El sacrificio final (50 page)

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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

El leñador se calló por fin.

—¡Bueno, esto no durará mucho!

Gaviota fue hasta el montón de madera para las hogueras más cercano, arrastrando detrás de él al hechicero sin que éste ofreciera ninguna resistencia, y se detuvo delante de un gran tocón utilizado para partir troncos. El leñador colocó a Liante sobre el tocón, con el pecho hacia abajo. Después Gaviota escupió en sus manos y alzó el hacha. Liante permanecía inmóvil, temblando y con los ojos cerrados, tan apáticamente pasivo como un viejo gallo sabedor de que su vida estaba a punto de terminar.

Y sin decir ni una sola palabra más, Gaviota alzó su hacha para decapitar al hechicero.

Y el mango de su hacha estalló.

Gaviota chilló y agitó las manos, que habían quedado llenas de astillas de nogal. La hoja del hacha, que pesaba casi cinco kilos, cayó sobre un montón de ramas que había junto a él. Liante no se había movido, y estaba temblando incontrolablemente. Gaviota masculló una maldición.

—¡Verde!

Gaviota fulminó con la mirada a su hermana pequeña. Durante unos momentos el tiempo retrocedió para volver a una época en la que todo había sido mucho más sencillo.

Las magníficas ropas de su hermana habían quedado destruidas cuando empleó su gran poder, y ni siquiera sus zapatos sobrevivieron al cataclismo. Mangas Verdes llevaba un sencillo traje de lana blanca con mangas verdes de ganchillo que había tomado prestado de una Guardiana del Bosque. Descalza y con la cabeza al aire, los cabellos de la joven druida necesitaban urgentemente una buena sesión de peinado. Inmóvil delante de un montón de madera con su hacha (o lo que quedaba de ella), Gaviota fue transportado a aquellos días en que no era más que un simple leñador de aldea y su hermana sólo era una retrasada que siempre le estaba dando problemas.

Pero la voz y el porte de Mangas Verdes estaban llenos de compostura y serenidad, y su sabiduría excedía en muchos años a la de Gaviota.

—No, Gaviota —dijo Mangas Verdes con tranquila insistencia—. No le hagas daño.

El leñador se encontró obedeciéndola casi sin darse cuenta de lo que hacía.

Gaviota había presenciado algunos cambios durante aquellos años, pero los producidos en su hermana pequeña eran los más grandes.

Aun así, intentó protestar.

—¡No le hará ningún daño! ¡Le cortaré la cabeza tan deprisa que no le dolerá nada! ¡Y es un final mucho mejor del que se merece por lo que le hizo a nuestra familia, a Risco Blanco y a nosotros! Deberíamos colgarle de un cadalso y dejar que muriese lentamente, con los cuervos sacándole los ojos a picotazos...

—Basta. —La esbelta y frágil druida puso una mano sobre el nudoso brazo de su hermano—. No es Liante el que me preocupa, hermano, sino tú.

—¿Yo?

Gaviota vio aproximarse a Lirio, seguida por un cortejo de ayas y por sus dos hijas, y gimió para sus adentros. Nunca podría salir vencedor de aquella discusión..., no con las dos mujeres uniendo sus fuerzas.

—¿Qué tengo que ver yo con todo esto? —preguntó, intentando evitar que su voz sonara como un gemido quejumbroso.

Mangas Verdes sonrió, tratando de aliviar la desilusión de su hermano.

—Liante es un enemigo, cierto —dijo—. Pero él es malvado, y tú no lo eres. No puedo permitir que sacrifiques tu humanidad castigándole cuando está indefenso e impotente. Por mucho que se lo merezca, no puedo permitir que mates a sangre fría.

—Y yo tampoco —intervino Lirio mientras hacía saltar a Jacinta sobre su cadera—. Después de todo, yo también fui su víctima, pero no quiero que sea castigado de esta manera.

Gaviota empezó a sacarse astillas de la callosa palma de la mano, extrayéndolas mediante los dientes mientras las observaba con expresión sombría.

—Así que no debería sacrificar mi humanidad, ¿eh? Y tampoco he de sacrificar la de Liante, ¿verdad? Estupendo. Si no vais a aplicarle ese castigo, y sigo creyendo que clavar su cabeza en la punta de un palo le enseñaría a no cometer más maldades, ¿qué haréis entonces?

Mangas Verdes perdió su sonrisa y se mordió el labio, tan solemne era su decisión.

—Tengo una forma de detenerle. Depende del secreto de los Sabios de Lat-Nam, y del casco de piedra...

* * *

Un rato después casi todo el ejército se había congregado alrededor del aprisco en el que estaban encerrados los hechiceros.

Gaviota esperaba con los brazos cruzados encima del pecho, con Lirio agarrándole el codo y Agridulce en equilibrio sobre la cadera de su madre. Gavilán se reunió con ellos. El hermano perdido iba encorvado, pues su espalda era una masa de piel inflamada que no paraba de llorar desde el cuello hasta los tobillos, y que había obligado a los curanderos a trabajar día y noche para reconstruirla y regenerarla. Gavilán, que tenía el rostro hinchado y lleno de morados, quedaría lisiado de por vida y el tejido cicatricial haría que siempre se moviera despacio y con dificultad, pero estaba vivo y se había reunido con su familia, y no se quejaba. Aun así, Gaviota encontraba un poco extraño que su «hermana pequeña» pareciese años más madura que él, y que su «hermano pequeño» se alzara sobre él como una máquina de guerra. Gaviota era el cabeza de su familia únicamente por la tradición. Pero sonrió cuando Jacinta intentó trepar por la enorme pierna del «tío Gavilán» y el gigante alzó con una robusta manaza a la niña que reía y chillaba.

Más seguidores del campamento llegaron corriendo para ver cómo eran castigados los hechiceros, y Mangas Verdes aguardó pacientemente mientras los hechiceros se removían dentro de su corral. Los Lanceros Verdes de Gaviota estaban junto a ellos con los estandartes chasqueando al viento, y las Guardianas del Bosque de Mangas Verdes también estaban presentes. Liko llegó con su pesado caminar, la bestia mecánica chirriando y crujiendo junto a él con Stiggur sobre su cabeza, desde donde podía ver por encima del gentío. Capitanes y sargentos ladraron secas órdenes a sus tropas supervivientes y las hicieron formar en filas impecables de Escorpiones Rojos, Osos Blancos, Focas Azules y uno o dos brazales negros para indicar la situación de los diezmados Perros Negros. Orgullosos seguidores del campamento de todos los colores e insignias estaban inmóviles alrededor del aprisco. Los Cuervos y las arqueras de D'Avenant esperaban solemnemente, con los arcos apoyados sobre sus hombros. Detrás de ellos, más altos, había hileras de centauros y caballería, con los caballos removiendo los flancos y meneando las colas para espantar a las moscas recién nacidas. Al final todo el ejército esperó en silencio sobre la ondulante y perfumada hierba que cubría aquella pradera repleta de flores, con la montaña de los ángeles y el bosque renovado claramente visibles en la lejanía y el mar que lamía las rocas entrevisto al fondo.

Una orden de Mangas Verdes, y los seis hechiceros fueron sacados de su corral y colocados en fila de cara a ella, aunque dentro de un anillo de lanzas empuñadas por sus guardias personales. Mangas Verdes sabía que aquél era un momento épico, la culminación de los esfuerzos del ejército, y permitió que saborearan su victoria. Pero por dentro se sentía llena de tristeza.

Finalmente abrió la boca, y un silencio absoluto roto únicamente por los trinos de los pájaros se hizo a su alrededor.

—Amigos, nos hemos reunido aquí para presenciar el juicio final de estos hechiceros, que se han beneficiado del sudor y las lágrimas de otros, y que han abusado de sus capacidades mágicas para imponer el dominio de la hechicería sobre las personas corrientes, a las que llaman peones.

»Pero en vez de castigarlos de inmediato, compadezcámoslos. ¿Por qué? Porque a pesar de sus grandes poderes, el suyo no es un destino envidiable. Obtienen la magia y la autoridad y un puñado de cachivaches y luego pierden todo eso, y ahora no tienen nada, mientras que nosotros tenemos amistad y compañía, una dura labor y metas claramente marcadas y, lo más importante de todo, amor. Con todas esas cosas maravillosas hemos luchado contra estos y otros hechiceros, y siempre hemos vencido.

Immugio, el ogro-gigante, cambió el peso de su corpachón de pie enorme a otro. Dwen, la hechicera del océano, que todavía hervía de ira y odio, torció el gesto a través de la neblina de dolor de sus muñecas rotas. Fabia mantenía los ojos clavados en el suelo: su arrogancia y su propósito en la vida se habían esfumado junto con su juventud y su belleza. El viejo Ludoc fulminó a Mangas Verdes con la mirada, pues no tenía miedo a la muerte. Karli, la de la piel oscura y los blancos cabellos, se negaba a admitir la derrota y se estaba burlando abiertamente de ella. Liante parecía simplemente aturdido, y quizá estaba pensando en el hacha de leñador que se había alzado sobre su cabeza.

—Vencimos porque comprendíamos la necesidad del sacrificio. —Mangas Verdes se volvió hacia el ejército y movió las manos en el aire, como si estuviera dibujando con ellas—. Todos renunciamos a nuestra autonomía para trabajar juntos. Cada uno de nosotros, desde el veterano más viejo al niño más pequeño, ha estado dispuesto a dar su vida por la causa del bien. Y demasiados lo han hecho, incluso un pobre e infortunado trasgo que vio la luz del amor... Y ésa es la diferencia que hay entre nosotros y ellos, y que siempre existirá. El amor y el sacrificio triunfaron sobre el egoísmo. Es una moraleja muy antigua, pero es cierta.

»Y sin embargo —Mangas Verdes se volvió nuevamente hacia los hechiceros—, seguimos teniendo que cargar con estos hechiceros. No nos gusta la idea de ejecutarlos, por mucho que puedan merecérselo, pues matar a sangre fría nos rebaja y mancha nuestra cruzada. Pero no podemos volver a dejarlos en libertad, pues sabemos que en su egoísmo anhelarán vengarse de nosotros. Éste ha sido el problema al que hemos tenido que enfrentarnos siempre, y no hemos sabido resolverlo. Yo no he sabido resolverlo... Si hubiera obrado mejor, muchos de nuestros camaradas estarían vivos hoy.

»Pero ahora —concluyó en voz baja y suave—, y que los dioses nos perdonen, tengo una solución.

Hubo un repentino zumbar de voces, y los hechiceros parecieron más nerviosos que nunca.

—¡Claro! —le murmuró Gaviota a Lirio—. Encontró el secreto de no-sé-qué en el fondo del mar. Hemos estado tan ocupados que no llegamos a enterarnos de qué era.

Mangas Verdes giró sobre sus talones con lenta solemnidad y se volvió hacia Kwam, que estaba inmóvil junto a ella acompañado por Tybalt y los otros estudiantes de magia. Los dos abrieron una caja de madera sin decir una sola palabra, y sacaron de ella el antiguo casco de piedra verde cuya superficie estaba cubierta de arruguitas que le daban el aspecto de un cerebro humano. Todo el mundo se acordaba de aquel casco, que había sido creado hacía siglos en un lugar muy cercano de allí y al que se le había proporcionado el poder de doblegar a los hechiceros.

Mangas Verdes colocó el casco sobre su cabeza.

—Durante mis viajes he aprendido que la magia es una manera de ver —dijo—. Al igual que un ciego no puede imaginarse los colores del arco iris, a una persona que no posee el don de hacer magia le resulta imposible imaginarse los colores de la magia. Son muy pocas las personas para las que de repente llega un momento en el que pueden percibir la magia y, gracias a ello, someterla a su voluntad. Nadie sabe cómo o por qué algunas personas pueden «ver» de repente y convertirse en hechiceros. Pero un cónclave de hechiceros creó este casco —y Mangas Verdes lo golpeó suavemente con las puntas de los dedos— para contrarrestar ese fenómeno. Los Sabios de la antigüedad fueron aniquilados por los Hermanos antes de que pudieran terminar el casco, pero sus fantasmas y sus huesos me revelaron sus intenciones. Hoy todos seréis testigos de lo que voy a hacer. Tened la bondad de sujetarle.

Preparadas para la orden, las Guardianas del Bosque de Mangas Verdes agarraron a Liante y lo hicieron avanzar por la fuerza, y después le empujaron hasta ponerle de rodillas. Eso hizo que el aturdido hechicero saliera de su estupor y empezara a protestar, pero fue implacablemente sujetado.

Mangas Verdes alzó la mano izquierda hasta el casco que reposaba sobre su frente y, sin decir ni una palabra, puso la otra mano sobre los tiesos cabellos amarillos de Liante. Quienes la contemplaban dejaron escapar jadeos ahogados cuando su mano se hundió hasta la muñeca sin que se produjese ningún derramamiento de sangre.

Liante chilló, aulló y apretó los dientes. Pero no podía moverse, y el contacto psíquico que Mangas Verdes había establecido con su mente sólo duró un segundo. Después Mangas Verdes retrocedió, con su mano totalmente limpia, y se quitó el casco.

—Soltadle.

Liante se incorporó, perplejo y enfurecido, y empezó a tocarse el cuero cabelludo como si acabaran de dejarle sin cabellera. El hechicero, cada vez más confuso, buscó dentro de su mente..., y acabó percibiendo la verdad.

—¡Se ha ido! ¡Se ha ido! Mi hechicería... ¡Me la has robado!

Mangas Verdes asintió, y cuando habló su voz estaba llena de tristeza.

—Sí. He roto el hilo, he invertido tu visión y he desquiciado tu poder para siempre. Nunca volverás a hacer conjuros. Ahora eres un peón, como tantos a los que hiciste daño en el pasado.

—¡No! —El ex hechicero se aferró la cabeza con las manos—. ¡No! ¡Noooooooo!

Pasó corriendo junto a las Guardianas del Bosque y se abrió paso por entre la multitud. Unos soldados se dispusieron a detenerle, pero Mangas Verdes meneó la cabeza.

—Dejad que se vaya —dijo—. Ya hemos terminado con él.

El ejército contempló al ex hechicero mientras Liante corría por la pradera, arrancando margaritas, tréboles y campánulas con el frenético subir y bajar de sus pies, hasta que desapareció detrás de una pequeña ondulación del terreno.

Mangas Verdes suspiró y se puso nuevamente el casco, y se volvió hacia los hechiceros restantes. Todos estaban aterrados. Incluso Dwen y Karli habían perdido sus expresiones altivamente desdeñosas y la contemplaban con los ojos llenos de terror.

La mirada de Mangas Verdes fue recorriendo sus rostros.

—En cuanto a vosotros...

—¡No, por favor! ¡Por favor, mi señora! —gimotearon todos a coro, incluso Ludoc—. ¡No me arrebatéis la magia, por favor!

Mangas Verdes meneó la cabeza en una lenta negativa cargada de tristeza y señaló a Karli, que fue agarrada por las Guardianas del Bosque y obligada a ponerse de rodillas. La mujer de piel oscura y blanca cabellera empezó a gemir.

Mangas Verdes alargó una mano hacia ella, pero se detuvo. Alguien la había agarrado por un hombro.

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