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Authors: Mandelrot

El viajero (2 page)

Mientras hablaban los dos recorrieron despacio el pasillo abierto que llevaba a uno de los jardines privados de palacio.

—Leeré tu informe más tarde. ¿Hay algo en él a lo que deba prestar especial atención?

—Nada que deba preocuparos, sire. Hay tranquilidad en los reinos del norte y los señores os envían sus respetos. En cuanto al ejército, en ausencia de conflictos se mantiene ocupada a la tropa con funciones de mantenimiento del orden y asegurando las rutas comerciales.

—Son buenas noticias —dijo pensativo el emperador—. En este momento es necesario estar seguro de que la situación está controlada.

—¿Ha ocurrido algo, sire?

—Los sacerdotes de Nammoda me han hecho llegar su preocupación por la estabilidad de la zona. Al parecer el rey de los cireos ha hecho algunos comentarios sobre la libertad de su pueblo, y su correspondencia privada con los monarcas vecinos ha aumentado mucho últimamente. Además hay otras cuestiones que me hacen pensar que pronto nos darán más problemas.

—Sire, si lo deseáis partiré inmediatamente para poner orden y aplastar cualquier indicio de rebelión.

—Sí, un castigo ejemplar podría ser efectivo; pero hay una solución aún mejor. Quiero algo más que una simple lección.

El emperador se detuvo.

—El rey de los cireos pronto caerá enfermo, y si es necesario algunos más. Será una agonía muy dolorosa, y mis agentes allí se encargarán de que el mensaje llegue bien claro a quien pretenda pensar por sí mismo. Además del emperador soy el sumo sacerdote del gran Varomm, mi influencia sobre el espíritu de las gentes va más allá de lo que esos necios pueden comprender.

—¿Qué puedo hacer yo, sire?

—Además de la desgracia del rey, quiero hacer notar la potencia militar del imperio. Que todos sientan que sus vidas me pertenecen. Reúne a las mejores unidades de nuestros ejércitos en Nammoda para realizar maniobras, con la excusa de ser un simple ejercicio de batalla. Quiero que nadie tenga dudas de quién tiene el poder.

—Se hará como decís, sire.

Crodio relajó su expresión y reanudó sus pasos, entrando en el jardín.

—Te daré los detalles más tarde. Mientras tanto, me gustaría saber más de la historia que todos cuentan sobre tu hijo. ¿Es verdad que la bestia había matado a mil soldados?

—Doscientos veinte hombres, sire. De ellos cincuenta soldados que intentaron cazarla.

—Aún así, jamás había oído algo tan extraordinario. Solo y desarmado, me alegro de que tu familia se cuente entre mis amigos.

—Muchas gracias, sire. Cumplimos con nuestro deber.

—Sois hombres realmente excepcionales. No hablo sólo de las cualidades de vuestra raza: vivir sin jamás envejecer o esa increíble resistencia que tenéis ya sería suficiente por sí solo, pero lo que os hace realmente únicos es vuestra disciplina, vuestra capacidad de sacrificio... Jamás he conocido a nadie más con esa fortaleza de espíritu. Sin embargo, ¿no crees que el entrenamiento al que sometes al joven Kyro es demasiado incluso para uno de los tuyos?

—Sire, mi hijo tiene un destino especial en su vida y ha de estar preparado.

—Sí, proteger a mi familia no ha de ser fácil. Tras morir tu padre tú te enfrentaste muy joven a esa responsabilidad; desde entonces has sido el mejor de nuestros servidores, y para mí eres además un verdadero amigo.

El soldado bajó la mirada.

—Mi vida os pertenece, sire.

El emperador sonrió.

—Tus palabras siempre me alegran, general. Pero yo también tengo un hijo; sigue mi consejo, dale un descanso al chico.

—Déjame verla —dijo Darimam.

Kyro se quitó el peto que le cubría el torso, dejando ver la piel llena de hematomas y heridas. Se señaló una gran cicatriz aún no cerrada del todo en el costado.

—Esta fue la peor. Con el golpe me hizo volar por los aires y pensé que me había roto todas las costillas. Y aquí —añadió refiriéndose a otra cerca del hombro— me cortó con una de sus garras, fui rápido en esquivarla porque hubiera podido arrancarme la cabeza.

—¿Tan grande era?

—Como... el doble que yo de alto, y su cabeza pesaba como un niño pequeño.

Darimam miraba entre fascinado y aterrorizado; extendió sus dedos hasta casi tocar la herida pero no llegó a hacerlo.

—Aún duele, ¿no?

—Duele todo el cuerpo —sonrió—. Ya pasará.

—Kyro, de verdad que no consigo comprender cómo has podido sobrevivir a algo así. Es... Es increíble —fue lo único que acertó a decir.

—Soy un k'var. Pronto me curaré del todo y las cicatrices desaparecerán.

—Sí, sí, lo sé; pero esto... Esa bestia había matado a muchos, ¿no es así?

—Sobre todo campesinos, aunque también hubo soldados —Kyro volvió a ponerse la ropa.

—¿Cómo es posible que tu padre te enviara en esas condiciones contra semejante monstruo?

—Es... mi entrenamiento —contestó el chico bajando la mirada—. Además, la ayuda de otros no me habría servido de nada; hubieran muerto todos. Era mejor así.

El príncipe miró a su amigo moviendo la cabeza.

—Siempre dices lo mismo. Pero es absurdo, ¡lo único que va a conseguir tu padre con su locura es matarte!

Kyro no contestó, simplemente bajó más la cabeza. Darimam le pasó un brazo por los hombros.

—Lo siento, Kyro; no quería decir eso. El general es muy duro y yo no quiero perder a mi mejor amigo, eso es todo —Kyro levantó la mirada sonriendo levemente—. Aunque quizá no mueras en combate sino de aburrimiento; luego tienes que ver a Tepulus, ¿verdad?

—Sí, con este viaje hemos tenido que interrumpir las lecciones y supongo que tengo mucho que recuperar.

—¿Qué estás estudiando ahora? ¿Otra de esas lenguas muertas que no interesan a nadie?

Kyro soltó una risita.

—Estábamos empezando con una variante del zyeo cuando tuvimos que partir hacia Dhrila.

—Pues quizá fuera mejor enfrentarse a una bestia asesina —dijo Darimam con expresión de burla—. ¿Qué interés tendrán tu padre y esos maestros tan raros que tienes en enseñarte esas tonterías? No, espera —levantó una mano—, sé lo que vas a decir...

Ambos hablaron a la vez entre sonrisas:

—Es mi entrenamiento.

El viejo maestro Tepulus se encontraba en su biblioteca rodeado de manuscritos; aunque en ese momento su atención era para otro de los maestros de Kyro, con quien conversaba en voz baja: Sadsaloo, un ser de complexión similar a la humana pero de apariencia felina, incluyendo la cola que sobresalía bajo sus ropas y que movía suavemente mientras hablaba.

—La prueba ha sido muy dura —decía Tepulus—. Me pregunto si no estaremos precipitándonos.

—Es nuestra única oportunidad, Tepulus; de él depende todo. Hay que esforzarse.

—No lo he olvidado. Pero dicen que esa bestia casi le mata.

—Pero no lo hizo, y eso habla bien de nuestro aprendiz. Es un k'var, sus huesos son como el acero y los de su raza lo resisten todo. Además, no sabemos cuánto tiempo nos queda.

—Eso es lo que más me preocupa en realidad. ¿Estará preparado?

—Por supuesto. Ha aprendido todo lo que necesita: supervivencia, combate, lenguas antiguas, todo. Ha tenido a los mejores maestros y no hay nadie como él. Ni siquiera su abuelo podía comparársele.

Tepulus palmeó suavemente el hombro de su interlocutor, aunque mostraba una expresión de gran preocupación.

—Sadsaloo, mi amigo, hablas con verdad —dijo, y continuó como para sí mismo—. Pero no estoy seguro de que todo lo que podamos enseñarle sea suficiente; no serán sus habilidades lo que suponga la diferencia entre el éxito y el fracaso. Cuando llegue el momento quizá haya cosas más importantes.

En ese momento se abrió la puerta y apareció Kyro; venía solo.

—Maestros —saludó con respeto—. Maestro Tepulus, maestro Sadsaloo. Ya estoy de vuelta, me alegro mucho de veros.

—¡Kyro! —Tepulus mostró gran alegría al recibir a su alumno—. Entra, acércate. Vaya, no tienes muy buen aspecto.

—Es normal, si la historia que cuentan es cierta —dijo Sadsaloo—. Bienvenido, Kyro, y enhorabuena por tu hazaña.

—Gracias, maestro. Tus lecciones me han ayudado mucho.

Sadsaloo pareció muy complacido.

—¿Cuánto tiempo estuviste solo?

—Dos días; era el plazo que tenía para volver con el objetivo cumplido. Había una tormenta de nieve y era difícil orientarse, pero encontré raíces y marcas de animales que pude cazar para comer. Construí un refugio para descansar unas horas antes de hallar la cueva de la bestia, aunque mi padre me había prohibido cubrirme o fabricar herramientas así que no pude hacer mucho.

—Pero sobreviviste, estoy orgulloso. Y completaste tu misión.

—Sí, maestro —dijo Kyro con humildad—. Gracias.

Tepulus intervino en la conversación.

—¿En algún momento sentiste miedo, o dudaste de lo que hacías?

—¿Miedo? —Kyro pareció no comprender la pregunta, tuvo que pensar un momento antes de contestar—. No... La verdad es que no creo siquiera que haya pensado en ello. Tenía un objetivo difícil y estaba concentrado, nada más. Las órdenes de mi padre eran claras. ¿De qué me habrían servido el temor o las dudas?

—Mi querido aprendiz, a partir de ahora dejaremos el estudio de las lenguas y nos concentraremos en cuestiones más profundas. Te has esforzado y has progresado mucho, ahora deberás fortalecer tu espíritu.

—Como digas, maestro.

—¡Eso será cuando yo haya acabado contigo! —se escuchó una potente voz desde la puerta—. Así que estás aquí, ¿eh?

—¡Kamor! —Kyro mostró gran alegría al ver al guerrero, un k'var como él pero mucho más alto y musculoso de lo normal en un humano, que con su imponente presencia parecía hacer que todo lo que había a su alrededor pareciera más pequeño. El chico corrió a abrazarle.

—Vaya, veo que te han dado una buena paliza —dijo Kamor examinando al joven—. ¿Alguna herida profunda?

—Acabarán de curar en unos días —contestó Kyro alegremente.

—Hum... Bien, entonces ahora es el momento.

—¿Qué te propones? —preguntó Tepulus.

—El chico sabe lo que es pelear en buenas condiciones, pero nunca se ha enfrentado herido a enemigos superiores —puso una de sus enormes manos sobre la cabeza de Kyro y siguió hablándole a él—. Hijo, hoy vas a aprender dos lecciones que un día pueden salvarte la vida.

—¡Zadal, Zadal, tienes que ver esto!

La doncella levantó la vista del bordado que tenía en las manos para mirar a su compañera, que la llamaba desde la puerta de la habitación.

—¿Qué ocurre?

—¡Ven, vamos!

Salieron rápidamente al pasillo, por el que también corrían otros miembros del personal de Palacio.

—¿Pero adónde vamos?

—Al patio de armas. ¡Kyro tiene un combate!

El nombre de Kyro sobresaltó a Zadal, que no dijo nada más aunque siguió corriendo. Las dos jóvenes llegaron a una balconada desde donde se podía ver el amplio patio donde normalmente se preparaban los guerreros.

El lugar estaba abarrotado de gente que venía a ver el espectáculo: sirvientes, soldados, había empujones para conseguir un sitio desde el que se pudiera ver a los luchadores. La fama del hijo del general se había extendido tras la hazaña de Dhrila y todos querían ver de qué era capaz. En uno de los balcones Zadal vio a dos de los maestros de Kyro, Sadsaloo y Tepulus, que observaban la escena en silencio.

A un lado del patio se encontraba un grupo de cuatro soldados: el enorme zoak que era el lugarteniente del general Karan, con una maza más grande que la cabeza de un humano; un arquero que comprobaba su arma; y otros dos guerreros con espadas, de estos el más fuerte tenía la cabeza cubierta con un yelmo que le cubría completamente del cuello hacia arriba y el otro iba a cara descubierta.

Kyro se encontraba en el otro extremo; se le veía minúsculo en comparación con el enorme Kamor que estaba junto a él hablándole mientras el joven miraba a sus oponentes con expresión de concentración. Kyro asentía ante las palabras de su instructor, quien parecía darle indicaciones sobre cómo afrontar la pelea. Tras unos instantes el gigante palmeó el hombro de su alumno y se dirigió a sus oponentes en voz alta.

—¡Atendedme! No quiero contemplaciones. El chico está herido, cansado y desarmado, ha perdido velocidad y el dolor le impide algunos movimientos. Pero ya sabéis de lo que es capaz, así que no os confiéis, haced todo lo posible por aplastarle y no dudéis en matarle si tenéis oportunidad.

Se dirigió a Kyro y le hizo un gesto.

—Quítate el peto.

El chico hizo lo que le decían. Las heridas y marcas de su torso levantaron comentarios de asombro entre los espectadores.

—¿Has visto eso, Zadal? ¡Es increíble! —dijo la compañera de la doncella.

—Kyro, por favor, ten cuidado —susurró la joven con expresión muy preocupada, sin escuchar lo que le decían.

Kyro parecía ajeno al mundo fuera del terreno de lucha. Estaba concentrado en el combate, mirando con intensidad a sus enemigos. Kamor se volvió hacia él y cogió una bolsita que llevaba colgando de su cinturón; se la acercó a su alumno.

—Póntela. Extiéndela bien.

El joven tomó la bolsa y se sorprendió cuando vio su contenido.

—¿Sal?

Miró al maestro, comprendió lo que quería, y lentamente se la llevó a sus heridas abiertas. Al ir tocando la carne sentía como si le estuvieran quemando con un hierro al rojo; cerró los ojos y tensó todos los músculos de su cuerpo, pero hizo lo que le decían. Kamor le hablaba.

—Recuerda, debes olvidar el dolor. El auténtico guerrero está por encima de sus propios límites.

No te permitas ni un momento de duda o debilidad: simplemente acaba con tus enemigos.

Estas palabras hicieron que Kyro abriera los ojos llenos de lágrimas. Miró con intensidad a los de Kamor, y luego a sus oponentes; había comprendido. Aplicó los restos de la sal sin romper su concentración.

—¿Listo?

El chico asintió.

—Sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad?

—Lo sé —contestó sin desviar la mirada de los soldados.

Kamor se le acercó y le habló en voz baja, lo que hizo que Kyro le mirara a los ojos.

—Los cuatro son muy buenos; pero sobre todo vigila al del yelmo, es el mejor.

El maestro de combate se alejaba cuando el joven le llamó.

—Kamor.

Se volvió para mirar a su alumno.

—Dijiste que hoy aprenderé dos lecciones. ¿Cuál es la otra?

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