El Viajero (26 page)

Read El Viajero Online

Authors: John Twelve Hawk

Tags: #La Cuarta Realidad 1

Gabriel asintió.

—Mis padres lo llamaban la «Red».

—La Tabula puede entrar en los ordenadores de la policía e introducir informes falsos. Seguramente ya habrán colado algún mensaje diciendo que a ti y a mí se nos busca por asesinato.

—De acuerdo. Olvida a la policía. Vayamos a donde tienen encerrado a Michael.

—Yo sólo soy una, Gabriel. He contratado a Hollis para que luche a nuestro lado, pero no sé si es de fiar. Mi padre solía llamar «espadas» a los luchadores. No es más que otra manera de contar a la gente que está de tu lado. En estos momentos no cuento con bastantes espadas para asaltar un centro de investigación de la Tabula.

—Tenemos que ayudar a mi hermano.

—No creo que lo maten. La Tabula tiene un plan relacionado con algo llamado ordenador cuántico y la intervención de un Viajero. Desean entrenar a tu hermano para que cruce a otros dominios. Todo esto es nuevo. No sé de qué modo pretenden conseguirlo. Normalmente, los Viajeros son instruidos por individuos llamados «Rastreadores».

—¿Qué es eso?

—Dame un minuto y te lo explicaré.

Maya examinó la hoja de nuevo y vio unas rozaduras y hendiduras en el metal. Sólo un experto japonés, un
togishi
, era capaz de afilarla. Lo más que podía hacer ella era engrasarla para que no se oxidase. Cogió un pequeño frasco ambarino y vertió un poco de aceite de clavo en un paño de algodón. El dulce aroma de la especia llenó la estancia mientras Maya frotaba la hoja cuidadosamente. Durante un segundo supo algo con absoluta certeza: aquella espada era muy poderosa. Había matado antes y volvería a hacerlo.

—Un Rastreador es una clase especial de maestro. Normalmente se trata de una persona con cierto entrenamiento espiritual. Los Rastreadores no son Viajeros, no pueden cruzar a otros dominios, pero saben cómo ayudar a quien posea ese don.

—¿Y dónde se los encuentra?

—Mi amigo me ha dado la dirección de uno que vive en Arizona. Esa persona averiguará si tienes ese poder.

—Lo que realmente quiero hacer es arreglar mi moto y salir de aquí.

—Eso sería una locura. Sin mi protección, la Tabula acabaría encontrándote.

—No necesito la protección de nadie, Maya. Me he mantenido al margen de la Red casi toda mi vida.

—Pero ahora te están buscando con todas sus armas y recursos. No comprendes lo que son capaces de hacer.

Gabriel parecía enfadado.

—Vi lo que le pasó a mi padre. Los Arlequines no nos salvaron. Nadie lo hizo.

—Creo que deberías venir conmigo.

—¿Por qué? ¿Qué sentido tiene?

Maya habló lentamente, sosteniendo todavía la espada y recordando lo que Thorn le había enseñado.

—Algunos filósofos creen que la tendencia natural de la humanidad es la intolerancia, el odio y la crueldad. Los poderosos desean aferrarse a su poder y destruirán a cualquiera que los desafíe.

—Eso está bastante claro.

—La necesidad de controlar a los demás es muy fuerte, pero el deseo de libertad y la capacidad para demostrar compasión todavía sobreviven. La oscuridad está por todas partes, pero la luz subsiste.

—¿Y tú crees que es gracias a los Viajeros?

—Aparecen en cada generación. Los Viajeros dejan este mundo y después regresan para ayudar al prójimo. Inspiran a la humanidad, nos aportan nuevas ideas y nos conducen hacia delante.

—Quizá mi padre fuera uno de ellos, pero eso no significa que Michael o yo tengamos su mismo don. No pienso ir a Arizona para ver a ese maestro. Quiero encontrar a Michael y ayudarlo a escapar.

Gabriel miró la puerta como si ya hubiera decidido marcharse. Maya intentó hallar la frialdad que experimentaba cuando luchaba. Tenía que hallar las palabras oportunas; de lo contrario, Gabriel se marcharía.

—Quizá puedas localizar a tu hermano en otros dominios...

—Eso es algo que no sabes.

—No puedo prometerte nada. Si los dos sois Viajeros, podría suceder. La Tabula va a enseñar a Michael a cruzar.

Gabriel la miró fijamente a los ojos, y, por un instante, Maya se sorprendió de su coraje y determinación. Luego, bajó la cabeza y de nuevo se convirtió en un joven como los demás, vestido con vaqueros y una camiseta desteñida.

—Puede que me estés mintiendo —dijo en voz baja.

—Es un riesgo que tendrás que correr.

—¿Estás segura de que encontraremos a ese Rastreador si vamos a Arizona?

Maya asintió.

—Vive cerca de una ciudad llamada San Lucas.

—Está bien. Iré y me reuniré con ese individuo. Luego decidiré qué hacer.

Se levantó en silencio y salió del cuarto. Maya permaneció en el sofá con la espada de jade. La hoja estaba perfectamente engrasada, y el acero centelleó cuando lo blandió en el aire.

«Guárdalo —se dijo—. Oculta su poder en la oscuridad.»

De la cocina le llegaron voces. Caminando suavemente de modo que el suelo de madera no crujiera, Maya entró en el salón y miró por una rendija de la puerta. Hollis y Vicki habían vuelto a la casa y estaban charlando de su congregación mientras preparaban el almuerzo. Según parecía, dos ancianas habían discutido sobre cuál de ellas preparaba la mejor tarta nupcial, y la congregación había tomado partido.

—Entonces, cuando mi prima escogió a la señorita Anne para que le hiciera la tarta, la señorita Grace se presentó en el banquete y fingió ponerse enferma al comerla.

—Eso no me extraña. Lo que me sorprende es que no metiera un puñado de cucarachas muertas en la masa.

Ambos se echaron a reír al mismo tiempo. Hollis sonrió a Vicki, pero apartó la mirada rápidamente. Maya dejó que el suelo crujiera para que ellos supieran que estaba en la habitación contigua, esperó unos segundos y entró en la cocina.

—He estado hablando con Gabriel. Montará el neumático nuevo, y nos marcharemos mañana por la mañana.

—¿Adónde vais? —preguntó Hollis.

—Lejos de Los Ángeles. Eso es cuanto necesitas saber.

—De acuerdo. Es tu decisión. —Hollis se encogió de hombros—. ¿No me vas a dar ninguna otra información?

Maya se sentó a la mesa de la cocina.

—Utilizar cheques o hacer transferencias bancarias pone en riesgo la seguridad. La Tabula se ha vuelto muy hábil a la hora de rastrear ese tipo de operaciones. Dentro de unos días recibirás una revista o un catálogo en un sobre con matasellos alemán. Dentro de las páginas habrá escondidos billetes de cien dólares. Puede que hagan falta dos o tres entregas, pero te pagaremos tus cinco mil.

—Eso es demasiado dinero —dijo Hollis—. Se trataba de mil dólares al día, y sólo os he ayudado dos días.

Maya se preguntó si Hollis habría dicho lo mismo de no haber estado Vicki mirándolo. Cuando a uno le gustaba otra persona se hacía débil y vulnerable. Hollis quería demostrar nobleza delante de aquella joven.

—Me ayudaste a encontrar a Gabriel. Te pago por tus servicios.

—¿Y eso es todo?

—Sí. El contrato queda cancelado.

—¡Venga ya, Maya! La Tabula no va a abandonar. Os seguirán buscando a ti y a Gabriel. Si de verdad quieres despistarlos deberías darles alguna información falsa. Haz que parezca que sigues aquí, en Los Ángeles.

—¿Y cómo lo harías?

—Tengo unas cuantas ideas. —Hollis lanzó una mirada a Vicki—. Si vosotros, los Arlequines, estáis dispuestos a pagarme cinco de los grandes, yo estoy dispuesto a daros tres días más de trabajo.

27

A la mañana siguiente, Vicki se levantó temprano y preparó café y galletas para todos. Después de desayunar, salieron y Hollis examinó la furgoneta de Maya. Echó un litro de aceite en el motor y le cambió las matrículas por las del vehículo abandonado de un vecino. A continuación, rebuscó en los armarios y salió con unas cuantas botellas de agua, ropa extra para Gabriel, una larga caja de madera para esconder la escopeta y un mapa de carreteras que les mostraría la ruta hasta el sur de Arizona.

Maya sugirió que cargaran la moto en la parte de atrás de la furgoneta, al menos hasta que salieran de California, pero Gabriel rechazó la idea.

—Estás exagerando —le dijo—. En estos momentos debe de haber cientos de miles de vehículos circulando por las carreteras de Los Ángeles. No veo cómo podría localizarme la Tabula.

—El que realiza la búsqueda no es un ser humano, Gabriel. La Tabula puede acceder a las cámaras de vigilancia que hay en los postes de señalización. En estos momentos, hay en marcha un programa de escaneo que está procesando las imágenes y buscando la matrícula de tu moto.

Tras cinco minutos de discusión, Hollis encontró un trozo de cuerda de nailon en su garaje y lo utilizó para atar la mochila de Gabriel a la parte trasera de la moto. Aparentaba ser una forma natural de cargar con la mochila, pero de paso también ocultaba la placa. Gabriel asintió y puso en marcha el vehículo mientras Maya subía a la furgoneta, bajaba la ventanilla y hacía un gesto afirmativo a Hollis y Vicki.

En esos momentos, la joven ya estaba acostumbrada a los modales de los Arlequines. A Maya le resultaba difícil decir «gracias» o «hasta otra». Quizá su actitud se debiera al orgullo o fuera simple rudeza, pero para Vicki había otro motivo. Los Arlequines habían aceptado una pesada obligación: defender a los Viajeros con la vida. Establecer amistad con alguien que no fuera de su mundo podía incrementar la carga. Ésa era la razón de que prefirieran contratar mercenarios a los que podían despedir.

—A partir de ahora has de tener mucho cuidado —le dijo Maya a Hollis—. La Tabula ha desarrollado un sistema de rastreo de las transacciones electrónicas. También están experimentando con segmentados, animales modificados genéticamente para matar personas. Tu mejor estrategia consistirá en ser disciplinado y a la vez imprevisible. Los ordenadores de la Tabula tienen dificultades a la hora de calcular ecuaciones que incluyan elementos aleatorios.

—Tú ocúpate de enviar el dinero —contestó Hollis abriendo la verja—. No te preocupes por mí.

Gabriel salió el primero, y Maya lo siguió. La furgoneta y la moto bajaron lentamente por la calle, giraron en la esquina y se perdieron de vista.

—¿Qué opinas? —preguntó Vicki—. ¿Crees que estarán a salvo?

Hollis se encogió de hombros.

—Gabriel siempre ha llevado una vida muy independiente. No sé si va a aceptar las órdenes de una Arlequín.

—¿Y qué opinas de Maya?

—En el circuito de lucha de Brasil, te sitúas en medio del ring antes de un combate. Luego, el árbitro presenta a los contendientes y miras a los ojos a tu adversario. Hay gente que opina que la pelea se ha terminado en ese momento porque hay uno que está fingiendo ser valiente mientras que el ganador está mirando a través del otro.

—¿Y Maya es así?

—Acepta la posibilidad de morir, y no parece asustarla. Ésa es una gran ventaja para un guerrero.

Vicki ayudó a Hollis a recoger la cocina y a lavar los platos. Él le preguntó si le gustaría acompañarlo a su escuela y recibir su primera clase de capoeira a las cinco de la tarde, pero Vicki rehusó y le dio las gracias. Era hora de regresar a casa.

Durante el viaje en coche no se dirigieron la palabra. Hollis no dejó de observarla, pero ella no le devolvió las miradas. Cuando aquella mañana se había ido a duchar, Vicki había cedido a la curiosidad y registrado el baño igual que un detective. En el cajón de debajo del lavamanos había encontrado un camisón limpio, un spray de laca para el pelo, compresas y cinco cepillos de dientes por estrenar. No esperaba que Hollis hubiera hecho voto de castidad, pero cinco cepillos de dientes, cada uno en su estuche, sugería una serie interminable de mujeres desnudándose y desfilando por su cama. Luego, a la mañana siguiente, Hollis las devolvería a su casa, tiraría los cepillos usados y vuelta a empezar.

Cuando llegaron a su calle cerca de Baldwin Hills, Vicki pidió a Hollis que aparcara en la esquina. No quería que su madre la viera en el coche y saliera corriendo de casa. Josetta supondría lo peor de Hollis: que la rebelión de su hija había sido causada por su relación secreta con aquel hombre.

Se volvió hacia él.

—¿Cómo vas a convencer a la Tabula de que Gabriel sigue en Los Angeles?

—No tengo un plan preciso, pero ya se me ocurrirá algo. Antes de que Gabriel se marchara, grabé su voz en una cinta. Si lo oyen haciendo una llamada local supondrán que sigue en la ciudad.

—Y luego, ¿qué harás?

—Coger el dinero y adecentar mi escuela. Necesitamos un sistema de aire acondicionado porque el propietario del inmueble no quiere soltar la pasta.

Vicki debió de mostrar su decepción ante la mal disimulada actitud de fastidio de Hollis.

—¡Vamos ya, Vicki, no te comportes como una meapilas! En las últimas veinticuatro horas no has sido así.

—¿Y cómo es una meapilas?

—Haciendo siempre juicios morales. Citando a Isaac T. Jones a la mínima oportunidad.

—Sí, me olvidaba que tú no crees en nada.

—Creo en ver las cosas con claridad. Y me parece que está muy claro que la Tabula tiene toda la pasta y todo el poder. Hay más de una posibilidad de que localicen a Gabriel y a Maya. Ella es una Arlequín, así que no se rendirá. —Hollis meneó la cabeza—. Predigo que dentro de unas semanas habrá muerto.

—¿Y no piensas hacer nada?

—No soy un idealista. Dejé la iglesia hace mucho. Tal como te dije, acabaré el trabajo, pero no voy a luchar por una causa perdida.

Vicki apartó la mano del tirador y se encaró con él.

—Dime, Hollis, ¿de qué te ha servido todo tu entrenamiento? ¿Para hacer dinero? ¿Eso es todo? ¿No deberías estar luchando por algo que ayudara a los demás? La Tabula quiere capturar y controlar a cualquiera que pueda ser un Viajero, y desean que los demás nos comportemos como robots, obedeciendo a los rostros que aparecen en la televisión y odiando y temiendo a gente que nunca hemos visto.

Hollis hizo un gesto de indiferencia.

—No digo que no tengas razón, pero eso no cambia nada.

—Y si se desencadena una gran batalla, ¿de qué lado estarás tú?

Vicki puso la mano en el tirador, dispuesta a marcharse; pero Hollis extendió la suya y se la acarició. Con un simple y suave tirón la atrajo hacia él, se inclinó y la besó en los labios. Fue como si la luz fluyera entre los dos y por un instante se fundieran en uno. Vicki se apartó y abrió la portezuela.

—¿Te gusto? —preguntó él—. Reconoce que te gusto.

Other books

Gateway by Frederik Pohl
Sail of Stone by Åke Edwardson
A Scanner Darkly by Philip K. Dick
The Sacrificial Lamb by Fiore, Elle
Villa Pacifica by Kapka Kassabova
When Summer Fades by Shaw, Danielle
The Longest Winter by Harrison Drake
01_Gift from the Heart by Irene Hannon