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Authors: Mandelrot

El viajero (10 page)

—Mientras tanto ¿buscamos un escondite?

—Tú te esconderás —Kyro le miró—. Yo voy a averiguar qué interesaba tanto a los fantasmas cerca de aquí.

Después de dejar a Balod el viajero se dirigió hacia el lugar donde había visto al grupo de gusanos la noche anterior. Tenía que descender por una pared escarpada y peligrosa, y al no conocer el terreno le llevó bastante tiempo llegar hasta allí.

Según el mapa debía estar en la misma montaña donde más arriba se hallaba el principio del río creado por los antiguos pobladores de Damdal. Kyro estaba bastante seguro de que aquel era el sitio correcto, lo reconocía porque parecía formar una especie de claro en medio de la más abundante vegetación que lo rodeaba; aunque eso podría ser debido precisamente a los propios fantasmas. También le llamaron la atención las enormes rocas que había en la zona, de dos o tres veces la altura de un hombre, y de las cuales había muchas y todas juntas.

El viajero subió a una de ellas para ver mejor. No se apreciaba nada extraordinario, y el ocaso estaba cada vez más cerca así que no tenía demasiado tiempo para explorar. Se movió saltando de una a otra, tratando de encontrar algún rastro o huella que le ayudara pero sin éxito; ya estaba pensando en volver cuando se dio cuenta de unas grandes marcas, como de desgaste, que solo se hallaban en algunas rocas de un lugar concreto.

Allí debían tocar los fantasmas. Pero ¿qué había de distinto entre estas piedras y el resto?

Parecían exactamente iguales que las que las rodeaban, pero estaba claro que a esos seres eran estas las únicas que les interesaban.

Kyro miró alrededor por un momento sin entenderlo. No quedaba tiempo para pararse mucho más a pensar, así que decidió seguir explorando un momento más para después regresar. Saltó hacia la siguiente roca... Y entonces se detuvo. Volvió atrás, pero esta vez no para seguir rastreando sobre las rocas sino para mirar a la oscuridad que había bajo ellas.

Allí estaba la respuesta a sus preguntas.

Ya era casi de noche cuando el viajero llegó a donde había dejado a Balod. Apartó las plantas que tapaban el pequeño refugio pero allí solo estaba su bolsa.

En completo silencio, Kyro la recogió y miró alrededor tratando de escuchar algo pero sin resultado. Se agachó para buscar huellas a pesar de la poca luz, y logró distinguir las de su compañero y leerlas. Supo que había ido caminando despacio hasta otro lugar donde encontró plantas aplastadas y rotas, y más huellas; y junto a esto, el odre para el agua de su compañero.

Le habían capturado, pero no había sangre.

No se detuvo a pensar: miró un momento hacia arriba, a donde se habían dirigido más alto en la montaña, y acto seguido se puso en marcha.

Había ocho guardias armados en la puerta, flanqueada por antorchas que permitían verla a distancia. Era enorme, y desde donde Kyro se ocultaba se podía apreciar su imponente forma que recordaba a la de la casa del agua de Damdal. Debía ser la entrada al interior de la montaña, donde se encontraba el principio del río hacia la ciudad.

El viajero supuso que debía haber huecos para llevar aire fresco al interior. Retrocedió hasta una posición más segura y empezó a rodear la montaña por el lado más escarpado, agarrándose con fuerza a los salientes de la roca.

Mientras lo hacía algo le llamó la atención desde abajo; los gusanos fantasmas se acercaban.

Kyro siguió moviéndose por la pared, deteniéndose solo una vez a mirar de nuevo hacia el lugar donde aquellos seres flotaban sobre las rocas donde antes él había estado.

Por fin le pareció oír algo. Se quedó quieto escuchando, y de nuevo percibió aquel sonido que venía de un punto sobre él y algo a su derecha. Hacia allí se desplazó ágilmente, hasta que por fin encontró la abertura que buscaba. Era lo bastante grande para que un hombre pudiera entrar sin dificultad y aunque estaba protegida por una reja de metal los barrotes eran muy débiles; con una simple patada el obstáculo cedió y Kyro pudo acceder al interior del túnel.

Por fin llegó hasta lo que parecía una gran bóveda natural en el interior de la montaña. La escena era tan mala como había imaginado: Balod estaba encadenado en un espacio que habían dejado libre los soldados que le rodeaban, mientras le hablaba uno de aquellos seres que parecía conocer su lengua. Sentado en algo que parecía un trono había otro de ellos, vestido con ropas completamente rojas que contrastaban con el resto gris: debía ser el líder. Todo estaba iluminado por numerosas antorchas, que permitían ver también cómo caía un torrente de agua en uno de los extremos al otro lado de la gran cueva.

También reparó en el resto: esas enormes cajas rodeando el espacio donde se encontraban todos, iguales a las que había en Damdal; incluso estaban las varas de metal clavadas en el suelo cerca de donde pasaba el agua. Nadie parecía prestarles la más mínima atención.

Aprovechando que en el lado donde estaba Kyro había menos luz y que la distancia desde la entrada del respiradero hasta el suelo era alta pero no insalvable, se descolgó lo que pudo y saltó tratando de no hacer ruido. Rodó para absorber el impacto e inmediatamente se ocultó tras un enorme tubo metálico; nadie se había dado cuenta. Mientras tanto Balod contestaba a las preguntas de su interrogador.

—¡No lo sé, no lo sé! ¡No queremos luchar, solo hemos venido a ayudar a mi pueblo!

El que había hecho la pregunta tradujo al líder:

—Kao mouwa dal-zi da. Eso maega tommak fuyemm da zuza boi da.

—Tukta waggira da peire mo —contestó este sin inmutarse—. Ozia da vukka ecpulka wanrio norta summ da mia nu zai gassat.

El interrogador asintió. Miró al prisionero mientras algunos soldados levantaban una pesada losa en el suelo, que dejó ver unos escalones desdencentes a lo que debía ser el interior de la montaña.

—Serás arrojado a los dioses para que te devoren. Ellos nos castigan por culpa de tu pueblo, tú serás un sacrificio para calmar su ira.

—¿Mi pueblo? Pero ¿qué ha hecho mi pueblo contra vosotros? ¡Siempre habíamos sido amigos!

—Tus antepasados —aquel ser hablaba con odio— engañaron a los nuestros. Vinieron aquí a despertar a nuestros dioses; les sacaron de las montañas, les atacaron y ahora los dioses nos castigan por ello. Destrozaron nuestras casas, mataron a nuestros hermanos, nos obligan a vivir en cuevas y a dormir con temor durante la noche.

—No sé de qué estás hablando, ¡créeme!

Durante el interrogatorio Kyro había rodeado la estancia. No tenía ni siquiera una remota posibilidad si se enfrentaba con un grupo tan numeroso, pero dirigiendo correctamente su ataque podía ganar la suficiente ventaja.

Casi había llegado a la parte trasera del asiento donde estaba el líder de aquellos seres. Solo había un soldado entre él y la enorme caja metálica desde la que podía saltar hasta allí, y estaba desprevenido prestando atención al interrogatorio; no fue problema. Kyro se le acercó por detrás y, con un certero golpe en el cuello, le dejó inconsciente en absoluto silencio. Tras esto trepó hasta lo alto de la caja, sacó su espada y saltó.

En un instante se hizo el caos. Kyro cayó justo detrás del líder, e ignorando a todos los que estaban a su lado le pasó un brazo bajo la garganta y tiró de él con todas sus fuerzas hasta sacarlo de su asiento y arrastrarlo en un instante hacia atrás; apoyó el filo de su espada contra su garganta al tiempo que su espalda tocaba el metal de la caja desde la que había saltado, justo cuando ya todos los guerreros se dirigían a él para matarle.

—¡Alto! —gritó. Aunque no pudieran entenderle, la situación y el tono de su voz no dejaban lugar a dudas—. ¡Quietos o morirá!

Los atacantes se detuvieron instantáneamente. Kyro miró al interrogador de Balod, que seguía junto a su compañero encadenado e inmóvil.

—¡Tú! Puedes entenderme —le dijo—. ¡Diles que se aparten o mataré a vuestro líder!

Tras un segundo de silencio el intérprete habló.

—Dakka mai no muar-za da bodo.

Los soldados lo entendieron y los más cercanos dieron un paso atrás; solo un paso. Kyro siguió hablando.

—Solo quiero llevarme al prisionero. Nos iremos y nadie sufrirá daño.

—No saldréis vivos de esta tierra, humano —contestó el otro junto a Balod—. Habéis cometido sacrilegio y los dioses os despedazarán.

—Esa es la puerta al interior de la montaña, ¿no es así? —hizo un gesto hacia el agujero del suelo—. A la casa de los dioses. Nos iremos por allí.

Aquel ser soltó un sonido que recordaba levemente al de la risa.

—Mnae okka bui da tum boakke xu calko —dijo. Los soldados a su alrededor se rieron también, aunque los que estaban más cerca de Kyro no se movieron absolutamente nada; esperaban la oportunidad para atacar.

El jefe intentó decir algo, pero Kyro le apretó la garganta con el brazo mientras apoyaba la espada un poco más fuerte; su prisionero hizo una mueca y se quedó quieto.

—¡Quitadle las cadenas y dejadnos ir! Cuando estemos a salvo dejaré a vuestro líder.

El traductor hizo una seña y un guerrero se acercó; liberó a Balod pero se mantuvo junto a él con la espada en la mano.

—Ahora haced sitio. ¡Vamos!

—Dou makko hwen da yalatso.

Los guerreros se separaron hasta permitir que Kyro llevara al líder hasta el centro, donde seguía su compañero sin haberse movido desde que apareciera.

—Coge una antorcha y luego ponte a mi espalda —le dijo el viajero sin dejar de mirar alrededor.

Balod así lo hizo.

Llegaron hasta la losa abierta. Balod dudó.

—Kyro, ¿estás seguro...?

—Confía en mí —fue lo único que contestó.

Balod bajó el primero. Kyro, que seguía haciendo presa sobre el líder, no lo soltó hasta que hubo pasado más de medio cuerpo por la abertura; entonces, con tremenda rapidez, hizo un movimiento brusco sobre su cuello que le dejó inconsciente y desapareció bajo el suelo ante la vista de todos.

Bajaron por las escaleras de piedra lo más rápidamente que pudieron, pero fue una precaución innecesaria: solo unos momentos después oyeron cerrarse la losa con un gran golpe.

El viajero lideraba el descenso con la antorcha en una mano y su espada en la otra. Tras él Balod le seguía sin separarse más que lo imprescindible para poder avanzar.

—Kyro... —dijo con voz nerviosa.

—Sí —el viajero no se detuvo.

—Solo quería... Bueno... Gracias.

Su compañero se volvió fugazmente, y sonrió.

—No te preocupes. Ahora tenemos que salir de aquí —y siguió avanzando.

—Pero esos dioses de los que hablaban son los fantasmas, ¿no es así?

—Sí, supongo que sí.

—¿Y cómo crees que vamos a...

No pudo seguir: Kyro arrojó la antorcha al suelo y la pisó hasta apagarla rápidamente. Más allá, siguiendo por el túnel que ahora recorrían, se veía luz blanca y se escuchaban los sonidos inconfundibles de los fantasmas.

Tras esto le hizo una seña a Balod ahora entre la penumbra, y avanzaron un poco para poder ver lo que les esperaba.

Había decenas de ellos. Algunos pequeños como un ser humano, otros tan grandes como el mayor de los que habían salido del Paso de las Sombras. El túnel al que conducía el camino era tan ancho como cruzar un pueblo pequeño de parte a parte, y en el centro era alto como más de diez veces un hombre. Las criaturas seguían su camino hacia un lado o hacia abajo, y Kyro señaló a lo más profundo para indicarle a Balod que por allí debían continuar.

—Toma —le tendió su bolsa—, cúbrete con tu manta. Tenemos que seguir.

—¿Hacia dónde vamos?

—Hay una salida en la falda de la montaña. Está obstruida por grandes rocas de algún corrimiento de tierras, pero creo que habrá algún pequeño espacio por el que podamos pasar.

Balod se detuvo un instante con los ojos muy abiertos.

—En la historia de Damdal se habla de un gran accidente, un desprendimiento en la montaña cuando los antiguos construían el principio del río que llevaría el agua hasta nuestra ciudad.

Kyro le miró un momento.

—Es posible que lo hicieran tus antepasados. El lugar está justo debajo de donde empieza el río en la montaña; seguramente esa grieta siempre había estado abierta y por allí salían los fantasmas que vosotros habíais visto antes alguna vez.

—Si el accidente sucedió de noche quizá algunos se quedaran fuera —Balod reflexionaba con preocupación—. Por eso ocuparon el Paso de las Sombras, y por eso tienen que buscar su comida en las montañas destrozando la vida de esa gente. Incluso han llegado hasta Damdal, y ya has visto lo que pueden hacer.

El hombre del desierto se mantuvo en silencio, pero su expresión mostraba que había llegado a una verdad difícil de asimilar.

—Ellos tienen razón. Mi pueblo ha hecho esto —dijo para sí.

—Tenemos que irnos —fue la única respuesta de Kyro.

Balod se movía por inercia, aunque parecía sumido en sus pensamientos. Seguía a su compañero cubierto cada uno con su manta, mientras sobre ellos flotaban aquí y allá los mágicos fantasmas pasándoles a veces muy cerca. El sonido de todas aquellas criaturas juntas era ensordecedor, así que avanzaron descendiendo sin hablar.

Poco después encontraron el lugar que buscaban: el túnel se ensanchaba aún más, y en un lado había piedras amontonadas en el suelo y sobre ellas lo que debía haber sido una grieta en la parte superior; ahora estaba, como Kyro había supuesto, tapada por más de aquellas enormes rocas que impedían a los que habían quedado fuera volver con los suyos. Los que estaban aquí debían escuchar la llamada de los otros, porque al igual que ellos también algunos se acercaban una y otra vez a la grieta como si estuvieran tratando de empujar las piedras.

—Ahí —señaló el joven.

—Ahora lo veo —contestó Balod—. ¿Cómo llegaremos hasta arriba?

No parecía haber forma de alcanzar la grieta. Sería necesario ir colgando del techo hasta llegar a ella, pero eso parecía imposible y más manteniéndose ocultos a los fantasmas. Kyro parecía analizar la situación.

—Me parece que solo hay una manera.

Poco después llegaron hasta el lugar apropiado. Balod estaba literalmente temblando de miedo.

—De todas las locuras que jamás pensé que llegaría a hacer en la vida esta es la peor.

Kyro no parecía escucharle; estaba concentrado al máximo.

—Ese. ¿Lo ves? Siempre hace lo mismo: flota bajo la grieta junto a aquel saliente, luego da la vuelta y pasa por debajo de donde estamos ahora, y entonces vuelve a empezar. Prepárate.

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