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Authors: Mandelrot

El viajero (32 page)

Llegó hasta la entrada de la pequeña cueva y se deslizó hacia el interior. Allí estaba la esfera, al acercarse se iluminó mientras se abría.

Había cortado mis ataduras: ya nada me unía al pasado.

Se desnudó, dejándolo todo a sus pies; entonces recogió su bolsa y sacó de ella la corona con el signo del viajero en el frontal. Se la quedó mirando unos momentos.

Y no había nada en el presente que pudiera atarme de nuevo.

La arrojó a un lado, y se dirigió desnudo a la esfera.

Era libre. Libre, para decidir mi propio futuro.

Allí se quedó, tirada en el suelo, mientras el viajero entraba. Tras esto la esfera se cerró.

Capítulo 4: Viyu

La esfera se iluminó, la puerta se abrió y el viajero salió de ella.

Los mundos que cruzaba habían adquirido un nuevo sentido tras abandonar mi misión.

Estaba en lo que parecía una grieta natural, como si una gran roca se hubiera partido y dejara ese pequeño espacio entre sus dos mitades. La piedra era enorme y parecía un bloque sólido; allá arriba se veía una franja de cielo azul brillante.

Hasta entonces no eran nada en sí mismos, solo escalas en mi viaje. Los recorría concentrado en llegar a la siguiente esfera.

Kyro se sorprendió al ver ante él en el suelo un cajón negro, hecho de algún material desconocido para él, con la marca del viajero en color gris en la parte superior.

Abrió con cuidado la tapa del cajón, que hizo un ruido sordo al separarse del resto. Dentro había una caja metálica oscura, de formas redondeadas, con lo que parecían cuatro tiras flexibles saliendo de los lados, dos por cada uno; y lo que parecían unas extrañas ropas. Todo esto estaba cuidadosamente doblado y ordenado en uno de los lados del cajón, el resto estaba vacío.

Ahora pensaba en cuántas maravillas había dejado atrás sin darles importancia.

El tejido del que estaban hechas era de color entre verdoso y pardo, como manchadas; era una única pieza que le cubría desde el cuello hasta los pies dejando libres sus manos. La extraña prenda parecía enfundar todo el cuerpo adaptándose a su forma y tamaño, era como tener una segunda piel.

También había algo que se parecía mucho a un casco, pero que no tenía nada que ver con los cascos que había visto hasta ese momento: de forma similar a la del cráneo humano, con un acolchado por dentro muy confortable hasta el punto de dar la sensación de que, más que sujetarla, pareciera que estaba acariciando la cabeza a la vez que la protegía con firmeza.

Había tenido la oportunidad de ver magia, tierras, prodigios increíbles; y había pasado de largo.

Había vivido sin valorar los momentos que vivía.

No supo cómo usar la caja metálica que había también en el cajón: parecía una pieza sólida y no pudo abrirla o hacerla reaccionar. Finalmente decidió dejarla allí igual que el casco, y tras mirar arriba de nuevo emprendió la ascensión.

Pero siendo libre, no teniendo otro objetivo que encontrar un lugar donde pudiera quedarme y empezar a construir un futuro para mí mismo, empecé a ser consciente de todo lo que me rodeaba.

Llegó a la superficie y miró a su alrededor. Lo que encontró le dejó estupefacto: además de la vegetación y el terreno desconocidos para él se dio cuenta de que, flotando en aquel cielo azulado y además del sol rojizo que iluminaba casi desde lo más alto, había aquí y allá lo que parecían islas como discos que de alguna manera desconocida para él se mantenían suspendidos en el aire. Ninguno estaba tan cerca como para apreciar grandes detalles y algunos eran solo puntitos oscuros en la lejanía, pero no había dudas.

Era como si, después de todo lo que había pasado, hubiera por fin empezado a vivir mi propia vida y a descubrir el universo que siempre había estado ahí.

Y lo que más asombró al viajero: al ver aparecer desde abajo alguno de esos trozos de tierra elevándose con gran suavidad hasta por encima de donde él estaba se dio cuenta de que él también se encontraba en una isla flotante.

Durante los siguientes días Kyro exploró el lugar, cerciorándose de que los únicos seres vivos que había allí eran unas pocas plantas y animales pequeños que podía cazar fácilmente. Encontró un pequeño manantial de agua con sabor un tanto extraño pero que no le causó problemas, y comprobó que como había pensado estaba en una isla suspendida en el aire entre muchas otras de distintas formas y tamaños. Allá abajo parecía haber un interminable mar violeta oscuro intenso que se perdía en el horizonte.

No sabía cómo salir de aquella isla y no podía hacer nada más, así que se dedicó a observar a las otras que flotaban en sus alrededores. Aunque todas parecían moverse ligeramente en realidad permanecían siempre en la misma zona: un poco más arriba o abajo, un poco más lejos o más cerca desde donde Kyro las miraba, pero nunca se alejaban demasiado del espacio que ocupaban con respecto a las demás. Su parte inferior, que el viajero podía ver en las que estaban por encima de él, era de un color marrón claro y por lo que podía apreciar absolutamente lisa, sin relieves ni pliegues o hendiduras de ningún tipo. Esto contrastaba con las montañas y los abundantes accidentes del terreno que se veían siempre en la parte superior; desde aquella distancia no era posible distinguir mucho con claridad, pero en algunas de ellas se apreciaban además lo que parecían ser bosques o zonas con mucha vegetación.

Pasaba el tiempo y Kyro no veía cómo marcharse de allí. Solo había una posibilidad: la solución debía estar en la caja con tiras flexibles que había dejado en la grieta. Bajó a buscarla, recogiendo también el casco, y decidió dedicarse a averiguar cómo usarla.

Parecía una sola pieza, no tenía fisuras o resortes a la vista; como una piedra grande y alargada, solo que estaba hecha de alguna clase de metal. Las tiras eran una extensión del cuerpo principal, pero extrañamente estas se podían doblar completamente como si el material adquiriera en esa parte las propiedades de una simple tela. Los extremos de cada una terminaban en punta.

Después de mucho tiempo dándole vueltas, tirando de las tiras juntas o por separado, dando golpecitos sobre la caja principal tratando de escuchar lo que había dentro, y así intentando todo lo que se le ocurría, Kyro decidió probar con el casco.

Al ponérselo y encajar la tira de sujeción sucedió algo que no esperaba: ante sus ojos se bajó una especie de visera transparente, como del hielo caliente que el viajero había visto alguna vez pero a la vez mucho más fina y a la vez resistente. Jamás había visto nada igual.

—El planeador no está colocado correctamente. Por favor, siga las instrucciones del visor.

Aquellas palabras no habían sonado en sus oídos sino en su cabeza. No las había escuchado realmente, ni siquiera hubiera podido decir qué lengua era aquella, porque realmente no fueron dichas por nadie. Fue más bien un mensaje que apareció en su mente como si alguien lo hubiera puesto allí. ¿Qué clase de magia podría ser tan increíblemente poderosa?

—El planeador no está colocado correctamente. Por favor, siga las instrucciones del visor.

Cuando se hubo recuperado de la enorme sorpresa el viajero entendió a qué se refería el mensaje: ante él, como flotando en el aire, había aparecido una especie de dibujo en movimiento de la caja con las tiras y una silueta humana que se lo colocaba a la espalda.

Miró al suelo, y al poner la vista sobre el artefacto metálico su contorno se iluminó, como si el casco lo hubiese reconocido; y un círculo parpadeante se formó alrededor de los extremos de las tiras.

—Por favor, colóquese el planeador según las instrucciones del visor.

El planeador debía ser la caja, claro. Se lo colocó a la espalda como se veía en el dibujo en movimiento, pasando dos de las tiras sobre sus hombros y las otras dos bajo sus brazos. Unió las cuatro sobre su pecho, y automáticamente quedaron selladas y notó cómo se apretaban ligeramente hasta ajustarse a su cuerpo sin molestarle.

—Todos los sistemas activados. Energía principal al cien por cien. Carga auxiliar al cien por cien.

La avalancha de información era enorme: ante sus ojos, aunque a los lados del área de visión de manera que no estorbara, se veían letras y números moviéndose como en una lista interminable que aparecía y desaparecía; al mirar al suelo se dibujaban sobre él líneas perpendiculares color rojo oscuro, que formaban cuadros irregulares acordes a la superficie del terreno. En el aire se veían también líneas muy finas, formándose y desapareciendo constantemente en distintas direcciones, unas rojas y otras azules.

—Activado modo automático por defecto; si desea pasar a manual comunique la orden correspondiente.

Con estas palabras todo pareció desaparecer: las letras y números extraños, las líneas y flechas móviles. Solo se veía un pequeño puntito azul flotando arriba y a la derecha de la mirada del viajero, junto a una línea vertical que cambiaba de color desde el verde de la parte superior hasta el rojo de la inferior; y también se dio cuenta de que algunas formas, como por ejemplo las de sus manos, al mirarlas quedaban contorneadas momentáneamente por una finísima silueta rojo oscuro como si el propio casco las reconociera.

Kyro, aunque superado por aquella magia incomprensible, analizaba la situación de manera práctica. Los objetos habían sido dejados para el viajero, y probablemente eran la única manera de salir de allí. No sabía lo que era un "planeador", pero supuso que los extraños aparatos le permitirían saltar o volar hasta las islas cercanas para avanzar hasta la siguiente esfera. Solo debía averiguar cómo.

—Quiero ir hasta aquella isla —dijo en voz alta, mirando a la que tenía más cerca. No pasó nada, aunque al fijar la vista en ella el contorno en rojo se dibujó un instante.

No, esa no era la manera. La voz que le transmitía las instrucciones no lo hacía con sonidos, sino con pensamientos; repitió la frase mentalmente.

—Orden no reconocida. ¿Desea entrar en modo de asistente de vuelo?

—Sí —el viajero tardó un instante en pensar la respuesta.

Una lista de palabras que no entendió apareció flotando a un lado de su línea de visión.

—Opciones: instrucciones, objetivo automático, modo de vuelo, acerca de, salir del asistente.

—Instrucciones —pensó.

Se dibujaron frente a él varias formas móviles: una silueta con el planeador a la espalda y varias flechas a su alrededor.

—Instrucciones. Uno de seis: controles y movimiento. Este planeador responde a órdenes de localización y desplazamiento...

Kyro estaba en lo alto de una elevación del terreno, justo en el borde. La caída ante él no era suficiente para matarle, aunque seguramente se haría bastante daño. Sin estar muy seguro de lo que ocurriría, se concentró y saltó.

Fue como si unas manos invisibles le sujetaran y le hicieran flotar hacia adelante con suavidad.

Notaba la inseguridad de la primera vez, pero en solo unos momentos entendió cómo respondía aquella magia a sus órdenes mentales. Giró un poco a la derecha, se elevó frenando su velocidad, volvió a acelerar ligeramente y cuando ya estaba cerca del suelo y pensó en aterrizar notó que el planeador automáticamente tomaba el control y lo hacía por sí mismo a la perfección.

Tocó el suelo con los pies, miró alrededor y allá atrás a lo lejos al lugar desde el que había saltado, y entonces sonrió.

Sus prácticas habían ido muy bien y se sentía ya cómodo con el control del planeador y de la magia que encerraba. También había aprendido de las limitaciones de aquella cosa, que parecía aprovechar su velocidad y movimiento para elevarse pero que no podía hacerlo indefinidamente ni tampoco levantarle desde el suelo sin más. Entendía el concepto de "planeador", y había llegado la hora de sacarle partido de verdad y ponerse en marcha.

Llegó hasta el borde de su isla; más allá solo había vacío, aquella inmensidad violeta allá abajo.

Cerca de donde estaba, y más o menos al mismo nivel, había otra que ahora mismo podía ver justo enfrente. El corazón le latía con fuerza, su instinto de conservación le decía que no lo hiciera, pero no había otro camino: respiró hondo y, venciéndose a sí mismo, saltó.

En toda su vida, viajando a través de infinidad de mundos sorprendentes y distintos entre sí, había experimentado a veces fantásticas sensaciones; pero nada se podía comparar a aquello.

Volar, volar por sí mismo, lo superaba todo. Kyro notaba su pecho a punto de estallar, tenía el cuerpo en absoluta tensión, y su respiración era corta y violenta; sus ojos estaban abiertos al máximo, su boca era mitad sonrisa mitad mueca de esfuerzo, su mente estaba centrada en su objetivo y en controlar la situación pero al mismo tiempo había espacio en ella para darse cuenta de que aquello era lo mejor que había vivido jamás.

Elevándose un poco a la vez que avanzaba fue recorriendo el espacio hasta la otra isla, que se agrandaba conforme se iba acercando. Ya distinguía bastantes detalles, parecía más boscosa que la primera y algo más grande. Por fin salió del vacío y sobrevoló tierra firme, aunque aún no fue capaz de controlar los fuertes golpes de su corazón desbocado; enseguida encontró un lugar rocoso despejado para aterrizar y así lo hizo. No pudo evitarlo: en cuanto tocó el suelo, con la respiración aún entrecortada y todo su cuerpo en tensión, le salió de dentro una sonora carcajada.

Aquella isla no era muy distinta de la anterior: plantas y animales más abundantes y poco más. El viajero sabía ahora que la línea vertical de colores que podía ver arriba a la derecha ante sus ojos mostraba la cantidad de energía disponible, y apenas había bajado un poco con las pruebas previas y este salto; aún le quedaba mucho antes de que tuviera que parar hasta que el sol la recargara del todo. Decidió que, para ahorrarse problemas, se detendría cuando el nivel hubiera entrado en rojo antes de que llegara a vaciarse del todo.

Los siguientes saltos fueron igualmente emocionantes, y las islas estaban entre simples rocas con escasa vegetación, como la primera, y auténticos bosques frondosos llenos de vida. Kyro miró el nivel de energía: estaba por el naranja casi llegando al rojo, así que pensó en dar un viaje más y entonces descansar. La siguiente isla parecía también de las grandes y rebosantes de plantas y animales, seguramente encontraría agua y comida con facilidad.

Planeó hasta allí, y se elevó por encima del terreno buscando un sitio adecuado; pero encontró algo inesperado. Aún estaba en el aire cuando le pareció escuchar gritos, y algo parecido a aullidos, desde la distancia. Se acercó a ver y se sorprendió: allá abajo había una pelea.

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