El viajero (95 page)

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Authors: Gary Jennings

Tags: #Aventuras, Historica

—Como los Lamed-var —le interrumpí —. Y los tzaddikim.

—…y donde quiera que vaya continúa compartiendo con los demás judíos todo lo que recuerda del pasado y las cosas nuevas de valor que aprendió por el camino.

—Por eso estabais enterado de mi existencia. Desde que Mordecai escapó del Vulcano la voz se ha ido corriendo…

No dio a entender que hubiera oído nada de lo que dije, sino que continuó hablando:

—Afortunadamente, los mongoles no discriminan entre las razas inferiores. De modo que yo a pesar de ser un judío, soy artificiero de la Corte del kan Kubilai, quien respeta mi arte y a quien no preocupa que mi apellido sea uno de los siete.

—Debéis de estar muy orgulloso, maestro Shi —le dije —. Me gustaría saber cómo llegasteis a escoger esta extraordinaria profesión, y cómo conseguisteis tanto éxito en ella. Siempre había pensado que los judíos eran prestamistas y prenderos, no artistas, ni gente interesada por el éxito.

Soltó de nuevo un bufido:

—¿Quién os ha dicho que el prestamismo sea poco artístico o que una casa de prendas tenga poco éxito?

No pude responder nada, y él al parecer no esperaba ninguna respuesta, o sea que le pregunté:

—¿Cómo inventasteis el árbol de fuego?

—No lo inventé. El secreto de su fabricación lo descubrió un han, y de eso hace mucho tiempo. Mi contribución ha consistido en hacer más fácil la aplicación del secreto.

—¿Y cuál es el secreto, maestro Shi?

—Se llama huoyao, el polvo de fuego. —Nos acercamos a una mesa de trabajo y de una de las muchas jarras y frascos que contenía sacó un pellizco de un polvo gris oscuro —. Observad lo que sucede si dejo esta pizca de huoyao en este plato de porcelana y lo toco con fuego… así.

Cogió una varita encendida de incienso y aplicó la punta al polvo. Tuve un sobresalto cuando el huoyao se inflamó con un ruido rápido, colérico y silbante y produjo una llamarada breve e intensa que dejó una nubecilla de humo azul cuyo olor acre yo ya conocía.

—Esencialmente —dijo el artificiero —, este polvo lo único que hace es quemarse con una rapidez superior a la de cualquier otra sustancia. Pero si se mete muy apretado en un recipiente, la combustión rompe éste produciendo UH fuerte ruido y gran cantidad de luz. Si se añaden al huoyao básico otros polvos, sales metálicas de uno u otro tipo, la combustión presenta colores diferentes.

—Pero ¿por qué vuela? —le pregunté —. Además, a veces explota dando una serie de

colores distintos.

—Para conseguir este efecto se empaqueta el huoyao dentro de un tubo de papel como éste, con una pequeña abertura en su extremo. —Me enseñó uno de aquellos tubos de papel rígido. Era como una vela grande y hueca, con un agujero en lugar de mecha —. Si entra una chispa en este agujero el polvo se enciende y la llamarada intensa que brota de esta abertura, en el extremo inferior, impulsa todo el tubo hacia adelante o hacia arriba si el tubo apunta en esa dirección.

—Ya lo vi —dije —. Pero ¿por qué lo hace?

—Vamos, Polo —me reprendió —. Tenemos aquí uno de los primeros principios de la filosofía natural. Todo huye del fuego.

—Claro —dije —.Claro.

—Este es el fuego más intenso que existe y por lo tanto el recipiente huye de él con la mayor energía posible. Y la violencia del retroceso lleva el tubo a una gran distancia o a una gran altura.

Yo agregué para demostrarle que entendía su explicación:

—Pero el tubo tiene el fuego en sus mismas entrañas, y por fuerza ha de llevarse el fuego consigo.

—Exactamente. Y se lleva consigo algo más que el fuego, porque antes he atado otros tubos alrededor del que huye. Cuando el primero se ha consumido, y yo puedo decidir el tiempo que tardará, enciende los otros tubos. Según de qué tipo sean, los demás tubos explotan en aquel instante esparciendo fuego de un color u otro, o bien huyen siguiendo el mismo curso para explotar al cabo de un rato. Puedo combinar en un aparato varios tubos voladores y explosivos y fabricar un árbol de fuego que brote hacia arriba a cualquier altura y que luego estalle produciendo un dibujo de flores chispeantes con muchos colores distintos. Flores de melocotón, de amapola, lirios de tigre, cualquier flor que desee hacer florecer en el cielo.

—Es ingenioso —dije —. Fantástico. Pero el ingrediente principal, el huoyao, ¿de qué

elementos mágicos se compone?

—Fue un hombre realmente ingenioso quien lo compuso por primera vez —explicó el artificiero —. Pero los elementos constituyentes son los más simples imaginables. —Cogió

pizcas de polvo de tres jarras distintas y las depositó sobre la mesa: un polvo era negro otro amarillo, el tercero blanco —. Tanhua, liu y tongbian. Probadlos y deberéis reconocerlos.

Lamí la punta de un dedo, cogí con él unos cuantos granos del fino polvo negro y toqué

mi lengua; entonces dije sorprendido:

—No es más que carbón vegetal. —Después de probar el polvo amarillo dije —: Sólo azufre común. —Y en relación al polvo blanco comenté pensativamente —: Hum. Salado, amargo, casi avinagrado. Pero ¿qué…?

El maestro Shi sonrió y dijo:

—La orina cristalizada de un chico virgen.

—Vaj! —gruñí y me restregué la manga sobre la boca.

—Tongbian, la piedra de otoño, como lo llaman los han —dijo el artificiero disfrutando maliciosamente con mi confusión —. Los brujos, hechiceros y practicantes de la al-kimia lo consideran un elemento precioso. Lo emplean en medicinas, filtros amorosos y cosas semejantes. Toman la orina de un chico no mayor de doce años, la filtran a través de ceniza de madera y dejan que se solidifique en forma de cristales. Como veis, es bastante difícil de conseguir, y sólo llega en pequeñas cantidades. Pero la receta original del polvo de fuego lo especificaba así: carbón, azufre y la piedra de otoño, y esta receta se transmitió sin cambiar a lo largo de las generaciones. El carbón y el azufre han sido siempre abundantes, pero no el tercer ingrediente. O sea que antes de mi época se

fabricaban muy pocas cantidades de polvo de fuego.

—¿Inventasteis algún sistema para disponer en abundancia de chicos vírgenes?

Hizo un ronquido al estilo de Mordecai:

—A veces resulta beneficioso proceder de una familia humilde. Cuando probé por primera vez el elemento, como acabáis de hacer vos, descubrí que era una sustancia diferente y mucho menos exquisita. Mi padre era vendedor ambulante de pescado, y para que los filetes de pescado barato tuvieran un color rosado más delicioso los impregnaba en una salmuera de una sal vil llamada salitre. La piedra de otoño no es más que eso: salitre. Ignoro por qué motivo tiene que estar presente en la orina de los chicos, ni me importa, porque no necesito chicos para fabricarla. Kitai está bien provisto de lagos salados y en sus bordes hay abundancia de costras que contienen salitre. O sea que muchos siglos después de que algún genio han de la al-kimia compusiera por primera vez el polvo de fuego, yo, el simple hijo, muy inquisitivo, de un judío vendedor ambulante de pescado, un han Shi, fui el primero en fabricarlo en grandes cantidades consiguiendo así que los hombres de todas partes puedan disfrutar del glorioso espectáculo de sus árboles de fuego y sus chispeantes flores.

—Maestro Shi —dije con cierta vacilación —, cuando admiré por primera vez la belleza de estas obras, al mismo tiempo se me ocurrió la idea de dedicarlas a usos de mayor rendimiento. Tuve esta idea cuando mi caballo se encabritó y retrocedió ante el despliegue de los árboles de fuego. ¿No podrían utilizarse como armas de guerra estos aparatos vuestros? ¿Para romper una carga de caballería, por ejemplo?

El maestro volvió a lanzar un ronquido:

—Buena idea, sí, pero lleva un retraso de unos sesenta años. En el año de mi nacimiento, vamos a ver, esto sería según vuestro cómputo cristiano el mil doscientos catorce, mi ciudad natal de Kaifeng fue asediada por los mongoles del kan Chinghiz. Su caballería se asustó y se dispersó ante unas bolas de fuego que llegaron volando en medio de ella con estelas de chispas, silbidos y estallidos. No hay que decir que eso no detuvo mucho tiempo a los mongoles, y que al final conquistaron la ciudad, pero esta valiente defensa inventada por el artificiero de Kaifeng se hizo legendaria. Y como ya os dije nosotros los judíos recordamos muy bien las leyendas. Yo crecí fascinado por el tema, y al final me convertí en artificiero. Ésa fue la primera utilización guerrera que se recuerda del polvo de fuego y tuvo lugar en Kaifeng.

—¿La primera? —repetí —. ¿O sea que luego se ha utilizado más veces?

—Nuestro kan Kubilai no es un guerrero que pueda ignorar ningún aparato bélico prometedor —dijo el maestro Shi —. También yo estoy interesado en ensayar nuevas aplicaciones de mi arte, pero además el kan me ha encargado que investigue personalmente todo posible uso del huoyao en los proyectiles de guerra. Y he conseguido algunos éxitos parciales.

—Me gustaría conocerlos —le dije.

El artificiero no parecía muy dispuesto a contarme más. Me miró por debajo de sus cejas fungoides y dijo:

—Los han tienen una historia. Trata sobre el maestro arquero Yi que venció durante toda su vida a todos los enemigos, hasta que enseñó sus habilidades a un discípulo ansioso de aprender, y éste acabó matándolo.

—No deseo apropiarme de ninguna de vuestras ideas —dije —. Y os comunicaré

libremente todas las que se me ocurran. Os podrían ser de alguna utilidad.

—El peligro de la belleza —murmuró —. Bien, ¿conocéis la nuez grande y peluda llamada nuez índica?

Me pregunté qué relación podía tener y le respondí:

—He comido su carne en algunos platos confeccionados aquí.

—Yo he cogido nueces índicas vaciadas, he metido en su interior huoyao bien prensado y he insertado mechas que comuniquen al polvo una chispa transcurrido un intervalo adecuado de tiempo. He hecho lo mismo con los entrenudos de la robusta caña zhugan. Un nombre o una simple catapulta puede proyectar estos objetos dentro de las defensas enemigas y si funcionan correctamente liberan su energía con una fuerza explosiva tan grande que una sola nuez o caña podría hundir esta casa entera.

—Maravilloso —dije.

—Cuando funciona. También he utilizado con otro fin cañas mayores de zhugan. Si inserto uno de mis aparatos volantes en una caña larga y vacía antes de encender la mecha, un guerrero puede ^Puntar literalmente el proyectil como una flecha y enviarlo volando a su objetivo, en línea más o menos recta.

—Ingenioso —dije.

—Cuando funciona. He fabricado también proyectiles mezclando el huoyao con aceite mineral, con polvo de kara, incluso con estiércol de campo. Cuando se disparan sobre las defensas de un enemigo esparcen un fuego casi inextinguible, o un humo denso maloliente y asfixiante.

—Fantástico —dije.

—Cuando funcionan. Por desgracia el huoyao tiene un defecto que lo hace totalmente inútil para el uso militar. Como habéis visto, sus tres elementos componentes son polvos finamente molidos. Pero cada uno de estos polvos tiene una densidad o peso inherente distintos. Y por apretados que estén estos tres componentes en un recipiente, se van separando gradualmente uno de otro. El menor movimiento o vibración del recipiente provoca la descombinación del salitre, más pesado, que se desliza hacia el fondo y el huoyao acaba inerte e impotente. Por lo tanto resulta imposible fabricar, almacenar y suministrar cualquiera de mis inventos. Bastan los movimientos dentro del almacén, y más los de fuera de él, para dejarlo absolutamente inútil.

—Entiendo —dije, compartiendo su tono de profundo desengaño —. ¿Por eso estáis continuamente de viaje, maestro Shi?

—Sí. Para organizar una exhibición de árboles de fuego en cualquier ciudad, debo desplazarme hasta allí y hacerlo todo sobre el terreno. Me llevo un cargamento de tubos de papel, mechas y barriles de cada uno de los polvos constituyentes, y no cuesta mucho luego mezclar el huoyao y cargar los distintos aparatos. Eso es, claro, lo que hizo el artificiero de Kaifeng cuando se puso cerco a mi ciudad. Pero ¿podéis imaginaros todo eso en época de guerra, en el campo de batalla en pleno combate? Cada compañía de guerreros debería disponer de su propio artificiero, y éste debería tener a mano todos sus suministros y equipo y ser inhumanamente rápido y hábil. No, Marco Polo, temo que el huoyao será para siempre un bonito juguete. Al parecer no hay esperanza de aplicarlo militarmente, excepto quizá en la situación ocasional de una ciudad asediada.

—¡Qué lástima! —murmuré —. ¿Pero el único problema es la tendencia de los polvos a separarse?

—Éste es el único problema —dijo con recalcada ironía —, del mismo modo que la falta de alas es lo único que impide volar a un hombre.

—Sólo la separación… —dije para mí, varias veces, hasta que di un chasquido con los dedos y exclamé —: ¡Ya lo tengo!

—¿Lo tenéis ya?

—El polvo se dispersa, pero el fango no, y la arcilla endurecida tampoco. ¿Supongamos que humedecierais el huoyao para formar un fango? ¿O que lo cocierais para convertirlo en un sólido?

—Imbécil —dijo, pero en tono divertido —. Si se humedece el polvo ya no se inflama. Y si lo ponéis al fuego para que se cueza puede estallaros en la cara.

—Oh —exclamé, desinflándome.

—Os lo dije, en esta bella materia hay peligro.

—Yo no temo mucho el peligro, maestro Shi —repliqué, mientras continuaba rumiando el problema —. Sé que estáis muy ocupado preparando las celebraciones de Año Nuevo, o sea que no deseo molestaros con mi compañía. Pero mientras vos hacéis otras cosas me gustaría que me dejarais algunas jarras de huoyao para poder especular sobre maneras y sistemas…

—Bevakashá! Con esto no se puede jugar.

—Tendré mucho cuidado, maestro Shi. Quemaré como máximo una pizca de polvo. Estudiaré sus propiedades e intentare encontrar una solución al problema de la separación de los componentes.

—Jakma! Como si yo y todos los demás artificieros no hubiésemos dedicado nuestras vidas a ello, desde que se compuso por primera vez el polvo de fuego. Y vos, que no habíais visto nunca tal sustancia, me proponéis ahora que juegue como hizo el maestro arquero Yi.

Entonces le dije persuasivamente:

—Lo mismo podría haber dicho el artificiero de Kaifeng. —Hubo un breve silencio y añadí —: Tampoco el inquisitivo hijo de un vendedor ambulante de pescado merecía la confianza necesaria que le permitiera aportar una nueva idea al arte. Hubo un silencio más largo. Luego el maestro Shi suspiró y dijo, evidentemente a su deidad:

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