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Authors: Mandelrot

El viajero (40 page)

—Ahora hay que encontrar el tesoro —dijo Creet—. Habrá que separarse.

—Yo buscaré en los aposentos reales —dijo Bofor—. Vamos, querido —sonrió y empujó a Ram—, acompáñame.

—Voy a mirar por la parte baja —Warka miraba a su alrededor.

—Bien —asintió Creet—. Nos veremos aquí mismo.

Se fue cada uno por su lado; Warka, acercándose a una de las puertas, la abrió y vio una escalera descendente. Descolgó de la pared junto a ella una antorcha y comenzó a bajar, sacando de su bolsa algo para encenderla.

Llevaba ya mucho tiempo buscando; aquel lugar era enorme. Cocinas, viviendas, estancias de todo tipo y tamaño, los niveles inferiores habían estado destinados claramente al servicio. Todo estaba en orden y no había señal alguna de violencia, ni restos de gente; era como si los habitantes de aquel lugar en algún momento hubieran dejado lo que estaban haciendo y se marcharan sin más.

Warka llegó hasta una zona con muchas habitaciones llenas de mesas, sillas y documentos; había un ancho pasillo que al final daba a una puerta con barrotes de aspecto muy pesado. El mercenario la empujó: estaba abierta, la cerradura había sido forzada.

Arrugó la expresión y se asomó: eran unas escaleras que seguían hacia más abajo, perdiéndose en la oscuridad. En la pared había algo colgado del soporte de una antorcha. Warka se acercó: era un brazo cortado a la altura del codo, con varios anillos de apariencia muy valiosa en los dedos.

Se sorprendió al ver aquello: levantó su antorcha mirando adelante y atrás, pero en el tramo iluminado solo había escalones. El mercenario volvió a mirar el brazo, lo tocó y comprobó que estaba caliente; sacó su espada y siguió avanzando.

Al final de las escaleras encontró el otro brazo, cortado exactamente igual y luciendo también lujosas joyas en los dedos. Allí comenzaba un ancho pasillo, y Warka lo siguió despacio y sin bajar la guardia.

Llegó hasta una bifurcación; miró a ambos lados, y se dio cuenta de que había algo hacia la derecha. Se dirigió hacia allí: sentado en una silla en medio del paso estaba el cuerpo de un hombre vestido con una túnica adornada con todo tipo de joyas. Le asomaban los brazos desnudos, cortados a la altura de los codos, y le faltaba también la cabeza.

Warka dudó un momento. No dejaba de mirar adelante y atrás; decidió continuar. Llegó hasta una pequeña habitación con una mesa, varias sillas y un soporte en el que había varias lanzas, espadas y otras armas. En la pared del fondo había otra gruesa puerta con rejas, también con la cerradura rota. Se colocó a un lado de esta y la empujó con suavidad; dentro todo estaba oscuro. Apretó los dientes y entró con la antorcha y la espada por delante.

La estancia era grande; había cajones y cofres por todas partes. Con cuidado el mercenario levantó la tapa de uno de ellos usando la punta de su espada: era el tesoro. Mirando alrededor, sin confiarse, abrió otro y vio que también estaba lleno de riquezas.

Sonrió por un instante, pero siguió alerta a lo que hubiera a su alrededor. Encendió dos antorchas que había tras él, a ambos lados de la puerta, y con la luz pudo ver que había algo un poco más adelante. Se acercó: había un arcón volcado, todo su valioso contenido tirado por el suelo haciendo un pequeño montón, y sobre este se encontraba la cabeza de Creet con una corona sobre ella. El mercenario se llevó una gran sorpresa al verlo, y en ese momento un golpe tras él le sobresaltó aún más: dio un salto dándose la vuelta rápidamente. La puerta estaba cerrada y ante ella, con una espada en la mano, estaba el viajero.

No dijo nada. Tenía todo un lado del cuerpo lleno de sangre, al igual que sus manos y algunas manchas en la cara y el pecho. Su aspecto asustaba, y su mirada aún más.

Warka, tras un momento para asimilar lo que veía, sonrió.

—Así que eres tú; hoy es un día de buenas noticias.

Se lanzó hacia adelante con la espada levantada; Kyro también avanzó. El mercenario descargó su espada, pero el viajero la esquivó agachándose hacia un lado y aprovechó la inercia para lanzarle a su adversario un golpe imparable que le cortó limpiamente la pierna por encima de la rodilla. Warka cayó pesadamente al suelo, tirando dos de los cofres.

Gritó de dolor, soltando su arma y la antorcha y tratando de sujetarse la pierna que soltaba chorros de sangre. El mercenario aullaba desesperado, cuando Kyro se le acercó y le agarró el tobillo que aún le quedaba levantándole la pierna. Abrió el brazo en el que sostenía su espada ensangrentada mientras Warka gritaba, y golpeó de nuevo cercenándole de un tajo la otra rodilla. Tras esto se acercó a la puerta sin mirar atrás, cogió una antorcha y se marchó de allí.

—¡Ah!

Bofor puso cara de decepción al ver que Ram no estaba detrás de las cortinas que acababa de descorrer. Miró alrededor.

—Querido, ¿dónde estás? —llamó con voz suave.

Estaba completamente desnudo en los aposentos reales. Siguió buscando al chico, levantando telas y mirando tras los muebles.

—Ven, mi niño guapo, papá Bofor necesita cariño...

Ram, acurrucado bajo la cama del rey y mirando con expresión de miedo, vio pasar ante él los pies del tabernero. Cerró los ojos apretándolos fuerte.

—Vamos, cariño, sal de tu escondite... —decía Bofor.

El niño mantuvo los ojos cerrados unos momentos más; tras esto los abrió, para ver que el hombre ya no estaba allí. Respiró aliviado, sin darse cuenta de que Bofor le estaba mirando desde el otro lado de la cama.

—¡Te encontré! —dijo, alargando una mano que sujetó al niño por detrás.

Soltó una risita mientras arrastraba a Ram hasta afuera. Lo mantuvo agarrado mientras se sentaba, respirando fuerte por el esfuerzo de agacharse y levantarse.

—Eres un niño muy travieso, ¿sabes? —le acarició la cara con su mano sudada—. Creo que voy a tener que darte unos azotes...

Le tumbó sobre sus rodillas; Ram, bajando la cara con mucha vergüenza, se resistía débilmente.

El tabernero le bajó el pantalón, descubriéndole las nalgas. Tenía los ojos y las aletas de la nariz muy abiertos en señal de gran excitación; las gotas de sudor le bajaban por la cara y la papada hasta el pecho. Le dio una palmadita en el trasero al niño y respiró más agitadamente; le sujetó la mano y la llevó por la fuerza hacia su entrepierna, bajo los pliegues de su gran barriga. Cerró los ojos con placer enfermizo, y levantó de nuevo la mano abierta para golpear otra vez las nalgas del chico.

Pero se quedó paralizado mirando al frente. De repente la cara se le quedó absolutamente lívida, abrió la boca sin ser capaz de hablar, y soltó a Ram que inmediatamente se puso en pie con la cabeza baja mientras se subía los pantalones. El niño, extrañado, levantó la vista despacio hacia Bofor, y al ver que este miraba con espanto algo a su espalda se dio la vuelta. Allí estaba Kyro, bañado en sangre, mirando al tabernero con expresión temible.

—Vístete —dijo simplemente.

Mientras Bofor salía trastabillando y a toda prisa de la habitación el viajero miró a Ram.

—Gracias.

El chico asintió, aún con la boca abierta por la sorpresa.

—¿Tienes aún la bolsa que te di? –le preguntó el viajero.

—Sí.

Sin más palabras se dirigió a la salida. Ram se le quedó mirando un instante y entonces le siguió.

El camino entre las montañas era cada vez más sinuoso y estrecho. Kyro iba el primero, volviéndose para ayudar a los otros en los pasos más difíciles. Bofor le miraba con expresión entre temerosa y extrañada, sin comprender aún por qué hacía todo aquello. Pero el viajero era hermético, solo parecía pendiente del recorrido.

Por fin llegaron a una pared de la montaña con varias aberturas que parecían cuevas o el principio de túneles que se perdían en su interior. En ese momento Kyro les indicó que se detuvieran, se apartó un poco hasta donde habían varios árboles para romper con su espada una gruesa rama, y cuando hubo hecho de ella un tronco corto volvió cargando con él hasta donde estaban los otros.

—Ahora silencio —dijo.

Les condujo hasta la tercera abertura por la izquierda: por dentro era un túnel ligeramente descendente. Lo siguieron hasta llegar a un gran escalón, más o menos de la altura de un hombre, que era a su vez la confluencia con otra cueva que venía desde la derecha y que seguía internándose en la montaña unos pasos más. Se escuchaba claramente agua corriendo muy cerca.

El viajero les hizo un gesto para que se detuvieran, y se agachó para asomarse al otro túnel. A la derecha se veía luz, era la salida; pero él se concentró en observar lo que había a la izquierda.

Bofor y Ram le miraban extrañados, cuando volvió hasta donde estaban.

—Quédate agachado y callado —dijo al niño, que asintió e hizo lo que le decía; Kyro miró al tabernero—. Tú, ven.

Se acercaron al borde del escalón, y el viajero hizo un gesto para que Bofor se agachara. Señaló hacia la izquierda y habló de nuevo en voz baja.

—¿Ves esa cosa?

El tabernero tardó unos instantes en lograr asentir con espanto. Era una masa enorme, tres o cuatro veces más grande que un humano, de color verde manchado; se movía leve y rítmicamente, como si respirara. Tras ella estaba la orilla de lo que parecía un río subterráneo.

El viajero esperó unos instantes, mientras aumentaba el terror que reflejaba la cara de Bofor, y entonces siguió hablando.

—A la derecha está la salida. Si llegas hasta ella lograrás salvarte.

Tras esto se puso en pie. El tabernero le miró con los ojos muy abiertos, empezando a comprender.

—No. No, no...

Se levantó también, torpemente, y agarró a Kyro por los hombros con cara de pánico y levantando la voz.

—¡No, por favor! ¡Por favor, no lo hagas...!

Se escuchó de fondo un ruido creciente, grave, cavernoso. El viajero miraba al otro con ojos fríos.

—¡Por favor, te lo suplico!

Kyro le empujó sin mucha fuerza, lo justo para separarle un poco, y le lanzó una rápida patada a la rodilla. Se oyó un fuerte crujido y su pierna hizo un ángulo imposible hacia atrás; Bofor lanzó un alarido de dolor y miedo. El ruido que venía de allá abajo aumentó de intensidad.

—¡Noooooo...!

El viajero le sujetó con fuerza y le empujó hasta hacerle caer por el escalón; tras esto se agachó. El tabernero cayó de espaldas, tras un momento miró hacia el interior del túnel, y gritó aún más fuerte absolutamente fuera de sí. Giró la cabeza hacia la salida y, con gran dificultad por su pierna rota, logró incorporarse y se alejó medio cojeando hacia su única esperanza de salvación. Pasaron unos momentos en los que solo se oyeron sus alaridos y aquel potente sonido cavernoso, tras los cuales la enorme criatura pasó rápidamente persiguiendo a su presa.

En ese momento Kyro se puso en pie, fue hasta Ram, lo levantó con una mano cargándoselo a la espalda mientras con la otra recogía el tronco del suelo, y saltó con los dos el escalón hasta el otro túnel para salir corriendo hacia la orilla del río. Ram, sujeto con todas sus fuerzas al cuello del viajero, miró un momento a su espalda con cara de miedo para ver a aquella bestia devorar vivo a Bofor que trataba inútilmente de resistirse entre alaridos.

Llegaron al agua. Kyro bajó al chico y le puso el tronco entre las manos.

—Agárrate bien y flotarás hasta salir de las montañas. El primer pueblo que encontrarás será Tihac, cerca de Yar; deja entonces el río, no hables con nadie y vuelve a la ciudad. Busca a Dillman el artesano de pieles, dale la bolsa con el oro y dile que te envía el último viajero; ¿lo has comprendido?

—Sí —acertó a decir el chico, que tenía los ojos muy abiertos.

—Repítelo. ¿A quién tienes que buscar?

—A Dillman el artesano de pieles. Me envía el último viajero.

—Eso es. Quédate con él y marchaos lejos. Ahora cógete fuerte al tronco y déjate llevar por la corriente. Vamos.

Ram se metió en el agua hasta que le llegó por la cintura, y se recostó hasta quedar flotando sujeto al tronco. Inmediatamente empezó a moverse suavemente, alejándose.

Kyro se dio la vuelta; al fondo Bofor había dejado ya de gritar, la cosa seguía sobre él devorando su cuerpo con avidez. El viajero corrió en silencio hasta el escalón que daba al túnel por el que habían venido, subió y comenzó a recorrerlo para salir de allí.

La Ciudad de Cristal era lo más bello que el viajero hubiera visto jamás. Todo estaba hecho de aquel maravilloso material transparente que ya había conocido antes, engarzado con columnas y vigas de la misma piedra blanca de la que también estaba hecho el desierto castillo del rey. Las torres de base circular eran increíblemente altas, y por dentro de ellas se veían subir y bajar lo que parecían grandes burbujas de algún material también de color blanco que cambiaban aleatoriamente de nivel; no había ni una sola línea recta en ninguno de los muchos fabulosos edificios que se elevaban hacia el cielo formando aquel maravilloso complejo, y las suaves curvas eran tan armoniosas y perfectas que parecía absolutamente imposible que no fuera un lugar mágico. En el centro de todo una grandiosa cúpula, dividida a la mitad entre piedra y cristal, parecía el corazón de aquel lugar de ensueño.

Pero Kyro no pensaba en eso ahora. Escondido a cierta distancia después de dos días observaba con mucha preocupación; no por la extraordinaria arquitectura, sino por los habitantes de la ciudad.

Sacerdotes de Varomm. Por todas partes.

No había murallas ni defensas a la vista, ni eran necesarias: estando ellos ahí sería una locura entrar. La había rodeado completamente buscando accesos ocultos o protegidos, sin encontrarlos; pero sí había llegado a la conclusión de que la siguiente esfera estaba en la parte central, por donde se veía la gran cúpula. No solo tenía que acceder a un sitio inaccesible; tenía que llegar hasta su corazón, despertar a la esfera, entrar y pasar al siguiente mundo sin ser visto. Era sencillamente imposible.

Pasaba el tiempo, los días se sucedían, y el viajero seguía sin ver nada que le ayudara. Había intentado contar los ritmos de paso de los sacerdotes más regulares, pero no parecían seguir un patrón ni intervalos; de noche había conseguido acercarse un poco, pero la mágica iluminación del lugar era tan abundante, parecía que el mismo cristal condujera la luz para bañarlo todo con ella, que no podía confiar en que las partes construidas de piedra que arrojaban alguna sombra le permitieran llegar hasta su objetivo. Y si le encontraban ahí dentro sabía que no podría ni soñar en escapar con vida. Además la actividad no parecía cesar en ningún momento del día o de la noche, como si los sacerdotes no descansaran jamás.

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