—¡Qué demonios! —el policía fue consciente de que estaba preso.
—¿Qué está haciendo aquí?
—No pienso decirles una sola palabra.
—Pues se las va a tener que ver. —Jacinto iba directamente a cogerlo de los pelos cuando Adán lo frenó.
—Espera —dijo separándolo del policía y haciéndolo sentar sobre la cama de Alexia—. Déjame interrogarlo.
Sopenski le dirigió una mirada de desagrado a Jacinto.
—Creo que no está en situación de elegir, señor Sopenski —deletreó Adán lentamente—. Usted está dentro de una casa sin ningún permiso y eso no es legal en este país.
Sopenski ahora dirigió una mirada llena de odio hacia Adán. ¿Quién era él para hablarle de legalidad? Sopenski se sentía dueño de toda ley.
—¡Llamemos a la policía! Los ingleses le harán hablar —gimió Jacinto.
Adán negó con la cabeza y lo miró pensativo.
—Todo esto es muy confuso, señor Sopenski. Tendrá que decirnos qué está haciendo dentro de esta casa y para quién trabaja.
En ese mismo momento, el teléfono de Viktor Sopenski sonó en el interior de su chaqueta.
—Creo que ha recibido un mensaje —le dijo Adán, que ya metía la mano en la chaqueta para ver el teléfono—. Si no le importa, lo tomaré yo mismo.
Sopenski hizo varios movimientos para soltarse con su voluminoso cuerpo e impedir que vieran su teléfono, pero sólo logró lastimarse más. Parecía un toro enloquecido soltando espuma por la boca, lleno de ira.
—¡Quieto, cerdo! —le gritó Jacinto.
Adán cogió el teléfono y leyó el mensaje, primero para sí, luego en voz alta, para convencerse de que aquello no era un sueño.
Debes volver a Atenas inmediatamente. El Búho la encontró. La lleva donde está el arqueólogo.
Muévete deprisa.
El número desde el que habían enviado el mensaje aparecía en su lista de contactos como El Mago.
—Ahora sí usted está en un problema —le dijo Adán, con la voz firme y el rostro serio—. Llama a Alexia, ¡rápido! —le pidió a Jacinto.
Jacinto llevó su teléfono al oído y esperó. Después de unos segundos escuchó una voz: "El teléfono se encuentra apagado".
—¡No contesta! —exclamó con una expresión de dolor en el rostro.
Adán hizo una mueca de fastidio. Ella estaba en grave peligro.
—¿Quién es El Búho? ¿Quién es El Mago? —le preguntó a Sopenski que estaba visiblemente mareado.
El policía no abrió la boca.
—Tenemos que movernos deprisa —le dijo Adán a Jacinto—. Escúchame con atención —Adán le colocó una mano en cada uno de sus hombros y lo miró directamente a los ojos—. Jacinto, escúchame bien, te diré lo que haremos: tú llamarás a la policía y les dirás lo que pasó. Yo me iré inmediatamente para Atenas a buscar a Alexia.
La voz de Adán Roussos sonaba como si le hablara a un niño pequeño.
—¿Y cómo la encontrarás?
—Me llevaré su teléfono —dijo mirando a Sopenski—. No lo sé, enviaré un mensaje para que me digan el lugar de reunión. Pensaré algo en el camino.
—Pero, ¿qué hago con este cerdo?
—Cuéntale a la policía lo que pasó. Yo hablaré con Krüger y le explicaré de camino. No podemos perder más tiempo.
Jacinto asintió al tiempo que miraba a Sopenski con odio.
—Confío en ti, Jacinto. Piensa en Alexia. Llama a la policía inmediatamente. Me voy ahora mismo hacia Atenas.
En menos de un minuto Adán bajaba las escaleras y cerraba la puerta tras de sí.
Adán salió a la calle y detuvo un taxi, se dirigió rápidamente al aeropuerto más cercano, el London City Airport, que estaba a sólo diez kilómetros de distancia, ya que los otros cuatro aeropuertos de Londres se hallaban a más de veinticinco kilómetros.
Bajó la ventanilla del taxi y al sentir una brisa fresca en su rostro sintió alivio y fuerzas renovadas. Al atravesar la ciudad se le presentó un espectáculo caótico. Cerca del London Bridge se encontró con una multitud de diversas edades protestando y con pancartas. Se escuchaban gritos y varios tiraban piedras contra los agentes de policía que trataban de calmar la euforia y el enojo colectivo.
—¿Qué sucede? —le preguntó Adán al taxista, sorprendido.
—¿No se ha enterado?
—No. ¿A qué se refiere?
El taxista le dirigió una mirada de malestar por el espejo retrovisor.
—Quieren cancelar los Juegos Olímpicos.
—¿Por qué razón?
—Sobre todo por el peligro de los terremotos. Hay muchos países perjudicados, los organizadores han recibido peticiones de los gobiernos más dañados, ya que mucha gente ha muerto y han perdido sus viviendas. El ánimo está bajo.
Adán sintió su corazón acelerado. Si se cancelaban los Juegos Olímpicos, no podrían difundir el mensaje de las profecías a través de los cuarzos, como Aquiles tenía planeado. Y el panorama mundial era más grave de lo que parecía. Un escalofrío inquietante le recorrió la espalda, recordándole el peligro de la situación de la Tierra. Vibraba en el aire un clima de tensión, había caos, confusión, una extraña combinación de energías. Suspiró. Se sentía cansado. Invadido. Sobrepasado. Dentro de él sintió que todo lo que ocurría era como una enorme bola de nieve sin control que se deslizaba por el planeta. ¿Habría un orden que no podía ver detrás de todo aquello?
Pensó en Krüger. Su plan para distribuir los cuarzos cargados para activar las conciencias se veía alterado si se suspendían las Olimpiadas. Ni siquiera sabía si habían conseguido con éxito pasar la energía y la información a otros cuarzos.
—El mundo está en carne viva, es un drama —dijo el taxista en voz alta.
Adán sabía que aquel estado global no era por la tristeza de la posible suspensión del evento más grande del mundo, sino por lo que se estaba moviendo profundamente en las entrañas de la Tierra y en los confines del cielo.
Cogió su celular y llamó a Krüger.
—¿Doctor?
—Sí, Adán, estaba por llamarte —la voz del alemán sonaba llena de energía.
—Ha pasado algo grave.
—¿Qué sucede? —el tono de voz de Krüger se volvió áspero.
—En la casa de Alexia hemos encontrado un hombre extraño, me apuntó con un arma. Afortunadamente, Jacinto pudo sorprenderlo y ahora está atado. Él se quedó esperando que llegue la policía.
—Pero, ¿qué hacía allí?
—Me temo que buscando información. Luego recibió un mensaje y lo leí. Me quedé con su teléfono.
—¿Y qué decía el mensaje?
—Que a Alexia la llevan engañada hacia Atenas.
—¡Por Dios! ¿Qué está pasando? ¿Quién está detrás de todo esto?
—No lo sé. Ahora me dirijo al aeropuerto para ir hacia Atenas. Me las ingeniaré con el teléfono que me he traído para averiguar a dónde la llevan.
—Adán, es peligroso.
—Estamos en medio de una vorágine, doctor. ¿Qué ha pasado con el experimento de los cuarzos?
—Empezamos a hacer pruebas. Creemos que el experimento puede ser un éxito, hemos podido pasar la información del pequeño cuarzo atlante a otros cuarzos.
En el rostro de Adán se dibujó una sonrisa luminosa y sincera.
—¡En serio! ¡Eso sí que es una buena noticia! ¿Cómo lo han hecho?
—Apliqué la lógica —contestó el alemán con certeza—. Recordé lo que dice
El Kybalión
, "como es arriba es abajo". Si nuestra galaxia tiene cambios cada 26,000 años, entonces 13,000 años serían el tiempo aproximado en que le lleva movilizarse como si fuese una "inhalación" y otros 13,000 años representando una "exhalación".
Adán imaginó aquel proceso. Sin duda era ciertamente poético además de científico.
—El Universo es un cuerpo vivo, cósmico y respira —agregó Krüger.
—Pero, ¿qué ha hecho concretamente?
—Los cuarzos se programan mediante la respiración y la intención mental —afirmó el científico.
—¿Respirando?
—Exacto. Respiración e intención. He alineado el cuarzo atlante con otros cuarzos. Kate y yo fuimos a casa de dos niños índigo que no estaban en el laboratorio. Ellos han usado su tercer ojo y la glándula pineal, igual que lo hiciste con tu experiencia. Se cree que esta capacidad mental era la que tenían los atlantes. Lo que nosotros hacemos mediante la tecnología, como los mails, ellos lo resolvían con el pensamiento y la respiración.
—Es realmente asombroso.
La voz de Krüger sonaba clara y eufórica.
—Supuse que tendría éxito si seguía el principio hermético del
Kybalión
.
—¿O sea que a los niños les han colocado los cuarzos en el tercer ojo y a través de la respiración han pasado la información? —Adán no se podía creer que algo tan simple y a la vez tan profundo estuviera sucediendo.
Krüger soltó una risita.
—Sí, Adán, literalmente un "juego de niños". Si mal no recuerdo, también lo enseñaba Jesús.
—¿Cómo?
—Déjame hacer memoria. —Krüger permaneció unos segundos en silencio—.
Si todo tu ojo fuese único, tu cuerpo estará en la luz, mas si estás dividido, estarás en tinieblas
.
—Exacto, al ojo al que se refirió Jesús es el tercer ojo, la visión de la unidad —afirmó Adán.
—Según los testimonios, cuando alguien va a morir —agregó Krüger— llevan su mirada hacia ese punto. Se cree que, en ese último instante, el alma sale del cuerpo por el tercer ojo. En la vida, una persona sensible y espiritual percibe de forma automática su tercer ojo, en especial los niños.
Al recordarle esto último Adán pensó en Alexia y Aquiles.
—Adán, corres peligro. Cuídate. Espero que puedas encontrar a Alexia. Pensaremos qué hacer frente al panorama tal como está.
—Comuniquémonos cuando haya novedades.
El taxi había llegado al aeropuerto. Las luces se habían encendido ya que había caído el Sol. Los vuelos venían llenos de gente que iba llegando para presenciar los Juegos Olímpicos, programados para unos días después, en medio de un enorme dispositivo policial. Los rumores de la cancelación proyectaban sombras sobre los decepcionados rostros.
La humanidad quizá estaba a punto de recibir un regalo insospechado.
Eduard llevó a Alexia hacia la casa. Hacía mucho calor. La capital griega sufría los embates del clima de julio. Comenzaba a oscurecer y soplaba una suave brisa. Aquella sería una larga noche para ellos. El catalán tomó su teléfono para dar la clave. Llamó a Villamitrè.
—¿Todo está bien? Ábreme. Estoy afuera con la hija.
Él lo escuchó con desgano, llevaba días sin salir de allí, custodiando a Aquiles. La puerta se abrió a medias. El francés puso cara de asombro. Eduard le indicó con el índice que guardara silencio.
La entrada estaba en penumbras. Eduard le hizo una seña imperativa con su brazo derecho a Alexia para que bajara los tres escalones e ingresara. Miró hacia los lados. La noche estaba de su lado, nadie los vio entrar. Villamitrè se adelantó hacia la otra habitación, girando hacia el cansado arqueólogo que estaba casi inconsciente sentado y atado a la silla.
—Tiene visita —le dijo irónicamente.
Villamitrè lució sus dientes amarillentos con una sonrisa que lo afeaba aún más.
—Alégrese, profesor Vangelis. Su hija viene a verlo en persona. Creo que es hora de que vaya preparándose si no quiere ver cómo ella muere frente a sus ojos.
Eduard se deleitaba, le latía apresuradamente el corazón. El tic nervioso se intensificó en su ojo izquierdo. Alexia vio una figura en la penumbra. La habitación olía a sudor y encierro. Ni Aquiles ni el francés se habían duchado en días.
—¡Quieta ahí! —le gritó El Búho—. Todavía no podrás verlo. Tú, ¿qué esperas?, ¡Átala! ¡Rápido! ¡Y siéntala en esa silla! —le indicó a Villamitrè.
Alexia estaba en shock. El francés hizo lo que le pidió Eduard, quien dio unos pasos hacia la otra habitación, tomó su teléfono y llamó rápidamente al Mago, en Roma.
La voz del obispo Tous se escuchó fuerte y clara.
—¡Por Dios! ¿Dónde estás? —el cardenal se reponía de su desmayo, aún nervioso.
—Ya estoy con Alexia en la casa de Atenas, está a punto de verlo.
—Es ahora o nunca. Enciende la computadora y comunícate conmigo por Skype, quiero verlo todo. Dentro de la organización las cosas están al rojo vivo. Ya sabes lo que tienes que hacer.
—En un momento me conecto —Eduard esperaba más reconocimiento de parte de Tous—. ¿Estás contento? —su voz ahora sonaba más como su amante que como un miembro de la organización.
—Sí por supuesto. Eres una joya.
A Eduard le gustó oír aquellas palabras. Se sintió importante. Era él quien llevaba a Alexia, fue él quien engañó durante largo tiempo al famoso arqueólogo. Era él el que estaba consiguiendo lo que El Mago esperaba. Con su ego lleno de vanidad, se dispuso a encender la computadora para que el cardenal viera todo. Sabía que aquél era su momento y quería disfrutarlo al máximo. Llevaba mucho tiempo esperando una oportunidad como aquella.
Le daba igual traicionar a Aquiles. No sentía ningún remordimiento a pesar de que el arqueólogo le había enseñado muchas cosas. "En este mundo tengo que ser hábil y no dejar que los sentimientos interfieran si quiero progresar", pensaba, sin reparar en ningún escrúpulo para pisar a alguien. Su característico temperamento envidioso, seco y distante, había hecho de Eduard un ser lastimado emocionalmente, no iba a dejar que ningún obstáculo emotivo le impidiera lograr lo que anhelaba.
El avión de Olympics Airways que llevaba a Adán Roussos se hallaba en el aire; el sexólogo tenía un asiento en primera clase, el único boleto urgente que pudo conseguir rumbo a Atenas. Le faltaba una hora para llegar. Llevaba un ritmo psicológico y emocional de cambios constantes en medio de un caos geológico y una trama generada por Aquiles que no lograba comprender del todo. Estaba preocupado por Alexia y por el arqueólogo.
Trató de poner su mente en orden. Cerró los ojos y se dispuso a meditar a más de 10,000 metros de altura. Quizá así, sintiendo la Tierra allí abajo, pudiera encontrar una nueva estrategia para averiguar dónde llevarían a Alexia. Respiró profundo, acomodó el cuerpo y buscó expandir su conciencia con la esperanza de tener una clara visión desde ahí arriba, una visión completa del rompecabezas como si fuese la mirada de un águila.
Los preparativos que ordenaron los miembros del Gobierno Secreto comenzaron a cumplirse con precisión. Stewart Washington, Sergei Valisnov y el secretario de Defensa de los Estados Unidos habían creado el equipo de maniobras en aquella decisiva operación. Las directivas fueron dadas de forma contundente para que todo encajara a la perfección. Todas las tareas comenzaron a realizarse con la precisión de un reloj suizo; los encargados de ejecutar los envíos al espacio prepararon los diversos misiles y las detonaciones; todos estaban en sincronía, tanto los directores de las campañas de prensa como los líderes de los gobiernos oficiales que trabajaban bajo la influencia del Gobierno Secreto.