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Authors: Michael Talbot

Tags: #Autoayuda, Ciencia, Ensayo

El Universo holográfico (18 page)

Creencias que expresamos mediante el poder de la voluntad

Los tipos de creencia que hemos examinado hasta ahora pueden considerarse mayormente creencias pasivas, creencias que permitimos que nos imponga la civilización o nuestros pensamientos en estado normal. Por otra parte, la creencia consciente en forma de una voluntad inflexible e inquebrantable se puede utilizar para conformar y controlar el cuerpo holográfico. En la década de 1970, Jack Schwarz, escritor y conferenciante nacido en Holanda, dejó boquiabiertos a los investigadores de los laboratorios americanos, de una punta a otra de Estados Unidos, con su capacidad para controlar deliberadamente los procesos biológicos internos de su cuerpo.

En estudios realizados en la Fundación Menninger, en el Instituto neuropsiquiátrico Langley Porter de la Universidad de California y en otros lugares, Schwarz asombró a los médicos atravesándose los brazos con agujas gigantescas de las que utilizan los fabricantes de velas, de más de quince centímetros, sin sangrar, sin arredrarse y sin producir ondas cerebrales beta (el tipo de ondas cerebrales que produce normalmente una persona cuando siente dolor). Cuando le quitaron las agujas, seguía sin sangrar y los agujeros de los pinchazos se le cerraron bien. Además, Schwarz alteraba a voluntad el ritmo de las ondas cerebrales, se ponía cigarrillos encendidos contra la carne sin hacerse daño y hasta soportaba carbón en ascuas en las manos. Afirmaba que adquirió esas habilidades mientras estuvo en un campo de concentración nazi y tuvo que aprender a controlar el dolor para resistir los terribles golpes que tuvo que soportar. Cree que cualquiera puede aprender a controlar el cuerpo voluntariamente y asumir así la responsabilidad de su propia salud.
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Extrañamente, en 1947 apareció otro holandés que mostraba aptitudes similares. Se llamaba Mirin Dajo y dejaba perplejos a los espectadores que acudían a sus representaciones públicas en el teatro Corso de Zurich. De forma que pudiera verlo todo el mundo, hacía que un ayudante le atravesara completamente el cuerpo con un florete, perforando claramente órganos vitales pero sin causarle daño ni dolor algunos. Al igual que Schwarz, tampoco sangraba cuando se le extraía el florete, y una leve línea roja era la única marca, que señalaba el punto por el que había entrado y salido.

Su actuación provocó tales reacciones nerviosas, que al final un espectador sufrió un ataque al corazón y a Dajo se le prohibió legalmente actuar en público. Pero un médico suizo llamado Hans Naegeli-Osjord oyó hablar de sus supuestas habilidades y le preguntó si podía someterle a un examen científico. Dajo accedió y el 31 de mayo de 1947 ingresó en un hospital de Zurich. Además del doctor Hans Naegeli-Osjord, estaban presentes el doctor Werner Brunner, jefe de cirugía del hospital, así como otros muchos médicos, estudiantes y periodistas. Dajo se desnudó el pecho y se concentró, y después hizo que su ayudante le hundiera el florete en el cuerpo, de modo que pudiera verlo toda la concurrencia.

Como siempre, no manó sangre y Dajo permaneció completamente inalterable. Pero él era el único que sonreía. El resto de la multitud se había quedado estupefacta. Con arreglo a lo que corresponde, los órganos vitales de Dajo deberían haber sufrido daños severos, por lo que su buena salud aparente era demasiado para que pudieran soportarlo los médicos. Llenos de incredulidad, le preguntaron si se sometería a los rayos X. Él accedió y sin esfuerzo aparente por su parte les acompañó escaleras arriba a la sala de rayos X, con el abdomen atravesado aún por el florete. Le hicieron radiografías y el resultado era innegable: Dajo estaba atravesado de verdad. Finalmente, a los veinte minutos cumplidos de que le clavaran el florete, se lo extrajeron dejando sólo dos leves cicatrices. Posteriormente, varios científicos de Basilea le hicieron unas pruebas e incluso dejó que los propios doctores le atravesaran con el florete. Más tarde, el doctor Naegeli-Osjord relató el caso detalladamente al físico alemán Alfred Stelter, y éste lo cuenta en su libro
Curación Psi
.
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Tales proezas tan por encima de lo normal no son exclusivas de los holandeses. En los años sesenta, Gilbert Grosvenor, presidente de la National Geographic Society, su esposa, Donna, y un equipo de fotógrafos de la Sociedad, viajaron a un pueblo de Ceilán para contemplar los supuestos milagros de un taumaturgo local llamado Mohotty. Al parecer, cuando era pequeño, Mohotty rezó a una divinidad ceilandesa llamada Kataragama y le dijo que si libraba a su padre de una acusación de asesinato, él, Mohotty, todos los años haría penitencia en honor de Kataragama. El padre de Mohotty fue liberado y el hijo, fiel a su palabra, hacía su penitencia todos los años.

Ésta consistía en caminar sobre carbón en ascuas, atravesar fuego, clavarse espetones en las mejillas, introducirse espetones en los brazos desde los hombros hasta las muñecas e insertarse profundamente grandes ganchos en la espalda para luego arrastrar por el patio una especie de trineo enorme que estaba atado con cuerdas a los ganchos. Como contaban posteriormente los Grosvenor, los ganchos tiraban de la carne de la espalda de Mohotty tensándola mucho, pero, nuevamente, no había señales de sangre. Cuando Mohotty terminó y le quitaron los ganchos, ni siquiera había rastro de heridas. El equipo fotografió aquella estremecedora exhibición y publicó las fotografías y un relato del episodio en el ejemplar de abril de 1966 del
National Geographic
.
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En 1967, la revista
Scientific American
publicó un reportaje sobre un ritual anual similar que tenía lugar en la India. En aquel caso, la comunidad local elegía cada año a una persona
diferente
y, tras una larguísima ceremonia, clavaban en la espalda de la víctima dos ganchos lo bastante grandes como para colgar medio buey de ellos. Tras pasar unas cuerdas por los ganchos, las ataron a las varas de un carro de bueyes y luego la víctima caminaba por los campos trazando arcos inmensos, como ofrenda sacramental a los dioses de la fertilidad. Cuando le quitaron los ganchos, la víctima estaba ilesa, no había sangre y prácticamente ni siquiera tenía señales de los pinchazos en la carne.
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Creencias inconscientes

Como hemos visto anteriormente, si no somos lo bastante afortunados como para tener el autodominio de Dajo o de Mohotty, podemos acceder a la fuerza sanadora que tenemos dentro de nosotros de otra manera: evitando la gruesa coraza de la duda y el escepticismo que existe en la mente consciente. Una forma de conseguirlo es ser engañados con un placebo. La hipnosis es otra. Un buen hipnotizador —como el cirujano que llega hasta un órgano interno y altera la situación en que se encuentra— puede también llegar hasta la psique y ayudarnos a cambiar la clase más importante de creencias, las creencias inconscientes.

Numerosos estudios han demostrado irrefutablemente que una persona hipnotizada puede influir en procesos que habitualmente se consideran inconscientes. Por ejemplo, al igual que las personas con personalidad múltiple, individuos hipnotizados profundamente pueden controlar reacciones alérgicas, el ritmo de la circulación sanguínea y la miopía. Además, son capaces de controlar el ritmo cardíaco, el dolor, la temperatura corporal e incluso eliminar algunas marcas de nacimiento. La hipnosis se puede utilizar también para conseguir algo tan absolutamente extraordinario como no mostrar herida alguna tras tener un florete clavado en el abdomen.

Ese algo incluye un mal hereditario que desfigura horriblemente, conocido como la enfermedad de Brocq. A las personas que la padecen, les sale en la piel una especie de cubierta callosa y gruesa que se asemeja a las escamas de un reptil. La piel puede llegar a estar tan endurecida y tan rígida que el más mínimo movimiento hace que se raje y sangre. Muchas personas llamadas «piel de cocodrilo» que aparecían en espectáculos circenses padecían en realidad el mal de Brocq; las víctimas de dicha enfermedad solían tener una vida relativamente corta, debido al riesgo de las infecciones.

Hasta 1951, la enfermedad de Brocq era incurable. Aquel año, como último recurso, remitieron a un chico de 16 años con la enfermedad bastante avanzada a un terapeuta hipnotizador, llamado A. A. Mason, que trabajaba en Londres en el Queen Victoria Hospital. Mason descubrió que el chico era un buen sujeto para la hipnosis y que era fácil sumirlo en un trance profundo. Mientras estaba en trance, Mason le dijo que se estaba curando y que pronto desaparecería su enfermedad. Cinco días después, se le cayó la capa de escamas que le cubría el brazo izquierdo, dejando ver la carne blanda y saludable que había debajo. Al cabo de diez días, el brazo era completamente normal. Mason y el chico siguieron trabajando sobre diferentes zonas del cuerpo hasta que desapareció toda la piel escamosa. El chico siguió sin tener síntomas durante cinco años, por lo menos, momento en el cual Mason perdió el contacto con él.
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Se trata de un hecho extraordinario porque la enfermedad de Brocq es una afección genética y librarse de ella entraña algo más que el mero control de procesos autónomos, tales como el ritmo de la circulación sanguínea y diversas células del sistema inmunológico. Implica la utilización del plano maestro, esto es, el ADN, programándose a sí mismo. Así pues, podría parecer que cuando accedemos a los estratos adecuados de nuestras creencias, nuestras mentes pueden llegar incluso a hacer caso omiso de la estructura genética.

Creencias encarnadas en la fe

Las creencias más poderosas son tal vez las que expresamos a través de la fe espiritual. En 1962, un hombre llamado
Vittorio Michelli
ingresó en el hospital militar de Verona (Italia) con un gran tumor canceroso en la cadera izquierda. El pronóstico era tan funesto que le mandaron a su casa sin tratamiento y al cabo de diez meses se le había desintegrado completamente la cadera, dejando el hueso superior de la pierna flotando en una masa de tejido blando. El hombre se estaba deshaciendo literalmente. Como último recurso, viajó a Lourdes e hizo que le bañaran en la piscina (por aquel entonces estaba escayolado y sus movimientos eran bastante limitados). Nada más entrar en el agua tuvo una sensación inmediata de calor que se movía por todo el cuerpo. Después del baño, recobró el apetito y sintió una energía renovada. Se dio varios baños más y luego regresó a su casa.

Durante el mes siguiente notó una sensación creciente de bienestar tal, que insistió a los médicos que le volvieran a hacer una radiografía. Descubrieron que el tumor era más pequeño. Estaban tan intrigados que documentaron su mejoría paso a paso. Fue una buena cosa porque cuando le desapareció el tumor, el hueso empezó a regenerarse y la comunidad médica en general considera que eso es imposible. A los dos meses escasos se levantaba y andaba de nuevo y al cabo de varios años se le reconstruyó el hueso completamente.

Se envió un expediente del caso Michelli a la Comisión Médica del Vaticano, un grupo internacional de médicos creado para investigar esa clase de asuntos. Tras examinar las pruebas, la comisión decidió que Michelli había experimentado un milagro ciertamente. En su informe oficial, declaró: «Se ha producido una reconstrucción extraordinaria del hueso ilíaco y de la cavidad ilíaca. Las radiografías realizadas en 1964, 1965, 1968 y 1969 confirman categóricamente y sin lugar a dudas que ha tenido lugar una reconstrucción ósea imprevista y sobrecogedora, de una clase desconocida en los anales del mundo de la medicina».
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¿Fue la curación de Michelli un milagro en el sentido de que violó alguna ley física conocida? Aunque todavía no hay ninguna decisión sobre esta cuestión, parece que no hay un motivo claro para creer que se violara alguna ley. Más bien, la curación de Michelli puede deberse simplemente a procesos naturales que todavía no entendemos. Teniendo en cuenta la gama de capacidades curativas únicas que hemos contemplado hasta ahora, es evidente que hay muchas formas de interacción entre la mente y el cuerpo que todavía no comprendemos.

Si la curación de Michelli se pudiera atribuir a un proceso natural no descubierto, podríamos preguntar: ¿por qué es tan rara la regeneración del hueso? ¿Qué la desencadenó en el caso de Michelli? Tal vez la regeneración ósea sea rara porque lograrla requiere acceder a niveles muy profundos de la psique, niveles a los que normalmente no se accede a través de las actividades normales de la consciencia. Esto parece explicar por qué es necesaria la hipnosis para conseguir que remita la enfermedad de Brocq. En cuanto se refiere a lo que provocó la curación de Michelli, la fe es sin duda la principal sospechosa, dado el papel que desempeña en tantos ejemplos relativos a la flexibilidad de la relación mente/cuerpo. ¿No podría ser que Michelli, mediante su fe en el poder curativo de Lourdes, realizara su propia curación, bien conscientemente, bien por una feliz casualidad?

Hay datos convincentes de que la fe, y no la intervención divina, es el principal agente al menos en algunos de los llamados sucesos milagrosos. Recordemos que Mohotty adquirió un control de sí mismo fuera de lo normal rezando a Kataragama y, a menos que estemos dispuestos a aceptar la existencia de Kataragama, la
creencia
firme y pertinaz de que estaba protegido por la divinidad parece ser la mejor explicación de sus habilidades. Lo mismo podría decirse de muchos milagros producidos por santos y taumaturgos cristianos.

Un milagro cristiano generado al parecer por el poder de la mente es la estigmatización. La mayoría de los eruditos eclesiásticos están de acuerdo en que san Francisco de Asís fue la primera persona que manifestó espontáneamente las heridas de la crucifixión, pero desde su muerte, ha habido centenares de personas estigmatizadas literalmente. Aunque no hay dos ascetas que muestren los estigmas de la misma manera, todos tienen una cosa en común. Desde san Francisco, todos han tenido heridas en las manos y en los pies que representan los lugares por donde Cristo fue clavado a la cruz. Pero eso no es lo que se esperaría si fuera Dios quien otorgara los estigmas. Como señala D. Scott Rogo, parapsicólogo y profesor de la Universidad John F. Kennedy de Orinda, California, la costumbre romana era insertar los clavos en las
muñecas
, hecho que corroboran varios restos de esqueletos del tiempo de Cristo. Los clavos insertados en las palmas de las manos no pueden sostener el peso de un cuerpo colgado en una cruz.
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