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Authors: Mandelrot

El viajero (34 page)

Miró a su alrededor, jadeando y con gesto de sufrimiento.

—¡Heara! —Llamó.

La mujer estaba agachada junto a los cuerpos de las dos víctimas de los monstruos, mirándolas con tristeza.

—Nunca antes había ocurrido algo así —dijo—. Los galvuts jamás habían venido hasta tan cerca.

Kyro le alargó uno de los planeadores con su casco de los que llevaban aquellos hombres; él llevaba el otro. Heara se puso en pie y lo cogió.

—Debemos llevarlos a su aldea; está solo a tres pokras de distancia.

El viajero asintió. Se pusieron en marcha.

Ya desde el aire se veía la devastación que había sufrido aquel lugar. Cadáveres desmembrados tirados en las calles y manchas de sangre por todas partes, objetos volcados aquí y allá, caos.

Kyro siguió a Heara hasta posarse en medio de lo que parecía la plaza principal. A su alrededor las imágenes eran igual de duras que en el resto del poblado.

—Esto ha pasado hace poco —dijo el viajero—. Ha sorprendido a la gente en las calles sin tiempo para esconderse; los atacantes han sido numerosos.

—Los galvuts viven en comunidades y salvo que persigan una presa nunca se separan mucho del líder del grupo. No soy una experta, pero creo recordar que no les gusta viajar largas distancias; desde luego es la primera vez que llegan hasta tan cerca de donde vivimos los humanos.

—Pues parece que algunos están por aquí. Son muchos y tienen hambre.

Heara decidió buscar supervivientes mientras Kyro volaba hacia arriba para observar los pokras vecinos. Estaban demasiado lejos para distinguir detalles, y ya la tarde estaba avanzada con lo que había algo menos de luz; pero al menos no se veían bandadas de galvuts. Las islas vivientes se veían en calma flotando sobre el océano violeta allá abajo. Dio algunas vueltas en círculo sobrevolando toda la extensión del pokra asegurándose de que no hubiera por allí más peligros inmediatos, y cuando la línea de energía de su planeador ya había llegado al rojo inició el descenso de vuelta.

Vio a la mujer acompañada de otros seres como ella: altos, delgados y de facciones similares.

Catorce, contó el viajero mientras se acercaba.

—Parece que no hay más supervivientes —le informó cuando él puso los pies en tierra—. Son los que tuvieron tiempo de esconderse o estaban encerrados en sus casas. Las víctimas son casi un centenar.

El grupo era bastante desigual, desde dos niños hasta lo que parecían tres ancianos. Algunos lloraban, otros le miraban con una mezcla entre extrañeza y miedo. El viajero les ignoró.

—Este lugar no es seguro —dijo—. Podrían volver si no encuentran más comida; hay que irse cuanto antes.

—Solo había dos planeadores aquí, y son los que se llevaron los que trataron de huir y que encontramos antes.

—¿Hay algún sitio cercano adonde ir?

La mujer pensó un momento.

—Los pueblos que hay en los pokras de esta zona están igual de indefensos que este. Habría que llevar a toda la población a Rova, ya no está muy lejos. Quizá podríamos hacerlo durante la noche.

—Bien —dijo Kyro—, te diré lo que vamos a hacer.

Cambiaron sus planeadores por los que habían encontrado, que tenían algo más de carga; sus cascos reconocieron los nuevos dispositivos automáticamente. Después de dejar a los supervivientes en la casa más sólida que encontraron, con agua y comida para que no necesitaran salir, se pusieron en marcha.

Lo primero fue dejarse caer hasta estar por debajo de todos los pokras, para no ser vistos al sobrevolar ninguno de ellos; y entonces guiados por Heara se dirigieron a Rova en línea recta y sin escalas. Aún quedaba algo de luz y Kyro pudo ver de cerca el vientre liso de uno de aquellos colosos flotantes; contrastaba con la parte superior que no se distinguía de la tierra firme de cualquier otro mundo que hubiera visto, y su tamaño era tan descomunal que en comparación ellos dos eran como simples motas de polvo.

Siguieron así durante mucho tiempo, hasta que se hizo completamente de noche. Aunque el cielo se había vuelto totalmente oscuro a excepción de las estrellas, el viajero se sorprendió al comprobar que el mar de allá abajo nunca se oscurecía del todo: casi se apagaba, su luz ni siquiera era suficiente para iluminar haciendo sombra, pero seguía brillando tenuemente en la oscuridad como una interminable mancha violeta en un todo negro a su alrededor.

Cuando la escasez de luz apenas le permitía distinguir bien la silueta de Heara ante él, de repente aquellas palabras sin voz volvieron a escucharse en su cabeza.

—Pasando a modo nocturno.

En un instante la visión a través de su casco cambió y se llenó de tonos grises más o menos brillantes. Era algo extraño y tardó un instante en comprender que no pasaba nada malo, y en cuanto se acostumbró comprobó que se podían distinguir incluso formas lejanas con toda claridad.

—Ciencia —se dijo a sí mismo, asombrado.

—¿Decías algo? —se giró Heara.

Kyro negó con la cabeza. Ella se retrasó un momento para hablarle.

—¿Cómo vas de energía?

—Naranja, cerca del rojo.

—Vaya, gastas demasiado —pareció preocupada—; tu carga incluyendo la reserva aún debería ser suficiente, pero no estoy segura. Puedo dejarte por aquí y volver a por ti más tarde, aunque tendría que llevarme tu planeador para usarlo en el rescate de toda esa gente…

—Sigamos —contestó simplemente el viajero.

Ella le miró, y volvió a colocarse por delante.

El vuelo seguía, siempre pasando por debajo de los gigantescos pokras hasta que llegó un momento en que no había ninguno cerca. La línea de energía hacía ya bastante que había pasado al rojo, y cuando ya solo quedaba un punto Kyro escuchó la voz en su cabeza.

—Carga principal a punto de agotarse; carga auxiliar preparada.

No sabía cuánto podría el planeador mantenerle en el aire.

—Me queda poca energía —dijo a la mujer.

—Ya estamos cerca —le contestó ella.

El puntito rojo se apagó y apareció una línea blanca parpadeando. Era mucho más corta que la primera.

—Carga auxiliar activada. Por favor, aterrice lo antes posible.

—Ya estoy usando la reserva —dijo de nuevo Kyro.

Ella le miró fugazmente con cara de preocupación, pero no dijo nada. Habían pasado el último pokra hacía un mucho rato y estaban en una zona despejada; allá adelante, muy lejos, se veía otro mucho más grande que el resto y en el que se apreciaban muchos puntos muy brillantes que debían ser luces.

—Rova —señaló Heara—, por fin.

—Mi planeador no tiene energía —dijo él—; la carga auxiliar se agota rápido.

La mujer se volvió, mirándole con desconcierto.

—No... No debería ser así. Es demasiado pronto.

El viajero se limitó a mirarla. Ella parecía alarmada y habló de nuevo.

—Pero... Mira, está ahí mismo —señaló, como si dependiera de él—. ¿No crees poder llegar?

—Hasta allí no.

Heara miró alrededor, aunque sabía la respuesta a la pregunta que se hacía en su mente.

—Aquí ya no hay nada más cerca —estaba muy alterada.

—Entonces no llegaré —la tranquilidad con la que Kyro dijo estas palabras le sorprendió incluso a él mismo.

—¡Kyro! —la voz de ella fue casi un susurro.

Parecía no saber qué decir, qué hacer. Miraba al viajero, se volvía a Rova, trataba de encontrar una solución pero no parecía haberla.

—Energía agotada. Desconexión.

Los tonos grises se apagaron dejando su visión momentáneamente en la oscuridad, y Kyro solo fue capaz de distinguir el bulto que era Heara alejándose mientras él notaba que perdía velocidad y empezaba a caer.

Por un instante el viajero sintió la soledad más absoluta, una calma infinita, al mirar hacia abajo y no ver nada más que el eterno mar violeta que sería su muerte.

Estaba en trance, encontrándose a solas cayendo hacia su final, cuando sintió aquel abrazo tan brusco que le devolvió a la realidad.

—Vamos, ¡vamos! —dijo Heara haciendo un gran esfuerzo.

—¿Qué haces? ¡Sigue o caeremos los dos!

—Pesas demasiado, no puedo contigo. ¡Agárrate!

—Tu planeador no podrá con los dos. Déjame.

—¡Me salvaste la vida! ¡Agárrate, por favor!

El viajero lo hizo; la abrazó con fuerza pero tratando de no romper sus frágiles huesos. Heara miraba al frente con expresión de máxima tensión, absolutamente concentrada en forzar al máximo la potencia de su planeador para subirles. Muy lentamente fueron describiendo una curva frenando su caída y, aún abrazados, lograron colocarse en dirección a Rova y poco a poco empezaron por fin a elevarse.

Los últimos instantes se les hicieron eternos. El borde del pokra estaba ahí, ya casi a su alcance, y Kyro veía las gotas de sudor en la cara de la mujer que no dejaba de mirar arriba con total concentración. Cada vez quedaba menos, pero parecía una distancia insalvable.

Por fin Kyro alargó una mano y se sujetó de lo que parecía una rama en la vegetación al borde del abismo. Inmediatamente Heara pareció aflojarse como si se hubiera desmayado y, soltando todo el aire de golpe, empezó a resbalar hacia abajo. El viajero la sostuvo con fuerza con el otro brazo y, después de un momento de asegurar su agarre, tiró con todas sus fuerzas arrastrando su espalda contra la pared al mismo tiempo que la empujaba a ella para subirla.

Ambos quedaron tumbados en el suelo en la oscuridad. Kyro sentía todo su cuerpo dolorido por el brusco esfuerzo, y Heara empezaba a reaccionar.

—Creí que no aguantaría —dijo la mujer cuando por fin fue capaz de hablar—. Voy a tener dolor de cabeza el resto de mi vida.

Tras un instante el que habló fue el viajero.

—Gracias —fue lo único que dijo.

—¿Sabes una cosa? —ella sonrió—. La vida de un mensajero es muy solitaria. Creo que he pasado más tiempo abrazada contigo, seas lo que seas, que con cualquier hombre humano desde hace mucho tiempo.

Los dos soltaron una breve risa agotada. Tras esto se levantaron y se pusieron nuevamente en marcha.

Kyro estaba sentado en un extraño pero cómodo sillón, descansando mientras esperaba. La habitación era lujosa aunque no tenía muchos adornos; unas lámparas de aceite iluminando la estancia, varias telas bordadas y algunas figuras de formas rectas. Había notado que todo el edificio tenía un aire bastante sobrio, supuso que sería algún lugar oficial. Al cabo de unos momentos se abrió la puerta y entraron dos hombres que parecían soldados.

—Acompáñanos, por favor.

Le condujeron hasta un saloncito en el que habían algunos muebles extraños, y en el centro una larga mesa rodeada de asientos sobre los que estaban varios individuos con el mismo aspecto de Heara, que también se encontraba allí y que le sonrió al verle. Todos vestían ropas oscuras, en total los desconocidos eran cuatro hombres y cinco mujeres.

—Bienvenido, extranjero —dijo uno de ellos, que estaba sentado en uno de los extremos—. Soy el alcalde Salltom de la ciudad de Rova. Sabemos que tu nombre es Kyro, pero ¿puedo empezar preguntando quién eres?

—Deberíais preocuparos por esos galvuts que tenéis ahí fuera, no por mí. Si me dais un planeador cargado me iré ahora mismo.

—Todos los que hay disponibles están en la operación de evacuación de los pueblos al oeste de aquí —intervino la mujer que estaba sentada más cerca del alcalde—, y de todas formas pertenecen por ley al Gobierno, no a los particulares, porque son irreemplazables. No podemos darte ninguno.

El viajero miró fugazmente a Heara, que titubeó.

—Pero —dijo—... ¡Me ha ayudado, gracias a él estoy aquí para avisaros y salvaremos muchas vidas!

En ese momento habló el alcalde.

—La comandante Mako tiene razón; no podemos prescindir de ningún planeador así como así. Pero antes de discutir ese punto me gustaría saber qué tenemos ahí fuera: ¿cuántos galvuts habéis visto?

—Ocho en total —dijo Heara—. Estaba sobrevolando un pokra cercano a Yamet cuando me encontré con uno de ellos; traté de huir y cuando me di cuenta eran tres los que me seguían. Kyro me salvó.

Hizo una pausa momentánea en que todos miraron al viajero, que no se inmutó. La mujer continuó.

—Más tarde cerca del pueblo él acabó también con otros cinco, que habían matado a los dos que consiguieron escapar con los planeadores.

—¿Mataste a cinco galvuts? —la comandante pareció impresionada; Kyro la miró sin responder.

—Si había ocho de esos monstruos sueltos tiene que haber una bandada muy grande por la zona —dijo el alcalde con preocupación.

En ese momento habló otro de los hombres que estaba sentado a la mesa, hasta entonces en silencio.

—Los galvuts son bastante estúpidos pero muy agresivos. Se concentran en torno a un líder que les conduce a donde hay comida, aunque no suelen viajar lejos.

—¿Qué posibilidades hay de que se vayan como han venido? —preguntó Salltom.

—Su líder podría volver a llevárselos, aunque no creo que ocurra algo así; atacarán pueblos, granjas, todo lo que encuentren.

—La única forma de solucionar esto es enfrentándonos directamente a ellos —dijo la comandante.

El alcalde habló, aunque parecía sumido en sus reflexiones.

—Eso significaría muchos muertos y muchos planeadores perdidos, probablemente. Debe ser el último recurso.

—¿Cómo llega un galvut a ser líder de su grupo? —preguntó Kyro de improviso.

El hombre que había hablado antes sobre aquellos seres le respondió.

—Por la fuerza. Vence al jefe actual e intimida a los demás.

—Antes has dicho que son bastante estúpidos —siguió el viajero—. ¿Hasta qué punto?

Le habían acomodado en una habitación con una bonita vista a un jardín que llegaba al borde del pokra donde empezaba el vacío; el sol estaba alto y la combinación de colores era muy hermosa. Kyro estaba en pie, el hombro apoyado contra la piedra en el arco por el que se salía a la terraza, mirando relajadamente al exterior; Heara estaba sentada tras él, hablándole.

—Vas a morir y lo sabes —dijo; parecía bastante enfadada—. Tu idea es de locos.

—Morir aquí o allá —el viajero habló sin desviar la mirada de la lejanía.

—Para esto te salvé la vida —la mujer hablaba refunfuñando.

—Estamos en paz.

Ella fue a decir algo, pero al final se mantuvo en silencio.

En ese momento llamaron a la puerta. Tras un instante se abrió: era la comandante Mako con un acompañante que llevaba varios objetos en sus manos. Mako hizo un gesto y el hombre los dejó sobre una mesa antes de salir: ropas, un casco y un planeador, todo de un color gris amarillento muy similar al de los galvuts.

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