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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

El reverso de la medalla (13 page)

Jack, que miraba hacia el mar desde la cofa, tenía la misma opinión, pero pensaba que era conveniente ordenar que no guardaran los coyes y que los marineros que descansaban abajo se quedaran allí hasta nueva orden.

Cuando la luz se hizo más intensa, se alegró de haber dado esa orden. Puesto que acababa de ver un auténtico navío de guerra portugués, el disfraz del
Spartan
(pues ese era realmente el barco corsario) le pareció menos convincente. Por otro lado, el barco que estaba allí cerca coincidía en todo con el que había descrito Pullings. Era un barco alto, con vergas y palos muy gruesos, indudablemente muy rápido y capaz de disparar una potente andanada, al menos en un combate penol a penol. Había virado a babor cuando sus hombres vieron la
Surprise
, lo que a Jack le pareció muy significativo, pues eso le permitiría situarse en una posición ventajosa. Si fuese un verdadero navío de guerra portugués, cuya obligación fuese hacer una inspección, no se tomaría ese trabajo, no iniciaría una maniobra que a esa distancia y con el viento tan flojo sólo podría llevarse a cabo tras varias horas de meticuloso trabajo.

Jack ordenó virar para tomar un rumbo más conveniente, y mientras desayunaba en la cofa no dejó de observar el barco con gran atención. Cuando tomaba la última taza de café, ya estaba convencido de cuál era la identidad del barco, y esa convicción había pasado por sí sola a los tripulantes. De vez en cuando mandaba a más tripulantes abajo para reducir el número de marineros visibles y que fuera semejante al de los que tripulaban un mercante. Pero le resultaba difícil hacerlo, ya que necesitaba bastantes marineros para desplegar las velas y tirar de las brazas para hacer girar las pesadas vergas tan rápido como el barco corsario, que, como pronto notó, tenía excelentes tripulantes.

Los marineros de la guardia de babor, que al principio estaban encantados de que los de la guardia de estribor trabajaran en la cubierta, mojándose con agua fría mientras ellos seguían acostados en sus coyes, comenzaron a inquietarse, y cuando vieron que ya eran muchos los que habían bajado, casi se desesperaron. En la cubierta inferior, naturalmente, no había portas ni escotillones, y los marineros sólo podían enterarse de lo que les contaban sus alegres compañeros por la escotilla de proa.

En la Armada Real, la disciplina variaba mucho de un barco a otro. En algunos, apenas dos hombres cruzaban unas palabras tranquilamente, se informaba de ello al sargento de Infantería de Marina y los hombres eran considerados descontentos, o incluso posibles promotores de un motín. En la
Surprise
no ocurría nada ni remotamente parecido a lo que sucedía en esos desafortunados barcos, pero no se aprobaban las largas conversaciones durante las horas de trabajo, sobre todo cuando se estaban realizando operaciones delicadas. Por esa razón, la información que se recibía por la escotilla era escasa y fragmentaria, pero como eran marineros las que la daban a otros marineros, hacían un resumen bastante exacto de todo lo que ocurría.

Las dos embarcaciones estaban una frente a la otra, y aunque en la zona se alternaban vientos de distintos cuadrantes, generalmente soplaba el viento del oeste; y había indicios de que pronto, tal vez al día siguiente, sería más intenso. El objetivo de los dos capitanes era situar su barco en posición ventajosa, es decir, al oeste del otro, donde el viento permitiría navegar más fácilmente y podrían iniciar el combate en el momento y en las condiciones que estimaran más convenientes, en vez de ser perseguidos indefinidamente por el adversario y correr siempre el riesgo de que las balas de cañón derribaran los palos o el viento los desprendiera. Pero los dos querían que pareciera que la maniobra no era premeditada, sino que formaba parte de la rutina diaria en un apacible viaje, pues de ese modo su adversario no sospecharía que peligraba y le dejaría pasar tranquilamente por su lado.

Eso daba una nueva dimensión a la dura carrera, a paso de tortuga, hacia barlovento. Había que desplegar todas las velas posibles para tomar incluso las más débiles ráfagas de viento, pero la
Surprise
estaba en desventaja, pues, como tenía que parecer un prudente mercante, no llevaba mastelerillos encima de los masteleros, como los barcos de guerra, y sus hombres no podían guindarlos sin levantar sospechas ni, por tanto, desplegar las sobrejuanetes, las sosobres, las monterillas y los foques volantes, muy útiles cuando soplaba un viento como aquél, que a cierta altura por encima del mar se movía más rápido que a ras de él.

Por fin fueron colocados los mastelerillos y sus vergas con las gruesas velas correspondientes, pero entretanto el
Spartan
, aprovechando que el viento había rolado al noroeste, se acercó media milla más a la
Surprise.

Eso no le gustó en absoluto a Jack, quien no deseaba que su fragata y sus hombres sufrieran heridas o murieran a causa del ataque de un barco corsario. Tenía la esperanza de sacarle bastante ventaja al
Spartan
virando al oeste y pensaba que después, cuando el barco corsario estuviera a sotavento y al alcance de los cañones, quitaría el disfraz a la fragata, dispararía por delante de la proa del barco y esperaría su rendición. Y si la rendición no se producía enseguida, haría un par de descargas con una batería. Pero si el avance del barco corsario continuaba, se colocaría de tal modo que la fragata quedaría a sotavento, y eso provocaría una
melée
terrible, ya que las carronadas de cuarenta y dos libras del
Spartan
entrarían en juego y la fragata sufriría daño, y muchos de sus hombres podían resultar heridos.

Jack miraba atentamente las pequeñas olas que quebraban la lisa superficie del mar y traían consigo el
Spartan
, y de repente se inclinó sobre la barandilla de la cofa para dar algunas órdenes. La
Surprise
viró lentamente a estribor y avanzó en dirección al
Spartan
hasta que éste estuvo al alcance de sus balas; entonces tomó el viento que acababa de abandonar el barco y viró perfectamente. Durante diez o quince minutos la
Surprise
avanzó con tanta rapidez que el agua borboteaba junto a sus costados, mientras el
Spartan
, con las velas fláccidas, apenas podía virar.

Cuando también la fragata se quedó sin viento, se restableció el equilibrio. Los marineros contaron eso a los compañeros que estaban abajo, y Doudle
el Rápido
, un viejo y experimentado marinero, dijo que ahora podrían seguir combatiendo dando orzadas, y añadió que cuando la fragata navegaba de bolina no tenía rival y que al final del día habría logrado adelantar a cualquier embarcación.

En efecto, ambos barcos siguieron combatiendo dando orzadas, y los tripulantes ajustaban las velas con sumo cuidado para navegar de modo que la quilla formara el ángulo más pequeño posible con la dirección de cualquier viento que soplara, y tensaban tanto las bolinas que vibraban produciendo un agudo sonido. Pero en el combate había mucho más que eso: los dos barcos se apartaban de su posición, a veces peligrosamente, para buscar alguna de las ráfagas de viento que cruzaban el mar, con frecuencia bajo gruesas nubes. Además, los marineros hacían maniobras engañosas, como virar el timón hacia sotavento para coger impulso y luego, cuando todos esperaban en sus puestos para virar en redondo y las velas de proa gualdrapeaban, como si los barcos estuvieran a punto de orzar, arriaban el foque y el contrafoque para que retornaran a su posición anterior. Su intención era que cuando los tripulantes del otro barco hicieran la misma maniobra, lo detuvieran en el momento en que las velas gualdrapeaban, al comprender su error y, por tanto, perdieran tiempo; o terminaran de virar rápidamente y perdieran aún más tiempo que regresando a la posición original.

Al final de la tarde, una tarde húmeda en la que el calor era sofocante, cada capitán se había formado una idea sobre las cualidades de su oponente. Jack estaba convencido de que el otro capitán era sagaz, taimado, inclinado a perpetrar todo tipo de engaños, y un excelente marino. Además, pensaba que, al menos cuando el viento era flojo, el barco podía luchar con la
Surprise
casi en igualdad de condiciones. No exactamente en igualdad de condiciones, pues la
Surprise
ya había avanzado un cuarto de milla por barlovento cuando el sol empezaba a ocultarse tras el horizonte, engullendo hasta los vientos más flojos, y el mar parecía un cristal. Jack creía que el viento volvería a soplar cuando el sol se pusiera y la fragata podría avanzar más, recorrer la milla que los separaba (pues habían navegado paralelamente hasta que el viento dejó de soplar) y situarse de modo que el
Spartan
estuviera a sotavento; entonces pediría a su capitán que se rindiera. Pero para que eso ocurriera, el viento tenía que soplar de nuevo, y aunque todos los tripulantes de la
Surprise
, empezando por su capitán, silbaron y rascaron las burdas, no consiguieron nada. Nada quebraba la superficie del mar, ni el salto de una distante ballena ni el vuelo de un pez volador (aunque el día anterior habían cogido media docena de ellos en el portalón) ni una pequeña onda formada por el viento. Ambos barcos permanecían inmóviles con la proa dirigida hacia el norte, y la
Surprise
se encontraba por la aleta de babor del
Spartan.

—Pregunta al doctor y al señor Martin si quieren venir a ver la calma chicha —dijo Jack a su timonel, que estaba en la cofa con él—. Quizá si ellos silbaran podrían cambiarla.

Cuando Bonden bajó, tuvo dificultades para dar el mensaje. Los dos caballeros habían aprovechado la falta de movimiento para esparcir por la sala de oficiales sus importantes colecciones de coleópteros de Brasil y Polinesia. Desgraciadamente, Bonden pisoteó algunos ejemplares y luego tiró al suelo otros al retroceder, y los dos caballeros, también el pastor, le respondieron en tono malhumorado que silbarían e incluso rascarían las burdas como los adoradores de ídolos paganos si se lo pedían porque era indispensable, pero que a menos que el capitán así lo deseara, le rogaban que les disculpara porque preferían no dejar los insectos ahora.

—Bueno… —dijo Jack, sonriendo—. Era sólo una…

En ese instante se interrumpió y se puso a mirar por el telescopio.

—Están usando vergas y estayes para bajar lanchas al agua —anunció.

Unos momentos después la yola del
Spartan
cayó al agua, y sus tripulantes cogieron un cabo que colgaba de la proa e hicieron girar el barco hasta que una de sus baterías quedó situada frente a la
Surprise
; tras una breve pausa, el barco disparó una de sus potentes carronadas. Jack vio al capitán apuntar el cañón, que tenía la máxima elevación, y tirar de la rabiza. La bala rozó la lisa superficie del mar y luego se aproximó a la
Surprise
dando rebotes. La trayectoria era muy certera, pero no llegó muy lejos y se hundió en el décimo rebote, poco después de que el sonido del disparo llegase hasta la fragata. Era obvio que el capitán del barco corsario todavía estaba convencido de que la fragata era una inocente embarcación, y era igualmente claro que quería acabar con aquel asunto enseguida, antes de que se alejara más por barlovento cuando el viento empezara a soplar. Quería intimidar a su capitán no sólo con esa potente bala, sino también remolcando el barco hasta que la embarcación quedara al alcance de sus cañones; seguramente luego intentaría abordarla con los botes, que estaban preparados para bajar al agua.

—¡Arriba todos los marineros! —fue la orden que Jack gritó con voz potente, e inmediatamente los marineros que estaban abajo abandonaron su detestable inactividad.

Esa orden fue seguida de otras en rápida sucesión, y Martin dijo a Stephen:

—¡Cómo corren allá arriba! ¿Cuáles son los que forman esos pequeños grupos al otro lado de la tetera?

—Son ejemplares dobles para sir Joseph Blaine.

—Ha mencionado a sir Joseph antes —dijo Martin, mirando con envidia un ejemplar de
Dinastes imperator
, pues él sólo tenía dos—, pero me parece que no me ha dicho quién era.

—Se gana la vida en Whitehall —dijo Stephen—, pero lo que le gusta es la entomología, y tiene una vitrina llena de ejemplares raros. El año pasado fue vicepresidente de la Sociedad de Entomólogos. Se lo presentaré la próxima vez que estemos en la ciudad, pues espero verle en cuanto lleguemos a puerto.

Entonces, pensando en aquel maldito cofre de latón con una valiosísima carga, cuyo recuerdo le perseguía tanto dormido como despierto, dijo para sí en tono enfático: «Amén, amén, amén».

—¡Tiren los toneles por la borda! —ordenó Jack—. ¡Quiten la arpillera de los costados! Señor Mowett, ¿cuándo va a bajar ese cúter?

—¡Enseguida, señor, enseguida! —respondió Mowett desde el pasamano.

Pero, por primera vez, los tripulantes de la fragata no fueron eficientes. A un motón se le rompió un perno y el cabo que pasaba por él se enredó y, a pesar de los grandes esfuerzos del contramaestre, el cúter quedó colgando de una sola anilla. Entonces los tripulantes, sin ceremonia, tiraron el segundo cúter al agua por la aleta. Mientras, Jack había notado con gran disgusto que, a cierta distancia al norte, el rápido viento del oeste empezaba a rizar el mar. Cuando el viento alcanzó el
Spartan
, el capitán, ahora henchido de desconfianza, ordenó virar hacia el este para que el barco lo recibiera por la aleta de babor, y el barco viró rápidamente mientras los marineros giraban las vergas con mucho brío.

—¡Eh, los de la cofa del mayor, icen la bandera y el gallardete pequeño! —gritó Jack—. Condestable, lance una bala por delante de la proa del barco; y si eso no lo detiene, lance otra a la gavia mayor.

En la actual posición, el cañón de proa de estribor era el único que podría alcanzarlo, pero, de todas formas, Jack no iba a usar la batería desde el principio, pues eso produciría muertos innecesariamente y causaría daños al barco corsario, lo que no deseaba porque después tendrían que pasarse días haciendo nudos y ayustando. No obstante, tendría que usarla si no se ponía en facha y se rendía, y lo único que necesitaba para hacerlo era virar la fragata setenta grados, algo muy sencillo sobre aquella superficie lisa como el cristal.

Era algo muy sencillo, pero no para Davies
el Torpe
. Al cúter azul le había entrado mucha agua porque los marineros lo habían arrojado por la borda con extraordinaria fuerza, pero a sus tripulantes no les importó tener que sentarse en el agua y habían empezado a remar furiosamente para avanzar y coger el cabo para remolcar la fragata. Davies, que era el primer remero, tenía que cogerlo, y los otros tripulantes dieron varias paletadas para que lo consiguiera. Entonces Davies, con una expresión feroz, un intenso brillo en los ojos y una línea blanca entre los labios que contrastaba con su oscuro rostro, se levantó y, desobedeciendo las órdenes de Howard, puso el pie en la borda para tirar con fuerza del cabo, e inmediatamente el cúter se inclinó hacia un lado, se llenó de agua y se hundió.

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