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Authors: Michael Talbot

Tags: #Autoayuda, Ciencia, Ensayo

El Universo holográfico (14 page)

Es una idea pasmosa. Prácticamente todos los prejuicios que nos dicta el sentido común acerca del mundo se basan en la premisa de que la realidad objetiva y la realidad subjetiva están muy, pero que muy separadas. Por eso las sincronicidades nos parecen tan desconcertantes e inexplicables. Pero si, en última instancia, no existe división entre el mundo físico y los procesos psicológicos internos, entonces debemos estar preparados para cambiar algo más que la interpretación sensata del universo meramente, porque las consecuencias nos dejarán estupefactos.

Una de ellas es que la realidad objetiva se asemeja más a un sueño de lo que hemos sospechado jamás. Imagina por ejemplo que sueñas que estás sentado a la mesa cenando con tu jefe y su mujer. Como ya sabes por experiencia, todos los objetos del sueño —la mesa, las sillas, los platos, el salero y el pimentero— son en apariencia objetos independientes. Imagina también que experimentas una sincronicidad en el sueño; quizá te sirven un plato especialmente desagradable y cuando le preguntas al camarero qué es, te contesta que el nombre del plato es «Tu Jefe». Al percatarte de que el desagrado que te produce la comida trasluce tus verdaderos sentimientos hacia tu jefe, te pones nervioso y te preguntas cómo es posible que un aspecto de tu ser «interior» se las haya arreglado para desbordarse hasta la realidad «exterior» de la escena que estás soñando. Naturalmente, en cuanto te despiertas te das cuenta de que la sincronicidad no era extraña en absoluto, porque realmente no había distinción alguna entre tu ser «interior» y la realidad «exterior» del sueño. De manera similar, caes en la cuenta de que la aparente independencia de los diversos objetos del sueño era también una ilusión, pues todo era producto de un orden más profundo y fundamental, la totalidad no dividida de tu inconsciente.

Si no existe división entre los mundos físico y mental, esas mismas propiedades se dan también en la realidad objetiva. De acuerdo con Peat, eso no significa que el universo material sea una ilusión, porque tanto lo explicado como lo implicado desempeñan un papel en la creación de la realidad. Tampoco significa que se haya perdido la individualidad, como la imagen de una rosa tampoco se pierde una vez que se ha grabado en una película holográfica. Significa simplemente que somos como los vórtices de un río, únicos pero inseparables del flujo de la naturaleza. O, como dice Peat, «en sí mismo sigue viviendo, pero como un aspecto de movimiento más sutil que implica el orden de la consciencia entera».
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Y así hemos vuelto al punto de partida, desde el descubrimiento de que la consciencia contiene toda la realidad objetiva —toda la historia de la vida biológica en el planeta, las religiones y los mitos del mundo y la dinámica tanto de las células sanguíneas como de las estrellas—, hasta el descubrimiento de que el universo material también puede contener entre la trama y la urdimbre los procesos más íntimos de la consciencia. Tal es la naturaleza de la profunda conexión que existe entre todas las cosas en un universo holográfico. En el siguiente capítulo analizaremos cómo influye esa conexión, así como otros aspectos de la idea holográfica, en nuestra interpretación actual de la salud.

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APÍTULO 4

Canto al cuerpo holográfico

Apenas podrás saber quién soy o qué quiero decir, no obstante, seré tu buena salud.

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HITMAN,

«Canto de mí mismo»

A un hombre de 61 que llamaremos Frank le diagnosticaron un tipo de cáncer de garganta casi mortal y le dijeron que tenía menos del 5 por ciento de probabilidades de supervivencia. Su peso había bajado de 59 a 45 kilos. Estaba extremadamente débil, apenas podía tragar su propia saliva y tenía problemas para respirar. De hecho, hasta los médicos habían discutido si darle o no radioterapia siquiera, porque existía la clara posibilidad de que el tratamiento sólo le ocasionara más molestias sin incrementar significativamente sus opciones de sobrevivir. Decidieron seguir adelante de todos modos.

Entonces, Frank tuvo la gran suerte de que pidieran al doctor Carl O. Simonton, oncólogo radioterapeuta y director médico del Centro de Investigación y Asesoramiento sobre el Cáncer de Dallas (Texas) que participara en el tratamiento. Simonton sugirió que el propio Frank podía influir en el curso de su enfermedad. Entonces, le enseñó unas cuantas técnicas de relajación y visualización de imágenes mentales que había ideado junto con unos colegas. A partir de ese momento, tres veces al día, Frank se imaginaba el tratamiento de radio que recibía como si fueran millones de minúsculos proyectiles de energía que bombardeaban sus células. También visualizaba sus células cancerígenas y las veía debilitarse y volverse más confusas que las células normales y, por tanto, incapaces de reparar el daño que sufrían. Luego visualizaba los leucocitos —los soldados del sistema inmunológico— irrumpiendo en tropel en las células cancerígenas muertas y moribundas y llevándoselas después hasta el hígado y los riñones para expulsarlas del cuerpo.

El resultado fue espectacular y excedía con mucho lo que ocurría normalmente en los casos en que se trataba a los pacientes sólo con radioterapia. El tratamiento funcionó como si fuera magia. Frank no experimentó prácticamente ninguno de los efectos secundarios negativos —daño en la piel y en las membranas mucosas— que acompañan habitualmente a esa terapia. Recuperó el peso que había perdido y la fuerza y, al cabo de un par de meses nada más, desaparecieron todas las señales del cáncer. Simonton cree que la extraordinaria recuperación de Frank se debió en gran parte al régimen diario de ejercicios de visualización.

En un estudio complementario, Simonton y sus colegas enseñaron sus técnicas de visualización de imágenes mentales a 159 pacientes que tenían un cáncer incurable desde el punto de vista médico. El tiempo de supervivencia estimado para un paciente semejante es de doce meses. Cuatro años después, 63 pacientes seguían vivos. De ellos, 14 no mostraban señal alguna de la enfermedad, en 12 pacientes el cáncer estaba remitiendo y en 17 la enfermedad se hallaba estabilizada. El tiempo medio de supervivencia del grupo en conjunto fue de 24,4 meses, casi el doble del tiempo de la media nacional.
[1]

Desde entonces, Simonton ha dirigido varios estudios similares, todos ellos con resultados positivos. A pesar de esos descubrimientos prometedores, su trabajo se sigue considerando controvertido. Por ejemplo, los críticos argumentan que los individuos que participan en sus estudios no son pacientes «media». Muchos buscaron expresamente a Simonton con el propósito de aprender sus técnicas, lo que demuestra que tienen un espíritu extraordinariamente luchador. Sin embargo, numerosos investigadores creen que los resultados de Simonton son lo bastante convincentes como para apoyar su trabajo, y el propio Simonton ha fundado el Simonton Cancer Center, en Pacific Palisades, California, unas exitosas instalaciones para investigación y tratamiento, dedicadas a enseñar su técnica de visualización de imágenes a pacientes que combaten contra diversas enfermedades. El uso terapéutico de imágenes también ha cautivado la imaginación del público; un sondeo reciente ha revelado que es el cuarto tratamiento contra el cáncer más utilizado.
[2]

¿Cómo puede ser que una imagen formada en la mente pueda causar efecto sobre algo tan formidable como un cáncer incurable? No es de extrañar que la teoría holográfica del cerebro se pueda usar también para explicar este fenómeno. La psicóloga Jeanne Achterberg, directora de investigación y ciencia de la rehabilitación en el Health Science Center de la Universidad de Texas, en Dallas, y una de las científicas que han ayudado a desarrollar las técnicas de imágenes que utiliza Simonton, cree que la clave está en la capacidad del cerebro para formar imágenes holográficas.

Como ya hemos señalado, todas las experiencias, en última instancia, sólo son procesos neurofisiológicos que tienen lugar en el cerebro. Según el modelo holográfico, el motivo de que experimentemos algunas cosas como realidades internas (como las emociones, por ejemplo) y otras como realidades externas (como el canto de los pájaros o el ladrido de los perros) es que así es como las sitúa el cerebro cuando crea el holograma interno que experimentamos como realidad. No obstante, como también hemos visto ya, el cerebro no siempre puede distinguir entre lo que está «ahí fuera» y lo que cree que está «ahí fuera», y eso explica que las personas con un miembro amputado tengan a veces sensaciones de miembros fantasmas. Dicho de otro modo: en un cerebro que funciona de manera holográfica, la imagen recordada de una cosa puede tener tanto impacto en los sentidos como la cosa misma.

También puede tener un efecto igualmente poderoso en el funcionamiento del cuerpo, una situación que habrá experimentado de primera mano todo aquel que haya sentido alguna vez la aceleración del pulso después de imaginarse que está abrazando al ser amado. O quien haya sentido en alguna ocasión que le sudan las manos tras evocar el recuerdo de una experiencia inusualmente aterradora. A primera vista, puede parecer extraño que el cuerpo no siempre sepa distinguir entre un acontecimiento imaginado y uno real; ahora bien, la situación se vuelve mucho menos desconcertante si tenemos en cuenta el modelo holográfico, un modelo que afirma que todas las experiencias, reales o imaginadas, se reducen a un solo lenguaje común de formas ondulatorias organizadas con arreglo a principios holográficos. O como dice Achterberg, «cuando las imágenes se contemplan de forma holográfica, se desprende de ellas de manera lógica la influencia omnipotente que ejercen sobre las funciones orgánicas. La imagen, el comportamiento y el estado fisiológico consiguiente constituyen un aspecto unificado del mismo fenómeno».
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Bohm se hace eco de esa opinión utilizando su idea del orden implicado, el nivel más profundo y no local de la existencia, del que emerge el universo entero: «Toda acción comienza en una intención en el orden implicado. La imaginación es ya la creación de la forma; tiene ya la intención y el germen de todos los movimientos necesarios para llevarla a cabo. Y como afecta al cuerpo y demás, cuando la creación tiene lugar de esa manera, desde los niveles más sutiles del orden implicado, los recorre todos hasta que llega a manifestarse en el orden explicado».
[4]
En otras palabras: en el orden implicado, como en el propio cerebro, la imaginación y la realidad son indistinguibles al final y, por lo tanto, no debería sorprendernos que las imágenes de la mente puedan manifestarse finalmente como realidades en el cuerpo físico.

Achterberg descubrió que la utilización de imágenes produce efectos psicológicos que, además de poderosos, pueden ser extraordinariamente específicos. Por ejemplo, la expresión «célula blanca sanguínea» se refiere realmente a varios tipos distintos de célula. En un estudio, Achterberg decidió ver si podía entrenar a algunas personas para que incrementaran el número de un sólo tipo de células blancas sanguíneas. Con ese propósito, enseñó a un grupo de alumnos universitarios a imaginar una célula llamada neutrófilo, el mayor componente de la población de las células blancas sanguíneas. Entrenó a un segundo grupo para que se imaginaran células T, un tipo más especializado de células blancas sanguíneas. Al final del estudio, el grupo que aprendió a imaginar neutrófilos tuvo un aumento significativo en el número de neutrófilos, pero ningún cambio en el número de células T. El grupo que aprendió a imaginar células T produjo un aumento significativo en el número de esa clase de células, pero el número de neutrófilos seguía siendo el mismo.
[5]

Achterberg dice que la fe es asimismo crucial para la salud de una persona. Según ella, prácticamente todos los que han tenido contacto con el mundo médico conocen al menos una historia de un paciente al que mandaron a casa, a morir, pero como éste «creía» otra cosa, dejó atónito al médico al recuperarse completamente. En su fascinante libro
Por los caminos del corazón: pasado, presente y futuro de la visualización como instrumento de curación
, describe varios de sus encuentros con casos semejantes. Uno de ellos fue con una mujer que ingresó en el hospital paralizada y en coma y le diagnosticaron un tumor cerebral de gran tamaño. La operaron para reducirlo (extirpar la mayor cantidad posible sin causar un daño mayor), pero como creían que estaba a punto de morir, la enviaron a casa sin administrarle radioterapia ni quimioterapia.

Pero en vez de morir enseguida, se fortalecía día a día. Achterberg pudo observar el progreso de la mujer en su calidad de terapeuta de retroalimentación biológica; al cabo de dieciséis meses no mostraba indicio alguno del cáncer. ¿Por qué? Aunque la mujer era inteligente y sabía desenvolverse, su formación era mediana y de hecho desconocía el significado de la palabra «tumor» y de la sentencia de muerte que transmite. De ahí que no creyera que iba a morir y que superara el cáncer con la misma confianza y determinación que había empleado toda su vida para sobreponerse a todas las demás enfermedades, afirma Achterberg. Cuando la vio por última vez, la mujer no presentaba signos de parálisis, había desterrado las muletas y el bastón y hasta había ido a bailar un par de veces.
[6]
Achterberg respalda su afirmación haciendo notar que la proporción de enfermos de cáncer en personas con retraso mental y con trastornos emocionales —personas que no pueden comprender la sentencia de muerte que la sociedad vincula con el cáncer— también es significativamente inferior. En un periodo de cuatro años, en Texas, sólo alrededor de un 4 por ciento de las muertes producidas en esos dos grupos se debieron al cáncer, en comparación con la norma estatal, que estaba entre un 15 y un 18 por ciento. Es intrigante que no se registrara ningún caso de leucemia en esos dos grupos entre 1925 y 1978. En otros estudios se han obtenido resultados similares en el conjunto de Estados Unidos, así como en diversos países como Inglaterra, Grecia y Rumania, entre otros.
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Gracias a esos descubrimientos y a otros semejantes, Achterberg cree que todo el que tenga una enfermedad, aunque sea un simple catarro, debería abastecerse de tantos «hologramas neuronales» de salud como le fuera posible, en forma de creencias, imágenes de bienestar y armonía e imágenes de activación de funciones específicas de inmunización. Cree que debemos exorcizar cualquier creencia e imagen que contenga consecuencias negativas para la salud y saber que nuestros hologramas corporales son algo más que meras imágenes. Contienen un montón de información de distinto tipo, como por ejemplo interpretaciones y discernimientos intelectuales, prejuicios conscientes e inconscientes, miedos, esperanzas, preocupaciones, etcétera.

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