En el principio, dijo, entre todos los espíritus que existen, los yinn, los afarit, los peri y otros, había un espíritu llamado Sueño. El Sueño tenía y tiene a su cargo el estado en que se sumergen los seres vivos cuando duermen. Resulta que el Sueño había engendrado un enjambre de hijos, llamados Ensueños, pero en aquel tiempo tan remoto ni el Sueño ni sus hijos se habían imaginado que los Ensueños pudiesen meterse de noche en la cabeza de los hombres. Un buen día, cuando el buen espíritu del Sueño no tenía mucho quehacer, decidió llevarse de vacaciones a la playa a todos sus niños y niñas. Allí los dejó subir a una barquita que encontraron y se los quedó mirando cariñosamente mientras remaban por el mar.
Por desgracia, dijo el viejo poeta, el espíritu Sueño había hecho anteriormente algo que había ofendido a un poderoso espíritu llamado Tormenta, y la Tormenta estaba esperando el momento oportuno para vengarse. Cuando los pequeños hijos del Sueño se hubieron aventurado en el mar, la maligna Tormenta azotó el agua con una furia salvaje, hizo soplar un fuerte viento, y arrastró la frágil barca por todo el océano hasta que chocó
contra los arrecifes rocosos de una isla desierta llamada Aburrimiento y naufragó. Desde aquel día, dijo el sa'ir, todos los niños y niñas del Sueño quedaron abandonados en aquella triste isla.
Y ya sabéis —dijo —lo nerviosos que se ponen los niños cuando han de vivir inactivos en el Aburrimiento. De día los pobres Ensueños han de soportar este monótono exilio lejos del mundo de los vivos. Pero cada noche, al-hamdo-lillah!, el espíritu Tormenta pierde su poder, porque el espíritu Luna, más bueno, es el responsable de la noche. Gracias a ella los hijos del Sueño pueden escapar fácilmente unas horas del Aburrimiento. Y esto es lo que hacen. Abandonan la isla, recorren el mundo y se entretienen entrando en la cabeza de los hombres y mujeres que duermen. A esto se debe —prosiguió el sa'ir —que de noche cualquier durmiente pueda divertirse gracias a un ensueño, o ser instruido, avisado o asustado por él, según que el Ensueño de aquella noche concreta sea un Ensueño niño benéfico o un Ensueño niño juguetón, y según que aquella noche el Ensueño correspondiente esté de buen o de mal humor. Todos los oyentes expresaron ruidosamente su satisfacción cuando el cuento hubo concluido y dejaron caer una generosa lluvia de monedas en el cuenco del viejo. Yo tiré
un Sahi de cobre, porque la historia me había divertido, y no me pareció increíble, como muchos otros mitos orientales más tontos. Me pareció muy lógica la idea del poeta de que existen innumerables niños Ensueño de ambos sexos con temperamentos volubles y ganas de entrometerse en todo. Esta idea podría incluso sugerir una explicación aceptable de algunos fenómenos que ocurren con frecuencia en Occidente, bien atestiguados, pero no explicados hasta ahora. Me refiero a las temidas visitas nocturnas del íncubo que seduce a mujeres castas y del súcubo que seduce a curas castos. Cuando la puesta del sol señaló el fin del Ramazan, fui a la puerta trasera de la casa de la viuda Ester, y Sitaré me hizo entrar en la cocina. Ella y yo éramos sus únicos ocupantes, y ella manifestaba su estado de excitación apenas reprimido: sus ojos despedían destellos y sus manos no paraban de moverse. Seguramente se había vestido
con su mejor ropa, se había puesto al-kohl alrededor de las pestañas y zumo de cerezas en los labios, pero el arrebol de sus mejillas no había salido de ningún frasco de cosméticos.
—Llevas el vestido de la fiesta —le dije.
—Sí, pero también lo llevo para daros gusto. No voy a fingir nada, mirza Marco. Dije que me gustaba saber que yo era el objeto de vuestro ardor, y es verdad. Mirad, he puesto un jergón en aquel rincón. Y he comprobado que el ama y los demás criados van a estar ocupados en otros lugares y que nadie nos interrumpirá. Estoy francamente deseando que nuestra…
—Un momento —dije, pero sin mucha fuerza —. No he aceptado ningún trato. Tu belleza haría la boca agua a cualquier hombre, y lo estoy comprobando yo mismo, pero primero debo saber. ¿Cuál es el favor a cambio del cual estás dispuesta a entregarte?
—Tened paciencia un momento y luego os lo contaré. Me gustaría que contestarais primero a un acertijo.
—¿Es ésta otra costumbre del lugar?
—Sentaos en este banco. Poned las manos a los lados y agarrad el banco para no caer en la tentación de tocarme. Ahora cerrad los ojos. Fuerte. Y mantenedlos cerrados hasta que yo os lo diga.
Me encogí de hombros, hice lo que me había mandado y sentí que se movía un momento por la habitación. Luego me besó en los labios, de un modo tímido, inexperto y femenino, pero muy delicioso, y durante mucho rato. Me excité tanto que casi me mareé. Si no me hubiese agarrado al banco me habría tambaleado de un lado a otro. Esperé que dijera algo. En lugar de esto me besó de nuevo, como si la práctica le diera más placer, y lo hizo durante más tiempo. Hubo otra pausa y yo esperé otro beso, pero ella dijo:
—Abrid los ojos.
Los abrí y sonreí. Estaba de pie delante mío y el rubor de sus mejillas cubría ahora todo su rostro, y sus ojos brillaban y sus labios de rosa reían.
—¿Pudisteis distinguir un beso de otro? —me preguntó.
—¿Distinguirlos? Claro que no —dije galantemente. Luego agregué en el estilo de un poeta persa, o eso creía yo —: ¿Cómo puede un hombre decir de dos perfumes igualmente dulces o de dos fragancias igualmente embriagadoras, que uno es mejor que el otro? Sólo quiere más. ¡Y yo quiero más, más!
—Pues más besos tendréis. ¿Pero de mí? Fui yo quien os besó primero. ¿O los queréis de Aziz, que os besó después?
Al oír esto me tambaleé sobre mi banco. Entonces ella alargó la mano detrás suyo y lo sacó a la vista, y la conmoción que sentí fue todavía más fuerte.
—¡Sólo es un niño!
—Es mi hermano pequeño Aziz.
No era de extrañar que no le hubiese distinguido entre los criados de la casa. Sólo podía tener ocho o nueve años, y era pequeño incluso para su edad. Pero después de verlo una vez era difícil olvidar su presencia. Como todos los niños de la localidad que había visto, Aziz era un cupido alejandrino, pero su belleza superaba incluso el nivel de Kashan, del mismo modo que su hermana era superior a todas las demás chicas de Kashan que había visto. «íncubo o súcubo», pensé locamente. Yo estaba todavía sentado en aquel banco bajo y mis ojos y los suyos estaban al mismo nivel. Sus ojos azules eran claros y solemnes, y en su pequeña cara parecían mayores y más luminosos que los de su hermana. Su boca era como un capullo de rosa, idéntica a la de su hermana. Su cuerpo estaba perfectamente formado, hasta sus pequeños y ahusados dedos. Su cabello tenía el mismo color castaño oscuro que el de Sitaré, y su
piel era del mismo marfil. La belleza del niño estaba realzada por una aplicación de al-kohl alrededor de las pestañas y de zumo de cerezas sobre los labios. A mi parecer estas adiciones eran innecesarias, pero antes de que pudiera decirlo, Sitaré habló:
—Cuando no estoy atendiendo a la señora me permiten llevar cosméticos —dijo rápidamente como avanzándose a mis objeciones —y me gusta que Aziz lleve mis mismos adornos.
Anticipándose de nuevo a mi comentario, añadió:
—Mirad, quiero enseñaros algo, mirza Marco. —Con un movimiento torpe y apresurado desabrochó la blusa que llevaba su hermano y se la quitó —. Es un chico y como es natural no tiene pechos, pero contemplad estos pezones tan prominentes y delicados. Yo los miré asombrado porque estaban teñidos de rojo brillante con hinna. Sitaré dijo:
—¿No son muy semejantes a los míos? —Mis ojos se abrieron todavía más porque ella con un movimiento se quitó la parte superior de su vestidura y me mostró sus pechos con pezones pintados de hinna para que los comparara —. ¿Lo veis? Los suyos se excitan y se ponen tiesos como los míos.
Sitaré continuó charlando, pero yo ya era incapaz de interrumpirla.
—Además, Aziz es un chico y como es lógico tiene algo que a mí me falta. —Deshizo el cordón de su pai-yamah y dejó caer la prenda al suelo, arrodillándose luego a su lado —.
¿No es un perfecto zab en miniatura? Y observad, cuando lo acaricio. Igual que el de un hombrecito. Ahora mirad esto.
Hizo dar la vuelta al niño y con las manos separó sus rosadas nalgas con hoyuelos.
—Nuestra madre fue siempre muy estricta en el uso del golulé; cuando ella murió yo también lo fui, y ya podéis observar el magnífico resultado. —Con otro movimiento rápido y sin ninguna timidez de muchacha dejó caer al suelo su propio pai-yamah. Se dio la vuelta y se agachó ante mí para que pudiera observar la parte inferior de su cuerpo que no estaba velada por pelusa rojiza —. El mío está situado dos o tres dedos más hacia adelante, pero ¿podríais realmente distinguir entre mi mihrab y su…?
—¡Basta ya! —conseguí decir finalmente —. ¿Estás proponiéndome que peque con este niño?
No lo negó, pero el niño sí. Aziz se volvió de cara a mí y habló por primera vez. Su voz era como la vocecita musical de un pájaro cantor, pero firme:
—No, mirza Marco. Mi hermana no insiste, ni yo tampoco. ¿Creéis realmente que yo tendría necesidad de esto?
Desconcertado por la pregunta directa, tuve que admitir:
—No. —Pero luego volví a mis principios cristianos y le dije con tono acusador —: Exhibirse es tan reprensible como importunar. Cuando yo tenía tu edad, muchacho, apenas sabía la función normal de mis partes. Dios sabe que nunca las habría expuesto de modo tan consciente, malvado y… vulnerable. ¡Con sólo estar aquí frente a mí, de esta manera, ya eres un pecado!
Aziz puso una cara ofendida, como si le hubiese abofeteado, y arrugó sus delicadas cejas con una expresión de perplejidad.
—Todavía soy muy joven, mirza Marco, y quizá sea ignorante, porque nadie me ha enseñado aún a ser un pecador. Sólo me han enseñado a ser al-fa'il o al-mafa'ul, según lo exija la ocasión.
Yo suspiré. Por desgracia estaba olvidando de nuevo las costumbres locales. Así que por un momento dejé de lado mis principios en favor de la sinceridad y dije:
—Probablemente tanto actuando de activo como de pasivo podrías conseguir que un hombre olvidara que esto es un pecado. Y si para ti no lo es entonces te pido perdón por haberte acusado injustamente.
Me dirigió una sonrisa tan radiante que todo su cuerpecito desnudo pareció brillar en la
habitación, donde empezaba ya a oscurecer.
Luego dije:
—Te pido perdón también, Aziz, por haber pensado otras cosas injustas sobre ti sin haberte conocido. Sin duda alguna eres el niño más bello y fascinador que haya visto nunca, de cualquier sexo, y más atractivo que muchas de las mujeres adultas que he visto. Eres como uno de los niños Ensueño protagonistas de una historia que oí hace poco. Incluso serías una tentación para un cristiano, si tu hermana no estuviera presente. Debes comprender que ante el deseo que ella despierta, a ti te corresponde el segundo lugar.
—Lo entiendo —dijo el niño sonriendo todavía —. Y estoy de acuerdo. Sitaré, que era también una figura de alabastro brillando en la penumbra, me miró con cierto asombro y respiró a fondo como si no pudiese creerlo.
—¿Todavía me deseáis?
—Te deseo mucho. Tanto, que ahora mismo estoy rogando para que esté en mi poder hacer el favor que me pidas.
—Oh, es lo siguiente. —Recogió la ropa que se había quitado y la apretó en un montón contra su cuerpo para que su desnudez no me distrajera —. Os pedimos únicamente que os llevéis a Aziz en vuestra caravana y sólo hasta Mashhad. Yo parpadeé perplejo y pregunté:
—¿Por qué?
—Tú mismo has dicho que no has visto nunca un niño más bello y atractivo. Y Mashhad es un lugar donde convergen muchas rutas comerciales, un lugar de numerosas oportunidades.
—Yo no tengo muchas ganas de ir —dijo Aziz. Su desnudez también me distraía, por lo que cogí su ropa y se la di para que se tapara con ella —. No quiero dejar a mi hermana, que es toda la familia que me queda. Pero ella me ha convencido de que lo mejor que puedo hacer es irme.
—Aquí, en Kashan —continuó diciendo Sitaré —, Aziz es sólo uno de los incontables niños guapos que compiten entre sí para llamar la atención de cualquier proveedor de anderun que pase por el lugar. Él puede esperar a lo más que le escoja uno de ellos y lo envíe como concubino de algún noble, quien quizá resulte una persona mala y viciosa. Pero en Mashhad podríais presentarlo a alguno de los ricos mercaderes viajantes, para que lo apreciara debidamente y lo comprara. Puede empezar viviendo como concubino de ese hombre, pero tendrá oportunidad de viajar, y con el tiempo podría aprender la profesión de su amo, progresar y llegar a ser algo mejor que un simple objeto de juego encerrado en un anderun.
Tenía yo la mente tan ocupada con la idea de jugar que hubiese preferido dejar de hablar y pasar a hacer otras cosas. Sin embargo también en aquel momento me estaba dando cuenta de una verdad que, según creo, no aprecian muchos viajeros. Vagamos por el mundo, nos detenemos brevemente en esa o aquella población, y para nosotros cada una de ellas no es más que un destello de vagas impresiones en una larga serie de destellos semejantes y que se olvidan. Las personas que lo habitan sólo son figuras oscuras que destacan momentáneamente en las nubes de polvo del camino. Los viajeros solemos tener un destino y un objetivo al cual dirigirnos, y cada etapa por el camino no es más que un hito en nuestro avance. Pero en realidad la gente de cada lugar tenía una existencia antes de que nosotros llegáramos, y continuará teniéndola después de partir nosotros, y esta gente tiene sus propias preocupaciones, esperanzas, penas, ambiciones y planes, y su importancia para ellos es tanta que a veces valdría la pena que nosotros las notáramos al pasar. Entonces podríamos aprender hechos interesantes, o disfrutar con risa alegre, o vivir un dulce recuerdo digno de ser atesorado, o incluso a
veces mejorarnos a nosotros mismos. Presté, pues, oído a las palabras tristes y a los rostros encendidos de Sitaré y de Aziz mientras hablaban de sus planes, de sus ambiciones y de sus esperanzas. Y desde entonces en todos mis viajes siempre he intentado ver los lugares por donde he pasado en su totalidad, por pequeños que fueran, y he procurado considerar a sus habitantes más humildes con una mirada poco apresurada.
—Sólo pedimos —dijo la chica —que os llevéis a Aziz hasta Mashhad, y que allí busquéis a algún mercader de caravanas pudiente, de naturaleza bondadosa y otras cualidades…