El vencedor está solo (29 page)

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Authors: Paulo Coelho

Así estarán en plena forma, vistiéndose de forma estudiadamente informal para los almuerzos en los que comen gratis y se sienten importantes porque los han invitado, las cenas de gala en las que hay que pagar mucho dinero o tener contactos en posiciones destacadas, las fiestas que se celebran después de las cenas y que duran hasta la madrugada, el último café o whisky en el bar del hotel. Todo eso con muchas visitas al baño para retocarse el maquillaje, ajustarse la corbata, retirar las partículas de piel o de polvo de los hombros del traje, comprobar si el carmín sigue teniendo el mismo contorno.

Finalmente, el regreso a sus habitaciones del hotel de lujo, donde encontrarán la cama hecha, el menú del desayuno, la previsión del tiempo, una chocolatina (que es inmediatamente retirada porque significa un exceso de calorías) y un sobre con sus nombres escritos con una bonita caligrafía (que nunca abren porque dentro está la carta modelo en la que el gerente del hotel les da la bienvenida) al lado de una cesta de fruta (ávidamente devorada porque contiene una razonable dosis de fibra, buena para el funcionamiento del organismo y perfecta para evitar gases). Se miran en el espejo mientras se quitan la corbata, el maquillaje, los vestidos y los esmóquines, mientras se dicen: «Nada, no me ha pasado nada importante hoy. Puede que mañana sea mejor.»

Ewa está bien vestida, lleva un HH que sugiere discreción y elegancia al mismo tiempo. Ambos se dirigen directamente a los asientos que quedan justo delante de la pasarela, al lado de donde estarán los fotógrafos, que ya empiezan a entrar y a colocar sus equipos.

Un periodista se acerca y hace la pregunta de siempre:

—Señor Hussein, ¿cuál es la mejor película que ha visto hasta ahora?

—Creo que es un poco prematuro dar una opinión —es la respuesta de siempre—. He visto cosas buenas e interesantes, pero prefiero esperar al final del festival.

En realidad, no ha visto absolutamente nada. Más tarde irá a hablar con Gibson para saber cuál es la «mejor película de la temporada».

La chica rubia, educada y bien vestida, le pide al periodista que se aparte. Les pregunta si van a participar en el cóctel que ofrecerá el gobierno de Bélgica después del desfile. Dice que uno de los ministros del gobierno está presente y que le gustaría hablar con él. Hamid considera la propuesta, ya que el país está invirtiendo una fortuna para hacer que sus modistos destaquen en la escena internacional, y poder recuperar así el esplendor perdido después de perder sus colonias en África.

—Sí, puede que vayamos a tomar una copa de champán...

—Creo que después tenemos una reunión con Gibson —lo interrumpe Ewa.

Hamid entiende la indirecta. Le dice a la productora que había olvidado ese compromiso, pero que se pondrá en contacto con el ministro más tarde.

Algunos fotógrafos descubren que están allí y comienzan a disparar sus cámaras. Por el momento son las únicas personas que interesan a la prensa. Más tarde llegan algunas modelos que causaban conmoción y furor en el pasado, que posan y sonríen, firman autógrafos a algunas de las personas mal vestidas del público y hacen lo posible por llamar la atención con la esperanza de volver a verse en las revistas. Los fotógrafos se vuelven hacia ellas, sabiendo que lo hacen simplemente para cumplir con su deber, para dar una satisfacción a sus editores; ninguna de esas fotos será publicada. La moda es el presente; a las modelos de hace tres años —excepto las que todavía son capaces de mantenerse en los titulares gracias a escándalos cuidadosamente estudiados por sus agentes, o porque realmente han conseguido destacar entre las demás— sólo las recuerdan aquellas personas que siempre están detrás de las vallas metálicas a la entrada de los hoteles, o mujeres que no son capaces de seguir la velocidad con la que las cosas cambian.

Las viejas modelos que acaban de entrar son conscientes de eso (y entiéndase como «vieja» alguien que ya ha alcanzado los veinticinco), y si desean aparecer no es porque sueñen con volver a las pasarelas: piensan en conseguir un papel en una película, o trabajar como presentadoras de un programa de televisión por cable.

¿Quién estará en la pasarela ese día, además de Jasmine, la única razón por la que está allí?

Seguramente, ninguna de las cuatro o cinco top models del mundo porque ésas hacen sólo lo que desean, cobran una fortuna y no tienen interés alguno en aparecer en Cannes para dar prestigio al evento de los demás. Hamid calcula que verá dos o tres Clase A, como debe de ser el caso de Jasmine, que gana alrededor de mil quinientos euros por trabajar esa tarde; para eso hay que tener carisma y, sobre todo, futuro en el sector. Otras dos o tres modelos Clase B, profesionales que saben desfilar a la perfección, tienen una figura adecuada, pero no han tenido la suerte de participar en eventos paralelos como invitadas especiales de los conglomerados de lujo, costarán entre ochocientos y seiscientos euros. El resto del grupo estará formado por la Clase C, chicas que acaban de entrar en el tiovivo de los desfiles, y que ganan entre doscientos y trescientos euros para «conseguir la experiencia necesaria».

Hamid sabe lo que pasa por la cabeza de algunas chicas de ese tercer grupo. «Voy a vencer. Voy a demostrarles a todos de lo que soy capaz. Voy a ser una de las modelos más importantes del planeta, aunque tenga que seducir a hombres mayores.»Los hombres mayores, sin embargo, no son tan estúpidos como ellas piensan; la mayoría son menores de edad, y eso puede llevarlos a la cárcel en casi todos los países del mundo. La leyenda es completamente distinta de la realidad: nadie consigue llegar a la cima gracias a su generosidad sexual; hace falta mucho más que eso.

Carisma. Suerte. La agente adecuada. Y el momento oportuno, para los estudios de tendencias, no es el que esas chicas que acaban de entrar en el mundo de la moda creen. Ha leído las estadísticas más recientes, y todo indica que el público está cansado de ver a mujeres anoréxicas, diferentes, con miradas provocativas y edad indefinida. Las agencias de castings (que seleccionan a las modelos) buscan algo que parece extremadamente difícil de encontrar: la vecina de al lado. Es decir, alguien que sea absolutamente normal, que les transmita a todos los que vean los carteles y las fotos de las revistas especializadas la sensación de que «yo soy como ella».

Y encontrar a una mujer extraordinaria que aparente ser una «persona normal» es una tarea casi imposible.

Quedaron atrás los tiempos en que las modelos eran simples perchas ambulantes de los estilistas. Por supuesto, es más fácil vestir a alguien delgado: la ropa siempre le sienta mejor. Quedaron atrás los tiempos en los que la publicidad para productos de lujo masculinos se hacía con hermosas modelos; funcionó muy bien en la época yuppie, al final de los ochenta, pero hoy en día ya no vende absolutamente nada. Al contrario que la mujer, el hombre no tiene un canon definido de belleza: lo que realmente quiere encontrar es algo que lo vincule al compañero de trabajo o de copas.

El nombre de Jasmine llegó hasta Hamid como «ella es el verdadero rostro de tu nueva colección», simplemente porque la vieron desfilar; llegó acompañado de comentarios del tipo «tiene un carisma extraordinario, pero aun así, todo el mundo puede identificarse con ella». Al contrario que las modelos de Clase C, que buscan contactos y hombres poderosos y capaces de convertirlas en estrellas, la mejor promoción en el mundo de la moda —y probablemente en cualquier cosa que se quiera promocionar— son los comentarios que se hacen en el sector. En el momento en que alguien está a punto de ser «descubierta», las apuestas aumentan sin que haya una razón lógica para ello. A veces sale bien. A veces sale mal. Pero el mercado es así, no se puede ganar siempre.

La sala empieza a llenarse. Los asientos de la primera fila están reservados, un grupo de hombres de traje y mujeres elegantemente vestidas ocupan algunas sillas, y el resto sigue vacío. El público se coloca en la segunda, tercera y cuarta filas. Una famosa modelo casada con un jugador de fútbol, que ya ha hecho muchos viajes a Brasil porque «le encanta el país», es ahora el centro de atención de los fotógrafos. Todo el mundo sabe que «viaje a Brasil» es sinónimo de «cirugía estética», pero nadie se atreve a comentarlo abiertamente. Sin embargo, tras algún tiempo de convivencia, preguntan discretamente si, además de visitar las bellezas de Salvador y de bailar en el carnaval de Río, pueden encontrar allí a algún médico con experiencia en operaciones de cirugía plástica. Una tarjeta de visita pasa de mano en mano rápidamente y la conversación termina ahí.

La chica rubia y amable espera a que los profesionales de la prensa acaben su trabajo (también le preguntan a la modelo cuál es la mejor película que ha visto hasta el momento), y la guía hasta el único asiento libre al lado de Hamid y de Ewa. Los fotógrafos se acercan y sacan docenas de fotos del trío: el gran modisto, su esposa y la modelo convertida en ama de casa.

Algunos periodistas quieren saber qué piensa del trabajo de la estilista. Él está acostumbrado a ese tipo de preguntas.

—He venido para conocer su trabajo. Dicen que tiene mucho talento.

Los periodistas insisten, como si no hubieran oído la respuesta. Casi todos son belgas; la prensa francesa aún no está interesada en el tema. La chica rubia y simpática les pide que dejen tranquilos a los invitados.

Se apartan. La ex modelo que se ha sentado a su lado busca conversación, diciendo que le encanta todo lo que hace. Él se lo agradece gentilmente; si ella esperaba como respuesta «tenemos que hablar después del desfile», debe de estar decepcionada. Aun así, ella empieza a contarle lo que le ha pasado en la vida: las fotos, las invitaciones, los viajes.

Él la escucha con infinita paciencia, pero en cuanto tiene oportunidad (ella acaba de volverse para hablar con alguien), se vuelve hacia Ewa y le pide que lo rescate de ese diálogo de besugos. Su mujer, sin embargo, está más rara que nunca, y se niega a hablar; la única salida es leer lo que dice el folleto explicativo del desfile.

La colección es un homenaje a Ann Salens, considerada la pionera de la moda belga. Empezó a finales de los años sesenta, con una pequeña tienda, pero en seguida comprendió que la manera de vestirse creada por los jóvenes hippies que viajaban a Ámsterdam procedentes de todas partes del mundo tenía un enorme potencial. Capaz de enfrentarse —y de vencer— a los sobrios estilos que predominaban entre la burguesía de la época, vio cómo sus trabajos eran utilizados por iconos, como la reina Paola, o la gran musa del movimiento existencialista francés, la cantante Juliette Gréco. Fue una de las creadoras del «desfile- show», que mezclaba en la pasarela la ropa con espectáculos de luz, sonido y arte. Aun así, no obtuvo mucha proyección más allá de las fronteras de su país. Siempre le tuvo mucho miedo al cáncer; y como dice la Biblia, en el Libro de Job, «todo lo que más temía me ha sucedido». Murió de la enfermedad que más la asustaba, mientras veía que sus negocios se desmoronaban debido a su absoluta falta de talento para manejar el dinero.

Como todo lo que sucede en un mundo que se renueva cada seis meses, fue completamente olvidada. La actitud de la estilista que iba a mostrar su colección dentro de unos minutos era muy valiente: volver al pasado en vez de intentar inventar el futuro.

Hamid guarda el folleto en el bolsillo; si Jasmine no era lo que esperaba, iría a hablar con la estilista para ver si tenía algún proyecto que poder desarrollar en común. Siempre hay lugar para nuevas ideas, siempre que la competencia esté bajo su supervisión.

Mira a su alrededor: los reflectores están bien colocados, la cantidad de fotógrafos presentes es relativamente buena; no lo esperaba, la verdad. Puede que la colección sea realmente digna de ver, o puede que el gobierno belga haya utilizado toda su influencia para atraer a la prensa, regalando billetes y alojamientos. Aún hay otra posibilidad más para todo ese interés, pero Hamid desea estar equivocado: Jasmine. Si quiere llevar adelante sus planes, tiene que ser una completa desconocida para el gran público. Hasta ese momento sólo ha oído comentarios de gente vinculada con el sector en el que trabaja. En el caso de que ya haya aparecido en muchas revistas, sería una pérdida de tiempo contratarla. Primero porque ya habrá alguien que haya llegado antes. Segundo, estaría fuera de lugar asociarla a algo nuevo.

Hamid hace los cálculos; ese evento no debe de resultar barato, pero el gobierno belga está tan seguro como el jeque: la moda, para las mujeres; el deporte, para los hombres; las celebridades, para ambos sexos. Ésos son los únicos temas que interesan a todos los mortales, los únicos que pueden proyectar la imagen de un país en el escenario internacional. Por supuesto, en el caso específico de la moda, está la negociación —que puede durar años— con la federación. Pero uno de sus dirigentes está sentado al lado de los políticos belgas; al parecer, no desean perder el tiempo.

Llegan otros vips, siempre acompañados de la simpática chica rubia. Parecen un poco desorientados, no saben muy bien qué hacen en ese lugar. Van demasiado bien vestidos; debe de ser el primer desfile al que asisten en Francia, llegados directamente de Bruselas. Seguramente no forman parte de la fauna que en ese momento inunda la ciudad con motivo del festival de cine.

Cinco minutos de retraso. Al contrario que la Semana de la Moda de París, en la que ningún desfile comienza a la hora prevista, hay otros muchos eventos en la ciudad, y los periodistas no pueden esperar durante mucho tiempo. Pero en seguida se da cuenta de que está equivocado: la mayor parte de los periodistas presentes están hablando y entrevistando a los ministros; son casi todos extranjeros, llegados del mismo país. La política y la moda sólo combinan en una situación como ésa.

La simpática chica rubia se dirige hacia donde están y les pide que vuelvan a sus asientos: el espectáculo va a comenzar. Hamid y Ewa no se dicen ni una palabra. Ella no parece ni contenta ni descontenta; eso es lo peor de todo. ¡Si se quejara, si sonriera, si dijera algo! Pero nada, ni una señal de lo que pasa en su interior.

Es mejor concentrarse en el interior del panel que ve al fondo, por donde van a salir las modelos. Al menos allí sabe lo que está pasando.

Hace algunos minutos, las modelos se han quitado toda la ropa interior, quedando completamente desnudas, para no dejar marcas en los vestidos que van a presentar. Ya se han puesto el primero y esperan a que las luces se apaguen, empiece la música y alguien, generalmente una mujer, les dé un toque en la espalda para indicarles el momento exacto para salir en dirección a los reflectores y el público.

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