El rapto de la Bella Durmiente (30 page)

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Authors: Anne Rice

Tags: #Erótico, #S/M

Bella sacudió entonces la cabeza y besó al príncipe Alexi. En ese momento comprendió lo que quería decir cuando habló de que solamente había empezado a rendirse.

—Pero, Alexi —dijo cariñosamente, casi como si ella fuera capaz de salvarle de su destino, como si aquello no hubiera sucedido hacía ya mucho tiempo—. ¿Cuando el mozo de las caballerizas os llevó ante la reina, cuando su majestad os hizo recoger las bolas de oro para ella en sus salones, no fue más bien la misma cosa? —Hizo una pausa—. Oh, ¿cómo podré yo hacer esas cosas?

—Las haréis, todas ellas, eso es lo que quiero explicar con mi historia —dijo—. Cada nueva cosa parece terrible porque es nueva, porque es una variación. Pero en el fondo todo es lo mismo. La pala, la correa, la exposición, el sometimiento de la voluntad. Lo único que hacen es variarlo infinitamente.

»Pero hacéis bien al mencionar esa primera sesión con la reina. Fue similar. Pero recordad, aún era novato y todavía temblaba recién llegado de la cocina; y era inconsciente. Desde entonces recuperé las fuerzas, así que había que volver a desmoronar mi aguante. Es posible que si el pequeño circo se hubiera organizado cuando acababa de llegar de la cocina también me hubiera entregado a él ansiosamente. Pero creo que no. Incluía mucho más sometimiento, mayor resistencia, mucha más entrega de uno mismo a posiciones y actitudes que parecían grotescas e inhumanas.

»Es lógico que no necesiten utilizar verdaderas crueldades como el fuego o provocar lesiones sangrientas para enseñar su lección y divertirse al mismo tiempo —suspiró.

—Pero ¿qué sucedió entonces? ¿Se celebró finalmente?

—Sí, por supuesto, aunque a lord Gregory no le hacía ninguna falta habérmelo dicho de antemano, excepto para quitarme el sueño. Pasé una noche penosa, lleno de inquietud. Me desperté muchas veces pensando que había gente cerca, los mozos de cuadra, o los criados de la cocina, que me habían descubierto desamparado y solo y pretendían atormentarme. Pero nadie se acercó.

»Durante la noche, oí cuchicheos de las conversaciones de los nobles y las damas que paseaban bajo las estrellas. De tanto en tanto, incluso oía a alguna esclava que era conducida cerca de donde yo me encontraba y que se quejaba espasmódicamente bajo el azote inevitable del cuero. Alguna antorcha parpadeaba bajo los árboles, y nada más.

»Cuando llegó la mañana, me lavaron y me aplicaron aceites. Durante todo ese rato, nadie tocó mi pene, salvo cuando se quedaba fláccido. Entonces lo despertaban con gran pericia.

»Al anochecer, la sala de esclavos bullía de comentarios sobre el circo. Mi criado, Félix, me dijo que se había preparado un anfiteatro para la actuación en una espaciosa sala próxima a los aposentos de la reina. Habría cuatro filas de espectadores, los nobles y damas y también sus esclavos. Todos iban a presenciar el espectáculo. Los esclavos estaban aterrorizados, temían que también les hicieran actuar. Aunque no me dijo nada más, yo sabía lo que estaba pensando. Era una dura prueba de autocontrol. Me peinó y me aplicó una buena cantidad de aceite en las nalgas y muslos, incluso me puso un poco en el vello púbico y lo cepilló para que quedara más liso.

»Yo estaba tranquilo, pensando.

»Cuando finalmente me llevaron a la sala y me introdujeron entre las sombras próximas al muro desde el que podía ver el círculo iluminado, entendí lo que tenía que hacer. Había banquetas de varias alturas y diversas circunferencias, trapecios colgados y grandes aros montados perpendicularmente al suelo. Ardían velas por doquier sobre altos soportes entre las sillas de los nobles y las damas que ya se habían congregado allí.

»La reina, mi cruel reina, permanecía sentada con gran pompa. El gran duque Andre estaba a su lado. La princesa Lynette se hallaba en medio del círculo. "De modo que van a permitirle estar de pie —reflexioné—, y a mí me obligarán a moverme a cuatro patas. Bueno debo hacerme a la idea."

»Mientras me arrodillaba, esperando, decidí que sería imposible resistirse. Tratar de ocultar las lágrimas y ponerme cada vez más tenso sólo serviría para aumentar mi humillación.

»Tenía que decidir lo que haría. La princesa Lynette estaba exquisita. Su pelo pajizo caía suelto por su espalda donde lo habían recogido lo justo para dejar al descubierto su trasero. Allí no se veía más que el color rosa provocado por la pala; también tenía los muslos y las pantorrillas sonrosadas, que lejos de desfigurarla, parecían darle forma y mejorarla. Me indignó. Alrededor del cuello llevaba un collar de cuero labrado adornado con oro. También llevaba botas, con muchos adornos dorados y tacones altos.

»Por supuesto, estaba completamente desnuda. Yo ni siquiera llevaba collar, lo que significaba que debía controlarme a mí mismo cuando recibiera sus órdenes, ni siquiera me iban a arrastrar de un lado a otro.

»De modo que comprendí exactamente qué era lo que yo tenía que conseguir. Ella haría una gran demostración de ingenio. Estaba dispuesta a descargar su furia sobre mí con órdenes de "deprisa" o "rápido",, y a regañarme y censurarme a la mínima desobediencia. Así se ganaría el aplauso del público. Cuanto más forcejeara yo, más destacaría ella, exactamente como había pronosticado lord Gregory.

»El único modo de que yo pudiera triunfar era mediante una obediencia perfecta. Debía ejecutar sus órdenes sin cometer ningún error. No debía forcejear ni externamente ni interiormente. Debía lloriquear en el instante preciso, pero tendría que hacer todo lo que ella

me mandara; sólo de pensar en ello mi corazón empezaba a martillear en mis sienes y muñecas.

»Finalmente todo el mundo estaba preparado. Un puñado de princesitas exquisitas había servido el vino, meneando sus bonitas caderas y mostrándome algunas vistas deliciosas mientras se inclinaban para llenar las copas. Ellas también iban a ver cómo me castigaban.

»Toda la corte, por primera vez, iba a verlo. »Entonces, con una palmada, la reina ordenó que trajeran a su cachorrillo, al príncipe Alexi, y que la princesa Lynette me "domesticara" y me "instruyera" ante sus ojos.

»Lord Gregory me propinó su habitual azote con la pala.

»Al instante me encontré en el círculo de luz. Por un momento sentí dolor en los ojos y luego vi cómo se acercaban las botas de tacón alto de mi instructora. En un momento de impetuosidad, me aproximé a ella a toda prisa y le besé inmediatamente ambas botas. La corte emitió un sonoro murmullo de aprobación.

»Continué bañándola de besos mientras pensaba: "Mi malvada Lynette, mi fuerte, cruel Lynette, ahora sois mi reina." Fue como si mi pasión se convirtiera en un fluido que manaba por todos mis miembros, no sólo por mi pene hinchado. Arqueé la espalda y separé las piernas muy poco a poco antes de que nadie me ordenara hacerlo.

»Los azotes comenzaron de inmediato. Pero como listo demonio que era, ella dijo: "Príncipe Alexi, enseñaréis a vuestra reina que sois un cachorro muy perspicaz y que respondéis a mis órdenes cumpliéndolas prontamente, y contestaréis a mis preguntas también, con la cortesía debida."

»De modo que tendría que hablar. Noté que la sangre me subía a la cara. Pero no me dio tiempo a sentir terror y, con un rápido movimiento de cabeza contesté: "Sí, mi princesa", lo que provocó un murmullo de aprobación del público.

»Era fuerte, como ya os he dicho. Podía azotarme con más fuerza que la reina y con tanta brutalidad como cualquiera de los mozos de cocina o de cuadra. Sabía que, como mínimo, su intención era dejarme dolorido, porque rápidamente me propinó varios golpes sonoros, con la maña que demuestran algunos de nuestros castigadores, que saben levantarnos el trasero con la pala con cada azote.

»"A esa banqueta, venga —ordenó al instante—, en cuclillas con las rodillas bien separadas y las manos detrás del cuello, !ahora!" Me instó a obedecer inmediatamente mientras yo saltaba a la banqueta y, con gran esfuerzo, aunque rápidamente, conseguía mantenerme en equilibrio. Estaba en cuclillas, la misma posición miserable en la que mi señor mozo de cuadra me había castigado. En aquel momento toda la corte podía ver mis genitales, si es que no los habían visto antes.

»"Daos la vuelta lentamente —ordenó para exponerme a todas las miradas—, para que los nobles y las damas puedan ver cómo este animalito actúa para ellos esta noche." De nuevo me propinó numerosos golpes con gran precisión. Se oyeron unos pocos aplausos entre la pequeña multitud y el rumor del vino que se servía. En cuanto acabé de volverme completamente, mientras las zurras de la pala resonaban en mis oídos, ella me ordenó que diera una rápida vuelta a cuatro patas por el pequeño escenario, con la mandíbula y el pecho pegados al suelo, como había hecho el día anterior para ella.

»Fue en este momento cuando tuve que recordarme mis intenciones. Me apresuré rápidamente a obedecer, arqueando la espalda, con las rodillas separadas y, aun así, moviéndome deprisa mientras sus botas taconeaban a mi lado y mis nalgas se retorcían bajo sus golpes. No intentaba mantener quietos los músculos, simplemente dejaba que se pusieran en tensión, permitía que mis caderas incluso subieran y bajaran siguiendo su propio impulso, retorciéndose con los golpes, pero recibiéndolos de todos modos. Mientras avanzaba por el suelo de mármol blanco, ante un público al que veía como una mancha borrosa de caras, experimenté que éste era mi estado natural, esto era lo que yo era, no había nada antes o

después de mí. Podía oír las reacciones de la corte: se reían ante esta miserable posición, y había una excitación creciente en su charla. La pequeña actuación les tenía encandilados, les había liberado de su acostumbrado hastío. Me admiraban por mi entrega. Sentí a cada golpe de la pala sin siquiera pensar en detenerme. Permití que los quejidos surgieran libremente e incluso arqueé la espalda exageradamente.

»Cuando finalicé la tarea y —me forzó a situarme de nuevo en el centro del círculo, oí aplausos a mí alrededor.

»Mi cruel instructora no se detenía. Me ordenó inmediatamente después que subiera de un brinco a otra banqueta y, desde aquella, a otra que era todavía más alta. Yo me quedaba en cuclillas sobre cada una de ellas después de cada salto, y cuando sus azotes me alcanzaban, mis caderas se adelantaban con ellos sin ninguna contención, mientras mis gemidos, mis lamentos naturales, me sonaban sorprendentemente altos.

»"Sí, mi princesa", respondía yo después de cada orden. Mi voz sonaba tímida, aunque profunda, y llena de sufrimiento. "Sí, mi princesa", dije de nuevo cuando me ordenó finalmente sentarme ante ella con las piernas muy separadas. Lentamente, me agaché hasta alcanzar la altura que ella aprobaba. Luego tuve que saltar a través del primer aro, con las manos detrás del cuello. De alguna manera, debía conseguir quedarme en cuclillas. "Sí, mi princesa", dije y obedecí de inmediato. Luego atravesé otro aro y otro más, con el mismo acatamiento. Saltaba ágilmente y sin la menor vergüenza, aunque mi pene y mis testículos se movían sin gracia con el esfuerzo.

»Sus golpes se tornaron cada vez más fuertes, menos regulares. Mis gemidos eran sonoros e imprevistos, y provocaban muchas risas.

»Cuando a continuación me ordenó saltar hacia arriba y agarrar la barra del trapecio con ambas manos, sentí que me saltaban las lágrimas como resultado de la tensión y el agotamiento. Me colgué del trapecio mientras ella me daba con la pala, empujándome hacia delante y atrás, y luego me ordenaba que me doblara y alcanzara con los pies las cadenas que había arriba.

»Esto era prácticamente imposible. En la sala resonó el eco de las risas mientras me esforzaba por obedecer. Félix se adelantó para levantarme rápidamente los tobillos hasta que estuve columpiándome como ella había sugerido. Entonces tuve que soportar sus azotes en esta posición.

»En cuanto se cansó de ello, me ordenó que me dejara caer al suelo, momento en el que ella se acercó con una delgada y larga correa de cuero y, tras enrollar su extremo alrededor de mi pene, empezó a tirar de mí, que estaba de rodillas, hacia ella. Nunca me habían conducido o me habían arrastrado así anteriormente, atado por la mismísima base de la verga, y mis lágrimas cayeron copiosamente. Todo mi cuerpo estaba acalorado y tembloroso; mis caderas eran arrastradas hacia adelante sin ninguna gracia, aunque yo todavía poseía la suficiente sangre fría para intentarlo. Tiró de mí hasta que llegué a los pies de la reina y, a continuación, después de dar la vuelta, me arrastró corriendo sobre sus botas de tacones a tal velocidad que yo gemía y lloraba sin despegar mis labios mientras me debatía para mantener el ritmo detrás de ella.

»Estaba abatido. El círculo parecía interminable. La correa apretaba mi pene y para entonces mi trasero estaba tan sensible que me dolía aunque ella no lo golpeara.

»No tardamos en completar el círculo. Sabía que ella había agotado su inventiva. Había confiado en mi desobediencia y en mi negativa, y al no encontrarlas, su espectáculo carecía de verdadera atracción especial, aparte de mi absoluta obediencia. »Pero había reservado una sutil prueba para la que yo no estaba preparado.

»Me ordenó que me levantara, que separara las piernas y apoyara las manos en el suelo delante de ella. Así lo hice, con las nalgas en dirección a la reina y al gran duque, una posición que, una vez más, incluso en medio de esto, me recordó mi desnudez.

»Soltó la pala, cogió seguidamente su juguete favorito, la correa de cuero, y azotó con violencia ambos muslos y pantorrillas, dejando que el cuero se enrollara en torno a mi cuerpo. Luego ordenó que me adelantara unos centímetros y que apoyara la mandíbula sobre una alta banqueta que había allí. Debía mantener las manos enlazadas detrás de la cintura y la espalda arqueada. Hice lo que me ordenaba y permanecí doblado por la cintura, con las piernas separadas y la cara inclinada hacia arriba para que todos vieran mi desdichada expresión.

»Como imaginaréis, mi trasero quedaba completamente al aire y ella empezó a colmarlo de cumplidos. "Unas caderas muy bonitas, príncipe Alexi, un trasero muy bonito, fuerte, redondo y musculoso, y aún más bonito cuando os revolvéis para escapar a mi correa y a la pala." Ella ilustraba todo esto con su correa y yo, entretanto, lloraba entre gemidos.

»Fue entonces cuando me dio una orden que me sorprendió. "La corte quiere ver cómo mostráis vuestro trasero. Quieren veros moverlo —dijo—, no se contentan con ver simplemente cómo escapa al castigo tan bien merecido y tan necesario, sino que desean contemplar una auténtica muestra de humildad." No sabía a qué se refería. Me azotó con fuerza como si yo fuera a mostrarme testarudo, aunque contesté entre lágrimas: "Sí, mi princesa." "¡Pero no obedecéis!", gritó aviva voz. Había empezado lo que de verdad ella deseaba. Sus palabras me hicieron sollozar contra mi voluntad. ¿Qué podía decirle? "Quiero ver cómo movéis el trasero, príncipe —ordenó—. Quiero ver bailar vuestro trasero mientras mantenéis los pies inmóviles." Oí cómo la reina se reía, y, vencido súbitamente por la vergüenza y el miedo, supe que aquello aparentemente simple que quería que yo hiciera era demasiado para mí. Moví las caderas, de un lado a otro mientras me zurraba, y mi pecho se estremeció con otro sollozo que apenas fui capaz de controlar.

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