Se produjo un extraño y embarazoso silencio al final del discurso, como si hubiese que añadir algo más, o como si algo tuviese que suceder, como la aparición de Ajnatón y su familia en la Ventana de las Comparecencias. Pero no pasó nada. La gente empezó a intercambiar miradas de incomodidad y transmitir de la manera más cuidadosa su respuesta al molesto tono, a la rara simplicidad, de las palabras de Ramose. Todos eran conscientes de que faltaba algo. Ramose bajó de la plataforma para recibir las entregadas felicitaciones de sus acólitos. Lentamente, el ruido volvió a aumentar, pero ahora con un tono diferente, que denotaba especulación.
Había tenido suficiente para una noche. Necesitaba regresar a mi oficina, pensar, dormir. Volví a observar la estatua de Nefertiti. ¿Dónde estás? ¿Por qué has desaparecido justo ahora? ¿Te han secuestrado? De ser así, ¿quién lo ha hecho? ¿O bien has decidido marcharte? De ser así, ¿por qué? ¿Quién eres?
Fuera de la sala, a lo largo de la vía Real, todavía quedaban un buen número de ciudadanos, ansiosos por ver a alguien importante. Por suerte, nadie se fijó demasiado ni en Jety ni en mí, así que nos alejamos despacio.
Ahora, aquí tumbado, repaso diversos momentos de la noche. En mi mente ha quedado grabado el pequeño icono de Ajnatón. Recuerdo las palabras de Parennefer: «La ciudad es un bello hechizo». Pero ahora no me parece tan sencillo. A pesar del discurso sobre la luz y la iluminación, aquí también residen las mismas oscuras sombras de la ambición humana, la avaricia y la crueldad, esperando una oportunidad para manifestarse. De repente tengo la impresión de que Ajnatón está siempre bajo la luz del sol por temor a que las sombras de la noche se acerquen más y más cada día que pasa. Ahora yo también estoy sujeto al acoso de esas sombras. Mahu estaba en lo cierto. Todavía no puedo distinguir la verdad de la especulación, los hechos de la ficción, la honestidad de las mentiras.
Me acerco a la ventana y observo el lóbrego patio. Afortunadamente, parece que hace menos calor. Durante la noche, el desierto hace tolerable esta ciudad. La brisa, enfriada por el rostro de la luna, atraviesa las puertas y los pasillos, roza la cara de los que duermen y se adentra en nuestros agitados sueños. Mañana tendré que descubrir la identidad de la chica muerta. Me temo que estoy investigando versiones de una posibilidad. Persigo copias con la esperanza de trazar la senda hacia el original perdido. Pero al menos sé qué es lo siguiente que voy a hacer. Voy a guardar el escarabajo y el diario debajo de la almohada para mantenerlos a salvo. Que los dioses bendigan a mis hijas y a mi mujer, y que me traigan la nueva luz del amanecer. Siento ahora cómo mi amor por ellas canta en mi pecho, lo cual me provoca una terrible punzada de dolor.
Unos golpes en la puerta me despertaron. Era Jety. Algo iba mal. Todavía era de noche. Recorrimos a toda prisa las calles desiertas, en silencio.
Abrí la puerta de la cámara de purificación. Estaba muy oscura y muy fría. Me adentré con cautela, tratando de no alterar nada. Alcé mi lámpara. El sombrío cadáver de la chica seguía en la misma posición. El frío aire portaba ya el aroma de la putrefacción. Todas las velas de las palmatorias se habían consumido. Recorrí lentamente la habitación, intentando no perderme ni un solo detalle. Ese es mi método: dividir las superficies en pequeños cuadrados, anotarlo todo y pasar al siguiente. Todo parecía estar tal como lo recordaba: los arcones estaban cerrados, el instrumental en su sitio, los canopes sobre los estantes. Los Hijos de Horus me miraban. Caminé junto a la pared, junto a los ataúdes decorados, con la lámpara en alto. De repente, di un brinco hacia atrás: uno de ellos estaba abierto. Contenía un cuerpo, puesto en pie como si de un mal chiste de miedo se tratase.
Tjenry estaba tieso en el ataúd, con los ojos abiertos, con una leve sonrisa petrificada en su hermosa cara sin sangre. Moví la lámpara encima de su cabeza y descubrí un extraño brillo en sus ojos, totalmente abiertos. Los estudié con atención. Cristal. Bajé la lámpara. Había algo en el suelo, a sus pies. Un canope.
Jety y yo lo alzamos, con infinito cuidado y tristeza, y lo dejamos suavemente sobre la mesa. No podíamos mirarnos. Pocas horas antes, ese cuerpo hecho de músculos y huesos había sido un joven agradable y con buenas perspectivas. Bajo la luz de las lámparas recién encendidas examiné cada centímetro de su cuerpo. Aparte del taparrabos estaba desnudo, lavado, limpio. Se apreciaban unas brutales marcas rojas y azuladas sobre la piel amarillenta y gris de las muñecas y los tobillos, y también alrededor de la cintura y el pecho. En la frente, había un gran hematoma alargado. Lo habían tumbado de un fuerte golpe. Había luchado con todas sus fuerzas por mantenerse con vida. También había marcas y desgarros en las ventanas de su nariz. Me asustaba lo que podía encontrar. Le abrí la boca, rígida ahora como una trampa, y extraje una bola roja y pegajosa de su interior. Lo que quedaba de la lengua era un magullado pedazo de carne, irreconocible como instrumento para el habla. Seguí con el reconocimiento, aunque lo que realmente deseaba era salir de aquella estancia y echar a andar en lugar de adentrarme en el misterio que tenía ante mí. Sin duda estaba vivo mientras le habían hecho todas esas cosas. Todo apuntaba hacia una lenta y cruel agonía. Alcé la vista y me fijé en los adustos instrumentos de momificación que pendían de sus correspondientes ganchos en las sombras. Reuní el valor suficiente y eché un vistazo en el interior del canope. Allí estaba su cerebro, destrozado, desgarrado y ya de un tono azulado debido a la descomposición. Ese órgano, que por lo general se tira, estaba allí, con los ojos enganchados al mismo por unos hilillos sanguinolentos.
Me costó asimilarlo. Alguien le había noqueado con fuerza y, todavía vivo, le había extraído el cerebro por la nariz, como si estuviese muerto y listo para ser enterrado, utilizando los ganchos de hierro que colgaban inocentemente de la pared. Había sido un trabajo meticuloso, realizado por manos expertas. Lo hicieron durante las horas que estuvimos en la recepción, comiendo, bebiendo y charlando. Lo habían llevado a cabo en esa misma sala.
Me esforcé para mantener mis emociones bajo control. Había visto muchas maldades a lo largo del tiempo. Sabía a qué olía un cuerpo humano calcinado, o el aspecto del vapor que emana de unas tripas rajadas. Pero nunca había sido testigo de un acto tan inhumano ejecutado con tan bárbara precisión.
Ahora ya no podía hacer nada por él. No había oración alguna del Libro de los Muertos que pudiese haberle librado de ese horror. Recordé que yo mismo le había ordenado que se quedase allí. Y ahora estaba muerto. Cerré sus delicados y fríos párpados para cubrir aquellos extraños y brillantes ojos de cristal. Jety y yo abandonamos la estancia, dejando atrás su frío sobrecogedor, y salimos al exterior. Estaba empezando a amanecer. Los pájaros cantaban.
Le ordené a Jety que regresase al cuartel de los medjay para informar del asesinato mientras yo esperaba. Necesitaba estar solo, más allá de los gritos y el ruido. Necesitaba pensar, a pesar de que mi mente estaba más vacía y más brumosa que la Tierra Roja. Las imágenes de lo que le habían hecho a aquel joven tan prometedor detenían en seco cualquier reflexión.
Vi cómo iba despertándose la calle. Un viejo salió por la oscura puerta de su casa arrastrando los pies y cargado con una jarra de agua, que vertió con cuidado alrededor de la base de un árbol tierno que apenas había enraizado en la tierra. Parecía disponer de todo el tiempo del mundo para cumplir su cometido. Arrancó algunas malas hierbas crecidas alrededor del tronco y las lanzó lejos. Luego, regresó a la oscuridad de su casa. Al poco salió el sol y aparecieron más personas que dejaban sus casas para dirigirse a sus respectivas ocupaciones cotidianas.
Sentí en ese momento una punzada de ira, hacia mí mismo, por haber permitido que ese joven muriese, por una vida malgastada, por la desagradable futilidad de esa ciudad, por la refinada crueldad de los autores del crimen. Estaba convencido, no tenía ninguna duda, de que aquella acción estaba dirigida a mí. Era un mensaje tan premeditado como la flecha del bote. Quienquiera que fuese el autor del crimen quería que yo supiese que conocía todos mis movimientos. Querían hacerme saber que me observaban de cerca. Y, por otra parte, querían que supiese que podían hacerme sufrir si lo deseaban. En cierto sentido, era una especie de burla. Estaban haciendo desaparecer lenta y meticulosamente el suelo bajo mis pies. No tardaría en verme atrapado en una completa incertidumbre. Había ido a la ciudad para investigar la desaparición de una persona. Ahora me veía obligado a investigar también diversos asesinatos.
Llegó Mahu, como no podía ser de otro modo. Apenas me saludó al entrar en la estancia. Cuando salió echó sobre mí toda su furia. Resultó un tanto embarazoso, pues estaba ante mis compañeros, pero curiosamente me sentí inmune. Las circunstancias de la muerte de Tjenry convertían toda su ira en una demostración irrelevante y fútil. Al poco volvió a marcharse, no sin antes lanzar algunas advertencias y graves amenazas. Iba a informar a Ajnatón. No me importaba lo que hiciera. Lo que yo quería era seguir las pistas y atrapar al asesino, o asesina. Tenía que encargarme de mi propia venganza personal. Quería saber qué clase de ser humano era capaz de hacerle algo así a otro. ¿Era esa persona un monstruo, o bien tenía alma y corazón, sangre y emociones como el resto de nosotros?
Cuando todos se fueron, Jety y yo nos sentamos el uno al lado del otro durante unos segundos, sin hablar.
—Esto es lo peor que he visto en mi vida —dijo él finalmente.
—Tenemos dos bárbaros asesinatos cometidos con muy pocos días de diferencia. No hay razón alguna para suponer que esto va a acabar aquí. Todo apunta a que están directamente relacionados con nuestra investigación. Nos están siguiendo.
Asintió.
—Pero no están dejando pistas.
—Eso no es del todo cierto. Las muertes nos cuentan una historia. Tenemos que descubrir cuál es. Y el siguiente paso es volver a la chica muerta. Tengo una idea. Iremos a hacer algunas preguntas al pueblo de los artesanos.
—¿Por qué?
—Porque si se tratase de una persona importante, a estas alturas ya se habría comunicado la desaparición, tal vez incluso habría un informe. Alguien en la ciudad podría haberla relacionado con la víctima de asesinato. Nosotros tenemos que recapitular. Tengo que ver a la doncella, Senet.
La casa estaba en silencio cuando llegamos. Los guardias nos dejaron entrar y esperamos a que apareciese Senet. Me hizo una reverencia.
—¿Podemos ir a algún lugar privado?
Nos hizo pasar a una antecámara. Al igual que en la visita anterior, iba vestida de forma inmaculada, con el pelo cubierto y las manos enfundadas en unos pequeños guantes de color amarillo.
—Quiero mostrarte algo. Por favor, no digas nada. Solo asiente si lo reconoces. ¿De acuerdo?
Ella asintió. Abrí la mano y le mostré el escarabajo. El gesto de su cara era de horror, más que de lástima. Sus manos temblaban.
—Eso no es lo que crees que es. —Levantó la mirada, repentinamente esperanzada—. ¿Por qué no me cuentas la verdad?
—¿Sobre qué? —preguntó sin aliento.
—¿Este escarabajo desapareció de los joyeros de la reina?
Ella intentó pensar deprisa.
—Lo siento, pero no sabía quién eras. Quiero decir, quién eras realmente.
—¿Estás dando a entender que no sabías si podías confiar en mí? ¿Como medjay?
Asintió, agradecida de que hubiese dicho lo que ella no podía decir.
—Quiero saber si tienes algo que decir respecto a este escarabajo.
Lo estudió.
—Por favor, dime, ¿cómo te has hecho con él?
—Lo llevaba otra persona. Otra mujer.
Parecía anonadada.
—¿Cómo es posible? —dijo dándole la vuelta sobre la mano.
—No lo sé. Pero me gustaría saberlo. La mujer que llevaba esto en algún momento de su vida se pareció mucho a la reina.
Movió la cabeza intentando entender.
—¿En algún momento de su vida?
—Está muerta. No puedo identificarla. ¿Hay algo que te gustaría decirme?
Apartó la mirada de repente.
—Este lugar está lleno de oscuridad. —Hablaba empujada por una nueva pasión.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Las personas son como animales, ¿no te parece? La reina dice que la mayoría tiene buen corazón. Pero yo observo sus caras cuando sonríen, cuando dicen cosas inteligentes, cuando se ríen de la desgracia de los demás. Yo creo que la lengua es un monstruo que todos llevamos dentro.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Las palabras son más poderosas, más hirientes y mortíferas que cualquier cuchillo.
Dejé que esas palabras flotasen entre nosotros.
—Cuéntame algo más de este escarabajo.
Mantuvo aquel objeto sobre la delicada palma de su mano, mirándolo por todos lados.
—Veo la posibilidad de una nueva vida. Proclamada en oro eterno. El escarabajo pelotero, como ninguna otra forma de vida, se renueva sin descanso. Es la resurrección a partir de las cosas más básicas de este mundo. Veo el sol, del que parte toda creación, empujado hacia una nueva vida por las pinzas del escarabajo. Veo el misterio del poder de Ra contenido en el punto del centro. Como un niño en el útero. Veo a una mujer, la pareja perfecta, igual al dios sol en todos los sentidos. Entiendo esto como un signo de esperanza. Lo imagino descansando sobre una piel cálida, sobre un corazón bueno.
De repente, se estremeció, como si le acuciase un dolor terrible, y empezó a sollozar, sobrecogida por un exceso de emociones. Jety y yo nos miramos, sorprendidos. No tardó en recuperar la calma. El sonido de las pequeñas olas del río al topar con las piedras de la terraza llenaron el silencio que se impuso entre nosotros. Ella esperaba que yo dijese algo, inclinó la cabeza.
—Has hablado muy bien —dije—. No olvidaré tus palabras.
Me di la vuelta para marcharme, pero me agarró con la mano antes de que cruzase la puerta.
—¿Qué ha pasado con los niños? Estoy segura de que se sentirán muy mal sin su madre.
—¿Dónde están?
—Los han llevado con su abuela.
Su ansiedad me decía claramente lo que ella pensaba sobre ese arreglo.
—Tengo que hablar con ellos. ¿Quieres que les dé un mensaje de tu parte cuando los vea?
—Por favor, diles que estoy aquí, esperando a que regresen a casa.