Entre otras experiencias estaba el acceso a recuerdos colectivos y raciales. Individuos de origen eslavo experimentaron lo que era participar en las conquistas de las hordas mongolas de Genghis Khan, bailar en trance con los bosquimanos del Kalahari, sufrir los ritos iniciáticos de los aborígenes australianos y morir como víctimas en los sacrificios de los aztecas. Y, una vez más, las descripciones contenían frecuentemente hechos históricos oscuros y demostraban un grado de conocimiento que muchas veces no se correspondía en absoluto con la educación o la raza del paciente, ni con su experiencia previa sobre el tema. Por ejemplo, un paciente que no tenía formación al respecto hizo un relato rico en detalles acerca de las técnicas que conlleva la costumbre egipcia del embalsamamiento y la momificación, contando entre otras cosas la forma y el significado de diversos amuletos y cajas sepulcrales, una lista de los materiales utilizados para fijar la tela de la momia, el tamaño y la forma de los vendajes y otros aspectos esotéricos de las ceremonias funerarias egipcias. Otras personas sintonizaron con culturas del Lejano Oriente y no sólo hicieron descripciones impresionantes de lo que era tener una psique japonesa, china o tibetana, sino que además relataron diversas enseñanzas taoístas o budistas.
De hecho, parecía no haber límite en lo que podían interceptar aquellos individuos. Aparentemente eran capaces de saber qué se sentía siendo cualquier animal y cualquier planta de la cadena evolutiva. Podían experimentar lo que era ser una célula de la sangre, un átomo, un proceso termonuclear en el interior del Sol, la consciencia de todo el planeta y hasta la consciencia del cosmos entero. Más aún: mostraban la capacidad de trascender el espacio y el tiempo y, en alguna ocasión, ofrecieron una información precognitiva extraordinariamente precisa. Había asimismo una tendencia todavía más extraña: los encuentros ocasionales con inteligencias no humanas durante los viajes mentales, seres sin cuerpo, guías espirituales procedentes de «planos superiores de la consciencia» y con otras entidades sobrehumanas.
Algunos viajaron también a lo que parecían ser otros universos y otros niveles de la realidad. En una sesión especialmente inquietante, un joven que tenía una depresión se encontró en lo que parecía ser otra dimensión. Había una luminiscencia intrigante y, aunque no podía ver a nadie, sentía que estaba atestada de seres sin cuerpo. De repente sintió una presencia muy cerca de él que le dejó sorprendido, pues empezó a comunicarse telepáticamente con él. Le pidió que por favor se pusiera en contacto con una pareja que vivía en la ciudad morava de Kromeriz y que les dijera que a su hijo Ladislav le estaban cuidando mucho y que le iba muy bien. Luego le dio el nombre de la pareja, la dirección y el número de teléfono.
Aquella información no significaba nada ni para Grof ni para el joven, y parecía que no tenía relación con los problemas de éste ni con su tratamiento. Pero Grof no podía quitárselo de la cabeza. «Tras cierta indecisión y con sentimientos encontrados, al final decidí hacer lo que sin duda me habría convertido en el blanco de las bromas de mis colegas, si se hubieran enterado —relata Grof—. Me dirigí al teléfono, marqué el número de Kromeriz y pregunté si podía hablar con Ladislav. Me quedé asombrado porque la mujer que estaba al otro lado de la línea empezó a llorar. Cuando se calmó, me dijo con la voz rota: “Nuestro hijo ya no está con nosotros; murió. Le perdimos hace tres semanas”».
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En la década de 1960 ofrecieron a Grof un puesto en el Maryland Psychiatric Research Center y se marchó a Estados Unidos. Como allí también se hacían estudios controlados de aplicaciones psicoterapéuticas de LSD, Grof pudo continuar su investigación. Además de examinar los efectos que producían sesiones repetidas de LSD en individuos con diversos desórdenes mentales, el centro estudiaba sus efectos en voluntarios «normales» (médicos, enfermeras, pintores, músicos, filósofos, científicos, sacerdotes y teólogos). Grof averiguó que una y otra vez ocurría el mismo tipo de fenómenos. Era como si el LSD facilitara a la consciencia humana el acceso a una especie de metro infinito, un laberinto de túneles y pasajes secundarios que se extendía por las profundidades soterradas del inconsciente y que conectaba literalmente todo lo que hay en el universo con todo lo demás.
Tras dirigir personalmente más de tres mil sesiones de LSD (cada una de ellas de una duración de cinco horas cuando menos) y tras estudiar los informes de más de dos mil sesiones tuteladas por colegas suyos, Grof llegó al convencimiento inquebrantable de que pasaba algo extraordinario. «Después de muchos años de lucha y confusión intelectual, he llegado a la conclusión de que la información procedente de la investigación con LSD indica la necesidad urgente de una revisión profunda de los paradigmas existentes para la psicología, la psiquiatría, la medicina y posiblemente de la ciencia en general —declaró—. Ahora apenas tengo dudas de que nuestra actual interpretación del universo, de la naturaleza de la realidad y en particular de los seres humanos, es superficial, incorrecta e incompleta».
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Grof acuñó el término «transpersonal» para describir esos fenómenos, las experiencias en las que la consciencia trasciende los límites usuales de la personalidad y, a finales de los años sesenta, se unió a otros profesionales que manejaban las mismas ideas, entre los que se encontraba el psicólogo y educador Abraham Maslow, para fundar una rama nueva de la psicología llamada «psicología transpersonal».
Si nuestra manera actual de ver la realidad no puede explicar los hechos transpersonales, ¿qué nueva interpretación debería ocupar su puesto? Según Grof, la respuesta es el modelo holográfico. En su opinión, las características esenciales de las experiencias transpersonales —la sensación de que todas las fronteras son ilusorias, la falta de distinción entre la parte y el todo y la conexión de todas las cosas entre sí— son cualidades todas ellas que esperaríamos encontrar en un universo holográfico. Además, a su parecer, el carácter velado que tienen el espacio y el tiempo en el dominio holográfico explica la causa de que las experiencias transpersonales no estén restringidas por las habituales limitaciones espaciales o temporales.
A juicio de Grof, la capacidad casi infinita de almacenamiento y recuperación de información que tienen los hologramas explica también el hecho de que las visiones, las fantasías y otras «gestalts psicológicas» contengan una cantidad enorme de información sobre la personalidad del individuo. Una sola imagen experimentada durante una sesión de LSD podría contener información sobre la actitud de la persona ante la vida en general, sobre un trauma que hubiera sufrido en la niñez, sobre su autoestima, sobre la opinión que tiene de sus padres y la opinión que le merece su matrimonio, todo ello representado en la metáfora global de la escena. Tales experiencias son holográficas de otra manera: por el hecho de que cada pequeña parte de la escena contiene también un universo de información. Así, la asociación libre y otras técnicas analíticas aplicadas sobre detalles minúsculos de la escena pueden evocar un aluvión adicional de datos sobre la persona en cuestión.
La idea holográfica puede servir de ejemplo para entender el carácter compuesto de las imágenes arquetípicas. Como observa Grof, la holografía hace posible construir una secuencia de exposiciones en la misma placa, como por ejemplo imágenes de cada uno de los miembros de una gran familia. Una vez hecho esto, el revelado de la película contendrá la imagen de un individuo que representa-no ya a un miembro de la familia, sino a todos ellos a la vez. En su opinión, «estas imágenes verdaderamente compuestas nos brindan un modelo exquisito de cierto tipo de experiencias transpersonales, tales como las imágenes arquetípicas del hombre cósmico, la mujer, la madre, el padre, el amante, el pícaro, el loco o el mártir».
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Si cada toma se hace desde un ángulo ligeramente distinto, en vez de una imagen compuesta, la placa puede crear una serie de imágenes holográficas que parecen fluir unas en otras. Según él, esto puede ilustrarnos sobre otro aspecto de la experiencia visionaria, a saber: el hecho de que incontables imágenes tiendan a emerger en una rápida secuencia, en la que cada una aparece y luego se disuelve en la siguiente como por arte de magia. Piensa que el éxito con que la holografía ejemplifica tantos aspectos diferentes de la experiencia arquetípica indica que hay un vínculo profundo entre los procesos holográficos y el modo en que se producen los arquetipos.
En efecto, según Grof, cada vez que se experimenta un estado de consciencia no ordinario afloran a la superficie indicios de la existencia de un orden holográfico oculto.
El concepto de Bohm de los órdenes explicados e implicados, así como la idea de que ciertos aspectos importantes de la realidad no son accesibles a la experiencia y al estudio en circunstancias normales, son de gran importancia para la comprensión de los estados inusuales de consciencia. Las personas que han experimentado diversos estados extraordinarios de consciencia, entre las que se cuentan científicos muy capacitados y especializados de otras disciplinas, con frecuencia afirman haber entrado en dominios ocultos de la realidad que parecían ser auténticos y en cierto sentido inherentes a la realidad cotidiana y subordinados a la misma.
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Terapia holotrópica
Quizá el logro más extraordinario de Grof sea haber descubierto que, sin recurrir a ninguna clase de drogas, se pueden experimentar los mismos fenómenos que cuentan quienes han tomado LSD. Con ese fin, Grof y Christina, su esposa, han desarrollado una técnica sencilla para inducir estados de consciencia
holotrópicos
o no ordinarios sin utilizar drogas. Definen un estado holotrópico de consciencia como aquel que permite acceder al laberinto holográfico que conecta todos los aspectos de la existencia. Contiene la historia espiritual, racial, psicológica y biológica del individuo, así como el pasado, el presente y el futuro del mundo, otros niveles de la realidad y todas las demás experiencias ya discutidas en el contexto de la experiencia con LSD.
Los Grof llaman a su técnica «terapia holotrópica»; para inducir estados alterados de consciencia utilizan solamente técnicas de respiración rápida y controlada, una música evocativa, masaje y trabajo corporal. Hasta la fecha, miles de individuos han acudido a sus talleres y cuentan experiencias tan espectaculares y de una carga emocional tan profunda como las que describen los sujetos de su trabajo previo con el LSD.
Vórtices de pensamiento y personalidades múltiples
Varios investigadores han utilizado el modelo holográfico para explicar diversos aspectos del proceso mismo del pensamiento. Por ejemplo, el psiquiatra de Nueva York Edgar A. Levenson cree que el holograma proporciona un modelo valioso para entender los cambios repentinos y transformadores que se experimentan muchas veces durante la psicoterapia. Basa su conclusión en el hecho de que dichos cambios se producen con independencia de la técnica o del enfoque psicoanalítico que utilice el terapeuta. De ahí que piense que todos los enfoques psicoanalíticos son puros rituales y que el cambio se debe por entero a algo más.
A su juicio, ese algo es la resonancia. Según él, un terapeuta siempre sabe si la terapia va bien. Tiene la gran sensación de que están a punto de encajar todas las piezas de un rompecabezas oscuro. Aunque el terapeuta no diga nada nuevo al paciente, parece que está evocando alguna cosa que el paciente ya sabe inconscientemente: «Es como si surgiera una representación enorme, tridimensional y codificada espacialmente de la experiencia del paciente, que recorre todos los aspectos de su vida, su historia y su participación con el terapeuta. En algún momento, se produce una especie de “sobrecarga” y todo cobra sentido».
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Levenson cree que esas representaciones tridimensionales de la experiencia son hologramas que están soterrados en las profundidades de la psique del paciente y que emergen cuando se produce una resonancia de emociones entre el terapeuta y el paciente, en un proceso similar al que causa que un láser de una frecuencia determinada hace surgir una imagen realizada con un láser de la misma frecuencia, de un holograma de imágenes múltiples.
«El modelo holográfico hace pensar en un paradigma radicalmente nuevo que podría proporcionarnos una manera novedosa de percibir y de relacionar fenómenos clínicos que siempre se ha sabido que son importantes y no obstante se han relegado al “arte” de la psicoterapia —declara Levenson—. Ofrece una posible guía teórica para el cambio y una esperanza práctica de esclarecer las técnicas psicoterapéuticas».
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El psiquiatra David Shainberg, director asociado del Programa de Psicoanalítica de posgrado del Instituto de Psiquiatría William Alanson de Nueva York, cree que habría que aceptar literalmente la afirmación de Bohm de que los pensamientos son como vórtices de un río, y explica el motivo de que nuestras actitudes y creencias sean algunas veces inalterables y resistentes al cambio. La gran mancha roja de Júpiter, un vórtice gigante de gas de 15.000 kilómetros de ancho, ha permanecido intacta desde que se descubrió hace trescientos años. Shainberg piensa que esa misma tendencia hacia la estabilidad hace que ciertos vórtices de pensamiento (nuestras ideas y opiniones) se fijen a veces firmemente en nuestra consciencia.
En su opinión, la permanencia virtual de algunos vórtices muchas veces va en detrimento de nuestro crecimiento como seres humanos. Un vórtice especialmente poderoso puede dominar nuestra conducta e inhibir nuestra capacidad de asimilar información e ideas nuevas. Puede hacer que nos volvamos repetitivos, crear bloqueos en el flujo creativo de la consciencia, impedir que veamos la totalidad de nosotros mismos y hacer que nos sintamos desconectados de nuestra especie. Shainberg piensa que los vórtices pueden explicar incluso cosas como la carrera de armamento nuclear: «Veo la carrera de armamento nuclear como un vórtice que surge de la avaricia de seres humanos que están aislados en sus yoes independientes y no sienten la conexión con los demás seres humanos. Sienten también un vacío peculiar y les entra una gran avidez por conseguir todo lo que puedan para llenarse. De ahí que proliferen las industrias nucleares, pues proporcionan grandes cantidades de dinero y la codicia de esa gente es tan grande que no les importan las consecuencias de sus acciones».
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