El sacrificio final (49 page)

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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

Mangas Verdes sabía que aquél iba a ser el combate más duro de toda su existencia, pues tenía que luchar consigo misma.

Pero ignoró el peligro que corría y se concentró. El desierto de cristal negro se extendía debajo de ella, un lugar antiguo y maldito que ocultaba mil venenos. Sólo los hierbajos más resistentes podían crecer allí, y sus vidas eran cortas. Si Mangas Verdes debía librarse de un poco de poder, aquél era el sitio ideal para empezar a hacerlo.

Mangas Verdes extendió sus manos chisporroteantes desde su inmensa altura y dejó en libertad ríos de energía que cayeron sobre la llanura calcinada. Él maná fue saliendo de ella, y mientras fluía Mangas Verdes se imaginó cómo había sido aquella tierra hacía tanto tiempo y cómo podía volver a ser.

Y los fragmentos de cristal empezaron a temblar y rechinar en todo el desierto negro, y fueron cambiando de forma y se unieron entre sí.

El ruido fue horrendo, como el repiqueteo de los guijarros golpeados por el oleaje amplificado un millón de veces. Todos se taparon las orejas para protegerlas de aquel rugido. Algunos habían quedado atrapados en el suelo del desierto, pero Mangas Verdes los protegió con capullos de maná y no sufrieron ningún daño. Los abismos que habían desgarrado la tierra se sellaron por sí solos, las ramas y espinos gigantes fueron reducidos a polvo, y los agujeros de los géiseres se rellenaron en un instante. El retumbar de las piedras y las rocas sólo duró unos minutos, y después se fue frenando rápidamente hasta desaparecer y dejó como recuerdo de su existencia una llanura de fina arena, tan negra como el cielo de la noche y tan lisa como la mantita de un bebé.

Pero la energía que ardía dentro de Mangas Verdes seguía agitándose. Los cabellos se le pusieron de punta y Mangas Verdes vio cómo sus mangas ardían y su carne echaba humo, pero sintió más asombro que dolor. Todavía no podía liberar todo el maná.

Mangas Verdes sabía que debajo de las arenas había venenos depositados allí hacía mucho y que habían acabado saturando el suelo, que en un tiempo estuvo vivo. La joven diosa dirigió sus pensamientos hacia las profundidades, guiándolos con dedos humeantes que soltaban chispas. Mangas Verdes curvó millares de dedos invisibles y empezó a hacer que los venenos se enfrentaran unos con otros, mezclando y uniendo, cancelando primero uno y luego otro y descomponiendo las toxinas hasta dejarlas reducidas a sus componentes originales, que eran inofensivos. Vapores verdes, rojos y amarillos brotaron de la arena y extraños olores se perdieron en la lejanía, arrastrados por el ulular de los vientos. Unos cuantos minutos bastaron para que el suelo volviera a estar limpio, fértil, sano y preparado para permitir el crecimiento de la vida.

Mangas Verdes ya estaba ardiendo. Llevaba demasiado tiempo conteniendo el poder. Sus entrañas temblaban y se revolvían, y estaban hirviendo como el caldero de una bruja. Pero pensó en Chaney, y en el sacrificio, y supo qué debía hacer.

El crecimiento requería agua. Mangas Verdes dirigió su mente hacia capas del suelo más superficiales hasta percibir la presencia del agua que había invocado antes y volvió a llamarla, pero esta vez no bajo la forma explosiva de las cataratas y los géiseres, sino como un millar de diminutos arroyuelos y estanques que surgieron burbujeando de la rica tierra negra y se derramaron en todas direcciones, regando el suelo.

La tempestad se estaba calmando y los cielos ya no hervían sobre su cabeza. Los rayos cesaron, y las aguas que iban infiltrándose a través de la tierra impidieron que la arena fuese arrastrada por el viento. Pero Mangas Verdes todavía estaba llena de energía. Estaba empezando a ver borroso, como si sus ojos estuvieran licuándose dentro de sus órbitas recalentadas y le hirviera la sangre. Tenía que librarse de más maná.

Desplegó sus pensamientos y encontró cada semilla, cada grano de polen y cada espora ocultos en la tierra o a la deriva en los vientos, y les dio un nuevo peso y los hizo caer al suelo. Después insufló maná dentro de ellos, y les pidió que echaran raíces y prosperasen. Y la abundancia de poder era tan enorme que la hierba brotó con la velocidad del rayo y se extendió por lo que hasta hacía tan sólo unos momentos había sido un desierto, y árboles de muchas clases se estiraron y hundieron sus raíces en las profundidades, y bebieron el agua y saborearon la tierra, y el antiguo desierto se llenó de pinos, palmeras, robles, eucaliptus, álamos y sauces. Mil variedades de hierbas y flores —jacintos, rosas, margaritas, tréboles, romero, lirios, tomillo y campánulas— florecieron en sólo unos minutos, e inclinaron sus cabezas bajo el suspiro del viento.

Y Mangas Verdes, gimiendo bajo la quemadura abrasadora del dolor, obró nuevos milagros. Apartando a los humanos a un lado y a otro sin hacerles ningún daño, como si fueran ratones suavemente empujados ante una escoba gigante, Mangas Verdes arrancó del suelo del bosque todos los venenos y también los aniquiló. Antiguas maldiciones y amenazas se volvieron inofensivas, y la vida natural pudo volver a desplegarse sin conocer límite alguno. Mangas Verdes buscó dentro de su mente hasta llegar a la sabana y el lecho marino, profundizando en ellos para eliminar todas las toxinas, enemigas de la vida, hasta que la tierra quedó limpiada y purificada en todas direcciones y por debajo de las olas.

Mangas Verdes quería restaurar el equilibrio y desplegó brazos invisibles de maná que se estiraron hasta el bosque revitalizado y muy lejos por encima de las montañas, y conjuró primero puñados y luego centenares de animales y aves. Liebres, arrendajos, grullas, marmotas, ardillas, ciervos, arañas, tejones, hormigas, osos, cucarachas, serpientes, gusanos, tapires y búhos corretearon por los nuevos bosques, praderas y macizos de flores.

Pero la archidruida, la cuasi-diosa, todavía no había terminado. Mangas Verdes abrió los túneles cavados por manos de la antigüedad, sacándolos a la luz con un encogimiento de hombros y un gesto de las manos, y expulsó de ellos a sus ocupantes humanos para llevarlos hasta la seguridad del bosque, arrancando de la tierra los viejos bloques, túneles, frescos y estatuas, y aplastándolos hasta convertirlos en polvo sin dejar ni rastro de ellos. Después desplegó el poder de su mente y buscó a tientas a lo largo del fondo del mar por el que había viajado, apartando de su camino a las algas, los peces, los cangrejos y las serpientes de mar, y pulverizó las obras sumergidas de los hombres hasta que sólo quedaron migajas de ellas.

Y únicamente entonces, después de haber movido el cielo y la tierra, terminó su labor. Mangas Verdes lanzó un suave soplido dirigido al cielo y disipó las últimas hilachas de nubes oscuras, y absorbió dentro de su pecho los últimos vientos que vagaban por las alturas. Sólo entonces sintió calmarse las impresionantes energías, y notó cómo se disipaban igual que la niebla bajo los rayos del sol para dejarla temblorosa y agotada. Y la magia por fin quedó controlada, zumbando suavemente dentro de sus venas bajo la forma de un maná que podía utilizar sin riesgo.

Mangas Verdes se llevó las manos a su cabeza palpitante, y se tambaleó y estuvo a punto de caer. Pero alguien la sostuvo: Kwam, como siempre.

Mangas Verdes volvió la cabeza de un lado a otro y parpadeó, y sintió la caricia del sol sobre sus cabellos y sus hombros, y el beso de una suave brisa en sus mejillas enrojecidas.

La tempestad había terminado.

Y todos prorrumpieron en vítores.

Mangas Verdes se contempló las manos con tanta curiosidad como si las viese por primera vez y descubrió que estaban tan negras como si las tuviera cubiertas de hollín. Sus dedos estaban entumecidos e insensibles, y al mismo tiempo notaba un extraño cosquilleo en los huesos de los brazos. Sus ropas estaban manchadas de humo, y las puntas de sus cabellos estaban resecas y chamuscadas. Sus zapatos habían sido consumidos por el calor, y Mangas Verdes se quitó los restos calcinados de un par de patadas. Sus mangas verdes habían ardido hasta sus huesudos hombros. La joven druida pensó que había estado muy cerca de perecer: había faltado muy poco para que ella y todo aquel extremo del continente fueran consumidos en una bola de fuego tan enorme y abrasadora como si el sol hubiera chocado con la tierra.

Pero sus esfuerzos, que la habían obligado a correr un gran riesgo y desafiar a la muerte, habían valido la pena, pues Mangas Verdes fue recompensada con una visión de belleza. El sol brillaba sobre una tierra restaurada. Delante de ella había árboles y flores y arroyuelos de cauce rocoso, y grandes llanuras herbosas llenas de animales y pájaros que cantaban extendiéndose hasta allí donde podía abarcar la vista, desde el comienzo del bosque renacido hasta las lejanas montañas de los ángeles, pasando por hermosas praderas y terminando en una costa rocosa donde los peces saltaban de pura alegría.

Y a su alrededor todo el mundo lanzaba vítores, amigos y seguidores y también muchos antiguos enemigos que habían salido de sus escondites para maravillarse ante el milagro de la joven druida. Abriéndose paso entre ellos estaba Gaviota, que descargó al colosal Gavilán de sus hombros para entregárselo a los curanderos y corrió a abrazar a su esposa Lirio y a sus niñas y las estrechó entre sus brazos.

Sus fieles protectoras lloraban por su señora sin tratar de ocultar sus lágrimas. Y Kwam estaba junto a ella, con su sonrisa llena de ternura y el rostro ensangrentado y cubierto de morados.

—Bienvenida —graznó—. Temíamos que nos... dejarías.

—¿Y caminar con los dioses? —Mangas Verdes oyó su voz, y le pareció que resonaba tan alegre y poderosamente como la canción de un pájaro en el aire lleno de luz—. No. Permaneceré aquí, con mis amigos. Es un sacrificio que haré con sumo placer.

Kwam la estrechó entre sus brazos, y todos lanzaron vítores y cantaron hasta enronquecer.

_____ 23 _____

La limpieza requirió algún tiempo. Había gente dispersa por todo el bosque y las praderas. Muchos se habían extraviado en aquel terreno nuevo, y tuvieron que ser localizados por los ángeles. Algunas unidades de ambos ejércitos conservaban viejos agravios y rencores que tuvieron que ser reprimidos. Una frágil tregua fue prevaleciendo poco a poco, con todo el mundo vigilando a todos los demás.

Gaviota y Mangas Verdes instalaron su campamento en la nueva pradera que se extendía junto al bosque, aquel lugar que antes había sido el desierto devastado y que había pasado a convertirse en una acogedora extensión de hierba, brezales, flores y árboles. Encontraron sus tiendas y su equipo dentro del círculo del sol, el único artefacto de la antigüedad que había quedado intacto después de la resurrección del bosque y la destrucción de los túneles subterráneos. Gaviota y Varrius, su comandante, querían fortificar la pradera, y deseaban levantar rampas, baluartes de tierra y una empalizada, así como cavar zanjas en caso de que fueran atacados por sorpresa, pero Mangas Verdes se negó a ello y los dos acataron su decisión sin discutir. Estaban hartos de luchar, y agradecieron tener una excusa para no hacer nada y dedicarse a la vagancia.

Pero había mucho trabajo que hacer, desde luego. Había centenares de heridos a los que cuidar, líneas de suministro que restablecer, reglas sanitarias que imponer, compañías que reorganizar, destacamentos de exploradores y guardias que enviar al bosque y las praderas en busca de los que todavía estaban perdidos, y delegaciones que elegir para que fueran a ver a las gentes del mar y a los ángeles. Pero entre todas aquellas labores surgieron celebraciones, cánticos y danzas y brindis hechos con jarras llenas de vino y cerveza, y también hubo mucho tiempo para las diversiones. Los niños corrían por todas partes, recogiendo flores, jugando al escondite en los nuevos bosques y chapoteando entre las olas. Muchos adultos se escapaban sigilosamente del trabajo para ir a unírseles.

Y los hechiceros fueron capturados uno por uno.

La Fuerza de la Naturaleza les había arrebatado todo su maná, y los hechiceros apenas habían empezado a recuperarse. Los supervivientes intentaron huir mediante un conjuro de desplazamiento a través del éter o trataron de escapar a pie, pero fueron capturados sin ninguna dificultad y conducidos a punta de lanza hasta el campamento.

Immugio todavía llevaba un brazo en cabestrillo. Dwen llevaba las dos muñecas entablilladas, y tenía un agujero vendado en el pecho y una herida en el cuero cabelludo. Fabia, que había sido tan espléndidamente hermosa, avanzaba con paso lento y cansino y la cabeza gacha, habiendo perdido dos dientes en el choque con una roca y con su belleza estropeada por arañazos y morados. También había envejecido décadas, y su soberbia piel se había arrugado y tenía el cabello lleno de canas. Ludoc, tan duro y grisáceo como sus montañas, no había sufrido ningún daño, pero su águila y su lobo habían preferido la libertad a seguir junto a él y le habían abandonado, y el viejo hechicero parecía perdido sin sus dos animales. Los hechiceros fueron llevados hasta un aprisco. Después se les entregó comida y mantas, y se les advirtió que no debían salir de allí.

Aun así, eran los afortunados. La reina Atronadora había desaparecido por un precipicio, Sanguijuelo había sido hecho pedazos en el bosque, Dacian había sido atravesada por una flecha y Haakón había perecido en una explosión que lo dejó hecho añicos. Sus huesos y su armadura se habían convertido en tierra durante la gran transformación, y sólo un álamo indicaba el lugar en el que se hallaba su tumba.

Liante y Karli, los dos perpetradores del ataque, salieron totalmente ilesos. Pero sus rostros estaban sombríos y llenos de amargura, y se mostraban abatidos y callados. Liante, en especial, parecía tener mucho miedo de morir.

Su temor estaba justificado, desde luego, pues cuando una patrulla de Osos Blancos por fin lo hizo entrar en el campamento empujándolo con las puntas de sus lanzas, Gaviota se levantó de un salto y empezó a gritar.

—¡Aquí está el bastardo! ¡Traedme mi hacha!

Gaviota arrancó su hacha de leñador de las manos del Lancero Verde que se la ofrecía, y después agarró a Liante por el cuello de su traje multicolor y lo sacudió de un lado a otro como si fuese un cachorrillo.

—¡He esperado este día durante mucho tiempo, Liante! —gruñó—. Más de tres años, desde que destruiste mi aldea y a mi familia y mentiste al respecto, desde que me contrataste únicamente para capturar a mi hermana y poder sacrificarla, desde que me enviaste a esa isla tropical para poder matarla...

El hechicero de las franjas multicolores soportó los gritos de Gaviota sin ninguna protesta. Estaba claro que había temido la llegada de aquel día. Su rostro, que había tenido un aspecto tan juvenil en el pasado, había envejecido bajo el peso de años de preocupación. Sus hermosas vestiduras estaban manchadas y llenas de desgarrones, y la cadenilla de bronce rota que colgaba de su cinturón mostraba que había perdido su grimorio. Sus manos permanecieron nacidamente inmóviles junto a sus costados mientras Gaviota alimentaba su ira recitando los crímenes de Liante.

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