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Authors: Mandelrot

El viajero (5 page)

—Hay una conspiración, es cierto.

—Maestro... ¿una conspiración contra nuestro emperador? Pero...

—No, mi querido alumno; el emperador no es más que una pieza en el juego. La conspiración es contra Varomm. Vamos a destruirle, a ganar la libertad para los hombres.

Kyro no podía creer lo que estaba oyendo. Tepulus continuó.

—Nuestros predecesores lo intentaron ya una vez y deseábamos que lo hubieran conseguido, pero su aparición de esta noche demuestra que no fue así; ahora tendremos una segunda oportunidad.

—¿Pero de quiénes me hablas? ¿Quién planea matar a Varomm?

—Aquí solo quedamos cuatro: conmigo están Kamor, Sadsaloo y tu padre. Pero creemos que hay más en lugares lejanos.

—Mi... ¿Mi padre? —El chico estaba boquiabierto.

Tepulus se sentó de nuevo junto a él. Le puso una mano en el hombro cariñosamente.

—Ha llegado el momento de que conozcas toda la historia y en cuanto estemos seguros podré contártela. Tranquilo, mi querido discípulo, confía en mí.

Kyro miraba al vacío, aún perplejo. Se mantuvo en silencio aún unos momentos más.

—Confío en ti. Confío en mis maestros y confío en... en mi padre.

—Bien.

—¿Puedo hacerte una pregunta más?

—Dime, hijo.

El chico le miró.

—Varomm... El dios es inmortal, es invencible. ¿Cómo creéis que podréis destruirle?

—Joven Kyro, él es muy poderoso pero no es invencible. Hubo un tiempo en que los hombres fueron libres y volverán a serlo. Muchos han dado su vida por esto y otros muchos la darán, pero esta vez lo conseguiremos. Tenemos las armas con las que acabaremos con él.

—¿Cuáles son, maestro?

Tepulus sonrió.

—Una es la piedra que tienes en tus manos. Y la otra... eres tú.

Avanzaban sobre sus monturas alejándose de Vassar'Um. Tepulus guiaba la marcha y Kyro le seguía, aunque sus pensamientos parecían estar muy lejos de allí. Aún no había llegado a asimilar todo lo que estaba pasando, actuaba más de manera automática que por propia voluntad.

Llevaban ya unas horas de marcha y el cielo empezaba a clarear; cuando llegaron a la orilla de un riachuelo el maestro se detuvo.

—Descansemos un momento; mis huesos no están acostumbrados y aún queda mucho camino.

Desmontaron. El anciano se estiró con gestos de dolor y se apoyó sobre una de las rocas que había allí cerca, mientras Kyro se ocupaba de los caballos. Se acercaba a su maestro cuando se detuvo: el sol comenzaba a salir por el horizonte.

El chico lo miró unos instantes, y sacó de entre sus ropas el colgante con la piedra verde que tenía para Zadal. Casi pudo verla sentada en el claro junto al río, no muy diferente de donde estaba él ahora, mirando sola cómo salía el sol; le esperaba. Él no vendría.

Kyro miró a Tepulus, que le observaba también.

—No volveré, ¿verdad?

El maestro negó tristemente con la cabeza.

—Una parte de mí —continuó el joven— no puede aún aceptar que todo esto esté ocurriendo realmente. Es... Es imposible; pero aquí estoy —dijo, y se sentó también.

—Me gustaría decir que te comprendo, joven Kyro; pero sé que por mucho que lo intente no podré ponerme en tu lugar. Quizá el único de todos nosotros que sabe lo que se siente al perderlo todo es tu padre; él es quien más ha sacrificado en nuestra lucha.

—¿Por qué dices eso, maestro?

—Hubo otro antes que tú. Fue antes de que yo naciera, le enviaron contra Varomm por sus cualidades excepcionales: un k'var. Koldar, tu abuelo.

—Mi... abuelo, ¿no murió en la montaña de fuego?

—Eso fue lo que dijeron; lo cierto es que partió a cumplir la misión más importante que un hombre jamás ha enfrentado. El dios llevaba mucho tiempo sin manifestarse y empezamos a pensar que lo había conseguido, pero ahora está claro que fracasó.

—Y mi padre siempre lo supo.

—Así es —asintió el maestro—. Era casi tan joven como tú y no tenía a nadie más, así que su pérdida fue inmensa; ahora tiene a su hijo, y lo perderá también. Es quien más ha sufrido de todos nosotros.

—Maestro —Kyro bajó la vista—, mi padre no me quiere. Nunca me ha querido.

Tepulus apoyó una mano en el hombro de su discípulo y le habló mientras este mantenía la miraba baja.

—Joven Kyro, jamás un hombre ha amado tanto a su hijo como tu padre te ama a ti. Él ha vivido siempre sabiendo que te perdería, que lo perdería todo, y ha conseguido superarlo aferrándose al deber y a la disciplina. No le queda nada más.

El chico explotó.

—¡Pero él me ha hecho daño! ¡Jamás me ha ofrecido una palabra de cariño, jamás... me ha preguntado cómo me sentía! Desde que nací todo ha sido entrenamiento, luchas, disciplina y sufrimiento. ¡Siempre! Nunca se ha preocupado lo más mínimo por mí.

—Te equivocas. Tú tienes un destino especial, mi querido discípulo; él ha hecho todo lo posible para prepararte para ello. Ha intentado enseñarte a sobrevivir por ti mismo y a no aferrarte a nada, a no tener nada que te costara abandonar. Un día lo comprenderás, créeme.

Kyro le miró directamente a los ojos.

—La última vez que le vi clavó su espada en mi cuerpo. Me torturó y estuvo a punto de matarme.

—La última vez que él te vio a ti estabas aún inconsciente, recuperándote de tus heridas.

Después de aquel combate llamó a los curanderos y pasó dos días seguidos a tu lado, sin dormir ni abandonarte ni un momento; cogía tu mano, te decía al oído que fueras fuerte y sobrevivieras, y se aseguraba de que tuvieras los mejores cuidados. Ordenó que nadie viniera a molestarte y solo se permitió dejarte cuando dijeron que te recuperarías y tuvo que partir hacia Nammoda.

Kyro se sorprendió.

—Nadie me lo había dicho.

—El general es un hombre duro, es cierto; pero es un hombre. Te quiere con toda su alma y llegará el momento en que entiendas hasta qué punto ha tenido que sacrificarse por ti.

Tras unos instantes en que ambos se mantuvieron en silencio, Tepulus se puso en pie.

—Joven Kyro, debemos irnos. No hay tiempo de pensar en el pasado; lo más importante está por llegar.

El chico le miró caminar hacia los animales. Abrió la mano en que aún tenía el colgante de la piedra verde y lo dejó con cuidado sobre una de las rocas que había a su lado; lo miró por un instante más, con expresión de profunda tristeza. Tras esto siguió a su maestro y ambos se alejaron cuando el sol ya se elevaba en el cielo.

El paisaje iba cambiando a medida que avanzaban en su camino; poco a poco fueron dejando atrás los bosques para llegar a una zona más árida y montañosa. Kyro se ocupaba de todo: cazaba y cocinaba, encontraba los mejores lugares para descansar y preparaba los refugios.

Prácticamente no hablaron durante el resto del viaje, pero el maestro observaba constantemente al joven que, cuando no estaba concentrado en su labor, parecía perdido en sus pensamientos.

—Hemos llegado —anunció Tepulus.

El difícil camino que les había llevado por entre las montañas parecía acabar allí; ante ellos solo había piedras y algo de vegetación. Dejaron allí sus monturas para seguir a pie, llevándose sus cosas; Kyro caminaba mirando alrededor, sin ver nada especial y preguntándose hacia dónde podrían dirigirse. Recorrieron aún un trecho y no fue hasta que estuvieron delante de la entrada a la cueva que se dio cuenta de que estaba ahí. El joven apartó con esfuerzo un pesado tronco que obstaculizaba el paso y accedieron al interior.

Aunque desde fuera solo parecía una grieta oculta por los accidentes del terreno, por dentro el espacio era amplio y bien iluminado por otras pequeñas aberturas en la roca que permitían el paso de la luz. Había una mesa con asientos, un arcón hecho de metal y restos de que alguna vez alguien había hecho fuego. Al fondo se veía la entrada de lo que parecía un pasillo hacia la oscuridad.

—En ese arcón debería haber mantas y algo para iluminarnos durante la noche —dijo Tepulus dejando su bolsa en la mesa—. Este lugar no es muy cómodo pero aquí estamos seguros.

—¿Hay algo por ahí? —el chico señaló el pasadizo.

—Ese, joven Kyro, es el camino que pronto te llevará a tu destino. Pero espera solo un poco más, por favor; preparemos este lugar para esperar a los demás, y te contaré toda la historia.

Ya había llegado la oscuridad, y la cueva estaba ahora iluminada por un pequeño fuego y por una lámpara de aceite que había sobre la mesa, junto a algunos libros y documentos que el maestro le enseñaba a Kyro.

—Como puedes ver las escrituras están en lenguas muy antiguas; podemos entenderlas bien aunque hay partes que escapan a nuestra comprensión. Las hemos estudiado, nosotros y muchos antes, y gracias a ellas no estarás completamente perdido en tu camino. Esta, querido discípulo, es la historia de cómo Varomm conquistó y esclavizó los mundos de los hombres.

Kyro escuchaba con total atención.

—Maestro... ¿Los mundos?

Tepulus asintió y continuó hablando.

—Así es. Hay otros además de este, tantos que no podrían contarse; y hubo un tiempo en que los hombres que los habitaban fueron libres.

>>Varomm no ha existido siempre. Fue creado por unos magos poderosos pero imprudentes, que deseaban el conocimiento absoluto sobre la vida y la muerte y quizá sobre ellos mismos. Atraparon la fuerza de los elementos y la concentraron en un único ser, un dios que ambicionó el dominio absoluto sobre toda la existencia.

>>Aprovechó las debilidades de algunos, el odio y la codicia, para separar a los hermanos e iniciar una terrible guerra entre quienes hasta entonces habían convivido en paz; quienes se le resistían eran aniquilados por el fuego de sus pájaros negros que arrasaban mundos enteros. Su crueldad no tenía límites y, una vez consiguió la victoria, aniquiló también a sus aliados para poseerlo todo. Además robó a los hombres toda su magia, asesinó a quienes la conocían y envió a la oscuridad a los pueblos que un día habían conocido la luz.

>>Pero algunos de esos magos que le habían creado supieron ver la gravedad de lo que habían hecho. Mientras Varomm extendía su poder ellos comprendieron que no podía hacerse nada por evitarlo, pero secretamente convencieron a otros para que les ayudaran y les enseñaron su última magia: algo tan profundamente encerrado en el misterio que ni siquiera el dios había podido lograrlo.

>>Se trataba del poder de abrir caminos entre los mundos. El poder de viajar cruzando los reinos de Varomm hasta llegar al propio corazón de la bestia para, cuando estuviéramos preparados, enviar a un hombre a acabar con el tirano y devolvernos la libertad que por tanto tiempo nos ha sido robada.

>>Los magos se alejaron, huyendo del dominio del dios de un mundo a otro pero dejando a su paso las puertas mágicas que se abrirían ante el viajero para llevarle hasta su destino final. Se exiliaron hasta los lugares más remotos... Hasta aquí.

El maestro hizo una pausa. Kyro le miraba con intensidad.

—¿Tú eres un mago, maestro?

—No, joven Kyro —sonrió Tepulus—. El último murió mucho antes de mi nacimiento y soy indigno de compararme con ellos. No conozco los secretos de su magia, me he limitado con mis compañeros a proteger su legado de esperanza hasta estar preparados. Dicen las escrituras que hay más como nosotros, que esperan en sus mundos el paso del viajero y que darán sus vidas por ayudarle.

—Y yo soy el que debe liberarnos —Kyro bajó la mirada, abrumado.

Tepulus apoyó su mano sobre el hombro del chico.

—Es una enorme responsabilidad, lo sé.

Kyro miró al sabio. Iba a decir algo, pero de repente se quedó quieto como escuchando con atención.

—Ya están aquí. Mi padre está herido.

El maestro se mostró muy sorprendido.

—¿Cómo sabes...

—Distingo sus pasos, le oigo cojear —el chico se levantó.

Un momento después apareció por la entrada Sadsaloo, seguido por el general Karan. Este estaba bastante manchado de sangre y, además de cortes y magulladuras por todo el cuerpo, tenía dos flechas clavadas: una en el muslo derecho y otra en el hombro del mismo lado a la altura de la clavícula. Las habían partido para que no sobresalieran, pero aún se podían ver las dos heridas cada una con un trozo de madera asomando.

—Padre...

—No es nada —le cortó el general.

—Llegamos tarde —dijo Sadsaloo.

Mientras los otros se sentaban el enorme Kamor se abrió paso con dificultad por la estrecha entrada.

—Esta cueva es para enanos —gruñó—. Me alegro de veros con vida.

—También nosotros, amigos —saludó Tepulus—. Karan, quizá podríamos ayudarte con tus heridas.

—Da igual —contestó el k'var—, pronto estaremos todos muertos —dijo estas palabras sin inmutarse.

—Hemos visto uno de los pájaros negros de Varomm —aclaró Sadsaloo—; parece que no quiere correr riesgos.

Kamor habló gesticulando:

—¡Era más grande que toda Vassar'Um! Y flotaba más alto que las nubes como una burbuja. Jamás había visto nada igual.

—Tenemos poco tiempo entonces —reflexionó Tepulus.

—¿Se lo has contado? —Karan señaló a su hijo sin mirarle.

—Casi todo. Aún no ha visto la puerta.

El general miró a Kyro.

—¿Sabes lo que tienes que hacer?

—Sí, padre. Lo comprendo.

Se miraron fijamente un instante.

—Bien —dijo Karan—. No hay vuelta atrás.

—Padre... Maestros —habló Kyro, dudando—. Quiero preguntaros algo. ¿Qué... qué pasaría si no lo consigo? Mi abuelo fracasó antes que yo —miró a su padre, quien endureció el rostro—. ¿Y si no estoy preparado?

El primero en hablar fue Sadsaloo:

—Kyro, te he enseñado todo lo que sé; te conozco, sobrevivirás en cualquier circunstancia. Tengo plena confianza en ti.

—¡Cualquiera que luche contra mi cachorro lamentará haber nacido! —exclamó Kamor—. Nadie podrá contigo, ni siquiera el mismísimo Varomm.

Kyro miró a Tepulus; este tardó un momento en contestar.

—Hijo mío, te hemos dado todo lo que hemos podido; hay cosas que deberás aprender por ti mismo. Tu camino empieza ahora y debes recorrerlo solo.

—Todo eso no importa —el general zanjó la cuestión—. No hay más oportunidades; cumplirás tu misión.

—Sí, padre —el joven bajó la vista un momento, pero en seguida volvió a mirarle fijamente.

En ese momento se notó un ligero temblor de tierra. Todos se miraron.

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