El tren de las 4:50 (14 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

El inspector Craddock tendió una mano. Tras un momento de vacilación, Emma le entregó la carta y continuó hablando rápidamente:

—A los dos días de recibir esta carta llegó un telegrama en el que nos comunicaban que Edmund había desaparecido en combate y que se le daba por muerto. Más tarde nos confirmaron definitivamente su muerte. Eso fue muy poco antes de Dunquerque, en un momento de gran confusión. Hasta donde pude yo descubrir, no consta en ningún documento militar que se hubiera casado, pero, como le digo, era una época de gran confusión. Nunca supe nada de la muchacha. Después de la guerra intenté hacer averiguaciones, pero yo sólo conocía su nombre de pila y, debido a la ocupación alemana, era difícil descubrir nada sin conocer el apellido o algún otro detalle. Al final decidí que seguramente el matrimonio no había llegado a celebrarse y que, probablemente, la muchacha se había casado con otra persona antes de terminar la guerra, o que quizás había muerto también.

El inspector Craddock asintió. Emma continuó:

—Imagine mi sorpresa al recibir, hace cosa de un mes, una carta firmada: Martine Crackenthorpe.

—¿La tiene usted?

Emma la sacó del bolso y se la entregó. Craddock la leyó con interés. Era la letra de una persona educada.

Querida mademoiselle:

Espero que la presente carta no le cause ningún trastorno. No sé siquiera si su hermano Edmund le comunicó que estábamos casados. Dijo que iba a hacerlo. Murió a los pocos días de nuestra boda y, al mismo tiempo, los alemanes ocuparon nuestro pueblo. Cuando terminó la guerra decidí no escribirle ni ponerme en contacto con usted, aunque Edmund me había dicho que lo hiciera. Por aquel entonces había rehecho mi vida y no era necesario. Pero ahora han cambiado las cosas. Le escribo esta carta por el bien de mi hijo. Es el hijo de su hermano, ya lo ve usted, y yo no puedo darle las oportunidades que debería tener. Llegaré a Inglaterra a principios de la semana próxima. ¿Me hará usted saber si puedo ir a verla? Puede enviarme la correspondencia al 126 de Elvers Crescent. De nuevo espero que esto no sea motivo de dolor para usted.

Reciba mis más afectuosos saludos,

MARTINE CRACKENTHORPE

Craddock guardó silencio por un instante y releyó la carta cuidadosamente antes de devolverla.

—¿Qué hizo usted al recibir esta carta, miss Crackenthorpe?

—Mi cuñado, Bryan Eastley, estaba en casa y se la comenté. Luego llamé a mi hermano Harold, en Londres, para consultarle. Harold se mostró algo escéptico y aconsejó una extremada cautela. Dijo que debíamos comprobar cuidadosamente la identidad de esa mujer.

Emma hizo una pequeña pausa que Craddock procuro respetar:

—Esto era, por supuesto, lo que dictaba el sentido común, y estuve enteramente de acuerdo. Pero si esa muchacha... si esa mujer era realmente la Martine que me había mencionado Edmund en su carta, me pareció que debíamos darle un recibimiento amistoso. Escribí a la dirección que me había dado en la carta invitándola a venir a vernos en Rutherford Hall. Pocos días después recibí un telegrama de Londres que decía: "Lo siento mucho. Me veo obligada a regresar a Francia inmediatamente. Martine". Y no he vuelto a saber de ella.

—Todo esto ocurrió ¿cuándo?

Emma frunció el entrecejo.

—Poco antes de Navidad. Lo sé porque había pensado proponerle que pasara aquellas fiestas con nosotros, aunque, como mi padre no quiso ni oír hablar de ello, le propuse que viniese el fin de semana después de Navidad, mientras la familia estaba aún allí. Creo que el telegrama en que decía que regresaba a Francia llegó pocos días antes de Navidad.

—¿Y usted cree que la mujer cuyo cadáver fue encontrado en el sarcófago pudiera ser Martine?

—No, por supuesto, no lo creo. Pero cuando usted dijo que era probablemente una extranjera... bueno, no pude por menos de preguntarme si quizá...

Su voz se apagó.

Craddock habló con voz pausada y tranquilizadora:

—Ha hecho usted muy bien en informarme de esto. Lo tendremos en cuenta. Probablemente la mujer que le escribió a usted regresó a Francia y continúa viva y con buena salud. Por otra parte, no se puede negar que hay una cierta coincidencia de fechas, como usted misma ha notado. Tal como se declaró en la encuesta judicial, el dictamen del médico forense sitúa la muerte de la mujer asesinada unas tres o cuatro semanas atrás. No se apure, miss Crackenthorpe, deje el asunto en nuestras manos. Usted consultó a Harold Crackenthorpe. ¿Qué dijeron su padre y sus otros hermanos?

—Naturalmente, tuve que decírselo a mi padre. Se exaltó mucho. —Y añadió con una ligera sonrisa—: Estaba convencido de que todo era una comedia para sacarnos dinero. Mi padre se excita mucho cuando se trata de dinero. Cree, o finge creer, que es un hombre muy pobre y que necesita ahorrar cuanto pueda. Me figuro que las personas de edad sufren a veces obsesiones de esta clase. Por supuesto, no es verdad: tiene una renta considerable y no gasta ni la cuarta parte de ella, o no la gastaba hasta las nuevas subidas del impuesto sobre la renta. Ciertamente, tiene ahorrada una cuantiosa suma. Se lo comuniqué también a mis otros dos hermanos. Alfred la consideró más bien como una broma, aunque también él creyó que, casi con seguridad, se trataba de una impostora. Cedric, sencillamente, no se mostró interesado, es muy egocéntrico. La idea era que la familia recibiese a Martine, y que Mr. Wimborne, nuestro abogado, estuviese presente.

—¿Y qué pensó Mr. Wimborne de todo esto?

—No llegamos a discutir el asunto con él. íbamos a. hacerlo cuando llegó el telegrama de Martine.

—¿No han dado ustedes otros pasos?

—Sí. Escribí a la dirección de Londres con la nota "Sírvase dar curso" en el sobre, pero no he recibido ninguna respuesta.

—Un asunto bastante curioso. Hum. —La miró con atención y le preguntó—: ¿Y qué piensa usted de esto?

—No sé qué pensar.

—¿Cómo reaccionó en aquel momento? ¿Creyó que la carta era auténtica o pensaba como su padre y hermanos? A propósito, ¿qué pensó su cuñado?

—Bryan pensó que la carta era auténtica, sin duda alguna.

—¿Y usted?

—Yo no estaba segura.

—¿Y cómo la hacía sentir esta situación? En el supuesto de que esta muchacha fuera verdaderamente la viuda de su hermano Edmund.

El rostro de Emma se dulcificó.

—Yo quería mucho a Edmund. Era mi hermano favorito. La carta me pareció exactamente la que escribiría una muchacha como Martine en aquellas circunstancias. Los hechos tal y como los expuso me parecieron perfectamente plausibles. Di por supuesto que para el final de la guerra ya habría vuelto a casarse o viviría con algún hombre que la protegiera a ella y al niño. Luego, quizás el hombre murió o la dejó, y supongo que lo lógico era entonces apelar a la familia de su marido como él había querido. A mí me pareció que la carta era auténtica, pero Harold me hizo notar que también podía haberla escrito una impostora, una mujer que hubiera conocido a Martine y que estuviera al tanto de todos los hechos. Siendo así, no le resultaría difícil redactarla de un modo verosímil. Tuve que admitir que tenía razón, pero, aun así...

Se detuvo

—¿Usted deseaba que fuese sincera?

Ella le dirigió una mirada de gratitud.

—Sí, deseaba que fuese auténtica. ¡Me hubiera gustado tanto que Edmund hubiese dejado un hijo!

Craddock asintió.

—Como usted dice, a juzgar por las apariencias, la carta parece auténtica. Lo que sí es sorprendente es lo que sigue, la repentina partida de Martine y el hecho de no haber tenido usted más noticias de ella. Usted le había enviado una contestación amable, estaba dispuesta a recibirla con afecto. ¿Por qué entonces, aun si había tenido que regresar a Francia, no volvió a escribirle? Esto, en el caso de que la carta fuese auténtica. Si era obra de una impostora, la explicación sería más fácil, naturalmente. He pensado que quizás hubiera usted consultado a Mr. Wimborne y que él hubiera empezado a hacer indagaciones que alarmaron a la mujer. Pero, según me dice, no fue ése el caso. Sin embargo, cabe la posibilidad de que alguno de sus hermanos haya investigado por su cuenta. Quizá Martine tuviese algo que ocultar en su pasado, y pensaba que sólo trataría con la cariñosa hermana de Edmund y no con hombres de negocios astutos y suspicaces. Tal vez esperaba sacarle a usted ciertas sumas de dinero para su niño, o ya no tan niño, sin que hiciera demasiadas preguntas. Pero descubrió que la situación con la que se encontraría sería muy otra, y que se vería envuelta en complicadas pesquisas legales. Porque, si Edmund Crackenthorpe dejó un hijo en legítimo matrimonio, ¿no sería este hijo lógicamente uno de los herederos de los bienes de su bisabuelo?

Emma asintió.

—Además, y según lo que me han dicho, heredaría a su debido tiempo Rutherford Hall y la tierra que lo rodea, que es ahora terreno edificable de gran valor.

Emma pareció ligeramente sobresaltada.

—Sí, no había pensado en eso.

—Bien, yo no me inquietaría. Ha hecho usted bien en venir a contármelo. Investigaré, pero me parece muy probable que no haya relación alguna entre la mujer que escribió la carta y que seguramente se proponía timarles, y la mujer cuyo cadáver fue encontrado en el sarcófago.

Emma se puso en pie con un suspiro de alivio.

—Me alegro mucho de habérselo dicho. Ha sido usted muy bueno.

Craddock la acompañó hasta la puerta.

Luego llamó al sargento Wetherall.

—Bob, tengo un trabajo para usted. Vaya al 126 de Elvers Crescent. Llévese fotografías de la mujer de Rutherford Hall. Vea qué puede averiguar sobre una mujer que se hace llamar Mrs. Crackenthorpe, Mrs. Martine Crackenthorpe, que vivió allí o iba a recoger sus cartas, aproximadamente entre el 15 y finales de diciembre.

—Muy bien, señor.

Craddock se ocupó en otros asuntos que esperaban su atención. Por la tarde fue a ver a un amigo suyo que era agente teatral. Sus pesquisas no dieron resultado.

Más tarde, al regresar a su despacho, se encontró con un telegrama de París.

Las señas podrían corresponder a Anna Stravinska, del Ballet Maritski. Sugiero que venga usted. Dessin, Prefecture.

Craddock dejó escapar un largo suspiro de alivio y su frente se aclaró.

¡Por fin! Se había acabado la confusión de Martine Crackenthorpe. Decidió salir con destino a Francia en el transbordador de la noche.

Capítulo XIII

Ha sido muy amable por su parte invitarme a venir a tomar el té —le dijo Jane Marple a Emma Crackenthorpe.

Miss Marple era toda ella un mar de lana. El vivo retrato de una dulce ancianita. Miraba a su alrededor con expresión radiante: a Harold Crackenthorpe con su bien cortado traje oscuro; a Alfred, que le ofrecía unos sandwiches con una sonrisa encantadora; a Cedric que, con su chaqueta vieja a cuadros, junto a la chimenea, miraba malhumorado al resto de la familia.

—Nos ha complacido mucho que pudiera usted venir —respondió Emma cortésmente.

No hubo alusión alguna a la escena que tuvo lugar después del almuerzo, cuando Emma Crackenthorpe había exclamado:

—¡Pobre de mí! Lo había olvidado por completo. Le he dicho a miss Eyelesbarrow que podía invitar a su tía a tomar el té.

—Aplaza la visita —dijo Harold bruscamente—. Tenemos muchas cosas de que hablar. No queremos personas extrañas.

—Que tome el té en la cocina o en cualquier parte con la muchacha —señaló Alfred.

—¡Oh, no! No puedo hacer eso —replicó Emma con firmeza—. Sería una descortesía.

—¡Sí, hazla venir! —dijo Cedric—. Podremos sonsacarle algo sobre esa maravillosa Lucy. Debo decir que me gustaría saber algo más de esta muchacha. No estoy seguro de que pueda uno fiarse de ella. Es demasiado lista.

—Tiene muy buenas relaciones y es muy correcta —opinó Harold—. He hecho ciertas averiguaciones. Tenía que estar seguro. Porque, desde luego, no es muy normal eso de andar husmeando por ahí y encontrar un cadáver así como así.

—Si al menos supiéramos quién era esa condenada mujer —añadió Alfred.

—Creo, Emma —intervino Harold enojado—, que has debido perder el juicio al insinuar a la policía que la mujer muerta pudiera ser la amiga francesa de Edmund. Ahora seguro que pensarán que vino aquí y que uno de nosotros la mató.

—Oh, no, Harold. No exageres.

—Harold tiene mucha razón —afirmó Alfred—. ¿Qué te impulsó a hacer eso, Emma? Tengo la sensación de que por todas partes están siguiéndome agentes de paisano.

—Yo le aconsejé que no lo hiciera —señaló Cedric—. Pero Quimper la apoyó.

—A él esto no le importa —observó Harold, encolerizado—. Que se atenga a las pildoras, a los polvos y a la sanidad pública.

—Oh, basta de discusiones —dijo Emma un poco harta—. Estoy muy contenta de que venga esta miss–cómo–se–llame a tomar el té. Nos irá bien a todos tener aquí a una persona extraña que nos impida estar hablando siempre de lo mismo. Tengo que ir a arreglarme un poco.

Salió de la habitación.

—Lucy Eyelesbarrow —empezó Harold y se detuvo—. Estoy de acuerdo con Cedric, resulta muy extraño que estuviera husmeando por el granero y se le ocurriera abrir un sarcófago con una tapa que pesa una tonelada. Quizá deberíamos tomar medidas. Me pareció que su actitud, durante el almuerzo, fue un tanto antagónica.

—Déjamela a mí —señaló Alfred—. Pronto descubriré qué se propone.

—¿Por qué diablos tuvo que abrir precisamente el sarcófago?

—Quizá no sea en realidad la verdadera Lucy Eyelesbarrow —sugirió Cedric

—¿Qué sentido tendría todo esto? —Harold parecía estar enteramente trastornado—. ¡Maldita sea!

Se miraron los unos a los otros con inquietud.

—Y encima tiene que venir esa condenada vieja a tomar el té. Precisamente cuando más necesitamos reflexionar.

—Hablaremos de todo esta noche —dijo Alfred—. Entretanto, intentaremos sonsacar algo sobre Lucy a su anciana tía.

Miss Marple, a quien Lucy había ido a buscar y se hallaba ya bien instalada junto al fuego, estaba ahora sonriendo a Alfred, que les servía los sandwiches, con la satisfacción que mostraba siempre al ser atendida por un hombre bien parecido.

—Muchas gracias. ¿Puedo preguntar...? Ah, huevo y sardina, sí, esto parece muy apetitoso. Temo ser extremadamente golosa cuando tomo el té. A medida que pasan los años, ya comprenderá. Y, naturalmente, por la noche sólo una cena muy ligera. Tengo que andar con cuidado. —De nuevo se volvió hacia Emma—: ¡Qué hermosa casa tienen ustedes! Y con tantos objetos preciosos. Estos bronces me recuerdan algo que mi padre compró en la Exposición de París. ¿Éstos los compró su abuelo? De estilo clásico, ¿verdad? Muy hermosos. ¡Qué satisfacción para usted tener la compañía de sus hermanos! Hay tantas familias dispersas. La India, aunque creo que eso ha terminado ya, y África, la costa oeste, un clima tan malo.

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