Read El psicoanálisis ¡vaya timo! Online
Authors: Ascensión Fumero Carlos Santamaría
Tags: #Ciencia, Ensayo, Psicología
La explicación científica de la amnesia infantil es todavía una cuestión abierta pero parece claro que depende de diversos factores, entre los cuales, tal vez, el más importante es que, durante los primeros años de desarrollo, en los seres humanos el cerebro se reorganiza drásticamente. En concreto, algunas áreas cerebrales muy relacionadas con la memoria —como el hipocampo y la corteza prefrontal— experimentan notables cambios. Un niño de dos años es capaz de retener información durante semanas o meses, pero cuando tenga cuatro años no recordará nada de lo que le sucedió entonces, simplemente porque su cerebro no es el mismo. Además, nuestra memoria depende mucho de representaciones lingüísticas, y durante ese período la capacidad para el lenguaje del niño evoluciona enormemente. Carecemos de claves lingüísticas para recordar lo que pensábamos en nuestros primeros años de vida. Es posible también que la percepción del mundo de un niño pequeño sea tan distinta de la de un adulto que las claves perceptivas tampoco resulten muy útiles. En resumen, ni el cerebro infantil está maduro para las experiencias sexuales que propone el psicoanálisis ni, en caso de haberlas vivido, podrían influir en nuestro comportamiento adulto o en nuestra personalidad, porque no las recordaríamos.
Es decir, no es difícil explicar por qué olvidamos los primeros años de nuestra vida, aunque sea necesario continuar con la investigación para entender mejor los mecanismos. En todo caso, resulta superfluo acudir a la hipótesis de que todo lo que nos sucedió en esa época fue traumático. Además, esta observación, como muchas otras del psicoanálisis, choca directamente con el sentido común. A veces no es necesario diseñar complejos experimentos para darse cuenta de lo inverosímil de una teoría. Si la explicación psicoanalítica fuera cierta, la visita a un jardín de infancia sería una experiencia pavorosa: allí podríamos observar a una serie de personas viviendo las experiencias más traumáticas de sus vidas.
Los lunes por la mañana, a la hora del desayuno, en cualquier bar o cafetería españoles puede uno encontrar los mejores entrenadores de fútbol del mundo. En casi todos ellos hay una o más personas que saben lo que debería haber hecho el entrenador para ganar el partido del domingo. Cabría preguntarse cómo es que los presidentes de los clubes no van por allí a buscar entrenadores. En realidad, es muy probable que la mayor parte de esos expertos tenga razón simplemente porque juega con una ventaja importante respecto al entrenador real: ya han visto el partido. En psicología suele llamarse a este fenómeno «sesgo retrospectivo» y consiste en que, una vez conocidas las consecuencias de algo, tendemos a modificar la idea previa que teníamos de él.
Supongamos que una persona se cuestiona antes del partido la decisión del técnico de no alinear al jugador X. Si, aun así, el equipo gana, esta persona tenderá a olvidar su crítica. Sin embargo, si pierde, recordará el hecho y el lunes dirá: «Si ya lo decía yo, tenían que haber alineado a X». Este sesgo influye enormemente en la interpretación de la historia. Una vez conocido lo que pasó, todos nos damos cuenta de los errores cometidos por los gobernantes del pasado. Lo mismo sucede con la interpretación de teorías científicas que han sido rechazadas. A veces parece que quienes las propusieron eran ciegos a las pruebas que más tarde demostraron su falsedad. Pero las estrategias para los partidos de fútbol y las teorías científicas tienen algo en común: se contrastan con la realidad. Los partidos se ganan, se pierden o se empatan, y las teorías se verifican o se refutan. El psicoanálisis, no.
Es muy frecuente hallar en la teoría psicoanalítica actual gran cantidad de argumentos de entrenador de bar o cafetería de lunes a la mañana: «Esto ya lo decía Freud», se les oye decir cuando, por ejemplo, alguna teoría psicológica actual habla de procesos inconscientes. Desde luego, Freud dijo muchas cosas. Ya hemos visto en los capítulos anteriores que gran parte de ellas contenían errores importantes. Sin embargo, podría defenderse que, a pesar de los errores, Freud introdujo conceptos de gran utilidad en psicología. Algunos teóricos actuales del psicoanálisis se dejan llevar abiertamente por el sesgo retrospectivo cuando tratan de defender en foros científicos la relevancia actual del psicoanálisis. En ellos defenderán la importancia de la infancia en el desarrollo humano, tal como la propuso Freud, pero sin hacer mención del complejo de Edipo o de la envidia del pene. O destacarán la importancia de lo inconsciente para entender la mente humana, quitándole al inconsciente freudiano las connotaciones de «hombrecillo que vive dentro de nuestra cabeza» que tenía originalmente.
Usted pensará seguramente que cualquier científico o filósofo puede equivocarse a veces, y que Freud y otros psicoanalistas no están exentos de esa limitación. Sin embargo, veremos que los conceptos atribuibles al psicoanálisis que en la actualidad pueden mantenerse vigentes son tan generales y vagos que no sólo los admitiría cualquier persona en el siglo XXI sino que se habían defendido ya mucho antes de Freud.
El concepto más importante del psicoanálisis es, tal vez, el de inconsciente. Ya hemos visto en un capítulo anterior las diferencias en este asunto entre la posición de Freud y la de la psicología científica. Sin embargo, no es raro que muchos psicoanalistas e intelectuales citen actualmente a Freud como referencia cuando viene al caso hablar del inconsciente. Como ya dijimos, el incons ciente no fue en absoluto un descubrimiento de Freud. Sin embargo, no es infrecuente que, tras la publicación de algún hallazgo científico que incluye referencias al inconsciente, algún psicoanalista la recoja como una confirmación del inconsciente freudiano. Es el caso, por ejemplo, de los hallazgos neuropsicológicos sobre memoria explícita e implícita, es decir, respectivamente, aquélla cuyos contenidos podemos describir y aquélla que no.
Cuando se investigaron estos dos tipos de memoria con contenidos emocionales, se comprobó que los pacientes con lesiones en cierta zona del cerebro eran incapaces de aprender la relación entre dos estímulos. Si se presentaban dos sucesos juntos sistemáticamente, esos pacientes eran incapaces de aprender conscientemente que había alguna relación entre ellos. Sin embargo, se descubrió que, si uno de los dos estímulos era desagradable, después de asociarlo repetidamente con otro neutro, los pacientes que no reconocían conscientemente la relación entre ambos estímulos respondían al estímulo neutro como si fuese desagradable. Dicho de otra forma, se había producido una asociación inconsciente entre el estímulo desagradable y el neutro.
Con frecuencia se ha citado este trabajo como una demostración científica de las ideas de Freud. Desde luego, el trabajo es de gran relevancia y ha influido en el conocimiento de las relaciones entre el aprendizaje y la emoción. Pero lo único que tiene que ver con el psicoanálisis es la mención de la palabra
inconsciente
(ni siquiera del concepto de inconsciente, que es distinto del psicoanalítico). Para Freud, los contenidos llegan al inconsciente a través de la represión, es decir: una relación que hemos aprendido conscientemente se reprime y pasa a ser inconsciente. Es verdaderamente curioso que se considere un apoyo a la teoría psicoanalítica el hallazgo de que pueden establecerse relaciones inconscientes entre fenómenos sin que hayan pasado por la conciencia o por un proceso de represión. Si el psicoanálisis fuese una teoría científica, deberíamos considerar el hallazgo precisamente como un dato para reformular la teoría psicoanalítica del inconsciente. Como no es así, los pocos psicoanalistas que se interesan por los hallazgos científicos lo consideran una prueba favorable para su teoría: «Si ya lo decía Freud…» Y lo hacen aunque el mecanismo no coincida con el predicho por el psicoanálisis y sólo tenga en común con él la referencia a algo inconsciente. Como ya dijimos, cualquier investigador del aprendizaje —y la mayoría no puede ser más contraria al psicoanálisis de lo que ya es— considera que muchas de las asociaciones entre fenómenos se establecen por aprendizaje de manera inconsciente.
Estudios recientes que han explorado el olvido intencional de recuerdos se citan a veces como apoyo de la teoría psicoanalítica de la represión. Por ejemplo, se pidió a unas personas que aprendieran una lista de 40 pares de palabras, de manera que al proponerles la primera palabra pudieran decir cuál era la segunda. A continuación se les fueron presentando las primeras palabras de los pares, con una instrucción que decía en unos casos que trataran de recordar la palabra asociada y en otros que intentaran no pensar en ella. Más tarde se les administró una prueba de recuerdo sobre los pares de palabras. Los participantes recordaron más palabras de las que se les había pedido recordar que de las que se les había pedido olvidar. En un trabajo posterior se observó que mediante la instrucción de recuerdo se activaban áreas cerebrales relacionadas con la memoria, mientras que con la instrucción de olvido las áreas más activadas eran las de control de la atención. Los resultados se presentaron en los medios de comunicación como favorables a la idea de que podemos reprimir los recuerdos.
Sin embargo, aunque el resultado fuese claro (pese a que no ha podido reproducirse en otros laboratorios) y sólido (aunque la diferencia entre la situación con instrucciones de recuerdo y la de olvido era apenas de un 10%), no puede tomarse como un apoyo de la teoría psicoanalítica de la represión. Más bien parece que, bajo las instrucciones adecuadas, las personas somos capaces simplemente de distraer la atención de algunas palabras —de ahí la implicación de áreas cerebrales relacionadas con este proceso— y que, con las instrucciones contrarias, podemos tratar de rememorarlas —haciendo participar a las áreas relacionadas con la memoria—. Además, cuando se hicieron estudios similares con materiales de naturaleza traumática, es decir, aquellos sobre los que el psicoanálisis sustenta la teoría de la represión, no se obtuvieron tales resultados, como veremos en algunos estudios de estrés postraumático comentados en el capítulo sobre los falsos recuerdos. No debemos olvidar, asimismo, que la represión es para el psicoanálisis el principal mecanismo de defensa del Yo, es decir, que los recuerdos traumáticos se deberían olvidar con mucha mayor frecuencia que los no traumáticos, no unas veces más y otras veces menos.
Muchos hallazgos de la psicología científica se han interpretado, de igual forma, como favorables a la teoría psicoanalítica. Por ejemplo, a veces se han reinterpretado los éxitos terapéuticos de algunos tratamientos cognitivo-conductuales de la psicología científica desde el punto de vista psicoanalítico: de este modo, el hecho de que una persona utilice técnicas adecuadas para hacer frente al estrés se consideraba una demostración de la efectividad de los mecanismos de defensa del psicoanálisis. Lo que es tanto como sostener que la existencia de empresas de envío de flores a domicilio es una demostración del complejo de Edipo porque obtienen beneficios especiales el Día de la Madre.
El uso clínico de estrategias de afrontamiento para superar el estrés, es decir, promover en los pacientes la asunción directa de sus problemas y el desarrollo de técnicas para enfrentarse a ellos, es un trabajo en el que, mediante pruebas estandarizadas —aquéllas cuya validez se ha comprobado en distintas poblaciones—, el terapeuta registra el comportamiento del paciente para responder al estrés de la forma más adecuada en cada circunstancia. Entre tales registros jamás se tienen en cuenta los conceptos psicoanalíticos. Lo único que se comparte es la idea de que, cuando no afrontamos los problemas, es probable que sigamos viviendo con ellos. Desde luego, ésta es una idea que la terapia cognitivo-conductual comparte con el psicoanálisis tanto como con las enseñanzas del maestro Pero Grullo. Lo mismo sucede con los hallazgos relacionados con el hecho de que expresar las emociones sirve para rebajar nuestro nivel de ansiedad, especialmente cuando son negativas. Esto se ha constatado en diversos estudios científicos, y es una idea compartida con el psicoanálisis y con el concepto popular de «desahogarse» con alguien.
La idea de que la personalidad adulta empieza a formarse con las experiencias de la infancia es otra idea para cuya explicación se acude a veces al psicoanálisis. La idea en sí no es particularmente sorprendente. Cualquiera puede comprender que nuestras experiencias infantiles repercuten más en nuestro comportamiento adulto que las que tendremos en la vejez: el orden temporal del mundo impide, simplemente, que lo que aún no ha sucedido influya en el presente. No existe, desde luego, teoría psicológica alguna que considere que la infancia es intrascendente para el desarrollo humano.
De hecho, durante la mayor parte del siglo XX, el punto de vista conductista que dominaba la psicología científica era precisamente que los trastornos psicológicos provienen de aprendizajes previos inadecuados. Es más, durante la infancia, la plasticidad cerebral es tan grande, en comparación con la que puede observarse en el cerebro adulto, que podemos decir que el niño está construyendo buena parte de su sistema nervioso durante el desarrollo. Sin embargo, es habitual que cualquier dato favorable al hecho de que la personalidad infantil es un buen predictor de la adulta se considere una demostración de la validez del psicoanálisis, a pesar de que cada vez hay más estudios genéticos que revelan la existencia de componentes innatos en la personalidad. Es decir, si una persona tiene, por ejemplo, cierta predisposición a un comportamiento obsesivo será más probable que lo exhiba tanto en la infancia como en la adolescencia y en la edad adulta. Lo más habitual es que un niño estudioso se convierta en un adulto trabajador, y es raro que un niño obsesionado por la limpieza pase a ser un adulto desaliñado.
Esto debería considerarse, en principio, un hallazgo contrario a la teoría psicoanalítica, dado que ésta atribuye todas las causas del comportamiento a la naturaleza de las experiencias tempranas. Sin embargo, podemos encontrarnos, no sin sorpresa, con el hecho de que la relación entre la personalidad del niño y la del adulto se considera a menudo una demostración de la teoría psicoanalítica. Hay dos hechos incuestionables que determinan esta relación. El primero lo constituyen los componentes innatos: el adulto tiene los mismos genes que el niño que fue. El segundo es que en la personalidad, como en cualquier otro asunto, el pasado es efectivamente el mejor predictor del futuro. La primera de estas razones es incompatible con el psicoanálisis; la segunda la respalda tanto el psicoanálisis como cualquier otro punto vista.