático podemos sostener que el psicoanálisis es al menos útil, bien sea para el tratamiento de las neurosis, para el conocimiento del desarrollo humano o para proponer hipótesis que pudieran contrastarse en investigaciones posteriores. La tercera idea es que el uso del psicoanálisis ha resultado en muchos casos perjudicial. Muchas personas han sufrido debido, por ejemplo, a los falsos recuerdos implantados por el analista sobre abusos cometidos con ellos por sus seres más queridos, y éstos experimentarán no menos amargura al conocer tales recuerdos, por más que conozcan su falsedad. Por otra parte, la aportación del psicoanálisis a otras disciplinas ha introducido no poca confusión. No es infrecuente que antropólogos, filólogos o historiadores piensen que las teorías psicoanalíticas están demostradas científicamente por provenir de una disciplina relacionada con la ciencia médica, cuando, como hemos visto a lo largo del libro, la ciencia en el psicoanálisis es sólo apariencia.