El viajero

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Authors: Gary Jennings

Tags: #Aventuras, Historica

 

Sinopsis

Estando Marco Polo en su lecho de muerte, se reunieron a su alrededor su capellán, sus amigos y parientes, suplicándole que renunciara finalmente a las incontables mentiras que había hecho pasar por aventuras reales, para que así su alma subiera al cielo purificada. El anciano se incorporó, los maldijo a todos rotundamente y declaró: «No he contado ni la mitad de lo que hice ni de lo que vi.»

(Según fra Jacopo D'Acqui, contemporáneo de Marco Polo y su primer biógrafo).

Gary Jennings

El viajero

ePUB v1.0

GranOso
01.05.12

Editorial: Planeta colombiana Editorial S. A. 1992

Título original:
The Journeyer

Autor: Gary Jennings

Publisher: Simon & Schuster Trade (1983).

Traducción: María del Mar Moya y Miquel Muntaner

Ilustraciones: Portada preparada por GranOso

Editor original: GranOso (v1.0 a v1.x)

ePub base v2.0

Para Glenda

CY APRES COMMENCE

LE LIURE

DE MESSIRE MARC PAULE

DES DIUERSES

ET GRANDISMES

MERUEILLES DU MONDE

¡Acercaos, grandes príncipes! ¡Acercaos,

emperadores y reyes, duques y marqueses,

caballeros y burgueses! ¡Acercaos, vosotros, gentes de toda posición, que deseáis ver las muchas caras

de la humanidad y conocer las diversidades

del mundo entero! Tomad este libro

y leedlo, o haced que os lo lean.

En él encontraréis los mayores prodigios

y las maravillas más extraordinarias…

¡Ah, Luigi, Luigi! En la gastada y arrugada ampulosidad de estas viejas páginas oigo de nuevo tu voz.

Han pasado muchos años desde que leí por última vez nuestro libro, pero cuando llegó

tu carta lo fui de nuevo a buscar. Aún me hace sonreír y al mismo tiempo lo admiro. Lo admiro porque me ha hecho famoso, por inmerecida que sea esta fama; y sonrío por el descrédito que me ha acarreado. Ahora me dices que querrías escribir otra obra, un poema épico esta vez, incorporando de nuevo las aventuras de Marco Polo —suponiendo que yo lo acepte —, pero atribuyéndoselas a un protagonista inventado. Me viene a la memoria nuestro primer encuentro en las celdas de aquel palazzo genovés, al que habíamos ido a parar como prisioneros de guerra. Recuerdo con qué

timidez te acercaste a mí, y con qué reticencia me hablaste:

—Micer Marco, yo soy Luigi Rustichello, natural de Pisa, y estoy aquí cautivo desde

mucho antes de que vos llegarais. Os he escuchado contar aquella divertida y obscena historia del hindú cuyo ejem quedó atrapado en el agujero de la roca santa. Os la he oído contar ya tres veces. Una vez a vuestros compañeros de prisión, la siguiente al carcelero, y aún otra vez más al limosnero de la Hermandad de Justicia que nos visita.

—Y estáis harto de oírla, ¿verdad, micer? —te pregunté.

Y tú dijiste:

—No, en absoluto, micer; pero vos sí os hartaréis pronto de contarla. Muchas otras personas querrían escuchar esa historia y todas las demás que alguna vez habéis contado, y las que quizá aún no habéis narrado. Antes de que os canséis de relatarla, o de que la propia historia os aburra, ¿por qué no me contáis a mí todos los recuerdos de vuestros viajes y aventuras? Contádmelos una sola vez, y dejadme que los ponga sobre el papel. Escribo con cierta facilidad y tengo mucha experiencia. Vuestras narraciones pueden convertirse en un buen libro, micer Marco, y entonces multitud de personas podrán leerlas por su cuenta.

Y así lo hice, y así lo hiciste tú, y asimismo lo han hecho las multitudes a que te referías. Muchos otros viajeros escribieron sus viajes antes que yo, pero ninguna de esas obras disfrutó nunca de la popularidad inmediata e ininterrumpida de nuestra Descripción del Mundo. Tal vez se deba, Luigi, a que decidiste transcribir mis palabras al francés, la lengua occidental más conocida. O quizá porque mis historias quedaban mejor al escribirlas tú que al contarlas yo. En cualquier caso, y ante mi sorpresa, nuestra obra fue muy leída, comentada y buscada. La copiaron y recopiaron, y se ha traducido ya a casi todas las demás lenguas de la cristiandad, y también de esas versiones han salido y circulado incontables copias.

Pero en ninguna de ellas se cuenta la singular historia del angustiado hindú y la piedra que violó.

Cuando en aquella fría y húmeda prisión genovesa yo me sentaba a contar mis recuerdos y tú a darles su correcta expresión, decidimos relatarlos sólo con las palabras más adecuadas. Tú debías tener en cuenta tu reputación, y yo el nombre de mi familia. Tú pertenecías a los Rustichello de Pisa, y yo era un Polo de Venecia. Tú eras el romancier courtois, famoso ya por tus versiones de las historias clásicas de caballería —Tristán e Isolda, Lancelot y Ginebra, Amis y Amilión —, yo era, como me describiste en el libro, uno de los «sajes et nobles citaiens de Venece». Así pues, decidimos que nuestras páginas sólo contendrían las aventuras y observaciones que pudiésemos publicar sin escrúpulos y sin ruborizar a nadie, para que pudieran leerse sin ofender la sensibilidad cristiana de doncellas y monjas.

Después optamos por sacar del libro todas las cosas difíciles de creer para un lector que apenas hubiese salido de su casa. Recuerdo que incluso discutimos si incluir o no mis encuentros con la piedra que arde y la tela que no se quema. Y al final, muchas de las más maravillosas anécdotas de mis viajes quedaron, por así decirlo, abandonadas en el camino, a lo largo de mis vagabundeos. Suprimimos lo increíble, lo obsceno y lo escandaloso. Pero ahora me dices que quieres llenar esas lagunas, aunque sin poner en peligro mi buen nombre.

Tu nuevo protagonista se llamará monsieur Bauduin, no micer Marco, y será natural de Cherburgo, y no de Venecia. Pero en todo lo demás, él será yo. Vivirá, disfrutará y soportará todo lo que yo hice y todo lo que callé hasta ahora, si me decido a refrescar tu memoria contándote de nuevo esas historias.

Reconozco que la tentación es grande. Será como revivir aquellos días —y aquellas noches —, y esto es algo que hace tiempo que deseaba hacer. Siempre intenté, y tú lo sabes, volver a viajar por el Lejano Oriente. Pero no, no puedes haberlo sabido. Ni siquiera lo he comentado en mi círculo familiar. Ha sido un sueño demasiado acariciado

para poder compartirlo con nadie… Sí, en algún momento pretendí marcharme de nuevo. Pero al recobrar la libertad en Génova y regresar a Venecia, los negocios familiares reclamaron mi atención, y esto me hizo dudar. Luego conocí a Donata y nos casamos. Volví a dudar una temporada, y después tuvimos una hija. Naturalmente esto me ofrecía más motivos de duda, y llegó una segunda hija y luego una tercera. Es decir, que por una u otra razón seguí dudando, y de repente un día me encontré viejo.

¡Viejo! ¡Es inconcebible! Cuando me adentro en nuestro libro, Luigi, me veo de niño, de joven, luego en mi madurez, y al final del libro soy aún un hombre lleno de energía. Pero cuando me miro al espejo, veo en él a un forastero envejecido, encorvado, gastado, debilitado por la corrosiva oxidación de sesenta y cinco años. Y murmuro: «Este viejo no puede volver a sus viajes», y entonces me doy cuenta de que este viejo es Marco Polo.

Como ves, tu carta llegó en un momento vulnerable. Y tu propuesta para que colabore a crear un nuevo libro es una oportunidad que no dejaré escapar. Si no puedo repetir lo que hice antaño, al menos puedo recordarlo y saborearlo mientras lo cuento, ya que ahora puedo hacerlo con la impunidad que me proporciona tu disfraz de Bauduin. Quizá

te sorprenda que acepte encantado este disfraz, como puede que te sorprenda también mi comentario de que el primer libro me dio un inmerecido renombre y una mala fama de la que no fui acreedor.

Nunca me he jactado de ser el primer hombre que viajó de Occidente al Lejano Oriente, ni tú pusiste en nuestro libro tal baladronada. Sin embargo, parece que ésta fue la impresión que obtuvieron muchos de sus lectores, o la de los lectores que no viven en Venecia, en donde tales fantasías resultan imposibles. En definitiva, mi propio padre y mi tío, venecianos ambos, habían ido a Oriente y regresado, antes de emprender de nuevo viaje, llevándome con ellos esa vez. También encontré en Oriente a muchos occidentales de todos los países, desde Inglaterra hasta Hungría, que habían llegado antes que yo, y algunos permanecieron allí más tiempo.

Además, con gran anterioridad a todos ellos muchos otros europeos habían pasado por la misma Ruta de la Seda que yo recorrí. Por ejemplo, el rabino español Benjamín de Tudela, y el fraile franciscano Zuáne de Carpini, y el fraile flamenco Guillaume de Rubrouk; e igual que yo, todos estos hombres publicaron relatos de sus viajes. Hace ya setecientos u ochocientos años que los misioneros de la Iglesia cristiana nestoriana se introdujeron en Kitai, y actualmente muchos de ellos ejercen allí su ministerio. Seguramente hubo mercaderes occidentales yendo y viniendo de Oriente incluso antes de la época cristiana. Se sabe que los faraones del antiguo Egipto usaban sedas orientales, y en el Antiguo Testamento la seda se menciona tres veces. Muchas otras cosas y las palabras con que las nombramos formaban ya parte de nuestro lenguaje veneciano con gran anterioridad a mi época. Varios edificios de nuestra ciudad están decorados, Por fuera o por dentro, con esa especie de trabajo de filigrana que copiamos de los árabes, denominado desde hace tiempo arabesco. El nombre del sanguinario sassín proviene de los hassasin de Persia, hombres que mataban por fanatismo religioso estimulados con la droga del hachís. La indiana, ese tejido satinado de bajo precio, se aprendió a confeccionar en la India, en donde se le llama chint, y también fueron los habitantes de la India quienes inspiraron nuestra expresión veneciana de «far l'indian», hacer el indio, que significa comportarse de modo estúpido.

No, yo no fui el primero en viajar a Oriente o en regresar de allí. Por lo tanto, mi fama es evidentemente inmerecida mientras se deba al malentendido de que fui el primero. Pero mi descrédito es aún menos merecido, porque se basa en la suposición ampliamente divulgada de mi deshonestidad y falsedad. Tú y yo, Luigi, sólo pusimos en

nuestro libro las observaciones y experiencias que juzgamos verosímiles, pero ni siquiera así me han creído. Aquí en Venecia me llaman sarcásticamente «Marco Millones»; un apodo que no se refiere a la riqueza de ducados, sino a mi supuesta acumulación de mentiras y exageraciones. Esto en vez de molestarme me divierte, pero a mi mujer y a mis hijas las fastidia sobremanera que se las conozca por la Dona y las Damine Milioni.

De ahí que me complazca ponerme la máscara de tu ficticio Bauduin, cuando empiece a contar todo lo que no se ha dicho hasta ahora. Dejemos que el mundo, si así le place, piense que todo es ficción. Prefiero que no me crean a guardar silencio para siempre. Pero, en primer lugar, Luigi:

Por la copia del manuscrito que me enviaste junto a tu carta, para mostrarme el comienzo de la historia de Bauduin que te proponías relatar, llego a la conclusión de que tu dominio del francés ha mejorado considerablemente desde que redactaste nuestra Descripción del Mundo. Me atrevo a hacer otro pequeño comentario sobre aquel primer libro. El lector de sus páginas podía deducir que Marco Polo, durante todos sus días de viaje, había sido un hombre de entendimiento y edad razonables; y que en cierto modo hizo sus viajes por el cielo, tan alto que desde arriba podía contemplar de golpe toda la extensión de nuestra tierra, y señalando a una región y a otra, decir con seguridad: «Esta de aquí es distinta de aquélla.»

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