El vencedor está solo (24 page)

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Authors: Paulo Coelho

Eso era todo lo que quería oír en ese momento, ¡una invitación para pasear! ¡Para ver la puesta de sol, aunque todavía faltaba mucho para que el sol se escondiese! Nada de vulgaridades como «vamos a subir a mi habitación porque tengo que cambiarme los zapatos», y «no va a pasar nada, te lo prometo», pero una vez arriba dicen lo de siempre, «tengo contactos y sé exactamente a quién necesitas», mientras intentan agarrarla para darle el primer beso.

Honestamente, no le importaría que la besara esa persona que parecía tan encantadora, y de la que no sabía absolutamente nada. Pero la elegancia con la que seducía era algo que iba a tardar en olvidar.

Se levantan, a la salida él dice que le carguen la cuenta a su habitación (¡entonces, estaba hospedado en el Martínez!). Al llegar a la Croisette, él sugiere que giren a la izquierda.

—Es más tranquilo. Además, creo que la vista es más bonita, porque el sol desciende sobre las colinas que tendremos delante.

—Igor, ¿quién eres?

—Buena pregunta —respondió—. También a mí me gustaría conocer la respuesta.

Otro punto positivo. Nada de empezar a decir cuán rico era, cuán inteligente, capaz de hacer esto y aquello. Únicamente le interesaba contemplar el atardecer con ella, eso era todo. Caminaron en silencio hasta el final de la playa, cruzándose con todo tipo de gente, desde parejas mayores que parecían vivir en un mundo diferente, completamente ajenos al festival, hasta jóvenes con patines, la ropa ajustada y el iPod en los oídos. Desde vendedores ambulantes con sus mercancías expuestas sobre una manta cuyas esquinas estaban atadas con cuerdas para poder transformar sus «escaparates» en bolsas cuando apareciera la autoridad, hasta un lugar acordonado por la policía por alguna razón desconocida, pues no era más que un banco público. Nota que su compañero mira dos o tres veces hacia atrás, como si esperase a alguien. Pero no se trata de eso; puede que haya visto a algún conocido.

Se internan en un muelle en el que los barcos tapan un poco la vista de la playa, pero encuentran un lugar aislado. Se sientan en un banco cómodo, con respaldo. Están completamente solos. Nadie va a ese lugar porque allí no pasa absolutamente nada. Maureen está de un humor excelente.

—¡Qué paisaje! ¿Sabes por qué Dios decidió descansar el séptimo día?

Igor no entiende la pregunta, pero ella continúa:

—Porque el sexto día, antes de acabar el trabajo y dejar un mundo perfecto para el ser humano, un grupo de productores de Hollywood se acercó a Él: «¡No te preocupes por el resto! ¡Nosotros nos encargaremos de la puesta de sol en tecnicolor, efectos especiales para las tempestades, iluminación perfecta, equipo de sonido con el que siempre que el hombre oiga el rumor de las olas pensará que es el mar de verdad!»

Se ríe sola. El hombre que está a su lado adopta un aire más grave.

—Me has preguntado quién soy —dice él.

—No sé quién eres, pero sé que conoces bien la ciudad. Y puedo añadir: ha sido una bendición encontrarte. En un solo día he vivido la esperanza, la desesperación, la soledad y el placer de tener compañía. Muchas emociones juntas.

Él saca un objeto del bolsillo; parece un tubo de madera de menos de quince centímetros.

—El mundo es peligroso —dice—. No importa dónde estés, siempre es arriesgado ser abordado por gente que no tiene el menor escrúpulo en asaltar, destruir, matar. Y nadie, absolutamente nadie, aprende a defenderse. Todos estamos en manos de los más poderosos.

—Tienes razón. Así pues, deduzco que ese tubo de madera es una forma de no dejar que te hagan daño.

Él dobla la parte superior del objeto. Con la delicadeza de un maestro que retoca su ópera prima, le quita la tapa: realmente no era exactamente una tapa, sino una especie de cabeza de lo que parecía ser un enorme clavo. Los rayos del sol se reflejan en la parte metálica.

—No te dejarían pasar por un aeropuerto con eso en la maleta —rió ella.

—Por supuesto que no.

Maureen comprendió que estaba con un hombre cortés, guapo, probablemente rico, y también capaz de protegerla de todos los peligros. Aunque no conocía las estadísticas sobre crímenes en la ciudad, siempre era bueno pensar en todo.

Para eso se hizo al hombre: para pensar en todo.

—Evidentemente, para poder utilizarlo, debo saber exactamente dónde hay que aplicar el golpe. Aunque esté hecha de acero, es frágil debido a su diámetro, y demasiado pequeña para causar grandes daños. Si no hay precisión, no habrá resultados.

Levantó la lámina y la puso a la altura de la oreja de Maureen. Su primera reacción fue de miedo, pero en seguida fue sustituido por la excitación.

—Éste sería uno de los lugares ideales, por ejemplo. Un poco más arriba, los huesos del cráneo protegen del golpe. Un poco más abajo, se alcanza la vena del cuello; la persona puede morir, pero estará en condiciones de reaccionar. Si fuera armada, contraatacaría, ya que yo estoy muy cerca.

La lámina descendió suavemente por su cuerpo. Pasó por encima de su seno y Maureen lo comprendió: quería impresionarla y excitarla al mismo tiempo.

—No se me había ocurrido que alguien que trabaja en telecomunicaciones supiera tanto al respecto. Pero, por lo que dices, matar con eso es bastante complicado.

Era una manera de decir: «Me interesa lo que me estás contando. Me interesas tú. Dentro de un rato, cógeme de la mano, por favor, para poder ver la puesta de sol juntos.»

La lámina de deslizó por su seno pero no se detuvo allí. Aun así, eso fue suficiente para que se excitase. Finalmente, se paró un poco por debajo de su brazo.

—Aquí estoy a la altura del corazón. Alrededor de él hay costillas, una protección natural. Si estuviésemos peleando, sería imposible causarte daño alguno con esta pequeña arma. Seguramente chocaría contra alguna de las costillas, y aunque penetrase en el cuerpo, el sangrado provocado por la herida no sería suficiente para disminuir la fuerza del enemigo. Puede que ni siquiera notara el golpe. Pero en este lugar de aquí, es mortal.

¿Qué estaba haciendo allí, en un lugar apartado, con un completo desconocido que hablaba sobre un asunto tan macabro? En ese momento sintió una especie de choque eléctrico que la dejó paralizada: la mano había empujado la lámina hacia el interior de su cuerpo. Pensó que la estaban asfixiando, quería respirar, pero en seguida perdió el conocimiento.

Igor la abrazó, como había hecho con la primera víctima. Pero esta vez la colocó de forma que quedara sentada. Su único gesto fue ponerse unos guantes, cogerle la cabeza y hacer que colgase hacia adelante.

Si alguien decidía aventurarse por ese rincón de la playa, todo cuanto vería sería a una mujer dormida, exhausta de tanto buscar productores y distribuidores en el festival de cine.

El chico, oculto detrás de un viejo almacén al que le encantaba ir a esconderse y esperar a que las parejas se acercaran y se acariciaran para masturbarse, llamó rápidamente a la policía. Lo había visto todo. Al principio pensó que era un juego, ¡pero el hombre le había clavado el estilete a la mujer! Debía esperar a que llegaran los guardias antes de salir de su escondite; ese loco podía volver en cualquier momento, y entonces estaría perdido.

Igor arroja la lámina al mar y toma el camino del hotel. Esa vez había sido la propia víctima la que había escogido su muerte. Estaba solo en la terraza del hotel, pensando qué hacer, volviendo al pasado, cuando ella se acercó. No imaginó que aceptaría pasear con un desconocido hasta un lugar apartado, pero ella siguió adelante. Tuvo posibilidades de huir cuando empezó a enseñarle los diferentes lugares en los que el pequeño objeto puede causar una herida mortal, pero siguió allí.

Un coche de policía pasa junto a él, por el carril cerrado al tráfico. Decide acompañarlo con la mirada y, para su sorpresa, ve que entra precisamente en el muelle que nadie, absolutamente nadie parece visitar durante el tiempo que dura el festival. Había estado allí por la mañana, y estaba igual de desierto que por la tarde, aunque era el mejor lugar para ver la puesta de sol.

Pocos segundos después, una ambulancia pasa con la sirena a todo volumen y las luces encendidas. Toma el mismo camino.

Sigue andando, seguro de una cosa: alguien ha visto el crimen. ¿Cómo lo describirá? Un hombre de pelo gris, con vaqueros, camisa blanca y chaqueta negra. El posible testigo haría un retrato robot, lo cual, además de llevar algún tiempo, les haría llegar a la conclusión de que hay docenas, puede que miles de personas que se parecen a él.

Desde que se presentó al guardia y éste lo mandó de regreso al hotel, estaba seguro de que nadie más sería capaz de interrumpir su misión. Las dudas eran otras: ¿realmente Ewa merecía los sacrificios que le estaba ofreciendo al universo? Había llegado a la ciudad convencido de que sí. Ahora, algo distinto empezaba a rondar su alma: el espíritu de la insignificante vendedora de artesanía, con sus cejas espesas y su sonrisa inocente.

«Todos formamos parte de la centella divina —parecía decirle—. Todos tenemos un propósito en la creación llamado Amor. Pero éste no debe concentrarse en una sola persona; está esparcido por el mundo, esperando a ser descubierto. Despierta, ábrete a ese amor. Lo que ha pasado no debe volver. Lo que llega debe ser reconocido.»

Él lucha contra esa idea; no descubrimos que algo está mal planificado hasta que llegamos a sus últimas consecuencias. O cuando Dios misericordioso nos guía en otra dirección.

Mira su reloj: todavía le quedan doce horas en la ciudad, tiempo suficiente antes de coger su avión con la mujer que ama y volver a...

¿... adonde? ¿A su trabajo en Moscú, después de todo lo que ha vivido, sufrido, reflexionado, planeado? ¿O finalmente renacer a través de todas sus víctimas, escoger la libertad absoluta, descubrir a la persona que no sabía que era y a partir de ese momento hacer exactamente todas las cosas que soñaba con hacer cuando todavía estaba con Ewa?

16.34 horas

Jasmine mira al mar mientras fuma un cigarrillo sin pensar en nada. En esos momentos siente una conexión profunda con el infinito, como si no fuera ella la que está allí, sino algo más poderoso, capaz de cosas extraordinarias.

Recuerda un viejo cuento que leyó en algún sitio. Nasrudin apareció en la corte con un magnífico turbante, pidiendo dinero por caridad.

—Vienes a pedirme dinero pero llevas un ornamento muy caro en la cabeza. ¿Cuánto te ha costado esa pieza maravillosa? —preguntó el soberano.

—Fue una donación de alguien muy rico. Por lo que sé, el precio es de quinientas monedas de oro —respondió el sabio sufí.

El ministro susurró:

—Es mentira. Ningún turbante cuesta esa fortuna.

Nasrudin insistió:

—No he venido hasta aquí sólo para pedir, sino también para negociar. Sé que, en todo el mundo, sólo hay un soberano capaz de comprarlo por seiscientas monedas, para que yo pueda dar los beneficios a los pobres y, de ese modo, aumentar la donación que hay que hacer.

El sultán, lisonjeado, pagó lo que Nasrudin pedía. Al salir, el sabio comenta con el ministro:

—Puede que conozcas muy bien el valor de un turbante, pero soy yo el que sabe hasta dónde puede conducir la vanidad a un hombre.

Ésa era la realidad a su alrededor. No tenía nada en contra de su profesión, no juzgaba a las personas por sus deseos, pero era consciente de lo que realmente importa en la vida. Y le gustaría seguir teniendo los pies en la tierra, aunque la tentación estuviera por todas partes.

Alguien abre la puerta y dice que falta solamente media hora para subir a la pasarela. Ésa, que generalmente era la peor parte del día, el largo tedio que precede al momento del desfile, está llegando a su fin. Las chicas dejan sus iPods y sus móviles a un lado, los maquilladores retocan los detalles, los peluqueros recolocan los mechones que no están en su lugar.

Jasmine se sienta delante del espejo del camerino y deja que los demás hagan su trabajo.

—No te pongas nerviosa sólo porque estés en Cannes —dice la maquilladora.

—No estoy nerviosa.

¿Por qué habría de estarlo? Al contrario, cada vez que pisaba la pasarela sentía una especie de éxtasis, la famosa inyección de adrenalina en las venas. La maquilladora parece dispuesta a charlar, habla de las arrugas de las celebridades que pasan por sus manos, promociona una nueva crema, dice que está cansada de todo ese mundo, le pregunta si está invitada a alguna fiesta. Jasmine la escucha con infinita paciencia porque su pensamiento está en las calles de Amberes, en el día en que decidió buscar a los fotógrafos.

Pasó por alguna dificultad, pero al final todo salió bien.

Igual que hoy. Igual que entonces, cuando —acompañada de su madre, que quería que su hija se recuperase rápidamente de la depresión y aceptó ir con ella— tocó el timbre del fotógrafo que la había abordado en la calle. La puerta daba a una pequeña sala, con una mesa transparente, cubierta de negativos de fotos, otra mesa con un ordenador y una especie de mesa de dibujo llena de papeles. El fotógrafo estaba acompañado de una mujer de aproximadamente cuarenta años, que la miró de arriba abajo y sonrió. Se presentó como coordinadora de eventos y los cuatro se sentaron.

—Estoy segura de que su hija tiene un gran futuro como modelo —dijo la mujer.

—Sólo estoy aquí para acompañarla —respondió la madre—. Si tiene algo que decirle, diríjase directamente a ella.

A la mujer le llevó algunos segundos recuperarse. Cogió una ficha y comenzó a anotar detalles y medidas mientras comentaba:

—Evidentemente, Cristina no es un buen nombre. Es demasiado común. Lo primero que hay que cambiar es eso.

«Cristina no era un buen nombre por otras razones», pensaba ella. Porque pertenecía a una chica que se había quedado paralizada el día que fue testigo de un asesinato, y murió cuando negó lo que sus ojos se empeñaban en olvidar. Cuando decidió cambiarlo todo, empezó por la manera en que la llamaban desde que era niña. Tenía que cambiarlo todo, absolutamente todo. Así que tenía la respuesta preparada:

—Jasmine Tiger. La dulzura de una flor, el peligro de un animal salvaje.

A la mujer pareció gustarle.

—La carrera de modelo no es fácil, y tienes suerte de que te hayan escogido para dar el primer paso. Evidentemente, hay que ajustar algunas cosas, pero estamos aquí precisamente para ayudarte a llegar a donde deseas. Te haremos fotos para enviarlas a las agencias especializadas. También vas a necesitar un composite.

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