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Authors: Mandelrot

El viajero (37 page)

Creet miró al viajero, que montaba en silencio.

—No lo entiendo, la verdad. No sé qué ventaja puede tener para ti traerte a esa bola de sebo contigo —dijo señalando a Bofor—. No es más que un estorbo, ¿por qué lo has hecho?

—Tiene cualidades que me serán útiles —respondió simplemente Kyro.

Tanto Creet como el mismo Bofor se le quedaron mirando muy extrañados, pero el viajero no dijo nada más.

Hacía tiempo que se habían apartado de los caminos y avanzaban cruzando la nada. A su alrededor solo había una planicie semidesértica, a excepción de las montañas frente a ellos cuyas siluetas se dibujaba un poco más claramente aunque seguían estando muy lejos.

Avanzaron durante todo el resto del día, y al ponerse el sol se detuvieron a comer algo antes de dormir. No había mucho que cazar aparte de pequeños animales de carne insípida y correosa; no mucho mejor que nada. Hicieron fuego y pusieron a asar algunos de ellos sobre él.

Los hombres de Creet mantenían una animada conversación; todos parecían gente sin escrúpulos y capaces de cualquier cosa, especialmente por dinero. Bofor estaba sentado comiendo también, y junto a él Ram permanecía en silencio.

—Ahora echarás de menos las comodidades de la ciudad, ¿eh, Bofor? —decía uno de los mercenarios.

—Una cama y comida de verdad —respondió el tabernero.

—Al menos te has traído compañía —rió otro.

—Sí, no todo es malo —el hombre miró con deseo al niño, sonriendo y masticando con la boca abierta al mismo tiempo—. Ram hará que los días del viejo Bofor sean más agradables, ¿verdad, Ram? ¿Eh? ¿Verdad que sí?

Le acarició el muslo con brusquedad; el chico cerró un poco las piernas, siempre con la vista baja, pero Bofor hizo fuerza y le metió la mano entre ellas mientras seguía hablándole en un susurro.

—Esta noche lo pasaremos bien; el viejo Bofor necesita cariño...

Siguió tocándole mientras Ram hacía el cuerpo algo hacia adelante, encogiéndolo; pero el tabernero era mucho más fuerte. Solo paró cuando soltó un gran eructo, se golpeó suavemente la boca del estómago con la mano que había tenido puesta en el niño, y entonces volvió a su comida.

—¿Será cierto lo del tesoro? —Siguió hablando uno de los mercenarios.

—Dicen que todo está ahí, la gente murió sin que nadie pudiera llevarse nada —dijo otro.

—¿Pero qué fue lo que pasó? ¿Y por qué está prohibido viajar a ese lugar?

—Quizá sean solo historias, pero cuentan que hay cosas muy extrañas en ese lugar. Incontables riquezas, pero también magia oscura y peligro de muerte para todo el que se atreva a entrar allí.

Warka, el lugarteniente de Creet, les interrumpió con voz potente.

—Eso es justo lo que necesito —echó un hueso al fuego—. Iremos a esas Tierras Prohibidas, mataremos todo lo que encontremos y nos llevaremos el tesoro. ¡Pronto seremos ricos!

Todos se echaron a reír, celebrando sus palabras; mientras tanto Kyro llegó hasta donde estaban, arrancó un trozo de carne y se sentó a comer mirando al fuego.

—Dime, extranjero —Creet, que se le había quedado mirando, se dirigió a él—. ¿Por qué quieres tú ir a ese lugar? No pareces interesado en el dinero, ¿qué es lo que estás buscando?

—Es asunto mío —respondió el viajero.

Los demás se miraron mientras Kyro siguió comiendo en silencio.

—Tú —añadió mirando a Bofor y haciendo un gesto con la cabeza hacia Ram—. Si vuelves a tocarle te arrepentirás.

El tabernero se quedó estupefacto.

—¡Pero...! Eh, un momento —pareció muy indignado—; ¡el chico es mío, lo compré y haré lo que quiera con él! ¿Cómo te atreves...?

—Estoy empezando a cansarme de ti —le interrumpió Warka, mirando fijamente al viajero.

Este volvía a comer tranquilamente, ignorando a todos los demás. Warka se puso en pie y desenfundó su espada.

—¿Por qué no te enfrentas a mí si tienes algo del valor que aparentas? —le retó.

—Porque aún me eres útil —respondió Kyro como si todo aquello no fuera con él—; pronto tendremos que combatir con enemigos poderosos y todas nuestras espadas serán necesarias. Después de eso, si sobrevives me encargaré de ti.

Warka estaba furioso: se agachó hasta acercar su cara a la del viajero, que comía sin hacerle caso.

—Por favor, no dejes que te maten —dijo en un susurro pero con mucha agresividad—. Quiero darme el placer de hacerlo yo, lenta y dolorosamente.

Tras esto se dio la vuelta con un gruñido de rabia y se alejó muy furioso. Todos los ojos volvían a estar puestos en Kyro, que terminó su comida y arrojó el hueso al fuego; se levantó y se alejó hacia donde estaba su caballo. Los que quedaban junto al fuego empezaron a hablar entre ellos de nuevo, en voz más baja; todos excepto Ram, que se quedó mirando cómo el viajero se tumbaba en el suelo a dormir.

El paisaje cambió al llegar a las montañas. Habían seguido por mucho rato un suave camino ascendente, y cuando llegaron a lo más alto pudieron apreciar el gran contraste entre el desierto que habían dejado a sus espaldas y la gran selva azul que tenían delante y que se extendía hasta más allá de donde llegaba la vista.

—Increíble —dijo uno de los hombres.

—Jamás había visto algo parecido —añadió otro.

—¿Hacia dónde hemos de dirigirnos? —le preguntó Creet a Kyro.

—Todo recto hasta llegar a los pantanos —respondió el viajero, que había sacado el mapa—. Cuando los alcancemos debemos buscar una hilera de rocas muy grandes que cruzan de suroeste a noreste y seguirlas hasta llegar al paso del río.

—Los caballos y la carreta no podrán ir por ahí —dijo Warka.

—Cierto —asintió Creet; es demasiado espeso. Habrá que dejarlos aquí.

Así lo hicieron; se colgaron a la espalda bolsas con lo más necesario y dejaron libres a sus monturas. Bofor llevaba demasiadas cosas en la carreta, así que de mala gana tuvo que elegir lo que pudiera llevar y dejar allí el resto.

Kyro se acercó a Ram y le tendió el pequeño saquito de piel que le había encargado a Dillman.

—Usa esto. Lleva solo lo imprescindible.

El niño se le quedó mirando un instante, y entonces cogió el regalo mientras asentía bajando la vista. No dijo nada.

La selva era densa, costaba avanzar. El grupo caminaba en fila, encabezado por Warka que iba abriendo paso; Kyro iba detrás de Bofor y Ram. A su alrededor la exótica vegetación presentaba muy distintas tonalidades de azul, desde el más oscuro en lo que parecían troncos o raíces hasta el celeste casi blanco de algunas protuberancias lejanamente parecidas a flores. De vez en cuando se veían aquí y allá extraños animales saltando de rama en rama, huyendo de ellos o alguna vez incluso mirándoles con curiosidad. Uno de ellos, de color violeta claro y con forma de vaina alargada de la que salían ocho brazos elásticos que le permitían sujetarse o desplazarse colgándose de lo que tuviera cerca, les observó mientras les seguía desde lejos durante largo rato hasta que por fin pareció cansarse de ellos y se fue.

Al cabo de un rato se encontraron con otros dos de esos extraños seres, que también se quedaron un rato cerca de ellos; volvieron a marcharse sin más, pero más tarde aparecieron de nuevo. Ya eran seis.

—Esas cosas me están poniendo nervioso —dijo uno de los mercenarios, un mediohumano de cabeza alargada y estrecha y brazos muy largos.

—¿Creéis que pueden ser peligrosas? —preguntó otro.

—A lo mejor deberíamos comprobarlo —respondió Warka deteniéndose y haciendo que todos tras él lo hicieran también—. Podríamos matarlos a todos para darles una lección a sus amigos.

El viajero sacó su espada y se acercó a Bofor y a Ram. Les habló en voz baja.

—Estad atentos: cuando yo os diga echaos al suelo y no os mováis.

El tabernero asintió nerviosamente; Kyro miró al chico, que movió la cabeza afirmativamente también.

—Vamos, Warka —le dijo Creet a su lugarteniente—; sigue andando. Quiero salir de aquí cuanto antes.

Reanudaron la marcha mirando con cautela a todas partes. Cada vez había más de aquellos animales: ya eran unos quince, siguiéndoles a ambos lados y parándose constantemente a observarles. Siguieron así un poco más hasta que, cuando ya su número llegaba a la veintena, sucedió algo.

Uno de esos seres, que hasta ese momento se habían mantenido a distancia, se acercó al grupo con increíble agilidad y pasó por encima de ellos, rozando con el extremo de uno de sus tentáculos la cabeza de un mercenario bajo, musculoso y de piel oscura y escamosa. Este, que no pudo evitar el contacto por haber sido demasiado rápido, se agachó soltando un grito y se cubrió instintivamente con la mano el lugar donde había sido tocado: al retirarla se pudo apreciar una gran herida sangrante.

Todos se pusieron instantáneamente en guardia.

—Nos están poniendo a prueba —dijo Creet—. Van a atacarnos.

—¡Agrupaos! —gritó Kyro.

Los demás comenzaron a juntarse hasta hacer un círculo, dentro del cual quedaron Bofor y Ram; a su alrededor los extraños animales se mantenían en un silencio que aún aumentaba más la tensión. Algunos cambiaban de color, se balanceaban en ramas, estiraban y encogían sus brazos flexibles.

—¿Qué están haciendo? —preguntó uno de los mercenarios.

—Se comunican entre ellos —respondió Kyro, que cambiaba de mano su espada para sacar un cuchillo de su bota—; son inteligentes. Pase lo que pase no rompáis el círculo.

—Venid aquí, malditos —habló Warka entre dientes—. Acabaré con todos vosotros.

En ese momento otra de las criaturas se lanzó de nuevo sobre el grupo para pasar por encima; pero estaban preparados. El primero en reaccionar fue el viajero, que le lanzó el cuchillo clavándoselo certeramente en lo que parecía uno de sus ojos; la cosa se detuvo un brevísimo instante, lo que aprovechó Warka para saltar hacia adelante y asestarle un poderoso golpe con su espada que casi lo partió en dos.

Fue el momento en que todo se desató: los demás cambiaron su color hasta quedarse de un morado muy rojizo, y se abalanzaron hacia ellos.

—¡Al suelo! —Kyro les hizo un gesto y el tabernero y el chico reaccionaron tirándose inmediatamente bocabajo.

Les cayeron encima desde todas partes y al mismo tiempo. El viajero vio cómo eran tres los que iban a por él: dio un salto adelante para ganar espacio y lanzó un largo y potente mandoble barriéndolo todo de derecha a izquierda, cortando y empujando al primero de aquellos seres contra el que iba a su lado al tiempo que lo atravesaba también. El tercero, sin embargo, consiguió llegar hasta él e instantáneamente se agarró a su pierna envolviéndola completamente: Kyro lanzó un grito de dolor, era como si le envolvieran miles de cuchillas que acabarían por hacérsela trizas si no actuaba rápido.

Automáticamente clavó su espada hasta el fondo en el centro del cuerpo de aquella cosa, que tornó su color a un azul intenso y aflojó su presa; al moverse sus tentáculos el viajero sintió cómo le desgarraban lentamente cada punto de la piel entre el muslo y el tobillo. Sacó de nuevo su espada y lanzó un golpe con todas sus fuerzas, que partió en dos al animal dejando los tentáculos sin la cabeza. Esta cayó al suelo lanzando muchísima sangre negra, mientras que los brazos se soltaron destrozándole la piel a Kyro al desgarrarle aún más; cayeron también agitándose entre convulsiones.

No había tiempo para centrarse en el dolor. El viajero, con la pierna completamente cubierta de sangre, se dio la vuelta y vio el desastre de la situación. Bofor y Ram estaban en el suelo bocabajo, inmóviles, y eran los únicos que no tenían a uno de esos seres encima: el resto gritaba, se debatía y trataba de soltar la presa de aquellas criaturas. Kyro empezó a rodear el círculo golpeándolas con su espada para liberar a los demás; vio como Warka también había conseguido acabar con las suyas y hacía lo mismo con las que atacaban a sus compañeros más cercanos.

Para dos de los mercenarios fue inútil, era demasiado tarde. Uno de ellos, que se agitaba tirado en el suelo, tenía una criatura envolviéndole completamente la cabeza; y cuando el viajero le cortó de un tajo el tronco y pudo soltársela ya prácticamente no tenía facciones reconocibles. El resto, cuando fueron liberados por Warka y Kyro que acabaron con todos los animales que quedaban, presentaba cortes bastante profundos pero podrían seguir adelante.

—¿Estáis bien? —el viajero se agachó hacia Bofor y Ram, que seguían bocabajo tapándose las caras con los brazos, ignorando lo que ocurría junto a ellos.

—Sí... Sí —dijo temblando el tabernero, mirando a todas partes.

El chico levantó la cara y asintió también con expresión de espanto. El viajero simplemente se irguió y se dedicó a mirar a los alrededores por si había algún otro peligro inmediato.

—Está oscureciendo —dijo Creet—. Buscaremos algún sitio para pasar la noche.

—No —le contradijo Kyro—. Debemos avanzar todo lo que podamos.

—¿Y eso por qué? —habló Warka—. ¿No ves que estamos todos heridos?

—Esos seres se comunicaban mediante un código de colores —respondió el viajero—. Eso quiere decir que son animales diurnos. Quizá ya otros saben que estamos aquí; hay que aprovechar la falta de luz para alejarse o nos encontrarán de nuevo.

Los demás se callaron, pensativos, y sus miradas se volvieron hacia Creet.

—Vámonos —dijo este.

Continuaron durante buena parte de la noche, ayudados por la luz de dos lunas que brillaban tenuemente en el cielo y que al menos les permitían distinguir lo suficiente para avanzar. Finalmente encontraron un pequeño claro de suelo rocoso y montaron turnos de guardia para poder descansar.

Aunque la mayoría tenía importantes heridas que requerirían cuidados, al amanecer no tuvieron más remedio que seguir adelante en medio de la selva azul. Pronto alcanzaron los pantanos: la vegetación era parecida, aunque aquí y allá cruzaban el terreno grandes raíces muy gruesas como los troncos de árboles caídos.

—No os metáis en el agua —dijo el viajero.

—No hace falta que nos lo digas —le contestó Warka. Kyro le ignoró.

Siguieron por los trozos de tierra seca, apoyándose a veces en rocas o raíces para no llegar a mojarse los pies. Poco más adelante habló uno de los mercenarios que encabezaba el grupo.

—Ahí hay una gran roca —dijo.

Era fácil de ver desde la distancia, porque su tamaño era mayor que el de una casa y superaba la altura de las plantas que tenía a su alrededor.

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