Read El viajero Online

Authors: Mandelrot

El viajero (35 page)

—Les hemos localizado —dijo.

—¿Sabéis ya adónde debo dirigirlos?

—Toda la información está en el mapa de tu casco. Cuando hayas dejado las zonas habitadas encontrarás un vacío con un solo pokra en medio donde tendrás que parar para recargar energía; una vez te hayas ido lo atraeremos hacia nosotros y ese espacio quedará desierto. Después de eso será muy difícil que vuelvan atrás.

—A partir de ahí estarás solo con ellos —dijo Heara.

—Hemos hecho un trato —la comandante le lanzó una mirada dura—. Intenta engañarnos y te prometo que te encontraré.

El viajero, ignorándola, se acercó y levantó el traje observando los arreglos que le habían hecho: una tela fina bajo cada uno de los brazos y entre las piernas, igual que las membranas que había visto antes.

—Una cosa está clara —habló de nuevo Heara, aún con gran irritación—: si los galvuts son estúpidos tú vas a ser el líder perfecto.

Tras decir esto salió de la habitación.

Estaba preparado: vestido con aquella ropa, el casco y el planeador todos del mismo color, podría engañar a aquellos seres si era cierto lo de su inteligencia limitada. Ahora que se había quedado solo, el viajero decidió hacer una prueba.

—Sonido galvut —pensó.

En ese momento se oyó un potente aullido que parecía salir del mismo casco al que había dado la orden; realmente era una imitación muy buena del ruido que hacían las bestias.

—Mapa.

Ante sus ojos se dibujó un grupo de puntitos en rojo oscuro, uno de ellos más grueso que los demás y otro parpadeando en amarillo.

Comprobó que todo su equipo estuviera bien colocado, incluyendo el cuchillo que llevaba sujeto a una de sus botas; se dirigió al borde de la terraza y saltó. Dio algunas vueltas en el aire para asegurarse de que el planeador respondiera correctamente, comprobó que el nivel de energía era máximo, y ya se disponía a seguir su camino cuando le llamó la atención una figura asomada a una de las ventanas cercanas: era Heara, que le miraba tratando de mantenerse oculta tras los muros. Cuando vio que Kyro volvía la cabeza hacia ella se hizo atrás y desapareció; el viajero no volvió a verla nunca más.

Se alejó de Rova sin mirar atrás. Su único pensamiento era dirigirse a donde estaban aquellos monstruos siguiendo el plan.

De vez en cuando paraba en algún pokra donde veía agua, o descansaba un poco cuando la energía del planeador empezaba a ser baja para que se recargara con el sol. Sobrevoló pequeñas poblaciones ahora desiertas, encontró un descampado en el que había restos de animales devorados, y por fin cuando ya la tarde estaba bien avanzada llegó hasta donde estaban los galvuts.

Al acercarse al pokra vio desde lo lejos a varias figuras sobrevolando la zona. Descendió hasta quedar por debajo para no ser visto en la aproximación, y remontó al final para llegar a tierra firme justo en el borde al vacío. Desde allí avanzó caminando por entre la vegetación.

Estaban en un espacio abierto, al parecer descansando o haciendo vida social. Aunque fueran tan delgados, siendo tantos que alimentar debían suponer un gran peligro para todos los seres de su entorno. El viajero sujetó su cuchillo y salió de entre la maleza, tratando de imitar la forma en que caminaban las bestias; se dirigió a los que tenía más cerca, para poder buscar refugio de nuevo en el bosque si se daban cuenta del engaño.

No le descubrieron; seguían con sus rituales de limpieza mutua o relación entre ellos. Alguno picoteaba los restos de un animal muerto, otro empujaba a un compañero quizá estableciendo jerarquías. Después de quedarse un rato quieto al borde del grupo para asegurarse de que los que le miraban no reaccionaban de manera hostil, comenzó a avanzar entre ellos con mucho cuidado.

Caminaba doblando las piernas como hacían los demás para poder sostenerse sobre sus patas con las púas de los extremos. Trataba de avanzar sin llamar su atención, hasta que en un determinado momento tuvo la mala suerte de que cuando iba a apoyar el pie uno de los monstruos que estaba semitumbado junto a él estiró un brazo y le pisó sin querer. El galvut lanzó un aullido y se levantó instantáneamente, amenazándole con sus púas; el viajero reaccionó por instinto imitándole, abriendo los brazos y lanzando también un aullido a través de su casco, ante lo que los demás volvieron hacia él sus miradas. Por un instante tuvo la certeza de que se darían cuenta de que no era uno de ellos y le despedazarían.

Pero no fue así. El otro se calmó y volvió a tumbarse sin prestarle más atención, y los demás siguieron con su actividad. Kyro miró a todas partes hasta estar seguro de que el problema había pasado, y siguió caminando.

Había supuesto que el líder estaría cerca del centro del grupo, pero no podría distinguirlo a simple vista. Cuando llegó a un lugar desde el que podía ver fácilmente toda la zona se agachó como los demás y comenzó a observar.

Ahí estaba, en lo alto de un pequeño montículo. Era más grande que el resto, tenía más espacio libre a su alrededor, y una de las veces que otro se le acercó para limpiarle lo hizo agachado en gesto de evidente sumisión. Mientras le acicalaba algo debió molestar al jefe, que lanzó un aullido y el otro se pegó al suelo bajando la cabeza; un momento después, con cuidado, volvió a su trabajo sin que el líder volviera a mirarle. No había dudas: El viajero había encontrado su objetivo.

La noche llegaba y la mayoría de los galvuts se enroscaba para dormir. Kyro esperaba su momento. Oscureció del todo y se activó el modo de visión nocturna: gracias a la magia de aquel aparato lo que antes había sido negrura se transformó en claras imágenes en gris brillante de los monstruos en su descanso. Aún esperó mucho más para estar seguro, hasta que por fin empezó a moverse sigilosamente en dirección al montículo del líder.

Dormían profundamente y ninguno reaccionó: aquellos seres eran depredadores, no esperaban ataques y menos aún en la seguridad que les proporcionaba su amplia comunidad. El viajero se aproximó con cuidado al jefe, que como los demás estaba enroscado y parecía respirar profundamente. Se colocó a su espalda, miró a los demás a su alrededor para comprobar que ninguno se movía, y en completo silencio sacó su cuchillo y avanzó los últimos pasos hacia su víctima.

Fue tan rápido como preciso: Kyro se le echó encima para bloquearle con su peso mientras al mismo tiempo le cortaba la garganta de lado a lado. El galvut se agitó violentamente, pero no podía aullar y estaba inmovilizado; inmediatamente, sin dejar de sujetarle con todas sus fuerzas, el viajero le hundió la hoja en la tráquea hasta el fondo y dejándola clavada la soltó para abrazarle apretando hasta oír crujir varios huesos. No duró mucho más, pronto su presa dejó de moverse.

Kyro miró a su alrededor: todo estaba en calma.

Lo siguiente era igualmente delicado: se levantó cargando el cadáver y, despacio y con total sigilo, fue cruzando por entre los galvuts dormidos hasta dejarlo oculto en el borde del bosque. Tras esto volvió atrás en su camino, de nuevo hacia el montículo del que había sido el líder.

Salió el sol. Los monstruos empezaron a estirarse y desperezarse al calor de la mañana. Los que estaban más cerca del montículo miraron a su jefe: allí estaba Kyro, en pie esperando su reacción. Miraba alrededor con su daga en la mano, atento a la más mínima señal de hostilidad.

Los que tenía más próximos parecían desconcertados. Uno de ellos se levantó también y se le acercó: cuando estuvo junto a él se detuvo, estudiándole, y abriendo los brazos empezó a lanzar un aullido desafiante.

Pero no fue más que un instante, porque el viajero actuó inmediatamente aprovechando que el galvut tenía los brazos separados: rápido, imparable, le dio un brutal puñetazo en el centro del pecho que le destrozó los huesos y le lanzó rodando hacia atrás transformando su grito en otro de dolor. Entonces fue él quien, separando los brazos, hizo que su casco lanzara un aullido lo más fuerte posible: se volvió a los demás y avanzó un paso de manera agresiva, y los otros se agacharon instintivamente de manera sumisa. Por fin el viajero volvió a mirar a su alrededor, esta vez erguido y mostrando poder: era el nuevo líder.

No estaba seguro de ser capaz de comenzar su vuelo desde tan baja altura; saltó lo más fuerte que pudo y mientras caía desde el borde del montículo pensó lo más intensamente que pudo la orden a su planeador para que le mantuviera flotando. Lo consiguió por poco y, dando vueltas en espiral, ascendió mientras veía cómo los demás empezaban a seguirle.

Iba en primer lugar, volando tan rápido como podía para que el resto no notara demasiado sus carencias en el aire; todos le seguían aceptando su liderazgo. Se dirigió a donde le guiaba el mapa, un pokra-granja que sería su primera escala hacia el sur. Pasaron sobre otros más pequeños, pero a pesar de que la energía se consumía rápido Kyro no hizo otras paradas ni descansos hasta que llegaron a su destino.

Según le habían dicho su labor como líder sería llevar al grupo hasta donde hubiera comida, y allí la encontró: cuando vio el pokra con los pequeños edificios sobre él, rodeados de una valla y una gran cantidad de diversos animales sueltos en aquel espacio acotado, supo que el plan marchaba según lo previsto. Lanzó un aullido y se dirigió directo hacia allí.

El grupo se lanzó sobre los animales salvajemente. Todos estaban ocupados cazando y comiendo, lo que dio al viajero algo de tiempo para dejar que se recargara su planeador. Subió al techo del edificio principal, desde donde podía ver la gran matanza que llevaban a cabo aquellos monstruos.

Mucho más tarde, cuando ya no quedaba nada vivo que despedazar y tras el tiempo de descanso que siguió a la comida, Kyro supo que debía llevárselos de allí al ver que muchos de aquellos seres le miraban como esperando sus órdenes. Esta vez la altura del edificio sobre el que estaba le haría fácil el inicio del vuelo; se puso en pie abriendo los brazos, lanzó un aullido, saltó y se puso en camino. Sus súbditos le imitaron inmediatamente: el temible escuadrón de depredadores le seguiría adonde fuera.

Volaron durante muchos días, dejando atrás los pokras habitados y superando el gran vacío que marcaba el punto de no retorno. Seguía las indicaciones del mapa que le permitían encontrar sitios adecuados para encontrar caza y descansar, dirigiéndose siempre hacia el sur. El viajero, solo en la cabeza de la formación, disfrutaba de las fantásticas sensaciones que aquello le producía.

No había nada como experimentar la libertad.

Cuando estaban en tierra Kyro, que siempre buscaba colocarse en algún lugar elevado desde el que pudiera remontar el vuelo, contemplaba a sus bestias relacionarse entre ellas mientras él se mantenía solo, sin dejar que nadie se le acercara.

Volar lejos, seguir mi camino sin mirar atrás.

Se encontraba ya bastante cómodo entre el grupo; empezaba a conocer bien sus reglas, sabía cuándo debía ponerse en marcha o cuándo dejarles descansar, y los galvuts no le molestaban.

Siempre había pensado que estar condenado a perderlo todo era una maldición.

Disfrutó de aquello hasta llegar a su destino: un pequeño pokra, rocoso y sin apenas vegetación, que sobrevoló mirándolo atentamente. Entonces decidió llevar al grupo a otro cercano, más grande y de naturaleza abundante. Encontró un pequeño claro donde aterrizar y allí les condujo; los demás se situaron a su alrededor y, según fue llegando la oscuridad, se prepararon para la llegada de la noche.

El paso a cada nuevo mundo era la renuncia a todo lo que había conseguido: el dolor del vacío.

Cuando ya todos dormían el viajero se levantó. Cruzó con cuidado por entre los monstruos dormidos, y llegó caminando al borde del pokra. Entonces saltó y se dirigió planeando al otro más pequeño: aterrizó y buscó hasta encontrar una pequeña grieta en el suelo rocoso.

Pero ahora lo comprendía, aquello tenía un nuevo significado: dejar lo que tenía era romper mis ataduras, abandonarlo todo era lo que me hacía libre.

Se quitó el planeador, la ropa y el casco; cuando estuvo desnudo se detuvo a mirar de nuevo el maravilloso artefacto volador. Finalmente, sujetándose con sus manos, se deslizó por la grieta por la que instantes después se filtró un intenso resplandor anaranjado.

Capítulo 5: Ha-Dral

El viajero, llevando solo un taparrabos, botas y un cinto del que colgaba una espada, estaba parado en medio de la calle mirando frente a sí. El lugar era sucio y maloliente; junto a él pasaban criaturas de todo tipo, que tenían en común su aspecto de ser de muy mala calaña.

Cuando renuncié a mi misión dejé de ser el que tantos esperaban.

A algunos pasos en la misma calle un ladrón trataba sigilosamente de sacar algo de la bolsa de un viandante despistado, cuando este se dio cuenta e inmediatamente se inició una gran pelea.

Kyro no se movía, ignorando la situación.

Colocaron sobre mí la misión de liberarles, como ellos darían sus vidas por ayudarme.

Gritos, tumulto, gente escapando a toda prisa. Un ser que parecía un odre hinchado de piel arrugada con cuatro diminutos brazos, sin piernas y que flotaba en el aire, pasó a toda velocidad junto al viajero seguido de un humano flaco y contrahecho que le amenazaba con un cuchillo.

Pero yo había roto aquel contrato. Ya no era responsable de nadie.

Bajó la cabeza, muy serio y pensativo. Parecía totalmente ausente de las escenas que se vivían a su alrededor.

Y con ello había perdido mi derecho a pedirles nada.

Después de unos momentos levantó la mirada y avanzó con resolución.

El enviado que era su esperanza había muerto; solo quedaba en mí un vagabundo en busca de hogar.

Entró en la puerta que tenía delante: junto a ella, cuidadosamente tallado en la pared, estaba bien visible y en gran tamaño el signo de la mano entrecerrada que era la señal del viajero.

—Bienvenido, señor. La paz y la felicidad vivan en tu corazón.

El que así le saludó desde el fondo de la estancia era un hombre bastante mayor, un artesano de pieles que trabajaba en su taller. Se levantó de la silla en la que estaba sentado mientras cosía y se acercó a Kyro mesándose los blancos cabellos.

—Espera, te conozco —dijo cuando llegó hasta él—. Tú eres... Eres uno de los hombres de Creet, estabas con él cuando vino la última vez.

—Así es —respondió el viajero.

El anciano dio unos pasos atrás, visiblemente asustado.

Other books

En esto creo by Carlos Fuentes
Requisite Vices by Miranda Veil
Shattered by Jay Bonansinga
Darkness Falls by Keith R.A. DeCandido
Willing by Michaela Wright
Do Less by Rachel Jonat
Nuts and Buried by Elizabeth Lee