En busca del unicornio (17 page)

Read En busca del unicornio Online

Authors: Juan Eslava Galán

Y siguiendo nuestro camino hacia el Mediodía, llegamos a donde viven unos negros que se llaman bandi que es al lado de un río manso como charca que parece que no se mueve según de verdín cría arriba. Y había allí una como puente de grandes losas y luengas y uno podía cruzarla caminando sobre ellas sin mojarse en el agua. Y las chozas de barro donde los dichos negros viven eran como colmenas y estaban a entrambos lados del dicho río así como Triana está a un lado y Sevilla al otro. Y así que nos vieron llegar el primer día, huyeron muchos negros de los que en el campo estaban, con gran prevención y como si hubieran grande pavor. Y yo mandé que Paliques se adelantara con Sebastián de Torres y algunos otros y que sonaran la trompeta. Y en sonándola salieron muchos negros de sus casas y de los árboles como si fuera el día del Juicio Final. Y delante de ellos venía uno con un gorro de melena de león y muy pintado por el rostro y por el cuerpo y lleno de abalorios y raros collares por lo que conocimos que era el mandamás de allí. Y en acercándose a mí quiso postrarse mas yo no se lo consentí, sino que haciéndole gestos amistosos le hice luego alzarse. Y ellos vieron con esto que éramos gente pacífica y el de la melena se volvió y le dijo a sus gentes algo, de lo que parecieron muy contentos. Y a poco, los que antes corrían como si hubieran visto la cara del Demonio, ahora mostraban tan grande placer y alegría como suelen hacer en otros sitios cuando personas altas y señaladas son llegadas. Y el habla de aquellos negros no era de las que Paliques comprendía pero juntando unas palabras con otras y con gestos se podían pasablemente entender. Y Paliques dijo que no buscábamos oro ni plata ni esclavos sino al unicornio. Y el de la melena de león le preguntó si veníamos de la Luna, y esto fue no por simpleza ni mengua de seso, sino porque nos veía tan blancos siendo ellos negros atizonados. A lo que respondíamos que veníamos de Castilla que es un reino que está más allá de los moros, cruzando el mar. Mas tampoco entendían quiénes fueran los moros ni habían visto en su vida el mar, tan apartados vivían de todas las cosas.

Y, por las trazas que sacamos, tampoco habían visto al unicornio.

Mas pasando adelante llegamos a las chozas de los negros y ellos hicieron guisar muy bien de comer y aderezaron una buena posada en la cual pusieron, ya que no gran mesa y aparador, aquellas pocas cosas que ellos tenían por muy necesarias y muchas cañas y hojas frescas donde aparejar gentil cama a los que de fiebres venían aquejados.

Y luego se llegaban todos los negros con cestos de mimbre y platos de madera y abastaban de harina y pescados y frutas de diversas maneras. Y el tiempo que con ellos estuvimos nos hicieron muchas honras y fiestas y nos ordenaron muchos placeres y ellos se estrechaban en sus haciendas por más nos honrar, lo que nosotros pagamos como mejor pudimos que no fue mucho para tanta liberalidad y franqueza, porque ya veníamos muy quebrantados y pobres.

Y porque las cosas que pasaron no solamente fuera trabajoso a quien todas las presumiera poner por escrito, mas casi imposible, y a los lectores y oyentes aun fuera causar enojo o fastidio, y por tanto ceso de esplanar por menudo las otras cosas que los otros días pasaron.

Tornados al camino, tres días pasada la Pascua, que solemnemente celebramos con comunión general y muchos signos de religión y piedad, dimos en un prado apacible muy pintado de menudas y variadas flores. Y los negros que con nosotros como criados venían probaron a comer ciertas flores grandes y gordas que había y hallaron que eran buenas y sabían como a meloja, con lo cual nos regalamos y con otra carne de monte que cada día ballesteaban los hombres. Y al tercer día vimos signos de que algunos negros desde lejos en los árboles nos estaban mirando. Y pensamos que serían gente pacífica como la otra aunque asustada de vernos. Y determiné acercarme con algunos para mostrarles buena intención. Y así nos llegamos adonde los habíamos visto antes y les dejamos un cuarto de venado que teníamos asado de la mañana y que nos había sobrado. Y se lo pusimos colgado en una rama alta de un árbol, donde no lo alcanzaran las fieras. Y a la tarde volvimos y no estaba el venado pero había en su lugar una esportilla de harina de mijo. Y con esto vieron ellos que nuestras intenciones eran buenas y nosotros vimos las suyas. Y al otro día ya nos acercamos y les hicimos señas y ellos nos las devolvían y luego algunos vinieron a donde estábamos y Paliques probó a hablar con ellos, mas no se entendían porque la parla era distinta. Y aquellos negros tenían la color más clara que los otros que con nosotros venían y eran de más acomodadas hechuras y proporciones y el pelo lo tenían menos ensortijado y más lacio y las narices mejor hechas y más armoniosas. Y pasamos adelante con ellos por un sendero que nos mostraron y fuimos a dar a una cañada por donde corría una clara corriente muy amena. Y al fondo de la cañada había árboles altos y de debajo de aquellos árboles avanzó hacia nosotros mucha gente bulliciosa que hacía ruido de campanillas y cuernos y bocinas, como en romería, a lo que yo hice seña a Francisco de Villalfañe que tocara la trompeta y él dio dos o tres toques muy agudos a los que los negros se asustaron al principio mas luego viendo que nos reíamos, replicaron ellos con grandes risas como niños, y bullas y algarabía. Y cuando más cerca estuvieron vimos que venían armados de muchos paveses grandes aforrados de cueros blancos. Y portaban arcos y flechas y lanzas muy agudas. Mas luego del primer sobresalto, nos sosegó notar que los principales venían delante y eran cuatro hombres muy gordos con grandes adornos puestos en sus cabezas y detrás de ellos iban mancebos desnudos que serían sus pajes, con las vergüenzas al aire, y les llevaban asientos de madera. Y luego que llegamos a pocos pasos, les hicimos reverencia para saludo y ellos se miraron y se rieron de buena gana y tornaron reverencia y luego se vinieron a nosotros con mucha llaneza y anduvieron palpándonos las carnes y mesándonos las barbas y catando las armas y de todo se maravillaban con aquella simpleza que ya teníamos vista en los otros negros del país. Y nosotros los dejamos hacer sin mostrar reparo, aunque más retrasados quedaban ocho ballesteros puestos en celada, con las ballestas armadas y prestos a intervenir si menester fuera.

Y pasando adelante estos negros nos llevaron a su pueblo que era como de doscientas chozas de paja y barro en forma como de barca bocabajo y las de fuera estaban pegadas unas a otras haciendo barrera. Y nos ofrecieron posada en una choza grande mas nosotros hicimos reverencia y fuimos a montar el campamento enfrente, al otro lado del río. Y catando ellos que nos queríamos establecer allí, luego vinieron muchos de los suyos peritos en aquel arte y nos hicieron en dos o tres días chozas de ramas y barro como las suyas, haciendo un cuadrado grande donde yo les señalé, para mejor defensa. Y como la tierra parecía buena, yo mandé que cavaran una zanja en la otra parte, donde no había rio, y que pusieran estacada de púas pensando que nos podríamos quedar allí unos meses hasta reponernos de los quebrantos y fatigas pasadas y tener hablas de para dónde tirar en pos del unicornio. Y el Rey de aquellos negros era uno de los hombres gordos que salieran a recibirnos, cuyo nombre nos sonaba a Caramansa y así lo llamamos nosotros de allí en adelante. Y los otros que con él iban eran sus hermanos y ministros. Y por intermedio de uno de nuestros negros que entendía algo de su parla, supimos que en aquella tierra había otros dos reyes y que los tres andaban en guerra. Y éste era el motivo y razón de que hubieran salido a nosotros con armas, que pensaron que seríamos de los enemigos. Y el nombre de los tales enemigos eran mambetu y el de la gente de Caramansa los bandi.

Como nos establecimos allí fueron pasando días y el calor no era tan grande en el collado y los yerbazales eran apacibles y los hombres no pensaban en moverse sino que gastaban las horas corriendo montes y matando muchos toros y venados y puercos y otros vestigios y jugando a las cañas y danzando y festejando y habiendo otros muchos placeres. Y fray Jordi amistó con el físico de los negros y cada mañana salían con el Negro Manuel y con otros dos o tres aprendices y se iban a donde los árboles a recoger yerbas y a macerar insectos y sabandijas y a hacer conocimientos de salud para aprender cada uno lo que el otro sabía. Y según pasaba el tiempo los hombres ballesteaban menos carne y se daban más a la molicie y a pasar el día groseramente tirados por la yerba o retozando con las negras, que eran fáciles y reidoras, o jugando a los dados y a otros juegos africanos que iban aprendiendo, como todo lo malo, con singular presteza. Con lo cual nuestros pecados eran multiplicados cada día más y el mal vivir se continuaba sin enmienda que se viera aunque luego, la Cuaresma llegada, todos confesaron con mucha contrición y ceniza y penitencia y propósito de enmienda. Lo que no fue sino una tregua mal guardada para luego volver más reciamente al fornicio y a la holganza. Y yo veía con malos ojos que no se ejercitasen los hombres en labores y milicias más rigurosas pero, por otra parte, viéndolos tan secos y trabajados de las pasadas penalidades y fatigas, pensaba que era mejor dejarlos que se repusieran algo más antes de meterlos por nuevos y desconocidos caminos.

Y así pasaron algunos meses hasta que un día el Negro Manuel llegó corriendo y sin resuello a dar aviso que algunos negros de aquellos mambetu con los que Caramansa tenía guerra, habían cautivado a fray Jordi y al físico de los negros. Y con esto mandé al de Villalfañe que tocara la trompeta e hiciese rebato y acudieron los ballesteros con Andrés de Premió y dije lo que había y tomamos armas y ballestas y salimos detrás del Negro Manuel en busca de los cautivos. Y anduvimos todo el día con Ramón Peñica delante catando el rastro, hasta que, la oscuridad de la noche venida, nos tomó la luna en un pradillo que junto a un cerro estaba y allí nos detuvimos a hacer noche cuidando seguir el rastro muy de mañana. Mas luego que el río dio niebla vimos cómo a menos de una legua de allí había un resplandor de candela que se reflejaba en la niebla arriba y pensamos que serían los que llevaban a fray Jordi.

Y con esto muy animados olvidamos las fatigas del día y proseguimos el camino con gran recaudo para donde la luz parecía. Y cuando estuvimos cerca de ella nos repartimos despacio, cuidando rodearla y no hacer ruido, sino que a veces pisábamos ramas secas y nueces que crujían, mas ya sabíamos que en la noche del país de los negros nadie cuida de estos ruidos chicos porque siempre hay animales y monos grandes y medianos que merodean donde la gente está en busca de qué comer pero sin osar nunca llegarse cerca de donde hay fuego. Con esto fuimos acercando hasta que estuvimos sobre ellos. Y vimos que eran ocho negros muy talludos y fornidos y que a un lado estaban tres negros de los nuestros y fray Jordi y el físico de Caramansa y que uno de nuestros negros estaba herido y parecía que se quería morir. Y yo mandé por señas a Villalfañe que diera luego trompetazo y él diolo muy de recio y antes de que los ocho negros mambetu pudieran ver qué era aquello que pasaba, los ballesteros habían dado con ellos en tierra menos uno que quedó clavado en el árbol que al lado estaba y se miraba con ojos espantados las aletas de cuero del virote que le había pasado el pecho y no sabía qué extraña cosa era aquella que lo cosía al árbol. Y con esto nos llegamos a los caídos y los degollamos y luego soltamos a nuestra gente de sus cuerdas y hubimos gran alegría de verlos sanos y vivos, salvo el que iba herido, que le habían dado un mazazo en la cabeza y llevaban a donde su gente para comerlo. Y con esto nos tornamos a nuestro pueblo después de pasar la noche en otro pradillo más lejos de donde quedaban los dichos muertos.

Y después de esto Caramansa quedó muy agradecido de nosotros y vio que su gente andaba bien defendida y nos colmaba de honores y cada día mandaba mijo y otros granos para nuestro servicio y venían mujeres negras que nos molían la harina en largos morteros de madera con pistilos de palo muy trabajosos de manejar, pero ellas nunca se cansan y, como traen sus crías de pecho atadas a la espalda, ellas se ríen y creen que aquello es un juego, lo mismo que en Castilla cuando los chicos se montan en el borrico que va al molino y no cuidan si son hidalgos o villanos.

Y a poco de entonces los ballesteros fueron habiendo barraganas negras, lo que al principio quiso estorbar fray Jordi mas luego, viendo que sus reclamos no eran oídos, no volvió a decir nada y ellos tuvieron mujer negra y algunos me pidieron licencia para irse a vivir a donde los negros, cruzando el río, mas en esto fui de un acuerdo con Andrés de Premió en no autorizarlo, temiendo que, si los negros fueran luego desleales, no nos podríamos defender dellos si no estábamos juntos en nuestro pueblo. Y con esto fueron las mujeres negras de los ballesteros las que se fueron viniendo a vivir a donde nosotros. Y algunos de los dichos ballesteros se trajeron a dos mujeres, lo que fray Jordi tuvo por gran abominación y paganía mas, con todo, luego hubo de consentirlo pues la vida era dura y las mujeres salían cada día a buscar brotes y raíces y cosas que comer y molían el grano y cocían las tortas y velaban por el fuego y hacían todas las cosas necesarias de la casa con mucha diligencia aunque no poco griterío, que son grandes reñidoras. E Inesilla fue poco a poco tornándose como ellas y aprendió con presteza la lengua de aquellas gentes, al igual que Paliques que tanta facultad tenía para las parlas retintas.

Los actos ya dichos pasados, las gentes de los bandi fueron otra vez aquejados por los de mambetu, que eran más esforzados y más ahincadamente los estrechaban y combatían y les corrían la tierra. Y con esto lamentaba yo en mi corazón haberme encontrado primero a aquellos bandi y no a los mambetu, mas para entonces Caramansa nos había hecho tanta merced quitando la comida de la boca de sus gentes para alimentarlos a nosotros y trayéndonos leña y haciéndonos otros servicios señalados, que con ello quedábamos muy obligados.

Y, por otra parte, algunos de ellos se habían vuelto cristianos de las pláticas con el Negro Manuel y levantaban cruces de palo en las puertas de sus chozas y con todo esto más nos obligaban a esforzarnos en los defender de sus enemigos. Mas siendo nosotros poca gente y como ave de paso, determinamos que Andrés de Premió y algunos de los ballesteros en saliendo al yerbazal cada día instruirían a los negros más jovenes del pueblo en las cosas de la milicia y en cómo dar vista al enemigo y cómo acercarse a él y cómo ofenderlo y cómo defenderse dél y rechazarlo y cómo retirarse sin daño cuando es él el que va victorioso y cómo perseguirlo si va en derrota, y todo esto hacían a toque de trompeta según en Castilla se hace, y los negros iban entendiendo los toques y se movían por ellos muy ordenadamente, que parecían bien dispuestas batallas y gente disciplinada y esforzada y buena. Y con esto fuimos nosotros cobrando más ánimo en que, cuando fuéramos de allí partidos, ellos solos se sabrían defender. Mas andando las cosas sobre ello, a poco supimos, por espías y hablas ciertas, que los mambetu eran tres pueblos muy poderosos y distantes y que se estaban juntando en uno para venir a correrles las tierras a los bandi y que se habían juramentado a sus dioses para matar a los herreros blancos y comerles los hígados. Y estos herreros blancos éramos nosotros, que así nos llamaban Dios sabe por qué no siendo ninguno de nosotros herrero. Y sabido esto hice yo consejo con Andrés de Premió y ambos acordamos lo que más cumplía para nuestra defensa y la del pueblo. Y fue que, reconociendo el campo, por el lado que no se cortaba el río, había un gran llano de yerbazal con pocos árboles, por donde forzosamente había de venir y entrar la fuerza de los mambetu cuando quisieran ofendernos.

Other books

If You Loved Me by Grant, Vanessa
The Viking's Witch by Kelli Wilkins
Dual Desires by Shyla Colt
Love in Vogue by Eve Bourton
The Tanning of America by Steve Stoute
Delinquent Daddy by Linda Kage
The Edible Woman by Margaret Atwood