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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

El señor del carnaval (46 page)

—Basta ya, Herr Hoeffer —lo llamó, sin aliento—. Sabemos quién es y tarde o temprano le encontraremos. Sólo quiero hablar con usted.

Silencio.

—Por favor, Herr Hoeffer. No se está haciendo ningún favor…

Una figura oscura surgió de entre dos coches aparcados, a unos diez metros calle abajo.

—No quería hacer nada malo… —La voz de Ansgar sonaba aguda y suplicante—. De veras. Ya me dejó hacerlo alguna vez, yo sólo quería volver a hacerlo… Estoy enfermo…

Fabel se le acercó, lentamente. Buscó en su cinturón y sacó unas esposas.

—Podemos hablarlo, Herr Hoeffer. Quiero que me lo explique, quiero entenderlo. Pero tendrá que venir conmigo. Me entiende, ¿no? —Fabel se deslizó entre los dos coches aparcados. Vio un destello: un brillo de acero afilado en el momento en que Ansgar sacaba algo del bolsillo del abrigo. Fabel buscó su pistola pero no la llevaba.

Como agente de visita perteneciente a otra fuerza, iba desarmado. Ansgar sostuvo el cuchillo frente a él, temblando.

—Soy un enfermo —repitió—. Un pervertido. No merezco vivir… No soporto este caos…

La hoja del cuchillo brillaba bajo la luz pálida del callejón mientras oscilaba, formando un arco hacia arriba y luego hacia abajo, en dirección al abdomen de Ansgar. Fabel le dio un empujón y Ansgar perdió el equilibrio. El impacto lo tiró contra la pared y el cuchillo cayó al suelo repiqueteando.

—No, no lo mereces —dijo Fabel, mientras lo giraba de espaldas y le doblaba los brazos detrás de él para ponerle las esposas—. Así ya perdí a uno.

2

—Bueno, ¿y cuál de los dos es nuestro asesino? —preguntó Scholz—. Ahora sí que no entiendo nada. Tenemos pruebas confirmadas de que fue Lüdeke quien violó a Vera-Andrea en 1999, pero ahora encontramos a Ansgar Hoeffer merodeando frente a su casa y resulta que está dispuesto a confesar.

—A confesar, pero no sabemos qué —dijo Fabel.

—Bueno, creo que podríamos aventurar una posibilidad… En el registro de su apartamento se ha encontrado este montón de golosinas. —Scholz señaló una caja de cartón llena de pruebas encima de su mesa—. Y hemos hecho una comprobación rápida de su ordenador. ¿Quieres dar tres opciones de cuál es su página web favorita?


¿Anthropophagi
?

—¡Bingo! —dijo Scholz.

Fabel miró el contenido de la caja de pruebas. Unas cuantas revistas, DVD, viejas cintas de vídeo. Fabel leyó algunos títulos de películas, todos ellos variaciones sobre el mismo tema:
Las zombies devoradoras de carne, Caníbales de Lesbos, El manjar de las mujeresdemonio
.

—¿Qué pasa? —preguntó Scholz—. ¿Has visto algo que te gustaría llevarte a casa?

—Hay algo raro; algo que no cuadra. Vamos a hablar con él. Mientras tanto, creo que Tansu debería quedarse frente a la casa de Andrea Sandow, justo hasta la medianoche. ¿La has puesto al corriente de lo ocurrido?

—Sí, y dice que será mejor que eso no interfiera con sus planes de salir de fiesta…

Fabel miró a Scholz de arriba abajo.

—Por cierto —dijo sonriendo—. Creo que deberías cambiarte esa falda antes de ir al interrogatorio.

Fabel se dio cuenta de que sentía auténtica compasión por Ansgar Hoeffer. Este estuvo todo el interrogatorio pálido y triste, con la mejilla arañada por el golpe contra la pared cuando Fabel se le había echado encima.

—¿Qué hacía usted frente a la casa de Andrea Sandow? —preguntó Scholz.

—Quería verla. Necesitaba… —dejó la frase sin acabar.

—¿Qué es lo que necesitaba? —insistió Fabel.

—Tengo esa tendencia…

—¿Al canibalismo? —preguntó Scholz. Ansgar levantó la mirada, sorprendido.

—¿Cómo lo sabe?

—No sea estúpido, Ansgar —dijo Scholz—. Sabe perfectamente de qué va todo esto. Sabe por qué está aquí. Además, hemos visto su biblioteca de pelis guarras.

—No pensaba que estuviera haciendo nada ilegal… —Ansgar miró a los detectives con expresión suplicante.

Scholz iba a decir algo pero Fabel lo cortó. Todo empezó a cuadrar.

—Ansgar —le dijo Fabel con urgencia—, ¿sabe usted quién es Vera Reinartz?

—No.

—Eso suponía. Pero ¿conoce a Andrea Sandow?

—Sólo la conozco como Andrea. Andrea
la Amazona
. No la había vuelto a ver desde que ocurrió. Luego, hace una semana, por casualidad… la seguí. Me enteré de dónde trabajaba. De dónde vivía.

—¿Cuándo la conoció?

—Sólo nos encontramos una vez, hace tres años. La contraté a través de una agencia de contactos,
A la Carte
. Y le pagué…

Scholz y Fabel se miraron.

—Le pagó. ¿Y qué le hizo a cambio de pagarle, Ansgar?

—Se lo puedo enseñar.

Ansgar se levantó, se desabrochó el cinturón y se volvió de lado para que Fabel y Scholz vieran cómo se bajaba los pantalones y el calzoncillo, descubriendo su nalga.

3

Tansu esperaba en el coche y vigilaba la ventana iluminada del apartamento de Andrea. Se aburría y se le ocurrían decenas de maneras mejores de pasar la noche del carnaval de las Mujeres. Pero para eso se había hecho policía: para vigilar y proteger a la gente. Le reconfortaba pensar que, fuera Lüdeke o Hoeffer el asesino, era probable que esta noche las calles fueran seguras. Esta noche Andrea estaría a salvo.

Algo, alguien, cruzó por la ventana. Tansu se rio un momento. Se estaba imaginando cosas; hubiera jurado que había visto… No, era una locura. La luz se apagó. Tansu cogió la radio. No, no había nada de lo que informar. Lo que creía haber visto no tenía sentido. Probablemente Andrea se iba a dormir, esperando dejar atrás otra noche del carnaval de las Mujeres. De todos modos, decidió comprobarlo.

La calle seguía repleta de gente y Tansu esquivó varios grupos de noctámbulos hasta alcanzar el portal del edificio de Andrea. Llamó por el interfono y esperó un minuto una respuesta que no llegó. Cuando estaba a punto de volver a llamar salió del portal un grupo que parecía ir de fiesta. Tansu atrapó la puerta justo antes de que volviera a cerrarse detrás de ellos y subió por las escaleras.

Una vez arriba llamó a la puerta. Nada. Volvió a llamar más fuerte.

—¡Andrea! —llamó a través de la puerta cerrada—. ¡Andrea! Soy la Kommissarin Bakrac, de la policía criminal. ¡Ábreme!

Siguió sin obtener respuesta, pero esta vez oyó ruido dentro del piso. Notó que el corazón se le aceleraba: ¿y si había visto de veras lo que creía haber visto por la ventana? Sacó su arma automática de servicio, le quitó el seguro y apuntó al techo.

—Andrea… Creo que estás en peligro. Voy a entrar. —Tansu retrocedió y se llenó los pulmones de aire. Dio una fuerte patada a la puerta, y otra. El pestillo se rompió y la puerta se abrió de golpe. Podía ver el pasillo de la vivienda, pero las habitaciones que daban a él estaban a oscuras. Dudó en perder unos segundos preciosos en pedir refuerzos: para entonces Andrea podría estar ya muerta. Avanzó por el pasillo con cuidado, con la espalda siempre pegada a la pared. Derribó una foto enmarcada que estaba colgada en la pared y se estrelló contra el suelo. Tansu vio que era la foto de una mujer joven y guapa, con el pelo largo y castaño y vestida con un vaporoso vestido veraniego. Era Vera, antes de destrozarse el cuerpo con las pesas y los esteroides, antes de convertirse en Andrea. Antes de que el hijo de puta de Lüdeke la jodiera para siempre.

—¿Andrea?

Tansu se asomó por el umbral de la primera habitación, barriendo el espacio oscuro con su arma. Nada. Pero había oído algo dentro del piso. Había oído a alguien.

Volvió rápidamente al pasillo. La puerta de la habitación siguiente estaba cerrada. Se inclinó hacia el pomo, pero la puerta se abrió de golpe y una figura dio dos zancadas por el pasillo directamente hacia Tansu. La aparición repentina del Payaso la dejó patidifusa las décimas de segundo que a él le llevó cogerla por la muñeca que sujetaba la pistola. Ella se tambaleó hacia atrás pero la mano del Payaso seguía agarrándola con la fuerza de unas tenazas. Le golpeó la mano contra el marco de la puerta, una y otra vez, hasta que su puño cedió y la pistola cayó rebotando al suelo.

Tansu trató de estrellar el puño contra la cara pintada del Payaso, pero éste se lo bloqueó con un antebrazo duro como la roca. Ella trató en vano de liberar su otra mano, y él la agarró por el cuello y la estrelló contra la pared con una fuerza tre menda. El impacto dejó a Tansu sin aliento; trató de recuperar la respiración. El Payaso le soltó la garganta y le estrelló un puñetazo en el estómago, justo debajo del diafragma, privándola del poco aire que había logrado reunir en los doloridos pulmones.

El Payaso le soltó la garganta un momento y Tansu sintió que le ponía algo alrededor del cuello. Mientras él iba apretando la soga, lo único que ella era capaz de hacer era mirarlo a la cara.

Su grotesca cara de payaso.

4

Fabel y Scholz corrieron por el pasillo y tomaron el ascensor hasta la flota de vehículos.

—Esto va a ser como conducir por el barro —explicó Scholz—. Cogeremos uno de los furgones grandes del MEK y pondremos las luces y las sirenas. Espero que las aguas del mar Rojo se abran para dejarnos paso. —Scholz trató de nuevo de comunicarse con Tansu. Nada—. Por la zona hay otras unidades que van hacia allá.

Tú lo sabías, ¿no? ¿Cómo lo has sabido?

—¿Lo de Ansgar? La pornografía no era la adecuada. Hay dos tipos de voreráfilos: los que fantasean sobre comerse a otros seres humanos y los que lo hacen con ser devorados. Éstos son mucho más comunes. Todos los DVD que encontramos en casa de Hoeffer eran sobre mujeres que se comen a los hombres, y ahora sabemos la conexión que hay entre la violación y los asesinatos. No es un vínculo, sino una relación causa-efecto. Sólo espero que lleguemos a tiempo…

5

Tansu golpeaba a su asaltante con los puños y los pies, pero sabía que empezaban a faltarle las fuerzas. Puso todos sus esfuerzos en concentrar toda su mente, toda su fuerza, en una acción efectiva. Clavó los dedos bien rectos de la mano que tenía libre en el ojo del Payaso. El apretó el ojo y aflojó la presión alrededor del cuello de Tansu; ella, entonces, le dio una fuerte patada en el estómago. El Payaso se tambaleó hacia atrás y Tansu trató de darle una patada en la entrepierna, pero falló y le dio en el muslo. Se arrancó la soga del cuello: una corbata de hombre, justo lo que esperaba. Se lanzó al suelo del pasillo y alargó la mano hacia donde había caído la pistola. De pronto sintió como si el edificio entero le hubiera caído encima y se dio cuenta de que el Payaso le había saltado sobre la espalda, derribándola por segunda vez. Le dio la vuelta y le rodeó el cuello con las manos, pero esta vez no hizo más fuerza, sino que cedió ante la presión del cañón de la pistola de Tansu, que ahora sentía contra la carne de debajo de la mandíbula.

—Sólo quiero que me des una puta excusa —le gritó Tansu con los dientes apretados—. Por haberles hecho eso a esas mujeres. ¿Dónde está Andrea?

De pronto se oyó ruido de botas que subían las escaleras a la carrera y la puerta del apartamento se abrió de golpe. Agentes uniformados ocuparon el estrecho pasillo y agarraron al Payaso, lo echaron al suelo y le pusieron las esposas detrás de la espalda.

Tansu se levantó y se serenó.

—Te he preguntado dónde está Andrea.

—Esta es Andrea…

Tansu se volvió y vio a Fabel y a Scholz en el pasillo. Miró al Payaso tumbado en el suelo, su físico masculino, su potente mandíbula.

—No. No puedo creerlo…

—Es cierto —dijo Scholz—. Por eso no encontramos semen en ningún escenario de crimen.

—¿Mató ella a todas esas mujeres?

—A todas. Pero a la primera que mató fue a ella misma, a Vera Reinartz.

Se apartaron para que los agentes uniformados levantaran a Andrea. Ella los miró con los ojos vacíos, con su sonrisa pintada como única expresión. Los agentes se la llevaron.

—Era ésta la conexión entre la violación y los asesinatos. Como le he dicho a Benni: causa y efecto. Lüdeke violó a Andrea y la sometió a su perversión, mordiéndola repetidamente. Ella se odió a sí misma, o mejor dicho, a ella como Vera, y entonces imitó la agresión de Lüdeke. Pero ella la llevó más lejos: sacaba carne de sus víctimas y se la comía. Un pequeño añadido que aportó después de su encuentro con Ansgar Hoeffer.

—Ha sido Jan quien lo ha deducido —dijo Scholz—. Vinimos corriendo a rescatarte, pero, por lo que he oído, no necesitabas ser rescatada.

—Por los pelos —dijo Tansu, frotándose el cuello.

—¿Necesitas ver a un médico? —le preguntó Fabel.

—No… necesito ver a un barman. Pero supongo que antes habrá que hacer un poco de papeleo.

6

El bar era pequeño, animado y ruidoso; exactamente lo que Fabel necesitaba. Eran las tres de la madrugada y la fiesta estaba todavía en pleno apogeo. Scholz, Fabel y Tansu tenían que acercarse mucho y gritar para entenderse.

Andrea ya había sido fichada y estaba en una celda. Scholz había pedido que le hicieran una evaluación psiquiátrica lo antes posible, aunque no sería al día siguiente.

Al parecer, hasta los psiquiatras se tomaban un descanso para volverse locos durante el carnaval. Fabel y Scholz le explicaron a Tansu lo de la herida en la nalga de Ansgar y su compulsión sexual a ser devorado; que
A la Carte
, con su fama de atender a necesidades «poco habituales», había reclutado a Andrea y que Ansgar se había convertido en su cliente una noche en que lo dejó desfigurado.

Ahora Andrea permanecía en su celda en silencio, sin responder a ninguna pregunta, sin reaccionar ante nada. Fabel pensó que era posible que tal vez ni siquiera supiera lo que había hecho. En su piso encontraron un diario: eran los típicos delirios egomaníacos, pero sugerían que el Payaso se sentía y se veía a sí mismo como un hombre, alguien totalmente distinto de la personalidad de Andrea. De la misma manera que Andrea había expulsado de su identidad su existencia como Vera Reinartz relegándola a la tercera persona y el pretérito perfecto.

—Entonces, ¿estamos ante un caso de personalidad múltiple? —preguntó Tansu—. Yo pensaba que todo eso eran cuentos.

—El nombre correcto es trastorno disociativo de la personalidad —le explicó Fabel—. Los norteamericanos son grandes defensores de su existencia, pero entre los psiquiatras de ámbitos ajenos al de Estados Unidos no está tan aceptado. Supongo que Andrea tratará de utilizarlo en su defensa para evitar ir a la cárcel. Tal vez la comedia que hace ahora en la celda sea exactamente eso, una comedia.

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