El Secreto de Adán (23 page)

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Authors: Guillermo Ferrara

Tags: #Aventuras, Histórico, Intriga

—Verán —dijo con voz serena y firme—, creo que lo que debemos hacer es crear una protección más fuerte en la capa de ozono para que impida la entrada de la energía cósmica.

Los asistentes lo miraron con expresión de sorpresa.

—¿Se refiere usted a los
chemtrails
? ¿Que potenciemos los vuelos químicos?

Jackson sabía que se metía en camisa de once varas.

—No me refiero exactamente a seguir con los vuelos químicos, eso ya se hace en la actualidad, diariamente se sobrevuelan las capitales del mundo, incluso por las noches —inhaló antes de continuar—. Lo que quiero decir es que si desde la ionosfera nuestros satélites y naves emitiesen una fuerte red de vibraciones apoyados desde Tierra por el HAARP, podríamos.

Jackson se refería a las vibraciones subliminales que desde la central del HAARP proyectaban hacia el ambiente, llegando al inconsciente de las personas. Un miembro corpulento llamado Sergei Valisnov salió en su apoyo.

—Creo que tiene razón —dijo con un fuerte acento ruso—, una red de protección de vibración puede ser una buena solución. La malla protectora sería una especie de escudo global alrededor del planeta. No permitiría que llegase la lluvia de fotones, de esa forma la ola de armonización se vería bloqueada y no llegaría a entrar en la conciencia de la gente. Además acentuaríamos la campaña de temor al Sol.

Además de ser un miembro de inteligencia, Sergei Valisnov se especializaba en las diferentes corrientes esotéricas y energéticas. Las había estudiado todas, desde las diferentes ciencias de la meditación hasta los trances psicodélicos con ayahuasca y peyote para la expansión de la conciencia, las danzas derviches místicas de los sufíes, pasando por el estímulo de los
chakras
con aparatos electrónicos y vibraciones, el estudio de la cámara kirlian que fotografiaba la energía humana, además las pruebas científicas realizadas sobre faquires en la India quienes soportaban el dolor por medio de la meditación.

Desde hace varios años, el Gobierno Secreto sembraba redes vibracionales en el ambiente con diferentes polaridades y niveles, creando desarmonía y confusión en la gente e imponiendo, de forma subliminal, las órdenes para seguir un estereotipo social, el materialismo y el consumismo. Esto se había realizado también en anuncios publicitarios. Para el Gobierno Secreto, el hombre moderno no era más que un robot que aparentaba libertad. Un robot con sentimientos al fin y al cabo, que cobraba un salario para luego volver a gastarlo en lo que ellos decidían, para que en última instancia retornara a los bancos, donde el Gobierno Secreto tenía el poder, mediante el Fondo Monetario Internacional y la Reserva Federal de Estados Unidos. Aquello era un ciclo repetitivo que le hacía creer a la población que era libre cuando en realidad vivían bajo la esclavitud asalariada.

Al hombre moderno, sin que se diera cuenta, lo inducían a pensar, creer y comprar artículos y anhelar un determinado estilo de vida bajo la supervisión de los líderes. Buscaban que estuviera ocupado viendo cómo hacer un viaje, pagar su hipoteca, en su trabajo, sus juegos y entretenimientos para que no mirara dentro de sí mismo ni hacia las estrellas.

La gente quedaba aturdida con dichas vibraciones ya que afectaban fundamentalmente a la masa encefálica y a los diferentes centros energéticos del cuerpo, los
chakras
, ésa era una pieza central de control por parte de aquella organización. La mayoría de la población no se enteraba de esto, a pesar de que en internet había muchísimas páginas web y documentales que así lo mencionaban, como el premiado Zeitgeist, el trabajo de investigadores como Jessy Ventura, un ex marine que tenía un programa de TV por internet en el que demostraba parte de la conspiración, o las conferencias del inteligente y documentado inglés David Icke.

La intención del Gobierno Secreto era que el ser humano usara sólo un mínimo de su capacidad potencial, el resto tendría que seguir dormido. A otros niveles, esto servía para distorsionar la vibración ordenada del cosmos, menguándola; su objetivo era que, al chocar con aquella energía de tan baja frecuencia, ninguna vida o inteligencia extraterrestre pudiera entrar en contacto con la Tierra.

El Gobierno Secreto ocultaba las pruebas de varios encuentros con seres dimensionales de otras frecuencias mayores que no podrían interferir con la Tierra al verse perjudicados en sus sistemas energéticos, debido al choque con una mayor densidad tridimensional.

—Señores, en mi opinión, lo más adecuado sería poner en marcha nuestro plan secreto —dijo El Cerebro—, pero creo que debemos escuchar también la propuesta de los demás miembros. El tiempo se nos viene encima. Debemos hacer una votación.

Luego de haber dicho aquello, Washington se acomodó el nudo de la corbata y esperó. Sabía que dentro de aquella elite algunos miembros se hallaban más inclinados a las decisiones racionales, por ser completamente escépticos a las profecías; otros, en cambio, las asumían como ciertas, por lo que suponían que entrañaban un peligro.

En ese momento sonó el teléfono personal de Stewart. Había dado órdenes de que sólo lo molestaran por algo de vida o muerte. La voz de su secretario personal parecía el zumbido de una abeja. El Cerebro contestó el aparato de mala gana.

—¿Qué ha pasado? ¡No te dije que!

El secretario le interrumpió abruptamente.

Los colores del rostro de Stewart Washington experimentaron un súbito cambio, pasaron, en menos de cinco segundos, del rojo colérico hacia el mismo color lánguido de un cadáver. Su piel experimentó un impacto brusco y cambió su temperatura corporal. Sintió calor y frío al mismo tiempo. La boca se le puso seca.

—¿Estás seguro? —preguntó.

Con los ojos desorbitados terminó de escuchar lo que el interlocutor le decía y apagó su teléfono.

—Señores —dijo con voz quebrada—, estamos frente a un problema mayor.

Los miembros del Gobierno Secreto generaron un incómodo silencio.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Jackson, intrigado.

—Me informa mi secretario que le han dado un informe urgente desde nuestra central de Colorado y que han visto.

El aire estaba cargado de tensión.

—Hable, ¡por favor!

Washington inhaló con dificultad.

—Los científicos han dicho que la Tierra se ve amenazada por una extraña masa, creen que el punto luminoso es en realidad un inmenso asteroide que viene directamente hacia aquí.

35

Aquel día había sido uno de los peores para el cardenal Raúl Tous. En la noche no podría dormir. Estaba ansioso y exhausto. Su gran inquietud se debía a que estaba perdiendo poder. Poder en la iglesia y poder en el Gobierno Secreto. Necesitaba saber qué pasaba con el capitán Viktor Sopenski en su viaje a Londres, jugaba una gran carta vital con él. El cardenal se sentía encerrado ya que tenía órdenes de estar presente en el Vaticano junto a otros líderes. Su mente no paraba de elaborar estrategias y posibilidades. Sabía que Aquiles Vangelis tenía lo que necesitaba. El Búho se lo había confirmado, tras infiltrarse en las investigaciones del arqueólogo.

Tous estaría a punto de lograr su objetivo si Sopenski atrapaba a Alexia. Necesitaba esperar, justo lo que el cardenal odiaba. Era un hombre impaciente, ansioso y determinista; necesitaba que todo se hiciera a su manera, pronto. Necesitaba tener en sus manos aquel poderoso descubrimiento, no sólo conocerlo.

"Lo ha buscado todo el mundo durante siglos, será mío", pensó.

Dio vueltas como un tigre enjaulado dentro de su confortable, aunque austera, habitación. Su cama era grande y espaciosa, de roble tallado, con un pequeño crucifijo sobre la cabeza y la Biblia en la mesa de noche. Tenía además una biblioteca con más de mil títulos que habían sido consultados exhaustivamente por él.

Abrió la Biblia y consultó el Génesis, el Apocalipsis y las profecías que allí se mencionan. Se sintió impotente. Pensó que las profecías de unos indios precolombinos no podían arruinarle sus planes. Tenía que hallar un error. Una parte de su interior pensaba que aquéllos sólo eran mitos, pero otra, muy fuerte, sentía miedo a lo desconocido. Ese atardecer se había quitado la vestimenta ritual, le pesaba moralmente; se había puesto su elegante y sobrio salto de cama de seda en color granate. Su impaciencia lo llevó a fumarse tres cigarros mentolados en menos de media hora.

Tocaba su anillo de oro en su anular derecho como si ese gesto pudiera devolver la fuerza.

Se decía a sí mismo: "piensa como El Mago, debes hallar la solución a este problema". "¿Por qué no he recibido noticias del Cuervo ni del Búho? ¿Qué estará pasando con el arqueólogo?", su interior comenzó a generar combustión. "Los llamaré inmediatamente", pensó mientras iba al baño. "Tengo que actuar antes de que sea demasiado tarde. ¿Dónde está mi secretario?"

Volvió a sentir la misma desesperación que tenía antes de tomarse unos calmantes, como una fiera herida. El efecto de aquellas pastillas lo serenó. Ahora necesitaba fuerza, inteligencia y astucia. Las voces mentales del cardenal eran un volcán en erupción, el inquieto repicar de un demonio.

Cerró los ojos, tomó el aire que entraba por la ventana, necesitaba durante unos minutos paralizar toda la actividad mental. Fue un instante en que Raúl Tous sintió una abrumadora soledad. Un abismo en su interior.

"Para hablar con el Papa y con la gente de la organización, tengo que averiguar cómo está el arqueólogo, qué está pasando. Si quiero ganar esta batalla, tengo mucho trabajo por delante."

Se colgó el pesado crucifijo que le llegaba hasta el plexo solar, aunque le dolía cada vez más la nuca. Su estrategia directa era encontrar el descubrimiento de Vangelis para adjudicárselo. Con esta jugada maestra él recibiría mucho mayor poder, al destruir las pruebas de la mentira y el plagio de la iglesia respecto a la explicación bíblica sobre Adán y Eva.

Ya había hecho algo parecido años antes, cuando un arqueólogo palestino había encontrado unas extrañas tablillas sumerias que habían sido datadas con más de 10,000 años de antigüedad y que mencionaban una hipótesis diferente a la aceptada sobre el origen del hombre en la Tierra.

Él podría pasar a ser el dueño del circo. De ambos lados saldría beneficiado. La mentira seguiría intacta, tendría un nuevo poder y él sería quien lo habría conseguido.

Jugaba su mejor carta y estaba dispuesto a todo.

Y con aquel pensamiento intentó quedarse dormido.

36

Ala mañana siguiente en Santorini, Adán Roussos se levantó a las 6:30. Los primeros rayos de Sol se filtraban por la ventana. Le dolía un poco la espalda por haber dormido sobre el suelo en una cama improvisada. Se duchó y a falta de equipaje se puso la misma ropa. De reojo, mientras se vestía, vio que Alexia se estaba desperezando. Eduard dormía en un sofá contiguo.

—Buenos días —dijo ella, con la voz muy suave.

—Buenos días —respondió Adán, casi como un susurro—. Me desperté pensado que iré esta misma mañana para Londres. Es mejor que tú y Eduard se queden aquí para ver si encuentran algo entre tantas carpetas y documentos. Hay un vuelo a las 9:45.

—Yo iré contigo —replicó Alexia mientras se esforzaba en encender su mente tan temprano.

Adán negó con la cabeza.

—Es mejor que yo vaya. Si Krüger sabe algo, te llamaré inmediatamente. Es conveniente que tú estés aquí por si encuentras algo, llegamos tarde y cansados, no pudimos hallar nada. Tú conoces el estudio de tu padre mejor que yo. De esta forma tendremos dos posibilidades de descubrir alguna pista en vez de una.

Alexia pensó que su argumento era correcto, pero no le hacía gracia separarse de él.

—De acuerdo, creo que es mejor así —le dijo mientras se incorporaba en la cama de su padre. Cogió una camisa blanca de su armario y se la puso. Sus cabellos revueltos le daban un toque sensual.

Acompañó al sexólogo hasta la puerta.

—Escúchame, Adán, te daré la dirección de mi casa y el teléfono de mi mejor amigo. Se llama Jacinto Urquijo, trabaja conmigo en la misma ONG. Él tiene las llaves de mi casa, dijo que iría regularmente a darle de comer a mi gata y a regar las plantas.

Adán cogió el papel con la dirección y se lo puso en su bolsillo derecho.

—Si necesitas estar más días, quédate ahí. Él te dará las llaves.

Adán la tranquilizó, cogiéndole las manos.

—Veremos qué me dice Krüger y luego decidimos.

—Adán yo.

No habían hablado nada de sus vidas privadas hasta ahora, no se habían contado sobre ellos nada y no habían recordado sus días de adolescencia. Ahora Alexia sentía una corriente de unión con aquel hombre que conocía desde niña y que estaba junto a ella en medio de aquella terrible historia.

—Quiero agradecerte todo lo que estás haciendo y quiero que te cuides mucho —sus ojos se clavaron con fuerza en los de él y con la mirada dijo aquello que las palabras no pueden decir.

—Tú también, Alexia, cuídate mucho.

Adán sintió ganas de abrazarla. Alexia se anticipó. Se fundieron en un abrazo cálido, intenso, que tenía tanta fuerza y unidad como el que hay entre las raíces de un roble y la tierra.

"Las despedidas son el preludio de futuros encuentros, y los encuentros, la antesala de futuras despedidas", la mente de Adán recordó que lo había leído en algún lado.

—¡Aaah! —exclamó Adán, como si hubiese recibido una descarga eléctrica—, ¿qué es eso?

—Mi pecho —dijo ella—, es el cristal de cuarzo.

—¡Dios mío! ¿Qué tiene? Está muy caliente, sentí una descarga de energía.

Ella se encogió de hombros.

—No lo sé —respondió, con cara de sorpresa—. Desde que comenzó todo esto se ha ido poniendo así. Incluso anoche tuve sueños extraños.

Los dos se despidieron entremezclando su cuerpo y su energía en aquel abrazo. Ajeno a ellos, Eduard los miraba de reojo y en silencio dispuesto a buscar su nuevo teléfono.

37

En Atenas, Aquiles se despertó aún maniatado, exhausto, sin energía. Los dolores de espalda eran insoportables.

"Tendré que darle algo de comer y beber, no puede morirse", pensó Claude Villamitrè apenas despertó.

El francés había dormido en un viejo sofá contiguo, aunque se había despertado varias veces durante aquella noche por temor a que el arqueólogo escapara. Aunque estaba fuertemente atado y no podía ir a ningún lado, la mente del francés era presa de sus propios miedos. Había mucho en juego y él se sentía importante siendo el custodio para mantenerlo con vida.

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