Eduard, presa del pánico, con la nariz llena de sangre y habiendo perdido el arma cuando había caído, buscó a tientas la salida pero volvió a caer dislocándose el hombro y golpeándose varias costillas. El techo de la vieja construcción que había visto generaciones de griegos se vino abajo dejando un enorme boquete.
Aquiles pudo ver una pequeña brecha. Por fin, tras varios días, vio la luz del día. Fue sólo un breve instante, ya que el polvo del techo y de las paredes que se venían abajo le entró por la garganta produciéndole una fuerte tos. Todo estaba oscuro y era confuso, los ojos le picaban.
Entre aquella confusión desatada con la velocidad de un rayo, Alexia pudo articular una frase.
—¡Papá! ¿Dónde estás?
Silencio.
Otro nuevo movimiento terrestre se presentó. La sacudida fue fulminante. Eduard fue golpeado en el hombro sano por varios ladrillos y el hormigón de aquella ciudad de más de 6,000 años cedió, dejándolo inconsciente.
Aquiles todavía respiraba, estaba herido y aturdido.
—¡Papá! ¿Dónde estás? —volvió a gritar Alexia en la oscuridad.
Se escuchó ruido a varios metros de donde ella estaba. El arqueólogo, agotado y casi inconsciente, expulsaba una tos ronca y constante. Alexia intentó avanzar entre los escombros y, detrás de un montículo de ladrillos, pudo distinguir vagamente la silueta de su padre tumbado de costado, atado, con la silla pegada al cuerpo.
Se raspó las rodillas al abrirse pasó, pero se deslizó como pudo, descalza y con un brazo golpeado, subió el montículo a duras penas y, haciendo un esfuerzo supremo, llegó hasta su padre.
Aquiles también se hallaba raspado y sangraba. El vestido de Alexia estaba hecho harapos con el polvillo que volaba en el ambiente como si fuera un gas letal.
—Papá —dijo tímidamente la mujer sin saber si su padre estaba en condiciones—… Tenemos que salir de aquí.
Todas las cadenas de noticias hablaban sobre los reportes de geólogos. El violento terremoto en Grecia había sido el más fuerte de los siete que habían ocurrido en los últimos días, con una intensidad de 8.1 en la escala de Ritcher. Lo que no se explicaban los geólogos era que la sucesión de terremotos, luego del comportamiento del Sol enrojecido, había formado una especie de dibujo serpenteante a lo largo de todo el globo, deslizándose por diferentes partes del planeta y movilizando las placas tectónicas.
Los desastres a nivel mundial presentaban un panorama caótico. Miles de personas habían perdido sus casas. Todavía no se habían dado cifras de pérdidas humanas.
Los movimientos sísmicos, cual coletazos de un cocodrilo, habían provocado también algunos violentos
tsunamis
que arrasaron con construcciones a pie de playa; también se había registrado actividad en diferentes volcanes, que parecían convertirse en chimeneas para quitar la presión energética de las entrañas de la Tierra. La situación se agravaba por varios huracanes que habían azotado múltiples ciudades, sobre las ruinas que los terremotos y
tsunamis
generaron. Era como si el planeta quisiera lavarse, quitarse la suciedad que había acumulado a través de los milenios por los deshechos humanos y, al mismo tiempo, continuar su camino de evolución y transformación como un ser vivo. Por esa limpieza se estaba pagando un precio muy caro.
Otras personas, devotas cristianas, anunciaban aquello como el Apocalipsis. La Cruz Roja, las organizaciones de ayuda humanitaria, conjuntamente con varias ong de todo el globo se movían desesperadamente y sin descanso, brindando apoyo, organizando a la gente en las zonas de desastre.
Un comentarista de la BBC, con más de treinta años al frente de los principales noticieros, se despojó de todo su profesionalismo y lloró desconsoladamente frente a las cámaras al ver las terribles imágenes que la cadena proyectaba. No pudo completar la información de las noticias y tuvo que ser relevado.
Por todos los rincones del planeta, tanto en internet, radio y cadenas televisivas, los terremotos eran el tema central; los platós de televisión buscaban a expertos geólogos tratando de llevar alguna explicación a la población en todos los idiomas posibles. Era una tragedia mundial. A pesar de su larga trayectoria y prestigio dentro del mundo científico, al doctor Stefan Krüger le fue difícil conseguir un espacio en la BBC. Al principio la gente de la televisora pensaba que se trataba de un loco fanático, pero finalmente, a través de un conocido, logró que le dieran un espacio y se presentó junto a Kate y cuatro niños índigo con los que trabajaba en su proyecto, para dar a conocer un mensaje diferente al mundo.
La música de la cortinilla musical duró menos de quince segundos y la presentadora comenzó a anunciar la presencia de los científicos y de los niños.
—Estamos con el doctor Stefan Krüger, prestigioso genetista y director del Instituto Genético de Londres. También nos acompañan la doctora Kate Smith, maestra genetista, y estos cuatro niños —la presentadora leyó en un papel sus nombres: Amalia, Miguel, Pedro y Gertrudis.
Los niños rieron. Krüger estaba con una expresión entusiasta en el rostro.
—¿Y bien? —preguntó la presentadora con un suspiro—, ¿qué tiene para contarnos, doctor Krüger?
El alemán se inclinó un poco hacia delante.
—Verá —dijo con voz tronante y firme—, estamos aquí para explicar un importante descubrimiento y, por otro lado, llevar un poco de comprensión sobre lo que está pasando en el planeta.
La presentadora arqueó una ceja en señal de escepticismo.
—¿Usted cree, doctor, que la gente pueda comprender los desastres que están pasando? —enfatizó la palabra comprender como si se les hablara a los niños.
—Deberán hacerlo —contestó Krüger, directo—. Durante mucho tiempo la humanidad ha estado dormida, programada y mecanizada, es tiempo de despertar. Ahora.
La periodista le interrumpió.
—¿Despertar? —la mujer estaba cansada, molesta y había entrevistado a más de diez personas con diferentes teorías, su cabeza no estaba para escuchar una teoría más.
Krüger sonrió levemente, ignorando la mala disposición de la periodista.
—Me refiero a despertar en lo que nos está pasando. Todo tiene una causa, estas reacciones de la Tierra son producto de una depuración, una preparación para la energía que.
La periodista volvió a interrumpirle. Su mal humor iba en aumento.
—¿Una depuración?
Esta vez Krüger tuvo menos paciencia.
—Si me deja continuar, podré exponer lo que vine a decir —dijo con el rostro serio y la mirada clavada en la mujer, que hizo una mueca de resignación.
—Adelante —dijo con poco entusiasmo—. Sorpréndame.
Krüger sabía que tenía poco tiempo.
—Bien, creemos que las reacciones de la Tierra mediante los terremotos y movimientos de las placas tectónicas tienen que ver con la preparación a un nuevo nivel vibratorio y un cambio de conciencia respecto de nuestra posición en el universo. Los terremotos son la preparación del planeta para recibir una energía que hará que muchos cambios sucedan. Y no me refiero a cambios materiales, sino cambios —dirigió la mirada hacia los niños— a nivel de conciencia y a nivel genético, fundamentalmente; alterando y activando el ADN de las personas preparadas.
La periodista dibujó una sonrisa nerviosa e incrédula en su rostro.
—Disculpe mi atrevimiento, doctor —dijo con una sonrisa escéptica—, pero ¿acaso quiere decir que los terremotos son buenos?, ¿que son una preparación para elevar nuestra conciencia?
Kate se adelantó para responder.
—El argumento que trató de sintetizar el doctor Krüger —dijo serenamente— se remonta a la sabiduría precolombina de América, concretamente a los sabios mayas, cuando los pueblos comprendían que la Tierra es un ser vivo como tal; ellos escuchaban sus latidos y analizaban los ciclos cósmicos.
—Perdone, pero ustedes hablan más como astrónomos que como genetistas, doctora Smith.
Kate negó con la cabeza.
—El punto clave tiene que ver con la evolución humana. El ADN está en juego. Pero la Tierra es el planeta donde vivimos y nuestra galaxia, donde estamos situados dentro de miles y miles de diferentes galaxias, compartiendo el universo. No podemos tener una visión limitada. Somos genetistas —afirmó—, pero como científicos buscamos también comprender de manera holística los cambios que otras energías y sucesos pueden tener sobre nuestro ADN.
La presentadora pareció calmarse frente a la voz dulce y la sensualidad de la hermosa mujer.
—¿Y qué se supone que debemos hacer?
—Prepararnos para recibir la energía que activará las 12 hebras de nuestro ADN.
La presentadora pensó en el dolor de la gente y supuso que no tendrían mucho ánimo para una preparación de este tipo, pero no dijo nada. Kate la había cautivado.
—Corríjame si me equivoco, doctora. Tengo entendido que sólo usamos 2 hebras, ¿verdad?
Kate y Krüger asintieron.
—Exacto. Si la mujer y el hombre contemporáneo activaran sus 12 hebras, habría un salto cuántico en la forma de vida humana. Nosotros no somos los únicos que estamos trabajando en esto. A lo largo del globo hay científicos involucrados en el tema desde hace años.
Kate se refería, para avalar aún más su teoría, a la doctora Berrenda Fox, del Centro de Salud Avalon, situado en California, que había podido comprobar los avances de niños que nacieron con 3 hebras activas, demostrando poderes especiales que mutaban biológicamente; sin embargo, la comunidad científica ortodoxa había ejercido presión para silenciar y ridiculizar aquellos descubrimientos.
Los científicos tradicionales mencionaban en su rígida visión que los cambios genéticos se desarrollaban a lo largo de extensos periodos, de manera lenta y paulatina. Se apoyaban en la modificación del código genético bajo el más extremo secreto, de manera bioquímica y con productos químicos.
—Y estos niños que hoy nos acompañan —agregó Kate— también tienen 3 hebras activas. Ellos pueden leer el pensamiento, percibir las cosas desde su interior a través de la intuición, leer un libro completo con sólo colocar la mano sobre la portada.
—¡Ajá! —balbuceó la periodista como si no hubiera escuchado nada—. Pero volvamos a lo que dijo antes. ¿A qué se refiere con un salto cuántico?
—Un salto cuántico se refiere a que estamos frente a la antesala de un cambio vibracional y luminoso en el sistema solar, que se manifestará como evolución en la raza humana el próximo 21 de diciembre y que.
La presentadora la interrumpió de nuevo.
—Muchas gracias por estar aquí y brindar su testimonio.
A la conductora le hicieron señas urgentes detrás de cámaras, el tiempo de la entrevista se había agotado. Tenía que dar paso a la publicidad y cerrar el programa, ya que ahora muchas más empresas estaban anunciando productos, mientras la gente estaba pegada a sus televisores, esperando noticias y soluciones sobre las tragedias mundiales.
—Lo siento —dijo la presentadora—, no nos queda más tiempo.
La cortinilla musical volvió a comerse las palabras de todos y pasaron al pronóstico del tiempo.
—Ha sido muy grosera —le dijo Kate a Krüger fuera de micrófono—, ni siquiera dejó hablar a los niños, ni pudimos exponer lo más importante, que los cuarzos están listos para distribuirse.
—Lo sé —respondió Krüger—, pero creo que igual la gente que escuchó, que esté despierta y lista para el cambio, lo captará.
Lo que no sabían los genetistas en aquel momento fue que en menos de media hora el instituto donde trabajaban estaría abarrotado de gente esperanzada y consciente, esperando por ellos en la puerta de entrada.
Adán Roussos aterrizó con media hora de demora en Atenas. El piloto tuvo que mantenerse en el aire con la aeronave de Olympic Airways, ya que desde la torre de control le habían indicado que no podría aterrizar hasta que pasara la catástrofe. Para no alarmar a los pasajeros no les dieron la información hasta que el terremoto pasó.
Adán estaba nervioso. Sentía la ansiedad por llegar y buscar a Alexia. Tuvo que acudir nuevamente a la meditación y la respiración profunda, sólo así logró sentirse más sereno.
Los minutos parecían siglos. Lo primero que hizo al descender del avión, fue prender su Blackberry. Llamó a Alexia. Esperaba escuchar su voz.
Silencio.
No atendía nadie. Ni siquiera cayó el contestador.
Comenzó a escuchar gritos y movimientos. Se acercó a una pantalla de televisión donde se aglutinaba la gente y vio la noticia del terremoto. Se preocupó mucho más.
"¿Qué haré?", pensó. "¿Hacia adónde iré a buscarla? ¿Habrá resistido a la catástrofe? ¿Habrá encontrado a Aquiles?"
Su mente no paraba de tejer hipótesis. Se calmó un momento para buscar su centro. Se permitió sentir su ser interior.
Entre la intuición y el sentido común supuso que si Alexia estaba bien, iría hacia la casa de su padre, aunque también pensaba en el mensaje que había llegado al móvil de Viktor Sopenski, que tenía en su poder, con la noticia que Alexia estaba siendo secuestrada.
"Podría enviar un mensaje para que me diesen la dirección." Un hilo de luz en su mente lo llevó hacia la casa del arqueólogo.
Tardó más de media hora en encontrar un taxi compartido, ya que el ir y venir caótico de gente en el aeropuerto saturó todos los servicios de transporte, telefonía e internet.
El taxista le dio nuevos informes. El terremoto había provocado destrozos por toda la ciudad de Atenas, incluso había tenido repercusión hasta la ciudad de Kalamata, al oeste de la capital.
Adán bajó la ventanilla del taxi, necesitaba aire. El calor del verano griego se le impregnó en la piel como un sticker adhesivo. Un griego antiguo hubiera pensado en aquellos momentos que Apolo, a través del Sol, caía con dureza sobre la piel de los humanos.
El taxi tuvo que tomar calles laterales. Algunas vías estaban colapsadas con policías de tránsito clausurándolas por los boquetes que se habían generado. Había mucho peligro. Cables de electricidad estaban abiertos por el suelo; columnas y paredes derrumbadas y otras que podían venirse abajo en cualquier momento.
Cuando Adán se bajó del taxi, pudo sentir en carne propia el doloroso ambiente. Varios médicos y ambulancias recogían heridos y cuerpos inertes. El panorama era desolador.
"¡Alexia! ¡Por Dios, dame una señal!"